Diario de Milán

Diario de Milán: diciembre de 2018 (parte VII)

Lago di Como, cerca de Menaggio. Italia. Fotografía de Benreis / Wikimedia Commons

15/12/2018

Argegno, sábado 8 de diciembre de 2018

Mañana se consumará el secuestro definitivo de las instituciones democráticas venezolanas por parte de un grupo de lacayos del Gobierno cubano, traidores a la patria y al servicio de los más oscuros intereses. El cinismo isleño los controla, permitiendo que se hagan de los dineros públicos en la seguridad, de que más temprano que tarde, la justicia internacional se hará cargo de ellos. Así paga el amo la servidumbre de unos esclavos colaboradores que ni siquiera de asomo conocen las posibilidades del esclavo hegeliano. Con esta sórdida jugada de ajedrez, consumarán los isleños su siniestra venganza en contra de un país que les ha brindado la más desinteresada asistencia, antes y después del desastre de 1998. Desde este infame 9 de diciembre de 2018, la ocupación será total. Viviremos como los acosados palestinos en un país ocupado.

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Lago di Como

Invitados por Constanza a pasar el fin de semana ambrosiano a orillas de este hermoso lago. La idea es que Alessandro respire el aire puro de las montañas después de meses sometido a la mugre que es el aire de las grandes ciudades como Milán. Aun antes de amanecer estoy asomado por la ventana contemplando este paisaje inusual en nuestros trópicos, más acostumbrados como estamos a la visión esplendorosa de las corrientes marinas. Se respira más profundo aquí, aunque sin la alegría y vitalidad de los litorales caribes. Estamos en una de las tantas poblaciones que se extienden a lo largo del lago, poco antes de Menaggio y Bellagio, la preferida por el gran Marinetti para sus asuetos veraniegos.

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Arendt, Auden, Baldwin

En una entrega antológica para celebrar sus noventa años, The Newyorker ha publicado dos colaboraciones extraordinarias. Las memorias de James Baldwin de sus años de bildungs en Harlem y la semblanza que Hanna Arendt, en 1975, apenas meses antes de morir, dedicaría a W.H. Auden (1907-1973). Entre otras tantas cosas que obvian los biógrafos oficiales, la profesora alemana destaca algunos detalles de la bizarra conducta del último Auden, como la de, a pesar de sus ingresos, poseer sólo un traje y un sólo par de zapatos, ya nos podemos imaginar el resto. Un hábito con el cual desmentía radicalmente sus años de consumado dandy en Oxford, cuando su snobismo cuadraba perfectamente con su fama del “golden boy” (brillante, aplicado, líder) de la venerable universidad. Me habría gustado conocer el artículo, y no sé cómo no lo conocía, cuando dirigí la interesante tesis de Ricardo Ramírez sobre el poeta británico.

Aunque se hicieron buenos amigos tarde en la vida como para llegar a ser íntimos, Arendt y Auden, que eran de la misma edad, compartieron la experiencia de la emigración. La de Auden, voluntaria, en 1939, poco antes de comenzar la guerra, en una decisión criticada e inexplicable. Y la de Arendt, poco después, también a Nueva York por razones más urgentes. Además, participaron ambos de la germanofilia que se extendió por Europa en los años de la República de Weimar. En el caso de Auden, una manera de expresar su frustración porque Goethe no era británico; y en el de Arendt, acercándose a Heidegger para compensar su desencanto por ser judía y no alemana. A Auden no le faltaron ganas, aunque sí genio, para ser él mismo el autor de Fausto; mientras que a Arendt no le faltó inteligencia para convertirse en amiga íntima del autor de Ser y tiempo. Si alguna culpa debe existir en la gran pensadora de La condición humana es la de haber estimulado en el “Rey de la filosofía”, la composición de una serie de lamentables poemas de amor dedicados a ella. En su magnífico trabajo, Arendt insiste en algo que los críticos anglosajones tienden a olvidar, o a ignorar: su deuda con Bertolt Brecht. No creo exagerar cuando, como la misma Arendt, reconozco que, sin Brecht, Auden hubiese sido otro poeta, mejor o peor, pero distinto. Fue Brecht quien le permitió escapar con éxito de la tiranía elotiana. Escribe Arendt: “En una oportunidad Auden refirió como una enfermedad su temprana adicción a las costumbres alemanas; pero más obvio y difícil de superar era la evidente influencia de Bertolt Brecht, con el cual tenía más en común de lo que estaba dispuesto a admitir”. Una gravitación que le permitió escribir sus mejores poemas, algunos de los cuales se han integrado al canon de la poesía en lengua inglesa: Musée de Beaux Arts, In Memorian W.B. Yeats, September 1939 o El escudo de Aquiles.

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James Baldwin!

De James Baldwin, quien en mi juventud representaba la contraparte afro-americana al “niño judío blanco” Norman Mailer, The Newyorker, reimprimió “Letter From a Region in My Mind”, una de las piezas más difundidas del autor y una colaboración fundamental para la historia del Harlem de los años treinta y cuarenta, que es la de la población de color en una ciudad bochornosamente racista como lo era, y no creo que haya dejado de serlo, Nueva York. Este ensayo de Baldwin, así como Nada personal, el legendario libro realizado con Richard Avedon y que en España fuera pulcramente editado por Lumen a comienzos de los setenta del siglo pasado, y que desgraciadamente perdiera a manos de un amigo pintor, son notables por su cuidada escritura tanto como por su profundidad sociológica. Baldwin, de la manera más elegante, se opuso al racismo de su país desde su domicilio en el más tolerante sur de Francia de su época. En su “Letter”, Baldwin admite que, de adolescente, fue la religión la que lo salvó del abismo de la droga, el alcohol y la automarginación. Hace pocos días escribí lo mismo de T.S.Eliot, salvado de la desesperación por su afiliación a la inglesa anglicana.Y también lo reconoce Arendt hablando de Auden. Recuerdo un hermoso libro de mi juventud, Literatura y conversión, con un largo ensayo sobre Eliot, pero no creo que el autor se haya ocupado de Auden. Y, por supuesto, menos de Baldwin, quien nunca fue un converso.

Milán, lunes 10 de diciembre de 2018

Ha vuelto la luz a la llanura padana después de días de niebla y lloviznas. A lo lejos, aunque inquietantemente cerca, las cumbres heladas de los Alpes en una vista gloriosa, empañada, desgraciadamente, por dos grandes rascacielos terminados recientemente. No importa que sean de la brillante Saha Hadid y del enigmático Arata Isozaki, es verdaderamente “un pecado”, como diría mi madre, obstaculizar de cualquier modo la contemplación de este paisaje deslumbrante.

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Bernard Williams (2). Diana y Acteón

Shame and Necessity (Vergüenza y necesidad), ahora que vuelvo a él sin la urgencia de una exégesis de la tragedia griega, es uno de esos grandes libros que sirve para todo, como El mito de Sísifo, Orígenes del totalitarismo o Historia de la sexualidad. Buenos para entender el arte, la literatura y la vida. En esta relectura inesperada y estimulada desde Madrid por la buena amiga Sandra Caula, me he detenido en una nota al final del volumen que pasé por alto hace unos diez años, cuando lo utilicé para un seminario sobre la tragedia en la Universidad Central de Venezuela. En realidad, se trata de una larga nota a pie de página sobre algunos conceptos considerados en el cuarto capítulo de SN. Recuerda Williams que para los griegos la experiencia de la vergüenza estaba usualmente referida a la desnudez, pero no a la desnudez cotidiana, sino cuando estaba expuesta, en condiciones adversas, a la mirada equivocada. Se trataría de una experiencia no necesariamente arquetipal, pues no afecta a grandes sectores de la población del planeta, como las poblaciones aborígenes en las cuales el desnudo del cuerpo no es una costumbre vergonzosa. Williams refiere episodios emblemáticos, como el de Ulises y Nausica, o el de Venus enredada por Hefesto. Otro elemento destaca el estudioso en su análisis: la mirada. Lo que hace vergonzoso el desnudo es el tipo de la mirada del otro. Ante una mirada “neutra”, como la de los estudiantes de arte frente al modelo, no se produce la vergüenza. Cuando el interés del observador reviste una connotación erótica, el modelo siente vergüenza y se cubre. El componente erótico de la relación está en el origen de muchas uniones sentimentales entre artista y modelo; Renoir, Manet, Cezanne, Seurat son apenas algunos ejemplos de la transformación de una situación cotidiana en una experiencia erótica gracias a la actitud del “mirador”.

Qué fue lo que ocurrió con Acteón. De acuerdo con el mito, el joven cazador, de la maldita raza cadmea, habríase tropezado accidentalmente con la virginal Diana mientras, desnuda, tomaba el baño en una fuente del bosque. Ofendida en su condición virginal, la irritable hermana de Apolo castigó a Acteón convirtiéndolo en ciervo para que fuera devorado por su propia jauría, incapaz de reconocerlo. De la inocencia de Acteón hemos sido no pocos los que hemos tenido dudas. El primero, y más conocido, Jean-Paul Sartre; otro, menos difundido, Pierre Klossowsky, el hermano del Balthus, maestro de la mirada transgresora en una estupenda nouvelle sobre el asunto. De acuerdo con el criterio de Williams, que es el de Sartre, la represalia al joven tebano no fue por el mero accidente de contemplar la divina desnudez, sino el tipo de la mirada, lleno de erotismo y lascivia, como corresponde al que, de manera insensata, fantaseaba con la posibilidad de introducirse en las sabanas de la impenetrable Diana, hija de Zeus. Como revela Williams, la figura interiorizada de la vergüenza es el observador, que fue el rol que le correspondió al extraviado cazador, primo hermano del igualmente desgarrado Creonte y el una vez desmembrado Dionisio.

Milán, martes 11 de diciembre

Bernard Williams (3). Sexo y vergüenza

De mis años de estudiante de Medicina recuerdo a algunos pacientes llegados del campo, referidos por alguna medicatura rural, que al hablar de los órganos genitales empleaban la palabra “vergüenza”; “taparse la vergüenza”, por ejemplo. Una alternativa que el Diccionario de la RAE, acertando por esta vez, la acepta como la octava acepción del vocablo: “8. Órganos sexuales externos del ser humano”. En el releído cuarto capítulo de Vergüenza y necesidad, el profesor Williams nos aclara que la experiencia de la vergüenza está “directamente conectada con la desnudez, especialmente en un contexto sexual”. Y que la vocablo AIDOA, derivado de AIDOS, vergüenza, “es la palabra corriente en griego para referirse a los genitales”.

Andrés Bello y la Neue Empfindlichkeit

Es probable que así, Neue Empfindlichkeit (Nueva sensibilidad), llamen los alemanes a algo sobre lo cual, desde hace décadas, vengo hablando a mis estudiantes en la universidad y fuera de ella, y escrito profusamente en estos diarios y en trabajos sueltos. Me refiero al agotamiento de la sensibilidad que dio origen a la modernidad, condicionada por un tiempo especialmente trágico que fue el del siglo XX. El tema es extenso y abundante en conjeturas, pero refiere al surgimiento de una sensibilidad que quiere caracterizarse por coincidir lo menos posible con la anterior. Cuando, a partir de 1981, ocupé la cátedra de Literatura inglesa y norteamericana de la Universidad Central, las aspiraciones de mis alumnos eran que les hablara de Pound, Eliot, Williams, Auden, Plath o Strand; cuando me retiré, treinta años más tarde, los inscritos aspiraban a que los nuevos docentes les hablaran de John Donne y Milton, Hawthorne y Tennyson. Un par de lecturas recientes me han confirmado estas intuiciones. La primera es la de un discurso del profesor Fedosy Santaella, en el que citaba algunos versos de Andrés Bello para ilustrar algunas de sus afirmaciones. Santaella, además de docente universitario, es uno de los jóvenes poetas venezolanos más interesantes, precisamente por la búsqueda de nuevas formas que expresen los asuntos de la Nueva Sensibilidad. No es obvio que un escritor joven acuda al destacado filólogo y autor de la Gramática en un texto teórico. Al menos no lo era para las generaciones fundadoras de la modernidad venezolana, para los cuales, y no es que anduviesen descaminados, el único Bello digno de sus intereses era el del autor del celebrado Prólogo. La segunda manifestación de la NS, es el proyecto de Adalber Salas, otro interesante poeta joven, en el cual se dedica a traducir fragmentos shakesperianos de poesía amorosa. No es que las generaciones “modernas” desconocieran al Bardo, pero, a la hora de traducir, lo más indicado era dedicarse a traducir a otros autores más urgentes; es decir, Michaux y Perse, dos consentidos del grupo; Reverdy, Bretón, Char, Ginsberg, Ungaretti o Pessoa, Pavese y Rilke. Para Shakespeare parecía suficiente el indigerible Astrana Marín. Con la Nueva Sensibilidad, viejos autores se harán nuevos y viceversa. Continuará…

Milán, jueves 13 de diciembre de 2018

Le temps comm’il passe

¡Dios mío, cómo pasa el tiempo! Ayer no más era el tercer día de Adviento, cuando me levanté escuchando los fragmentos de una Cantata de Bach, ¡y hoy es décimo tercer Adviento! Me siento como alguien se introduce en nuestras casas, nos despoja de lo más querido y desaparece sin dejar huella. En esta oportunidad, me da la sensación de haber sido despojado de diez de mis escasos días, y que del botín sólo me ha dejado trizas de mis objetos más queridos, que son los precarios recuerdos de esa decena de jornadas.

Por lo menos, para eso sirven estos diarios, para dejar constancia de lo que hicimos durante ese tiempo que nos fuera robado miserablemente. Es así como puedo consignar aquí que ayer perdí el día de manera lamentable, por lo menos hasta la noche, cuando Constanza llegó de Roma y compartimos un vaso de vino.

Por supuesto que, como todo en nuestras vidas, fueron los griegos los primeros en dejar constancia del angustioso acoso de la pérdida de la memoria, del olvido. Así lo reconoce el profesor Gianfranco Maddoli, traductor de Heródoto y Pausanias, en su iluminador ensayo “Texto escrito y no escrito” (La polis. Dallʼepica omerica allʼenciclopedia aristotelica del sapere, 2018): “En efecto, tal vez nada sea más central en la dinámica formativa de la cultura helénica que la dialéctica, o mejor, que la lucha entre olvido y memoria”. Y, más adelante:

“Fijar el recuerdo del testimonio recorrido, del propio ser, de la propia meta; transformarlo en mensaje a través del tiempo, crear un canal de comunicación entre generaciones, y en una misma generación, entre el autor del mensaje y su destinatario inmediato… Sustraer a la violenta, inmediata destrucción del tiempo todo lo que es necesario a la propia individualidad colectiva…, este es el objetivo fundamental de todo grupo que se organiza a un nivel de desarrollo cada vez más articulado y que pasa de la prehistoria a la historia”.

Lo más inquietante, por terrible y trágico, es cuando el autor nos recuerda la “violenta, inmediata destrucción del tiempo”, que se encuentra en el origen de la escritura, y en un plano ínfimo, a la necesidad que alguien siente de escribir diarios para tratar de limitar el poder destructivo del tiempo y la fragilidad del recuerdo. La primera línea del trabajo del profesor Moddoli es de Italo Calvino: “Para el que canta versos sin el apoyo de un texto escrito, el verbo más negativo que existe es olvidar”.

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El discreto encanto de Mussolini (2)

Por aquello de que la historia la escriben los que han vencido, es difícil encontrar un análisis objetivo de la historia de Italia durante los largos años del fascismo. Los vencedores, incluyendo a los soviéticos, nos suministraron y digerimos de manera acrítica la imagen de un buffo, un payaso politico torpe y lamentable, que terminó colgado, justicieramente, en una plaza de Milán al lado de su amante, la infame Clara Petacci. No conozco bien las leyes de este país, pero es probable que alguna de ellas prohíba, sin duda con razones, la fundación de nuevos partidos fascistas, cuya esencia la define su desprecio por las formas de organización democrática. También lo es el comunismo, cuya meta no es otra que la dictadura del proletariado y, sin embargo, el funcionamiento de los partidos comunistas fue aceptado por las democracias occidentales, a pesar de los nefastos modelos soviético y chino, con sus millones de muertos a cuestas, y no era vista como criticable la filiación de intelectuales y artistas a una doctrina profundamente violenta; tan violenta, por lo menos como el nazismo o las hordas de Mussolini. En Venezuela, durante un tiempo fue considerado un atributo de las vanguardias su solidaridad con el llamado PCV, abogado de la dictadura del proletariado y otras formas totalitarias. Lo que es bueno para unos, los vencedores, no lo es para otros, los vencidos. La historia, como sabemos, no es objetiva y su fundamento puede ser el más falaz. Que Il Duce haya involucrado a su nación en una guerra innecesaria, que condujo a la destrucción de medio país, un precio que no pagó ninguno de los otros participantes en el conflicto, salvo Rusia, es imperdonable. Sin embargo, no todo en Mussolini fue naufragio. En los veinte años que se mantuvo en el poder, convirtió a Italia en un país industrializado y en una de las potencias económicas de su tiempo. Las obras de utilidad pública todavía son parte importante de la infraestructura física de Italia. Las estaciones de Roma, una de las más modernas de su tiempo y joya de la arquitectura del siglo XX, fueron obras de los arquitectos del fascio; lo mismo la de Florencia, otra joya de la modernidad; las plantas eléctricas de todo el país y la extensa línea ferroviaria fueron construidas durante el período. Todavía la seguridad social está signada por sus iniciativas, y pare de contar. Uno de los edificios emblemáticos de la arquitectura moderna europea, con los de la Bauhaus, es, paradójicamente, La Casa del Fascio en Como, diseño del visionario y preterido arquitecto fascista Giuseppe Terragni. La actividad de Mussolini, su desbordada energía, su interés por el arte, menos convencional que el de Hitler, atrajo a la mayoría de los intelectuales de su tiempo, no sólo italianos, y no fue Ezra Pound el único, su maestro, W.B. Yeats, también. Incluso intelectuales de origen judío, como la periodista Margarita Sarfaty, a la cual el Museo del 900 rinde un interesante homenaje en estos días. La Sarfaty sintió tanto la fascinación del líder que terminó diseñando una estética de acuerdo con sus ideales, aparte de ser brevemente su amante. Para ella, como para muchos, la fascinación terminaría en 1938, con la promulgación de las odiosas leyes raciales. La Serfaty no sería una excepción y aquí acabó la atracción fatal. Prudentemente, se exilió en Uruguay antes del comienzo de la guerra. Una decisión que no compartieron sus padres, los cuales terminarían en un tren rumbo a Auschwitz. La fascinación de los dictadores puede ser irresistible, como ocurrió en Venezuela. Una atracción que puede, y suele, costar cara. El exilio de millones es una realidad, el cierre de periódicos venerables es otra.

Milán, viernes 14 de diciembre de 2018

Camillieri y el fascismo

Andrea Camilleri es el autor más leído en este país. Su serie de novelas con el comisario Montalbano de protagonista forma parte del imaginario colectivo. No sólo se lee, sino que se ve. La versión televisiva de sus historias es tan esperada como una final del Calcio. A los 94 anos y ciego, sigue escribiendo sus policiales en su Sicilia natal. En una entrevista aparecida hoy en el Il corriere della sera, el venerable escriba se confiesa un hombre feliz y sólo lamenta la ausencia de colores en su existencia. Es casi lo único de lo que se lamenta, y de lo que más se arrepiente es de su afiliación al fascismo: “Fui engañado. He debido decir un ‘no’ más convencido”. Lo que nunca se nos ha dicho es que fue lo que los llevó a apoyar a lo que claramente era un dictador. ¿Su oposición al comunismo ateo? ¿La modernización de Italia? ¿Conseguir que, por primera vez, los trenes fueran puntuales? ¿Las medidas de seguridad social? Su oposición al capitalismo nefasto (el caso de Pound)?


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