
Engraving From 1876 of Hamlet, Horatio, «The Grave-Digger And The Skull Of Yorick»
Milán, lunes 22 de julio De 2019
Cuentos
Ayer domingo lectura de dos relatos. El primero de los cuentos, “Canvas”, de la joven escritora, nacida en Turquía y actualmente en París, Ayşegül Savaş, es la historia de una psicopatía narrada por una vecina de la protagonista. En un breve encuentro en el estudio de este personaje, pintora neorrealista, se cuenta la existencia de una joven que de ser la más “moderna” de su grupo, modelo para su prima, fue degenerando víctima de una extraña dolencia psicosomática que la transformó en un una reclusa encerrada en su cuarto, deforme por la gordura y el mentalmente deteriorada. Con la transformación de la joven, quien además era su prima, la vecina ha visto su existencia reducida a una indeseada soledad y un inquietante desequilibrio emocional:
“La cosa es que necesito un poco de simpatía y no sé dónde buscarla”.
Sentía que se estaba desquiciando. Sentía la necesidad de agredir a los que creía
que actuaban con poca sinceridad, de enfrentarlos, incluso a gente extraña,
por lo que creía era la banalidad de sus existencias. Las únicas personas
que parecían escapar a su rabia era los que sufrían, esos que andaban desnudos
y se quejaban de la humillación.
La estructura del relato pasa por ser la más convencional hasta que nos cercioramos de que la narradora “oficial”, a la manera de Sebald, ha sido desplazada por su personaje. Su sintaxis, precisa y económica, es la más adecuada. Independientemente de los logros de la pieza, que es el relato de una pequeña gran tragedia urbana, debemos reconocer que Savaş, con un dominio impecable de su instrumento, dijo lo que se proponía decir o contar, y eso no es poca cosa.
Posmodernos y modernos
En Bergamo para un par de muestras. La más atractiva parecía ser la de Jenny Holzer -una de las artistas más consideradas por la vanguardia reciente-, resultó menos gratificante de lo que esperaba, a pesar del magnífico escenario, no otro que el magnífico salón de recepciones del Palazzo della Ragione construido a mediados del XV, con su techo elevadísimo y el trazado circular de sus muros. Lo de Jenny es de un conceptualismo radical, proyecciones de frases en varios idiomas. Aunque parezca necio, el sentido del proyecto de la Holzer no es otro que el de insistir en la verdad. En una época en la que el fake news se ha impuesto con una facilidad perversa, el gesto de la norteamericana nos invita a comenzar la ardua búsqueda de la verdad perdida. Que no sea uno de los asuntos propios del arte moderno, es lo que justifica que se le considere una artista pos o neomoderna. Aunque, como decía, esperaba más de la muestra, la experiencia es de lo más inquietante, no por lo que se ve, que no es un arte retiniano el de la Holzer, sino por lo que nos invita a pensar.
La segunda exposición, más convencional, en la Galería de Arte Moderno y Contemporáneo (aquí, hace unos años, se presentó la más excitante muestra de Malévich que me ha tocado visitar) se trataba de una antológica de artistas pertenecientes a las vanguardias de los años sesenta especialmente europeos (Hartung, Mathieu, Wols, César, Vedova, Christo, algunos “poveristas” y Warhol. En su deriva más convencional, las pinturas de diversos abstraccionismos no dejaban de tener algo de lamentables, en muchas se sentía una extraña obsolencia, un patético decorativismo y una inquietante pobreza emocional. Malos tiempos los que esperan al abstraccionismo que, hace sesenta años, apareciera como la realización suprema de todo lo que se había propuesto el arte moderno desde Piero y Leonardo.
Milán, martes 23 de julio de 2019
Lamentos (2)
Hamlet es la más paradójica de las criaturas del mito. Solo comparable, y se ha comparado muchas veces, a Edipo, como lo hizo Ernest Jones. El príncipe fue víctima del más contradictorio sentido de culpa. No se sintió culpable por haber asesinado (para muchos inintencionalmente; para otros, como yo, no) a Polonio, casi su suegro; o haber empujado a la muerte a la pobre Ofelia; o haber orquestado el fin de Rosencrantz y Guildenstern. Al final, su culpa es lo que llamó “negativa”, se siente culpable, no de sus asesinatos, sino de su no-asesinato, de su incapacidad de dar muerte a su tío. Un sentimiento de culpa que habría dejado de atormentarlo si hubiese realizado la acción; si, en términos legales, hubiese sido culpable de la muerte de su tío. El Acto IV, encuentra, al que se ha convertido en una suerte de serial killer, acosado, no por el arrepentimiento sino por la culpa de no ser culpable. Masoquista y paranoico, se compara, en el famoso lament speech de la Cuarta Escena, con el heroico príncipe noruego Fortinbras, el típico “hombre de acción”, un joven nacido para héroe, más cerca de Rútulos que de Eneas o de Aquiles que de Héctor. La comparación no es justa. No se establecen parangones entre el “hombre activo” y el “hombre pasivo”, sería como comparar un delfín con un pulpo. En este formidable “lamento”, Hamlet se muestra más confesional, más directo en su confesión que en el oscuro y visionario “To be or not to be”. Estamos, por primera vez, frente a un Hamlet a ‘‘escala humana”, tal vez disminuido ante la inminencia del exilio al que ha sido destinado.
Hamlet:
Ah, como todas las circunstancias conspiran contra mí
y sacuden mi adormecida venganza. ¿Qué es un hombre,
si su único interés es emplear su tiempo en dormir y comer?
Un animal nada más. Seguramente que el que nos hizo,
con esta vasta inteligencia para pensar en el antes y el después,
no nos dio esa habilidad y divina razón para que se quedara
sin uso dentro de nosotros. Bien sea por un bestial olvido
o un cobarde escrúpulo que me hace pensar demasiado en el asunto;
un pensamiento que, dividido en cuatro, nos dejaría con una
cuarta parte de prudencia y tres cuartas partes de cobardía.
Lo cierto es que no entiendo como aún estoy vivo para decir:
“hay que hacerlo”. Yo, que tengo motivos y voluntad y medios
para llevarlo a cabo. Ejemplos tan grandes como la tierra me exhortan
en ese sentido: como este ejercito de imponentes fuerzas
comandado por un príncipe joven y delicado; cuyo espíritu,
henchido de divina ambición se burla del invisible evento
arriesgando, incluso por una cascara de huevo, todo
lo que es mortal e inseguro a lo que la fortuna, la muerte y el peligro
le deparen.
Milán, miércoles de junio de 2019
Julieta Fombona
Desde Madrid, Sandra Caula, la editora, me hace llegar Escritura y traducción, una selección de trabajos de Julieta Fombona cuidadosamente preparada por Silda Cordoliani y publicada en Caracas por El Estilete. Fombona es el caso, uno de los raros en la literatura en castellano moderno, de una escritora que escogió, como oficio, el difícil arte de la traducción. Que no hizo solo eso es lo que revela este libro, donde se reúnen brillantes ensayos sobre autores tan dispares como Sarraute y Gertrude Stein o Ashbery. Sin embargo, lo que pretenden las editoras es destacar su dedicación a la ingrata tarea de traducir (El modesto misterio de la traducción es precisamente el título de uno de los ensayos de otras autoras que complementan el volumen). El castellano moderno no es precisamente una lengua que se haya distinguido por la calidad de sus traductores. Más bien o contrario, más son las vergüenzas que las glorias.
Conocí fugazmente a Fombona en la entrega del Premio Nacional de Literatura en 1976 a Juan Sánchez Peláez. Pero la conocía de antes, mediante una foto publicada en la revista Zona Franca, donde aparecía al lado de Herbert Marcuse y Guillermo Sucre caminado por los jardines de la UCV. De ese afortunado encuentro con Marcuse surgiría la versión castellana de uno de los libros centrales de la obra del gran filósofo: Razón y revolución (Ediciones de la Biblioteca de la UCV), donde se exponen los fundamentos de lo que más tarde iba a exponer en otros títulos más difundidos, como el legendario El hombre unidimensional. Tradujo Fombona de varios idiomas y siempre bien. Si alguna trayectoria de la literatura venezolana podríamos llamar ejemplar esa sería la de Julieta Fombona.
África mía
De nuevo un anticlón africano, que pareciera una cruel venganza de los cartagineses, ha llegado a perturbar las gratas condiciones de los días precedentes. No son nada nuevos para mí las altas temperaturas. Las conozco de los días de mis vacaciones en Puerto Cabello, comarca natal de mi madre, y durante los muchos años en una Valencia (Venezuela) que solo ofrece una tregua a finales de año cuando llega una “brisa fresca que llega del mar”, como reconoció Codazzi. La diferencia es que aquí, en Europa, con las altas facturas de la electricidad, las bondades inventadas por el señor Carrier y sus aires acondicionados, no es conspicua. Y poco se conoce a este singular inventor, uno de los grandes benefactores de la humanidad, con sir Alexander Fleming y Marie Curie. La invasión africana interesa a toda Europa. Hoy, en París, ha sido el día más caluroso que se recuerda; incluso peor que en 2003, cuando, víctimas de la deshidratación y otros efectos decenas de miles murieron en pocos días. Por lo pronto Milán no se le queda atrás con temperaturas cercanas a los 42°C.
Lamentos (3)
Hamlet:
Ser grande no es actuar animado por una causa importante
sino enfrentarse incluso por una brizna de paja cuando
el honor está en juego. Así, como quedo yo que tengo
para excitar mis sentimientos y mi razón,
un padre asesinado, una madre mancillada y los dejo olvidados.
Mientras que, para mi vergüenza, contemplo la muerte inminente
de veinte mil hombres quienes, por la fantasía de una imaginada gloria
se dirigen al sepulcro como si fuera el lecho, peleando
por un pedazo de tierra donde no cabe un sepulcro
que pueda contener a todos los que serán muertos.
Ah, de ahora en adelante, que mis pensamientos
sean sanguinarios o no sean dignos de nada.
Milán, jueves 25 de julio de 2019
Hamlet (5)
Más que a ningún otro escritor posimperial, traducir a Shakespeare es una empresa tan fascinante como frustrante. Muchos lo hemos intentado con consecuencias más o menos grave. En Francia, le debemos a Víctor Hugo una interesante versión a veces más Hugo que Shakespeare lo cual no deja de ser un bienvenido consuelo. También Gide lo hizo y creo que en nuestros días también Yves Bonnefoy. No recuerdo el traductor de la Pléiade pero si recuerdo como honesta su versión en prosa. No conozco las versiones al italiano, y al alemán la de Schlegel pasa por insuperable, así como su recomendación de dedicar días a cada línea del autor de Romeo y Julieta. En castellano he leído varias no siempre dignas de recuerdo. Algunas demasiado españolas para mi oído suramericano, aunque reconozco, por ejemplo, la seriedad del trabajo del Instituto Shakespeare de Valencia (España). Me interesa la de la Editorial Norma porque formo parte de un proyecto coral para el cual los editores convocaron a conocedores de la obra del Bardo en Latinoamérica. Me invitaron a encargarme de la de Tito Andrónico, pero hube de declinar por razones que no recuerdo y que lamento. Así como cada generación tiene sus clásicos traducidos a la lengua de su tiempo, así debería ser con Shakespeare. Su texto es el más abierto a las variaciones y versiones. Es el verdadero sentido de su obra. Tuvo la suerte de no asistir a la universidad, y de escribir en una época en la cual no existían diccionarios de su parlar materno. Eso es lo que complica su lectura en el original, una circunstancia fácilmente superable con las estupendas ediciones críticas que, desde Samuel Johnson, aparecen en Inglaterra cada cierto tiempo como una especie de homenaje de la tribu agradecida. El fragmento que he intentado traducir lo he puesto en lo que llaman el “español de América”, sin duda más plástico y apropiado. Realizada por un venezolano, solo recuerdo la nunca publicada del doctor Pepe Izquierdo, por desgracia sus dotes como traductor estaban muy por detrás de su destreza como anatomista.
Alejandro Oliveros
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