Diario literario

Diario literario 2019, abril (parte V)

Izq: retrato de Dostoievsky por Vasily Petrov. Der: Retrato de León Tolstoy por Ilya Repin

04/05/2019

Caracas, viernes 26 de abril de 2019

¿Tolstoy o Dostoievsky?

Durante esta lluviosa mañana de finales de abril, interesante conversación con uno de mis estudiantes sobre la más conspicuas de las polarizaciones de la literatura rusa: ¿Tolstoy o Dostoievsky? Sobre el asunto se ha escrito bastante y casi siempre bien. El más difundido ha sido el inevitable George Steiner, con su libro temprano del mismo título. El conocido crítico llegó en estos días a los noventa años, y el encargado de la nota conmemorativa para el FAZ ha sido Durs Grünbein, el más influyente de los poetas alemanes de la actualidad, autor del deslumbrante Descartes en Alemania (cuarenta y dos cantos para un total de dos mil versos!) Después de recordarnos lo que recordó el mismo Steiner en su autobiografía, esto es que su abuelo fue el primer editor del Wozzeck, de Büchner; Grünbein concluye su eulogio con una afirmación que no debe sorprender: “(GS) sólo se siente realmente en casa con los poetas” (Nur bei den Dichtern fühlte er wirklich zu Haus). Una hospitalidad que no siempre ha sido bien correspondida por el cumpleañero, cuando se empeña en afirmaciones tan dislatadas como la de asegurar que la  Todesfuge de Celan, no precisamente su mejor poema, sería sólo comparable al Cantar de los cantares.

Caracas, sábado 27 de abril de 2019

Anne Brontë

En el famoso retrato de las hermanas Brontë realizado por el hermano, Patrick Branwell, Anne es la primera a la izquierda; con sus arqueadas cejas y la mirada fija en el duro destino que le tocaría vivir. La tensión del rostro más cerca del dolor y el grito que de la placidez resignada de Charlotte y el asombro huérfano de Emily. Todas las Brontë escribieron poesía, pero el favor de los lectores, no siempre digno de confianza, ha desconocido esta producción, tan exigua por lo demás, y ha preferido las grandes novelas como Jane Eyre o Cumbres borrascosas. La novela es un género burgués, la lírica  no. Las poesía completas de las Brontë fueron recogidas en 1846 en un volumen publicado por las tres hermanas con sus respectivos  seudónimos, Poems by Currer, Ellis and Acton Bell, todos nombres masculinos para que el proyecto no fuera rechazado (Charlotte 19 textos; Emily y Anne 21). Sería una exageración decir que fue un éxito editorial, en el primer año se vendieron apenas dos ejemplares.

El período que va de 1848 al ’49, fue un tiempo negro para la familia Brontë. En menos de diez meses, siempre de tuberculosis, mueren Patrick (31 años), Emiliy (30) y Anne, la menor (29). Poco después de esta muerte, el 4 de junio  de 1849, Charlotte, la única de las hermanas sobreviviente al Annus horribilis, escribió a una amiga: “Su lucha contra la muerte no fue la  más difícil. Su muerte fue cristiana y serena; y no me partió el corazón, como ocurrió con la de Emily, cuya muerte no entendí. Quería que siguiera a mi lado, y todavía lo quiero. Pero  Anne parecía destinada desde la infancia a una muerte prematura.

Caracas, domingo 28 de abril de 2019

¿Tolstoy o Dostoievsky? (2)

Ayer, en un ambiente menos lluvioso y más grato, retomé la conversación sobre las poéticas enfrentadas de los dos grandes narradores rusos. Después de confesar mi inclinación por la del autor de Anna Karenina, propongo la más irrefutable de las salidas: Alexander Pushkin. Le recuerdo a mis estudiantes que sin el gran poeta, ni Tolstoy ni Dostoevesky habrían escrito como lo hicieron. En Pushkin se funden, de una manera mágica, todos los atributos de las tendencias apolíneas y dionisíacas de la literatura, que serían prolongadas por Tolstoy, en el primer caso; y Dostoeivsky en el segundo. Nada parecido en las modernas literaturas europeas. Sólo Shakespeare y Cervantes o Camoes y Dante son manifestaciones parecidas en sus ámbitos linguisticos a Pushkin. Ni Tolstoy ni Dostoievsky dejaron de reconocer su deuda. En La guerra y la paz se reiteran las alusiones al gran poeta; y, por su parte, Dostoievsky, con Turguenev, estuvieron a cargo de los discursos conmemorativos de los ochenta años del nacimiento del autor de Eugene Onegin. A propósito, le reitero a mis estudiantes que la ópera de Tchaikovsky, del mismo nombre, es una de las mejores maneras de acercarse al genio de Pushkin.

Las hermanas Brontë por Patrick Branwell Brontë

Valencia, lunes 29 de abril de 2019

Anne Brönte (2)

No siempre es tarea fácil distinguir la autoría de los poemas de las hermanas Brontë; sin embargo, me gusta creer que los de Anne expresan de una manera más diáfana eso que los románticos llamaron the true voice of feeling (“la verdadera voz del sentimiento”). Aunque escrito hacia 1845, al final de la saga romántica (Byron había muerto en 1824); el tono y las imágenes, la angustia existencial en su deriva religiosa, el weltschmerz (malestar del mundo),  que encuentro en la poesía de Anne, son atributos de la mejor lírica del período.

 Retiro 

Déjenme sola unas horas
Ahora que nada humano me rodea,
Quiero en voz alta cantar
Sin que nadie me oyera.

Aléjense sueños de felicidad en esta tierra
Con sus necesidades mundanas,
Quisiera estar sola, alejada
De dolorosos pensamientos.

Sumérgete en este brillo del día,
Oh, espíritu mío y deja las penas
De la tierra, extiende tus alas
Y permite a Dios ser tu compañía.

Valencia, miércoles 1 de mayo de 2019

Anales de la revolución

Como se sabe, más estragos han causado las ideologías que todas las pestes y epidemias de los últimos doscientos años. Poblaciones enteras, comunidades, etnias, países han desaparecido frente a los dictados de una falsa conciencia. A todo lo largo del XX, las ideologías de derecha e izquierda sustituyeron a la moral a la hora de tomar decisiones. No era bueno o malo lo que uno consideraba que era bueno o malo; no éramos llamados a este tipo de consideraciones; lo que era bueno para el fascismo, nazismo o comunismo era lo bueno, todo lo contrario era malo. No importa cuán criminal fuera el resultado; todo tenía que estar al servicio de ese conjunto ideas perversas. Durante un tiempo, a partir precisamente de 1989, creímos en la muerte de las ideologías. Nuevos males sociales tenían que ser enfrentados para evitar una recaída del mal. Sin embargo, como la historia es así, impredecible, he aquí que en un país petrolero de la periferia, que se había mantenido a salvo, por la voluntad de sus habitantes y líderes, de estragos ideológicos, reapareció la ideología en toda su perversión. Veinte años más tarde, el régimen agónico que fue instrumento de la deriva totalitaria, desprecia, una vez más y como siempre, le bien public y se defiende de la única manera que conoce, despreciando la justicia y promoviendo el crimen y la muerte.

Pushkin

Ningún poeta más romántico que Alexander Pushkin, acaso Byron, su modelo y maestro. Como el gran vate británico, Pushkin se alimentaba de dos ilusiones: morir de manera heroica, como Aquiles, en el campo de batalla; o, también joven, lejos del mundanal ruido, de las cortes y palacios carcomidos por la decadencia y perversión. A Byron le fueron negadas estas aspiraciones, y a Pushkin también. De lo primero, fue eximido por su comportamiento irregular que lo alejó del glorioso ejército zarista. De la segunda de las utopías, que mantuvo viva hasta el final, lo privó la bala helada de un insolente oficial de origen galo en un duelo suicida. No quería para sí mismo, este descendiente de una de las familias más antiguas de Rusia, que la vida en el campo, donde había transcurrido parte de su infancia y sus años de destierro de la corte. En el poema que reproduzco, escrito pocos meses antes de su muerte, se reitera el anhelo rousseauniano por una Arcadia extraurbana que se extiende, con la velada necrofilia del movimiento, a la geografía del cementerio. En una carta a su esposa, la fatal Natalia Nikolaevna, enviada en 1934, tres años  antes de su fin, el poeta aludía a las mismas imágenes: “Si yo muriera hoy ¿qué pasaría contigo? Es un flaco consuelo que me entierren en un pequeño sarcófago en el atestado cementerio de San Petesburgo, en vez de las cercanías de una iglesia, en un espacio abierto, como corresponde a una persona decente”.

Cuando, absorto en mis pensamientos, camino por las afueras de la ciudad y llego hasta el cementerio público -con sus veredas, pilares y tumbas limpias y ordenadas, debajo de las cuales yacen los muertos de la ciudad, apretados, uno al lado del otro en la tierra húmeda, cómo ávidos invitados en la mesa de un pordiosero, los mausoleos de alto oficiales y rico comerciantes, los ornamentos de mal gusto de torpes artesanos, y los epitafios en claros versos y en prosa que exaltan sus virtudes, logros y servicios, la anciana viuda que lamenta al infiel enterrado, pilares despojados de sus urnas, la tierra removida y blanda que espera por los inquilinos de mañana-, me entristece pensar en la vanidad humana, la melancolía se adueña de mi ánimo y siento la necesidad apremiante de huir, Ah, pero cómo amo estas hojas doradas del otoño, cuando el cielo duerme como los muertos, disfruto tanto caminar en la tierra de mis antepasados que es la misma del humilde cementerio del pueblo, donde hay espacio para tumbas más simples, y los ladrones en medio de la noche no las profanan, y a su paso lento el campesino dice una oración, murmura y suspira mientras camina entre las lápidas antiguas, sencillas y cubiertas de moho; y en lugar de urnas y pirámides con sus gracias y ángeles sin nariz y mutiladas cariátides, se extiende la amplia sombra de un roble con la música primordial del viento entre las hojas…

(La versión al castellano ha sido realizada a partir de las traducciones al inglés de Avril Pyman en Progress Publishers Moscú 1974, y Babette Deutsch en The Modern Library 1964).

Caracas, jueves 2 de mayo de 2019

Espanto en las cumbres

Existen libros de los cuales hemos oído hablar tanto que creemos haberlos leído. Me ha ocurrido en varias oportunidades pero nunca de manera tan dramática como con la novela La grande peur dans la montagne, traducida al castellano como Cumbres de espanto, y publicada en una decente edición de bolsillo por Plaza&Janés hacia 1968. La compré durante esos días y postergué su lectura de la manera más lamentable. Recuerdo que me lo recomendó con entusiasmo mi amigo y director de la Escuela de Bellas Artes “Arturo Michelena”, donde yo enseñaba, Humberto Jaimes Sánchez. Después de unos años, dejé por un tiempo la docencia en la escuela y me dediqué a estudiar literaturas anglosajonas. A nadie, durante muchos años, volví a escuchar hablando del libro o de su autor, el suizo Charles Ferdinand Ramuz. Y hasta el día de hoy, cuando escribo estas notas, sigo sin leer o escuchar nada sobre el narrador suizo que fuera tan leído en una época. Por mi parte, se me había “olvidado que la había olvidado”. Hasta ayer, cuando de la manera más inesperada, mientras buscaba mi edición en inglés de las cartas de Pushkin, saltó a mis manos un libro de bolsillo todo en rojo con letras blancas donde decía: La peur dans la montagne. Grasset. No recordaba que lo tenía en mi destartalada biblioteca y, superada una fugaz duda, me di cuenta de que no lo había leído ni en castellano ni en francés. Después de leer las primeras ochenta páginas, me hace feliz saber que el maestro Jaimes Sánchez tenía razón, y que se trata de una lectura insoslayable, que sólo mi estulticia ha podido postergar durante tantos años. Y que sobre Ramuz, Albert Beguin en su El alma romántica y el sueño, escribió: “El poeta nombra los objetos y hélos aquí transformados, restituidos a su realidad. Ramuz, Claudel, los maestros de esta evocación de lo concreto, no son distintos de los poetas que comenzaron por querer despedirse de lo sensible; ellos también ven el mundo a través de un gran sueño”.

O de una gran pesadilla, que es lo que parece ocurrir en la narración de Ramuz. Una partida  de seis pastores y un niño, desoyendo las advertencias de los “viejos”, asciende  unas cumbres con setenta reses para alimentarlas durante tres meses en la rica pradera alpina. Desde las primeras páginas nos enteramos que veinte años antes, en un episodio que hasta ahora no han referido, varios ciudadanos del poblado  perdieron la vida en misteriosas circunstancias. La prosa de Ramuz se adapta a la lengua de los pastores, entrecortada, reiterativa, llena de arcaísmos y con la sinuosidad de Poe a la hora de describir el horror. Un texto tenso y crispado, lleno de presagios y aires proféticos que no  hace esperar nada bueno para los protagonistas. Como cuando leemos una historia que se desarrolla en la griega Tebas, de estas cumbres de Ramuz no cabe esperar sino una tragedia colectiva. La inmediatez de sus descripciones de la geografía espiritual del mundo enrarecido de las alturas recuerda la de Knut Hamsun,  otro gigante olvidado por los caprichos de la modernidad.


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