Literatura

Diario de Milán: octubre 2018 (parte III)

La gran ola de Kanagawa, por Katsushika Hokusai

03/11/2018

Milán, martes 30 de octubre de 2018

Diarios a diario

La recepción de los Diarios está llena de contradicciones y paradojas. En principio, cuando se publican de manera fragmentaria, son aparentemente bien leídos y comentados. No obstante, al menos es la opinión de los que manejan las editoriales, cuando aparecen en forma de libros, las pocas veces que se aventuran a hacerlo, las ventas no se corresponden con las expectativas. De este modo, “nadie quiere publicar diarios”. Tengo un largo prontuario en este ingrato aspecto  del mundo literario. Soy autor “profesional” de diarios literarios que ninguna casa editorial se anima a incluir en sus catálogos. La certeza de que no se trata de algo personal es un flaco consuelo. A pesar de que me debo considerar afortunado, porque más de una docena de ellos han alcanzado a ser editados. Y lo han sido por condescendencia, solidaridad o afecto, sin considerar el aspecto poco remunerativo de la empresa. El escaso entusiasmo por la publicación de diarios se extiende, con cruel unanimidad, por todo el ámbito de la lengua. Si en Hispanoamérica poco se publican, en España lo son aún menos. Una de las razones es que lo mejores escritores peninsulares no han sido inclinados a la escritura de diarios. No conozco, si los escribieron, los de Antonio Machado u Ortega. Y el muy irregular de Juan Ramos, aun recién casado, no es un diario sino una colección de poesías. Y antes de ellos, a todo lo largo del XIX, no se publicaron grandes diarios en España, por la sencilla razón de que la literatura hispánica del periodo no fue grande en nada. Uno de los asuntos más patéticos y traumáticos para aquellos que, como yo, escribimos diarios a diario, es que al final del año, ya está listo para ser publicado un nuevo libro que seguramente nunca lo será, y terminara su existencia, como los personajes de Pirandello, ya no en busca de autor, sino de editor.

Cuatro virtuosos: Baremboim, Brendel, Ashkenazy, Pollini

En Radio Classica Milano, el piano siempre inteligente de Maurizio Pollini. Solo una vez he tenido el privilegio de escucharlo en persona. Fue a finales de 1980, en un festival de virtuosos, casi todos jóvenes, presentados en la augusta acústica del Carnegie Hall. El primero de ellos fue Daniel Barenboim, empeñado en convencer al público, de algo que ya suponíamos, de que se trataba de un excelente pianista. Luego Alfred Brendel, reflexionando frente el teclado sobre las posibilidades de asumir a Beethoven, a partir de una de sus sonatas tardías, como el verdadero Bardo de la psique alemana; al final no parecía muy convencido. El tercer solista, Vladimir Ashkenazy, se entregaba a los placeres del texto alucinado de Scriabin, abstraído y fascinado. Por fin, Pollini, en inolvidable diálogo con el Schonberg predodecafónico, más preocupado por las inconsistencias de Mathilde, que por un nuevo sistema de notación. El brillante pianista italiano lo escuchaba mientras el maestro austriaco hablaba de sus mortificaciones conyugales. Y esa es una costumbre de Pollini, no importa si se trata de Chopin o Alban Berg. Siempre escucha a sus autores, no solo la música que escriben sino las palabras que le dicen al que quiera oírlos.

Alemanes

Hablando de Brendel y Beethoven. Hace poco, en los espacios infinitos del Hangar Biccoca, regrese a la contemplación de una de las telas más inquietantes del inquietante Anselm Kiefer. Se trata de Die deutsche Hilfslinie, algo así como “Los guías de Alemania”, una gigantesca tela inspirada en Caspar David Friedrich, donde un solitario personaje, de espaldas, en el centro de la composición, enfrenta un extraño bosque nevado y hostil.  Un espacio cerrado, con mucho de gótico, donde se pueden leer los nombres que han formado y deformado la conciencia alemana. Gente como Marx, Schopenhauer, Jung, Heidegger, por supuesto; Wagner, Goethe, Bachmann, Schiller, Adorno o Witgenstein. Todavía una de las mejores aproximaciones a la obra del formidable artista alemán, es la del profesor de la Escuela de Letras de la UCV e insigne junguiano, Rafael López-Pedraza. Por mi parte, le dedique a Kiefer un par de trabajos hace cerca de veinte años. Uno, a partir de su  estupenda exposición sobre la cábala, en la capilla de la Salpetriere parisina. Y el otro, sobre una muestra en Nueva York, donde se incluían unas enormes telas, algunas dedicadas  a Ingeborg Bachmann, “Bohemia está a orillas del mar”.

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Milán, miércoles 31 de octubre de 2018

Hoy es Halloween y en la escuela de Alessandro han preparado un desfile de disfraces. Allí lo deje temprano esta mañana con su traje de Drácula en el bulto, esperando por un juego de afilados colmillos que debe llevarle Constanza. Yo, siendo sus compañeritos de clase, tendría mucho cuidado de acercarme a esta peligrosa encarnación del conde transilvano.

Clásicos alemanes

Nada más admirable, interpretando libremente a Hegel y tal vez a Sócrates, que un hombre admirable. Ya el solo hecho de que sean tan raros, debe mover a la admiración. Todo parece indicar que Luciano Canfora, docente de la Universidad de Bari, es uno de ellos. No contento con ser uno de los espíritus más vigilantes de la Italia contemporánea, y de haber dedicado su vida a la docencia, es además uno de los más respetados especialistas mundiales en la antigüedad greco-romana; y, seguramente, el más revelador comentarista de Tucídides. Pero no se han limitado a las aulas y bibliotecas sus actividades, sino que, desde hace varios años, es el principal animador de la ediciones de gran tiraje, patrocinadas por Il corriere della sera, dedicadas a los grandes textos fundadores. Hace una década fue uno de los editores de los “Clásicos del Pensamiento Libre”, que reunió impecables  ediciones bilingües de obras de Esquilo, Eurípides, Apuleyo o Cicerón. Este ano bendito, aunque solo sea por esta nueva iniciativa, aunque no solo por esto, (estar vivos debería ser la más importante), Canfora, con otros distinguidos estudiosos italianos, dirige, también para Il corriere, la serie Letteratura Storia Civilta, la cual, con aparición semanal, ofrecerá a los lectores, en veintiséis tomos, un compendio de la cultura occidental desde sus inicios hasta la Edad Media con la aparición del vulgar. De los cuales veintiséis, ya han sido publicados dos: La polis. Dall’epica omerica all’enciclopedia aristotelica del sapere (473pp) y L’ellenismo. Egemonia e diffusione della cultura greca (848pp). Del primero es el interesante estudio del profesor Diego Lanza sobre los orígenes de la poesía dramática. El asunto es tal vez el más frecuentado por los filólogos y clasicistas. Y no es para menos. La tragedia fue la única expresión literaria en cuyo origen no se contó con la asistencia de los dioses. Como se recuerda, el mismo Homero tuvo que solicitar la ayuda de los inmortales cuando se propuso contar y cantar lo de Troya: “Canta, oh diosa (la musa), la cólera del pélida Aquileo”. Los mismo con Píndaro y Safo, máximos exponentes de la poesía lírica, los cuales tenían al gran Apolo a mano en caso de dudas. Pero nunca escucharemos a Esquilo pidiéndole, a cualquiera de los olímpicos, que lo ayude a  contar y cantar  los ominosos sucesos de Argos. Tal vez por esto la tragedia sea una manifestación exclusiva del genio ático. No solo no hubo teatro en Egipto o Babilonia, es que tampoco lo hubo en la no tan remota Esparta. Sólo a los atenienses, al parecer, les apasionaba el teatro. El profesor Lanza discretamente reconoce las limitaciones del conocimiento actual a la hora de intentar una tesis firme sobre los inicios de la actividad. Menciona a Heródoto y, por supuesto, a Aristóteles, pero nos recuerda  que eso no es suficiente. Y uno termina de leerlo afianzado en la convicción de que de los orígenes de la tragedia, como de tantas otras cosas en Grecia, lo único que sabemos es que nada sabemos. En el mismo primer volumen, Francesco Bertolini, en Il palazzo: l’epica, revisa las recientemente cuestionadas teorías de Milman Parry sobre la oralidad en Homero. Del segundo tomo apenas si he leído el ensayo de Luigi Lehnus sobre Calímaco, y recordé que en el primero de estos diarios, el correspondiente a 1995, le dedique largas páginas al gran vate alejandrino.

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Milán, jueves 1 de noviembre de 2018

Acqua alta

Mal tiempo en toda la península, con temporales en Liguria y devastadoras inundaciones en Venecia; la célebre, por lamentable, “acqua alta”, que ha venido erosionando los fundamentos de la flotante Serenissima ante la corrupta indiferencia de sucesivas administraciones. De denunciar la situación, de manera reiterada, se ha encargado, entre tantos, la escritora norteamericana de policiales Donna Leon, cuyo protagonista, el comisario Brunetti, se encarga de investigaciones en su nativa Venecia. La Leon es implacable con los manejos mafiosos y sus vinculaciones con la política, responsables de los más retorcidos proyectos para evitar las marejadas en la ciudad. Entre otros,  el faraónico Mose. Un sistema de gigantescas compuertas que regularía el flujo de las aguas del Adriático hacia la laguna. Y que, aun desde antes del inicio de su construcción, había sido denunciado por costoso e ineficiente. La opinión científica, como bien puede y suele suceder, fue desoída y se impuso la voluntad interesada del premier de turno, el inefable Silvio Berlusconi. Donna Leon, de la cual acabo de terminar Uniform Justice, no ha permitido que sus novelas, casi siempre best-sellers, sean traducidas al italiano, eximiéndose de las seguras ganancias por las ventas: “Prefiero ser desconocida en este país, y especialmente en Venecia, donde vivo desde hace años. No quisiera perder la confianza de mis vecinos”. Mientras, el proyecto Mose, como lo predijo la prensa seria (incluyendo un largo informe de The New Yorker publicado hace más de veinte años), sigue dando muestras de su incapacidad para controlar los reiterados episodios de “acqua alta”, como el que castiga a Venecia, que, no obstante,  “flota sobre las aguas como una mentira”.

Hokusai y Debussy

Angelo Alayón, uno de mis estudiantes y director-fundador de Prodavinci, me hace llegar una noticia reveladora. Para la que seguramente fue la primera  grabación del texto sinfónico La mer, Debussy habría escogido “La gran ola de Kanagawa” de Katsushika Hokusai para ilustrar la portada. La influencia de las estampas japonesas en el origen del arte moderno no podría ser exagerada. Para la invención de una nueva perspectiva, una que viniera a sustituir la tan influyente de Brunelleschi-Masaccio, Manet adapto la perspectiva “plural” de los maestros orientales, y abrió el camino a las posibilidades de una perspectiva “plana” y multifocal. Para recordar la gran influencia de esta iconografía, Manet  de incluiría una estampa  en su “Retrato de Zola”. Todavía en los tiempos post-impresionistas, Van Gogh se dejó influir de modo reiterado por los diseños de los pintores nipones. El inquietante torbellino de “La noche estrellada”, debe leerse como una versión de “La ola” de Hokusai, y así se lo sugiere al hermano Theo en una de sus cartas. De acuerdo a la información oportuna de Angelo, Debussy no fue menos impresionado que el atormentado holandés por el famoso icono, tanto como para incluirlo en la edición de la que sería la más conocida de sus obras sinfónicas. No dice la noticia si ese otro maravilloso cantor del mar que fue Charles Trenet sintió también la gravitación de la célebre imagen cuando escribió su memorioso “La mer”.

Zapatero a tus zapatos

Cuenta Tito Livio que en una oportunidad, Apeles, el más grande artista de los que en el mundo han sido, puso a secar una de sus pinturas en una de las ventanas de su casa. Desde el interior, pudo escuchar cuando un zapatero, al ver el trabajo, criticó el diseño de las sandalias que aparecían en el cuadro. Apenas pudo, el maestro retornó a la obra y enmendó las sandalias de acuerdo a los comentarios el improvisado crítico de arte. De seguidas regreso la pintura a la ventana y continuó con su trabajo. Al poco tiempo habría de escuchar al mismo zapatero que esta vez criticaba el dibujo de las manos. Esta vez, cuenta Livio, Apeles se asomó a la ventana y profirió justa y celebre sentencia: “Zapatero a tus zapatos”. Pienso en Apeles, con frecuencia lo hago, al leer las opiniones recientes de Noam Chomsky en las cuales reconoce el fracaso de su una vez admirado chavismo, que había llevado la situación económica venezolana al desastre profundo. No obstante, con arrogancia de mandarín académico, agrega que no era el equivocado, sino los revolucionarios criollos que no supieron adaptarse a sus recomendaciones. Habría que recordarle al ilustre profesor del MIT la sencilla e irrefutable sentencia de Apeles: “Linguista a tu linguistica”.

Cuaderno de Milán

Esta es una versión del primer texto de lo que sería la Tercera Parte de mi Cuaderno de Milán.

DESPUÉS DE LA LECTURA DE JORGE MANRIQUE

 Nuestras vidas son las naves
que van en busca de la mar,
a cumplir con su destino
que será siempre naufragar.
Con viento en popa a toda vela,
o sin esa fortuna al zarpar,
cada día el sol nos despierta
para salir a navegar.

Como en Grecia hiciera Ulises
sin saber bien donde llegar.

Memorias del diario

En 1995 a mi madre, de sesenta y cinco años, le fue diagnosticado un cáncer terminal. No encontré otra manera, digamos, de sobrevivir a la noticia, que a través de largas  lecturas (La montana magica, entre ellas, por supuesto) que comentaba en un inesperado diario que comencé a escribir apenas me enteraron del diagnóstico. ¿Quién que es no ha escrito un diario? El mío, como el de la mayoría, había sido hasta ese momento lo que llamo un seudo-diario, un cuaderno al cual se va de cuando en vez o de vez en cuando. Pero esta vez, sin proponérmelo, veía como la situación de dolor y llanto de mi  madre, me llevaba a refugiarme todas las tardes en un cuaderno accidental. Lo llame Diario literario, porque de eso, en buena parte, se trataba. De comentarios a lo que iba leyendo todos los días. Una manera, como cualquier otra, de alejarme de la realidad ingrata. Además, seguía el ejemplo de Paul Léautaud, que así había llamado a su magnífico trabajo. El cual me había sido revelado, mucho antes, por un magnífico ensayo publicado por José Bianco en Plural, la revista de Paz. Me reveló Blanco, además, que un diario, como una obra de teatro, una novela o una colección de poemas, podía ser una gran obra literaria. La misma necesidad que tenia de escribir todos los días fue la que sentí por comunicarme con un eventual lector. Así, comencé a publicar mis notas todos los domingos en los diarios de la Valencia venezolana hasta el mes de diciembre de aquel ano ingrato de 1995, cuando mi madre finalmente murió. No tenía noticias de que con anterioridad, en Venezuela o en otro país de habla castellana, se hubiese hecho algo parecido. Los diarios siempre han sido sinónimo de intimidad, de secreto. Y he aquí que yo enteraba a mis contados lectores no solo de lo que leía, sino de la fatal evolución de la enfermedad materna. Todo diario es impúdico y yo insistía en esa deriva. Al año siguiente lo publicaría en forma de libro y así comenzaría mi incursión en la escritura de estos diarios que no terminan. No obstante, la ausencia del país natal la mitad de cada año, ha reanimado  esta necesidad de comunicarme, habida cuenta que aquí, en Milán, fuera de la familia (mi hija y mi nieto), y de algunos remotos amigos productores de vino, no tengo con quien tomarme un café y mucho menos un Macallan. Ahora que termino estas notas, que debo entregar para su publicación en una página virtual, siento la ausencia del eventual lector para el cual, a partir de mañana ya no tendré tan cerca. Lo mejor, en estos casos, fue lo que hice en 2009, también para Prodavinci, es decir publicar en la pagina virtual a medida que escribía mis notas durante los 365 días del año. Es una experiencia irrepetible, que te lean apenas horas de haber puesto el punto final en una pagina. Por lo pronto, me alegra saber que, Dios mediante, dentro de dos días, algún “semblable” estará leyendo estas líneas y de que, después de todo, no estoy tan aislado como llego a sentirme en ocasiones en medio de la niebla milanesa.


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