Despedir a Eduardo Vásquez (1927-2018) o el momento del Aufhebung de Hegel

Fotografía cortesía de Paula Vásquez Lezama

16/12/2018

Eduardo Vásquez deja a una Venezuela muy distinta con la que soñó y por la que trabajó enseñando a pensar, a razonar. ¿Qué le puede aportar la lectura de la obra de Eduardo Vásquez al lector, al estudiante de filosofía y al humanista de fines de 2018? ¿Qué elementos de la obra de este venezolano, traductor e intérprete del pensamiento del Idealismo alemán que va desde Kant a hasta Marx, pudieran ser útiles para aquellos que ven morir a la democracia?

En esta semblanza, escrita desde el lugar de la hija, de la discípula y en cierta manera de la colega, intentaré dar respuestas a estas preguntas centrándome en tres aspectos: el biográfico, el interpretativo y el del compromiso.

Empezaré por el último aspecto, el del compromiso y antes de comenzar, quiero aclarar que soy socióloga y antropóloga, y que aun cuando la filosofía es transversal en mi trabajo de investigación, no hice estudios de filosofía con la rigurosidad de mi padre. Dicho esto, quisiera hablar sobre la cuestión del compromiso y en particular de la acción comprometida. El compromiso con Eduardo Vásquez fue con el conocimiento, la rigurosidad y el saber en Venezuela y en la academia venezolana. Fue ese compromiso con su país y con sus estudiantes el motor de su carrera en la política universitaria, principalmente durante el convulsionado periodo de la Renovación universitaria. Ese compromiso estaba anclado en una convicción: la universidad no debe ser el brazo intelectual de un movimiento político, en particular de la extrema izquierda, y la lucha armada. Dicho sea de paso, en términos de historia de las ideas políticas, la tarea que queda pendiente sobre la Renovación universitaria venezolana es inmensa. Me dediqué a grabar y recoger sus recuerdos y reflexiones acerca su experiencia en los cargos que ocupó en ese momento como Vicerrector administrativo y el trabajo que queda por hacer acerca de la izquierda universitaria en los 60 es muy vasto. Urge.

Sólo por mencionar una de las tantas lagunas, la producción intelectual de la época en revistas y diarios es muy poco conocida. En efecto, no creo exagerar al decir que la revista venezolana y hecha en la UCV por ucevistas, Crítica Contemporánea estuvo a la altura de la revista francesa fundada por Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir en Paris, Les Temps Modernes, en lo que se refiere a la calidad de los trabajos publicados. Sin embargo, la producción cayó en el olvido y es desconocida. Sean estas líneas una invitación para solventar ese vacío.

Dicho compromiso fue también una suerte de traducción política del hacer pedagógico y de la voluntad de clarificar conceptos. La búsqueda de audiencias más amplias para divulgar las reseñas de libros y de trabajos filosóficos y profundamente políticos a los cuales tenía acceso, hizo que sus artículos de prensa fueran una suerte de seminario de filosofía política. Es allí donde se combina el compromiso con el segundo aspecto que menciono: el interpretativo. Tengo en mis manos algunos originales de esos trabajos de reseña de libros. La serie consagrada al concepto de “sociedad civil” me parece particularmente significativa. Esa serie de trabajos constituyen una revisión de la literatura, como dice la jerga científica, que destaca por ser sistemática, rigurosa y pedagógica. Por ejemplo, la relación entre Melachton, San Agustín y Aristóteles y la genealogía misma del concepto de “sociedad civil” es luminosa. Dice Vásquez: “El término latino que utiliza Melachton es el de societas civilis, el cual pasara al francés como société civile. Este término es la versión latina de la Koinomia politike, expresión griega que aparece en las obras de Aristóteles, en la Ética a Nicómaco y en las Políticas. El término koinomia puede traducirse por comunidad, sociedad, grupo, asociación, pero el adjetivo política le da su especificidad. Aunque hay muchos tipos de sociedades o agrupaciones, la comunidad política o sociedad civil tiene una característica que la distingue de cualquier otra: busca el bien común. Su fin es mas elevado y superior que el de cualquier otra asociación”. Como hegeliano, Vásquez termina ese trabajo sobre la sociedad civil explicando que, para Hegel, la “sociedad civil” está constituida por individuos que buscan cada uno la realización de su interés privado. Para Vásquez, la teoría política de Hegel expresa la teoría económica de Adam Smith. Escojo este escrito porque los conceptos del liberalismo político y de las teorías del estado democrático son muy maltratados en estos tiempos oscuros para la democracia por los llamados “movimientos populistas” que proliferan en todas las democracias del mundo, en los cuales convergen la extrema izquierda y la extrema derecha en su postura anti-liberal.

Así, durante los años 80 del siglo pasado, Eduardo Vásquez se dedicó a escribir en la prensa, en particular en los suplementos culturales de los diarios Ultimas Noticias y El Universal artículos de este tipo. Tuvo luego la precaución de hacer unos libros prácticamente auto editados, y lamentablemente muy poco difundidos, que los recogen: Ciencia y dialéctica (1988) y Cultura, valores y democracia (1997). En estos trabajos se articulan sus reflexiones filosóficas con acontecimientos de la actualidad. El formato es particular, porque a partir de su erudición, le daba sentido a eventos políticos y sociales aparentemente banales. Es quizás esta la dimensión de política de su virtud pedagógica: hacer ver a la filosofía como una herramienta para dar cuenta de la realidad, sobre todo cuando los acontecimientos ponen en peligro al bien común. No se trata exactamente un trabajo de divulgación científica, se trata más bien de clases, densas y a la vez accesibles, de introducciones a temas filosóficos a partir de lo empírico. Es decir, Eduardo Vásquez nos presenta un método de enseñanza de la filosofía: ir abriendo puertas de análisis utilizando conceptos, a partir de ejemplos. Es un ejercicio didáctico que exige habilidad y capacidad de relacionar cosas, de hacer preguntas pertinentes. Es el arte de hacer hablar al concepto, de utilizar las categorías del pensamiento. Sin banalizarlas. Y respetando las restricciones de la prensa, es decir, utilizando un espacio limitado.

Siguiendo con el aspecto interpretativo, estoy segura de que los que presentarán sus trabajos ante esta audiencia en la escuela de filosofía de la UCV, pondrán sobre la mesa los elementos filosóficos mas importantes del trabajo exegético de mi padre. Su trabajo riguroso y crítico sobre los interpretes de la Fenomenología del espíritu constituye una contribución excepcional en la materia. Tengo en mis manos el manuscrito en el que critica la interpretación de P.J Labarriere en su libro en francés titulado Estructuras y movimiento dialéctico en la filosofía del espíritu (la traducción es mía). Aunque Vásquez señala que no comparte los puntos de vista de Labarriere, hace una reseña rigurosa de su trabajo que le permite, a su vez, exponer su propia interpretación de los conceptos de la Fenomenología. Eduardo Vásquez se libraba sistemática y rigurosamente a este tipo de ejercicios: dar cuenta del trabajo de los demás, reseñarlos, criticarlos y citarlos, lo cual constituye un acierto y un ejemplo a seguir en estos tiempos en los que, paradójicamente, se pretende a veces empezar de cero, en un mundo saturado de medios tecnológicos para acceder a la información y a la producción intelectual de los otros.

Quiero también referirme al prólogo de la segunda edición del libro Dialéctica y derecho en Hegel, editado por Monte Ávila en 1966. Ese texto, a mi juicio, marca la aparición de una teoría crítica venezolana. Allí Vásquez reivindica un pensamiento marxista distinto a la de los manuales de la Unión Soviética y reivindica la difusión en nuestro país de los trabajos de Lukács y de Goldmann. En efecto, Lucien Goldmann vino a Venezuela a presentar la traducción de su libro Investigaciones Dialécticas que hiciera Vásquez.

Este trabajo de divulgación fue crucial para la formación de los universitarios venezolanos, sin restringirse a los de la escuela de filosofía. No sólo por demostrar que la teoría del valor de Marx está construida en el modelo hegeliano, sino también porque, como me dijera el sociólogo Luis Gómez Calcaño: “la mirada profunda, autónoma y crítica de Eduardo Vásquez sobre el marxismo me ayudó, así como a muchos otros jóvenes de diferentes generaciones, a distanciarme de los dogmas estalinistas, althusserianos y otros tantos que pululaban durante los años de nuestra formación”. Por último, queda, como lo anuncié al comienzo, el aspecto biográfico. Los estudiantes de mi padre siempre hicieron referencia a su modestia y sencillez. Un filósofo “sin pomposidad ni poses”, como él mismo decía, al declararse solo un profesor de filosofía y no un filósofo. Uno de sus estudiantes, Víctor Garrido, asistió al último año (2005-2006) en que dio el seminario “Hegel: Filosofía del derecho”, en el Doctorado de derecho de la UCV y considera esta experiencia un punto de inflexión en su vida: en lo intelectual, la posibilidad de adentrarse en un pensamiento tan complejo con un maestro que lo hacía ver sencillo gracias a su pedagógica y en lo humano por su modestia, siempre la modestia.

Hoy quisiera entonces decir que después de vivir casi 25 años en Francia, de ser investigadora titular en este país y de mantener estrechos vínculos con Venezuela, me parece particularmente notable que un joven filósofo “del sur” – como dicen ahora para no utilizar la apelación “tercer mundo” – se haya dedicado en los años cincuenta del siglo pasado, con tanto rigor y excelencia al estudio del Idealismo alemán, corriente de pensamiento que, por excelencia, encarna al “norte”.

Venezolano por ser hijo de padre venezolano, formado en Venezuela, Eduardo Vásquez nació en Fort-de-France, Martinica. Es decir, era francés de nacimiento, pero nunca se definió como tal, aunque hablaba francés y creole. En su juventud trabajó muy joven como obrero metalúrgico porque se formó en la escuela técnica industrial y tuvo que combinar su formación intelectual con todo tipo de trabajos para mantenerse y ayudar a su familia: fotógrafo en las fuerzas armadas, inspector de trabajos (en la construcción de carreteras) para el ministerio de Obras Públicas, obrero en la industria petrolera en los campos de Quiriquire, estado Monagas. Fue gracias a una beca que pudo dedicarse completamente a la universidad e invirtió los fondos básicamente en comprar libros, en francés y en alemán, sus idiomas de trabajo aparte del castellano. En efecto, Vásquez manejaba tres idiomas (¡o cuatro sin contamos el creole!), y fue en París que tuve la oportunidad de escucharlo hablar alemán. “Fluido y sin errores!” decía tajantemente una amiga periodista alemana, Stefanie Schuler, su interlocutora.

Este recorrido personal insólito, permite pensar no sólo en las increíbles oportunidades que brindaba la Venezuela de la época, sino en la manera en que se construye un pensador sin complejos, que siembre guardó los mas estrechos vínculos con el mundo no universitario y sobre todo, no desarrollo resentimientos hacia aquellos que pudieron estudiar sin vicisitudes. Se comprometió con muchos grupos de trabajo a los que les brindó mucha dedicación. Al final de su vida académica, escogió a la Universidad de Los Andes en Mérida, para dar sus últimos seminarios. Y siempre mantuvo, quizás por un compromiso muy intuitivo, su interés por formar filosóficamente a estudiantes venidos de otras disciplinas, como lo recuerda Gregorio Castro, sociólogo y estudiante de la Maestría en Filosofía de la historia de la UCV por los años 80, en el sentido obituario que escribiera.

Vásquez intentó mantenerse siempre al día en la discusión intelectual mundial que le concernía, a pesar de la dificultad libros y publicaciones en Venezuela. Fue un pensador cosmopolita que recusaba las propuestas de pensamiento que consideraba provincianas y a la vez profundamente venezolano. Sus venidas a Francia o mis idas a Venezuela, hacían que hubiera una suerte tráfico familiar permanente de libros y de revistas para él. Fue lector de Niklas Luhmann, de ciertas recopilaciones de textos de Hannah Arendt publicadas en francés, y de Giorgio Agamben, sobre quienes escribía reseñas y críticas. Pero nunca lo hacía desde la audacia, es decir, su honestidad hizo que no hablara de cosas que no había leído o que no conocía; Veo en esto un mérito y es una rareza en los tiempos que corren. Era, mas bien profundamente generoso porque compartía sus reflexiones y creía en la necesidad de la crítica del trabajo de sus pares. Cuando leía a un autor, plasmaba siempre en texto didáctico lo que pensaba sobre su pensamiento para luego compartirlo.

La vida y la de obra de Eduardo Vásquez se tejen en el proyecto de hacer una metafísica para los nuevos tiempos. Venezuela en este momento tan difícil lo necesita más que nunca. Así, este homenaje a propósito de su desaparición física el 17 de agosto de 2018, es el mejor momento para recordar el famoso concepto de Aufhebung de Hegel al que se dedicó tanto: superar conservando.


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