Fragmento de la Odisea
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Hace pocos días un comunicado del Ministerio de Cultura de Grecia informaba que un equipo de arqueólogos griegos y alemanes había descubierto lo que sería el más antiguo fragmento hallado hasta ahora de la Odisea, el célebre poema de Homero. Se trata de una tablilla de arcilla en la que se encuentran grabados trece versos del poema.
Cálculos preliminares estiman que la tablilla se remonta al siglo III de nuestra era, en pleno período romano. Fue encontrada en el sitio arqueológico de Olimpia, en la región del Peloponeso, no lejos de las ruinas del templo de Zeus Olímpico, donde se celebraban las antiguas olimpíadas. El breve comunicado destaca que la placa podría ser “el hallazgo escrito de la obra de Homero más antiguo jamás descubierto”, por lo que se trata de “un gran descubrimiento arqueológico, epigráfico, literario e histórico”.
La Odisea, junto con la Ilíada, son los dos poemas más antiguos de Occidente, con los que se dice que se inició nuestra literatura a finales del siglo VIII a.C. Su composición se atribuye a un poeta legendario llamado Homero, lo cual significa poco, pues “Homero”, en griego, significa “el que no ve”. A este poeta ciego se le atribuye el haber compuesto estos dos grandes poemas, que se transmitieron durante siglos de manera oral.
“Aquél ingenioso varón que tanto anduvo errante…”
La Odisea es un largo poema de poco más de 12.000 versos, que fue dividido posteriormente en 24 cantos. Cuenta las aventuras y peripecias que debió afrontar Odiseo (Ulises en la mitología romana), rey de la isla de Ítaca, en su viaje de regreso a casa. Odiseo había formado parte de la coalición griega que partió a la guerra de Troya. Destruida la ciudad, los guerreros aqueos emprenden el retorno a sus respectivos reinos. En su regreso, Odiseo recala en la isla de los Cíclopes, un pueblo de gigantes semisalvajes que habitan en cuevas y tienen un solo ojo en medio de la frente. Odiseo junto con sus compañeros sale a explorar la isla y llegan por casualidad a la cueva del cíclope Polifemo, quien guarda allí sus rebaños, así como abundante queso y leche. Los compañeros de Odiseo están hambrientos, de modo que comienzan a devorar los alimentos. En eso llega Polifemo a la cueva y se consigue con la desagradable sorpresa. Monta en cólera, sella la entrada de la caverna con una gran roca y comienza a devorar uno a uno a los aterrados marineros.
Entonces el héroe urde un plan. Ofrece vino al cíclope hasta emborracharlo y una vez que éste duerme su borrachera, lo ciega clavándole una estaca en el único ojo. Polifemo, muerto de dolor, le dice: “Extranjero cruel, ¿cuál es tu nombre para que todos sepan lo que me has hecho?”, y Odiseo, ingenioso, le responde: “Nadie, Nadie es mi nombre”. Entonces Polifemo desesperado pide auxilio: “¡Hermanos, ayuda! ¡Nadie me ha clavado una estaca en el ojo!”. Polifemo se retuerce de dolor, mientras Odiseo y sus compañeros escapan conteniendo la risa.
Hasta ahora el plan de Odiseo ha funcionado, pero Poseidón, el padre de Polifemo, es el dios del mar y ya se ha enterado de todo. Iracundo jura que Odiseo nunca volverá a su patria. Es el comienzo de innumerables calamidades y aventuras que el héroe deberá superar antes de volver a Ítaca. Diez años consume entre naufragios y tempestades, monstruos, hechizos y la muerte de todos sus compañeros. Diez años hasta que la diosa Atenea se apiada de él, y pide a su padre Zeus que le permita volver a casa. Zeus accede y ordena a Calipso, la ninfa que se ha enamorado de él y en ese momento lo mantiene prisionero en la isla de Ogigia, que lo libere y disponga todo para su vuelta.
Es así como Odiseo emprende el retorno. Llega a la isla de los feacios, cuyo rey compadecido, Alcínoo, le ayuda a preparar la expedición a Ítaca. Sin embargo, al héroe aún le quedan grandes dificultades que superar. En estos veinte años de ausencia se le cree muerto, y numerosos príncipes y potentados se han instalado en su palacio con el objeto de desposar a Penélope, su mujer, y heredar su reino. Odiseo llega a la isla disfrazado de mendigo y comienza a planear su venganza. Finalmente, con la ayuda de su hijo Telémaco, consigue matar a los pretendientes, recuperando así a su esposa y a su reino.
Son precisamente trece versos del canto XIV, que narran la llegada de Odiseo a Ítaca y su conversación con su fiel amigo Eumeo, los que contiene la tablilla encontrada.
“…lleno de aventuras, lleno de conocimientos”
La Odisea ha quedado como el relato de aventuras por antonomasia, el de mayor influencia en la literatura de todos los tiempos. El largo retorno a casa, la vuelta a Ítaca, ha quedado como metáfora de la vida de los hombres y del retorno a los orígenes. Su huella es fácil de rastrear en la literatura universal, pero también en la pintura y la escultura, especialmente modernas. El particular sentimiento de nostalgia y los esforzados intentos de Odiseo por volver a casa, a su tierra y con los suyos han conseguido que su vigencia haya permanecido a través de los siglos, y que personas de todas partes, de todas las épocas y edades se hayan identificado con él.
Los historiadores de la literatura estiman que el poema se transmitió oralmente entre finales del siglo VIII a.C., fecha de su probable composición, y el V a.C., cuando se cree que fue transcrito por primera vez. Tiempo después, en el siglo II a.C., el texto fue fijado por los filólogos alejandrinos. En esa forma se transmitió a través de copias manuscritas romanas y bizantinas, y después medievales, hasta 1488, cuando Demetrius Chalcondylas lo imprimió por primera vez en Florencia. Desde entonces su fama y popularidad no hizo sino crecer.
El cambio de los siglos XIX al XX, y especialmente el siglo pasado, fueron propicios para el poema, posiblemente debido al carácter romántico y cosmopolita, así como al gusto por el exotismo propio de la literatura de entonces. Tampoco hay que obviar el fabuloso impulso que a la difusión del mito dieron cantidad de películas y series de televisión, desde el cortometraje que le dedicara el mismísimo George Méliès (L’île de Calypso. Ulysse et le géant Polyphème, 1905) a la versión de Mario Camerini, con Kirk Douglas interpretando a Odiseo (Ulises, 1954), o la serie interpretada por Els Joglars (La Odisea, 1976).
En 1922 James Joyce publica su Ulises, novela en que pone a vagar a nuestro héroe por las calles de Dublín, y en 1955 Robert Graves publica La hija de Homero, que recrea el encuentro de Odiseo con la princesa Nausícaa en el país de los feacios. Ya en 1911 Constantinos Kavafis había compuesto el que seguramente es el poema griego moderno más conocido, Ítaca:
Si vas a emprender el retorno a Ítaca
pide que tu camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de conocimientos.
A los lestrigones ni a los cíclopes,
ni al enfadado Poseidón, no temas…
En Hispanoamérica, José Vasconcelos (Ulises criollo, México, 1935) le da forma de novela autobiográfica; Leopoldo Marechal (Adán Buenosayres, Buenos Aires, 1948) pone a errar a nuestro héroe por la capital argentina y Borges lo convierte en motivo recurrente de su poesía:
…Ya en el amor del compartido lecho
duerme la clara reina sobre el pecho
de su rey pero ¿dónde está aquel hombre
que en los días y noches del destierro
erraba por el mundo como un perro
y decía que Nadie era su nombre?
Odisea. Libro vigésimo tercero
“Por esta calle se va a Ítaca”
Entre los nuestros la huella de la Odisea no será menor. Ramos Sucre le dedica algunos de sus mejores textos (Los secretos de la Odisea, La vuelta de Ulises, El desvarío de Calipso). También Arturo Uslar Pietri recuerda el canto Xi del poema, cuando Odiseo baja a los infiernos, en El otro reino:
Ulises y Eneas bajaron hasta el reino
y el florentino que extravió la vía,
era casi morir bajar hasta los muertos
por las frías grietas y los ríos nocturnos.
Sin Estigias ni perros, sin ladridos ni rezos,
sin leche y miel y sangre en sacrificios,
todos a toda hora hacemos el descenso:
es la memoria el reino de los muertos…
Sin embargo, quizás el que mejor haya penetrado el espíritu odiséico sea Eugenio Montejo. En Montejo las aventuras de Odiseo dejan de ser apropiación personal o local, y se convierten en vivencia humana, recuperan su dimensión existencial. Manoa misma, su topos poético, es su propia Ítaca, lugar de retorno para cualquiera de nosotros (“Manoa no es un lugar sino un sentimiento”). Así lo dirá en su poema Ítaca (Alfabeto del mundo, 1986), que él mismo declara ser un homenaje a Kavafis:
Por esta calle se va a Ítaca
y en su rumor de voces, pasos, sombras,
cualquier hombre es Ulises.
Así lo dirá también en Ulises (Alfabeto del mundo, 1986), donde vuelve a la misma idea. Con Montejo, como con Kavafis y Borges, se evidencia claramente la dimensión universal del mito de Odiseo y la deuda de la modernidad con el esforzado rey de Ítaca se salda definitivamente:
Soy o fui Ulises, alguna vez todos lo somos;
después la vida nos hurga el equipaje
y a ciegas muda los sueños y las máscaras…
Tal vez estos versos nos ayuden a comprender la importancia del hallazgo de aquella tablilla de arcilla en Grecia.
Mariano Nava Contreras
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