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Milán, miércoles 6 de junio de 2018
Siempre he sido consciente de que algunos libros nunca formarán parte de mi biblioteca, para llamar de alguna manera al acopio caótico de libros que rodean mi mesa de trabajo. Por ejemplo, los trece tomos de la edición completa de La rama dorada. Nunca olvidaré la irrepetida ocasión en la cual tuve ante mis ojos este monumento a la erudición. Y eso ocurrió hace cuarenta años, en la tienda de un librero judío de Greenwich Village, al cual me he referido en otro de estos cuadernos. Otros es la Moralia de Plutarco en los innumerables tomitos verdes de versión bilingüe de Loeb Classics. O la Correspondencia completa de Voltaire en la Pléiade de la cual sólo alcancé a reunir cuatro volúmenes. Y así con las Obras completas de Nietzsche en italiano, con sus ingentes Fragmentos inéditos, editadas por Giorgio Colli. A esta lista de tragedias se suman ahora las Obras completas de Petrarca, editadas por Belles Lettres en edición bilingüe latín e italiano-francés. En un ejercicio de masoquismo literario, reproduzco aquí el plan de la edición:
I. CARTAS FAMILIARES. RERUM FAMILIARIUM. Vols 1-6
II. CARTAS DE LA VEJEZ. RERUM SENILIUM. Vos. 1-5
III. AFRICA Vols. 1-2
IV. CANCIONERO RERUM VULGARIUM FRAGMENTA
Catorce hermosos tomos sin los cuales uno no sabe cómo puede seguir con vida.
Hegel, Venezuela y la tragedia griega
Pocos, como Hegel, han sabido entender el fenómeno de la tragedia griega en toda su absurda esencia. De acuerdo con el autor de la Fenomenología, quien en sus ratos de ocio se ocupaba de traducir los dramas de Sófocles del alemán al griego, el hombre o la mujer se convierten en personajes trágicos cuando el destino los coloca en una situación sin salida. Como es el caso de Antígona, su heroína paradigmática. Esta hija de Edipo, si obedecía las órdenes del rey de no dar entierro al cadáver de su hermano, abandonaba las obligaciones de una tradición milenaria provocando el malestar de los inmortales. Si, por el contrario desconocía la disposición del soberano, actuaría contra las leyes y sería castigada con la pena de muerte. Como se ve, no había alternativa para la princesa tebana. Algo parecido ocurre con Venezuela, una vez que la arbitrariedad de la tiranía imposibilita cualquier salida institucional, abriendo las puertas para una alternativa al margen de la constitución. Como Antígona, no puede permitirse reconocer la tiranía por inconstitucional. Pero, al no reconocerla, se aparta de la legalidad. La sensatez quiere que, entre dos males, se escoja el más apartado del mal radical del que habla Hanna Arendt. Y no hay que ser Hegel para saber cuál es.
Balada No. 1 OP. 23
Uno de los tantos signos del cambio de la sensibilidad occidental notable en los últimos años, es el nuevo reconocimiento de la grandeza de Frédéric Chopin. Durante décadas, a partir de la segunda post-guerra, la ideología de la modernidad, con necia prisa, lo consideró un compositor menor, sentimentaloide, bueno para adolescentes despechadas o ancianas memoriosas. Ni siquiera sirvieron las heideggerianas interpretaciones de Arrau para modificar este criterio. Los primeros signos del mencionado cambio se presentaron a finales del novecientos. Y el protagonista de esta transformación, o uno de ellos, fue Maurizio Pollini, el cual, en una serie inolvidable de grabaciones para Deutsche Gramophon (24 Préludes Op.28 o Klaviersonaten Nos. 2&3) propuso una “reelectura”, como se decía en esos años, de la obra del polaco. Su Chopin, es cierto, no era el de nuestra adolescencia, era otro Chopin, definitivamente contemporáneo. Ya en el XXI, la nueva recepción de la obra de Chopin sería reconocida, no por un músico, sino por un realizador, también nacido en Polonia, Roman Polansky. En efecto, en El pianista (2002), reveló a los distraídos la grandeza existencial de su compatriota a partir de varias piezas emblemáticas. Una de ellas es la Balada No.1 Op. 23, de la cual el mismo Pollini registró la que tal vez sea la más precisa y vertical de las versiones y, con la de Yuri Yegórov, la más contemporánea. Tal vez no tan actual o moderna, pero absolutamente lírica y biográfica (da la sensación de que uno estuviera escuchando al mismo Chopin al piano), y muy cercana a la de Teresa Carreño, es la de la preterida Ania Dorfmann, que fuera un tiempo consentida del irascible antifeminista Arturo Toscanini y celebrada en todo el mundo. Su versión de la Balada No.1 Op.23 es diferente a todas las que conozco. No sé si mejor, pero su alusiva sonoridad, la simbólica armonía de sus ritmos y su etérea atmósfera, están construidas con el mismo material con el que se fabrican los sueños.
Y hablando de músicos, uno de los placeres menos presentidos de estas residencias mías milanesas, es escuchar, con privilegiada frecuencia, la música de Antonio Lauro en la programación de Radio Classica Milano. La circunstancia ha sido favorecida por la grabación de los Valses venezolanos para guitarra en la impecable interpretación de Adam Holzman.
Más músicos. Después de retirar los tickets para la versión infantil de Elisir d’amore en la Scala, vamos a por una pizza en Papà Francesco, un conocido restaurant en las vecindades de la casa de ópera. Antes de arreglar “il conto”, el dueño, al enterarse de que somos de Venezuela, se acerca con su celular en la mano mostrándonos fotos suyas con dos celebrados jóvenes directores de orquesta venezolanos: “Son amigos míos. Cuando están en Milán, vienen a celebrar aquí después de las presentaciones de la orquesta del sistema. Este es G., y este C., mis amigos”.
Milán, jueves 7 de junio de 2018
El mundo del libro ha llegado a una nueva e impensada etapa, bienvenida por estudiantes y profesores de bolsillos flacos. En efecto, en Italia y Francia, e imagino que lo mismo en otros países europeos, son cada vez más frecuentes los “bancos” de libros usados dispuestos, en cafés y supermercados, que dejan los clientes para que se los lleve el primer interesado sin tener que pagar nada. Aunque la oferta no siempre es tan generosa como quisiéramos, es más que frecuente encontrarse con títulos de interés. Así, el año pasado un café de Beaune, conseguí el primer tomo de las memorias políticas, más bien diarios, de Jacques Attali. El profesor Attali, se desempeñó como el cortesano perfecto durante sus largos años en la última de las cortes francesas, la que presidiera durante catorce años François Mitterrand, refiere la cotidianidad iluminada del Palacio del Eliseo durante ese período. El pesado volumen, de casi ochocientas páginas, es apenas el primero de su crónica de esos años, tal vez irrepetibles, en los que la inteligencia era privilegiada sobre todas las cosas en las esferas del poder. Terminé de leer el libro con una mezcla incómoda de admiración y sana envidia. De otro de estos “bancos”, los únicos honestos en el orbe, me han llegado títulos como la visionario novela de Philip K. Dick a partir de la cual, y distorsionando no poco, Riddley Scott realizara su “cult”, Blade Runner. Más recientemente, me he puesto en una versión bilingüe del Aeropagita, de Milton; y Bel-Ami de Maupassant en su lograda traducción al italiano. Su relectura sigue proporcionando el mismo “placer del texto” de la primera lectura adolescente. No siempre somos tan afortunados los encuentros con estos bancos, pero lo compensa la posibilidad de encontrar uno de esos libros que “siempre quisimos leer”; o releer, como es el caso de Bel-Ami.
Márai, Márai
Hace años, una década tal vez, en uno de estos diarios, reproduje el comentario del Premio Nobel de Literatura, Coetze, según el cual Sándor Márai no era más que un “escritor menor”. Escribí en ese entonces, que “menor era él”, Coetzee. Una opinión que a medida que pasa el tiempo me parece más que justa. Escribo esto a partir de la experiencia de una revisión mínima de Márai. Se trata de un párrafo de La amante de Bolzano, la primera de las novelas que leyera del húngaro en la versión italiana de Adelphi, La recita di Bolzano. Eso fue hacia 1999 y fue un descubrimiento pocas veces repetidos. Este es el fragmento que acabo de encontrar al azar:
Quizá la juventud era la esencia de aquella aventura, el último año de su verdadera juventud, el período transitorio, misterioso y emocionante en que el viajero inquieto afloja las riendas del caballo y disminuye la marcha, mira a su alrededor, se limpia el sudor de la frente y ve que por delante el camino es abrupto, y que a lo lejos, por encima del bosque y de los montes, ya empieza a anochecer.
Márai se refiere al gran Casanova, pero como toda gran literatura es una hermosa alegoría que involucra a todo el género humano. Nada mal para un escritor “menor”.
Milán, viernes 8 de junio de 2018
Toda la madrugada lloviendo, mientras en Radio Classica el programador, un bendito melómano, transmitía dos amadas piezas para piano: los Sonetos de Petrarca, musicalizados por Liszt y luego, sin solución de continuidad, la Fantasía Op. 23, de Schumann en una versión no identificada. El “realismo romántico” del maestro húngaro, con sus referencias al luminoso paisaje mediterráneo, los jardines de Villa Este, por ejemplo, frente al romanticismo nocturno del alucinado germano y sus vistas de la topografía del abismo y la demencia. La partitura de Liszt la decubrí hacia 1979 en Nueva York, de la mano de Lazar Berman y la sugerencia del recordado poeta panameño Roque Javier Laurenza. La predilección por la pieza de Schumann es anterior, en la melodiosa interpretación de Claudio Arrau.
Antes, o después, un sueño donde aparecía mi madre, ya enferma, pero gorda, alegre y bella. A su lado, mi hermana Olga, ya en la fase terminal de su dolencia y con pocos días en la tierra. La felicidad de mamá no era obvia en una situación tan trágica. En realidad, sería ella la primera en morir, en 1995; mi pobre hermana la sobrevivió hasta hace unos cuatro años. Ambas víctimas de distintas formas de cáncer. El terrible mal que también acabaría con la vida de mi iluminada hermana mayor, Alicia Beatriz.
En estos tiempos sin una memoria que no sea virtual, tampoco el tiempo es como antes. Los inviernos menos fríos y los veranos más calientes. Tampoco las primaveras escapan a la alteración y se presentan, como la de este año, más lluviosas y calurosas. Hoy, la temperatura ha bajado con la lluvia, mientras ayer vivimos un día típico de verano. También en Venezuela se sienten estos cambios. Recuerdo que tres décadas atrás las temperaturas en Caracas difícilmente llegaban a los niveles africanos tan frecuentes en nuestro tiempo.
Diáspora
En un día recibo correos electrónicos de Alejandro Vardieri (exiliado precoz) desde Nueva York; de Sandra Caula en Málaga; Antonio López desde Tenerife; Juan Pablo Gómez, quien está en Salamanca; mi sobrino y poeta Daniel Alejandro residenciado en Buenos Aires; Juan Pablo Muci y Herman Sifontes, amigos portátiles de difícil ubicación. La situación tiene no poco de esquizoide. A diferencia de las correspondencias tradicionales donde el lugar y la fecha precedían el mensaje, en el correo virtual también lo es la ubicación. Nadie está seguro de dónde está nadie. Y no puede ser de otra manera en este mundo de la post-verdad, donde ni siquiera estamos seguros de quién es quién o quiénes somos.
Diarios
Desde que comencé a escribir con regularidad estos diarios en 1995, no disimulé la intención de publicarlos. Comencé dándolos a conocer semanalmente, a medida que los escribía en un periódico de Valencia. Luego, algunas editoriales se mostraron interesados y pude publicar varios volúmenes. A lo que siguió el apoyo de un grupo de amigos para editar, en tres gruesos tomos, seis años de estas anotaciones. De eso ha pasado más de una década, la situación editorial en mi país se ha deteriorado y el apoyo económico para una empresa como esta ha desaparecido. Los cuadernos de diarios inéditos se acumulan en mi biblioteca y ya son once los volúmenes inéditos. Una vez claudiqué y decidí no seguirlos escribiendo, la tarea me parecía absurda y el esfuerzo baldío. Un convencimiento que duró poco. Sigo escribiendo estos diarios con toda la regularidad posible y seguro de que se quedarán sin ser leídos. Entonces, ¿por qué sigo con ellos? Recuerdo siempre la parábola de los talentos del evangelio de Mateo. En mi caso, con los pocos talentos recibidos, he tratado de hacer la mejor inversión posible. Todavía es temprano para ver los resultados. Lo que he querido evitar es que míos sean el lloro y el crujir de dientes.
Alejandro Oliveros
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