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Milán, martes 26 de noviembre de 2019
De regreso a esta capital lombarda que, de la manera menos esperada, se ha convertido, desde hace unos cuantos años, en mi “otra” ciudad. Es el centro de mi segunda vida, tan distinta a la primera, que es la que llevo en Venezuela. Todo aquí es nuevo, nueva familia, nuevos amigos, nueva luz y nuevos cielos. Allá todo forma parte de mi vida más profunda, como mi piel, mis recuerdos, mis proyectos y frustraciones. Lo único que no ha cambiado son mis sueños. Las mismas imágenes, con los mismos protagonistas me acompañan, viajan conmigo en mis maletas. No obstante, algunas experiencias han sido estimuladas por estos traslados y desarraigos. La luz de Milán, una luminosidad, especialmente hermosa en invierno, que me ha acercado a algunas intuiciones que no terminaban de desarrollarse en mis trópicos natales. La sensación de desdoblamiento es inevitable. Me siento dos, con dos cuerpos y dos cabezas. Me aferro a los afectos y a la poesía, a la literatura para no dividirme del todo. Mis plumas y cuadernos, que no abandono nunca, me recuerdan a diario que, aquí y allá, soy el mismo, no importa lo que esto quiera decir. De la Antología griega, en su versión al inglés de Loeb Classics, traduje este epigrama, el cual describe, de manera sólo aproximada, lo que siento con estos movimientos del cuerpo, de los blancos huesos, como diría Homero:
De la Antología Palatina. Apócrifo
En castigo por haber criticado
en público su gobierno, Leandro,
bien conocido como tirano,
castigó a Arquises a soportar
seis meses de exilio cada año.
Para Arquises, la vida es ahora
un juego de espejos desdoblados.
La noche se confunde y el cielo
taciturno es un navío extraviado.
Incluso en su sueño de cristales,
Arquises siempre está en el otro lado.
Es penosa la vida en dos mitades,
algo que bien sabía Leandro.
uno se queda sin voz
en medio de dos ciudades.
El lejano e imaginario vate griego refiere una situación no distinta a la mía, que me lleva a vivir en dos ciudades, aunque en condiciones tal vez no tan adversas como las de la víctima del legendario Leandro. No es mi caso, pero las consecuencias, eventualmente, pueden ser parecidas. Vivir aquí y allá puede ser como no vivir ni aquí ni allá.
Pierre Soulages
En el avión que me trajo desde Maiquetía, nueve horas dedicadas al perdido placer de leer periódicos de todo el mundo. Entre ellos, Le Monde, concebido para ser leído en largos viajes trasatlánticos o en las tardes de dilatado ocio existencial en los cafés de Saint-Germain-des-Prés. En su edición del fin de semana, una larga, y no precisamente memorable, entrevista al centenario Pierre Soulages, el más interesante de los artistas franceses de su generación. A sus cien años, mantiene una envidiable memoria y una admirable capacidad de trabajo: “Lo que más me sorprende a esta edad es que todavía siento un enorme placer cuando pinto. ¿Qué quiere decir pintar? La gente imagina que se agarra un pincel y colores y ya… Pintar es más que eso. Es algo que exige concentración, reflexión, ensayo y luego puede que surja una pintura. Esto me ocurre con frecuencia. Yo vivo así y es lo mejor. Esto me mantiene con vida”. Hay no poco de enigmático en la obra y figura de Soulages. Una fina ironía, una serena inteligencia y un escondido significado recorren todo lo que hace. Fue uno de los primeros exponentes del abstraccionismo de postguerra y miembro de una notable generación de maestros venidos de muchas partes a Francia después de la catástrofe: Zao Wo Ki, de China; Hans Hartung, de Alemania; Nicolas de Staël y Serge Poliakoff, de Rusia; Wols, de Alemania; Vieira da Silva, de Portugal. Y de Francia, entre tantos, Soulages y Alfred Manessier, este último vencedor en el Salón Internacional de la ciudad de Valencia (Venezuela) en 1955, con una bellísima tela. Un sector de la ingente producción de Soulages debe leerse como una sinfonía de negro sobre negro, color o no color, al cual dedicó décadas de investigación que prefiguraban a artistas contemporáneos como Anish Kapoor. Soulages pasa parte del año en la ciudad occitana de Sète, donde estuve por un par de semanas sin dejar de buscarlo con más esperanzas que resultados. Es una expresión de su vocación de síntesis que, justamente él, el pintor que más se ha dedicado a explorar las posibilidades del negro haya escogido una de las ciudades más luminosas de Francia para pasar parte de sus días.
Milán, miércoles 27 de noviembre de 2019
Continúa el elegante gris milanés cubriendo en horas de la mañana el perfil de esta capital lombarda. Un paisaje urbano suspendido, inmortalizado por la fotografía de los grandes neo-realistas como Antonioni en El eclipse. A pesar de todo, no son grises deprimente y pueden ser más bien excitantes. Como lo descubrió Joseph Brodsky, experto en nieblas, como buen ruso, al escribir de Venecia. Un poco de sol, sin embargo, gracias al programador de Radio Classica Milano, quien ha escogido el hermoso “Joropo” de Antonio Lauro para iluminar esta mañana del agotado mes de noviembre de 2019.
Jacobo Borges
Mientras Soulages celebra sus cien años, el no menos inquietante y querido Jacobo Borges lo hace con sus ochenta y ocho. A Jacobo lo he tenido siempre presente desde mi juventud primera en Valencia, ciudad a la que frecuentaba para cumplir con sus compromisos docentes en la Escuela de Artes Plásticas “Arturo Michelena” dirigida por el maestro Braulio Salazar, cuya amplitud permitió que tanto Eugenio Montejo como yo iniciáramos nuestras carreras docentes en sus aulas. Además, Jacobo trabajó con el notable director de teatro Eduardo Moreno en el montaje de Experimento No.1, con experiencias escénicas que luego serían desarrolladas en Imagen de Caracas. No obstante, no han sido sus actividades como artista o escenógrafo las que he tenido presentes en estos días, sino su amor por la lectura. Durante sus años en Alemania hizo amistad con el austríaco Peter Handke, el reciente premio Nobel de Literatura, algunos de cuyos libros, en sus versiones al francés, fueron amistosamente dedicados a Jacobo por Handke. Y es justo que sea así, pues un sector, el que más me atrae de la iconografía del maestro venezolano, guarda una serie de afinidades electivas con los trabajos de los mejores plásticos germanos del siglo XX.
Antey-Saint André, sábado 30 de noviembre de 2019
Por el fin de semana en este valle alpino no muy distinto a los cantados por C. F. Ramuz en sus narraciones y poemas. Hoy, un tiempo de lo más grato con una luminosidad transparente que envuelve las montañas como un regalo. Hasta hace una semana, me cuenta Constanza quien, con Alejandro, ha estado aquí varias veces, se podía ver el ganado pastando en los verdes para ser luego recogido por los pastores con sus perros y llevados los establos en lo más plano del valle. La luz de hoy es absolutamente líquida como el agua fresca de estos arroyos. Al final, se levanta con elegante majestuosidad alpina Mont Cervino, una de esas imágenes típicas de los Alpes. La alta montaña, como el alto mar, propicia esas situaciones límite de las que hablaba Jaspers. Se piensa en los grandes temas, la existencia, el arte, la muerte, la poesía, el amor con sus dones y miserias, También en la libertad, porque los hombres de la montaña, como los marineros, son intransigentes cuando se trata de mantener sus derechos.
Antey-Saint Andre, domingo 1 de diciembre
La niebla se ha apoderado del valle y ha borrado de la visual los altos montes, incluyendo el orgulloso Mont Cervino. La blanca cortina condensada desciende de las alturas ingiriendo todo lo que encuentra a su paso. Una experiencia inquietante. No se trata de la neblina milanesa, que no desciende ni llega de ninguna parte, está allí, cuando se presenta, como un habitante más. Puede impresionar por su espesura y la lentitud de sus movimientos de zoología fantástica, pero no hay nada de metafísico en todo esto. Nada de alegórico que es lo que sentimos aquí, donde uno siente ser extranjero, el embarazo de pisar un lugar que no nos pertenece. Hoy el blanco alpino ha descendido una vez más para recordarnos quién es el verdadero señor de estas cumbres, algo que por un momento pareció olvidar el magnífico Manfredo byroniano.
Alejandro Oliveros
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