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Entre los primeros oráculos mencionados por Homero, hacia el siglo VIII o IX a.C., y los últimos clausurados por los emperadores cristianos hacia el siglo V de nuestra era, transcurrieron unos ochocientos a novecientos años, en los que los griegos, pero también los romanos y otros pueblos del Mediterráneo como los egipcios y los libios, consultaron a los dioses acerca del futuro. Preguntaban sobre tres cosas fundamentales: sobre las decisiones políticas que concernían a la ciudad (res publicae) –la guerra en primer lugar-, sobre asuntos personales (res domesticae) y sobre la salud de cada quién, básicamente los tres asuntos que hoy siguen despertando nuestras incógnitas sobre el futuro. Así pues, la adivinación tenía en la antigüedad un doble papel, público y privado.
Mántica y política
Llama la atención la pertinencia política de los oráculos griegos, pero lo cierto es que no es posible entender cabalmente la historia de las poleis y el funcionamiento del poder sin ellos. En un conocido fragmento de las Historias de Herodoto (I 53), que reproduce Cicerón en Acerca de la adivinación (II 115, 11), se cuenta que Creso, el ambicioso rey de Lidia, se estaba preparando para invadir Persia, pero quiso consultar primero al oráculo. La respuesta fue sencilla: “si te enfrentas a los persas destruirás un gran imperio”. Animado, Creso inició la invasión y consiguió en efecto destruir un gran imperio: el suyo propio. También Heródoto (VII 140) cuenta que, durante las Guerras Médicas, los atenienses consultaron a la pitia cómo podrían defenderse mejor de los persas. La pitia les recomendó que construyeran una muralla de madera. Los atenienses comprendieron y construyeron una potente flota con la que destruyeron la armada persa en la Batalla de Salamina.
Pero no siempre el oráculo se mostró a favor de los atenienses, sino más bien pocas veces. En realidad, Esparta había construido a lo largo de los siglos unas excelentes relaciones con el santuario de Delfos, al punto de que prácticamente no había allí decisión política que no se consultara con la pitia. A partir de las reformas de Licurgo, todo -la conformación de la asamblea de ancianos (gerousía), la de los ciudadanos (apella)- absolutamente todo se mandaba a consultar a Delfos. De hecho, Heródoto documenta (VI 57) la existencia de unos encargados de viajar continuamente al santuario para hacer estas consultas, llamados “pitios”, pythioi. Fue así como los lacedemonios supieron legitimar su política expansionista a través de la religión, e incluso atraer las simpatías de otras poleis hacia “la causa espartana”. A tal punto, Tucídides (IV 118) refiere, en plena Guerra del Peloponeso, la prohibición del acceso de suplicantes atenienses al santuario. Ello motivó un sentimiento de frustración y desilusión entre los atenienses que se refleja en la literatura de la época. En la tragedia Ión, Eurípides muestra a Apolo como un dios egoísta y rencoroso, nada misericordioso.
Locura adivinatoria
Por lo demás, el arte de la adivinación, mantikê, era concebida como una especie de locura, manía, generalmente inducida por Apolo. En el Fedro (265 b), Platón incluye a la mántica entre los tipos de locura, junto con la locura erótica (manía erôtiké), inducida por Afrodita; la locura poética (manía poietiké), inducida por las musas, y la locura báquica, inducida por Dioniso. La verdad es que tampoco era Apolo el único dios capaz de inducir la locura adivinatoria. Afrodita era consultada en su santuario de Pafos, al sur de Chipre donde se supone que nació. Allí llegaban los amantes despechados a consultar los remedios para su desamor, examinando el hígado y las entrañas de las víctimas de sus sacrificios, la “hieroscopia”. También Asclepio revelaba el futuro de los enfermos que se acercaban a su santuario en Epidauro, en el Peloponeso, y Anfiarao, que participó en la guerra de los Siete contra Tebas, se aparecía en sueños a los que pernoctaban en su santuario de Oropo, al norte del Ática, mostrándoles la forma de curarse. También Zeus revelaba su voluntad en un oráculo en Olimpia mencionado por Estrabón (VIII 3, 30), así como en el santuario de Dódona, tan antiguo que se piensa que es de época prehelénica y lo menciona Homero en la Ilíada (XVI 233) y la Odisea (XIV 327), y tan lejos como en el oasis de Siwa, en pleno desierto de Libia, donde se le adoraba con los cuernos del dios Amón y profetizaba la sibila libia, que pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Dedicados a Apolo también había oráculos en la isla de Delos, donde se dice que nació, y en Dídima, cerca de Mileto, en el sur de Jonia.
El oráculo de Delfos
Pero ninguno como el de Delfos, al pie del monte Parnaso, rodeado por un bosque de laureles y bañado por la fuente Castalia. El Homno homérico a Apolo cuenta que se fundó en el lugar donde el dios mató a la gran serpiente Pitón, un monstruo hijo de Gea, la Tierra. Lo cierto es que el santuario se encuentra en un lugar habitado desde el neolítico y conocido desde época prehelénica con el nombre de “Pitho”. Diodoro Sículo (XVI 26) refiere una tradición según la cual, un pastor notó que sus cabras se comportaban de forma extraña al acercarse a una grieta de donde salían vapores. Cuando se acercó, el mismo pastor comenzó a profetizar. Pronto los lugareños eligieron a una mujer campesina y le dieron un trípode para que se sentara a profetizar junto a la grieta. También Estrabón (IX 3, 5) menciona los vapores que inspiraban a la pitia. La fama del lugar se extendió, pues, por toda Grecia, de donde venían para conocer las profecías de Apolo.
Ningún autor antiguo nos cuenta exactamente cómo eran las consultas al oráculo. En época clásica encontramos ya un santuario y un complejo que trepa la ladera de la montaña. Destacaba el teatro y el templo de Apolo, pero también el altar, un estadio donde se celebraban los Juegos Píticos y un hipódromo, aún sin localizar. Había también numerosas capillas donde se depositaban los ofrendas, los thesaûroi, verdaderos tesoros de gran valor. Se dice que, al tratarse de un santuario panhelénico, en Delfos surgieron los primeros bancos, a donde los peregrinos de todo el mediterráneo acudían a cambiar sus monedas locales.
Al parecer la pitia era escogida entre las muchachas del campo, sin otro requisito, según Diodoro Sículo (XVI 26), que el de ser virgen y vivir para siempre en el santuario. Las funciones de la pitia, que en época clásica llegaron a ser tres debido a la gran cantidad de consultas, eran vitalicias. El oráculo se realizaba el día siete de cada mes, que se tenía como día de nacimiento de Apolo, menos en invierno, cuando se pensaba que el dios se encontraba en el país de los hiperbóreos. El consultante se reunía previamente con la pitia. Esta se bañaba en la fuente Castalia para purificarse. Los sacerdotes vertían agua fría sobre una cabra blanca. Si tiritaba era porque Apolo estaba receptivo a hacer la consulta, entonces se la sacrificaba en el altar del dios.
Una vez pagadas las correspondientes tasas, se ofrecía un segundo sacrificio. Entonces el consultante se presentaba ante la pitia y le hacía sus preguntas de manera oral. Se piensa que la pitia estaba sentada en su trípode en un lugar conocido como ádyton, al fondo del templo de Apolo. Se supone que el trípode estaba justo sobre la grieta, de donde salían los gases que hacían que la pitia entrara en trance. Hoy sabemos que en efecto en el lugar hay una confluencia de dos fallas tectónicas muy activas, por donde escapan gases como el metano, el etano y el metileno, que pueden causar efectos alucinatorios. Otros piensan que la pitia tenía alucinaciones debido a la cantidad de hojas de laurel que continuamente mascaba. Se cree que, una vez que la pitia daba sus respuestas, unos sacerdotes las transcribían en forma de versos.
Como dice David Hernández de la Fuente en un manual imprescindible (Oráculos griegos, Madrid, 2008), los oráculos eran lugares liminares entre nuestro mundo y el más allá. Generalmente tienen una especial relación con el agua, elemento de mediación por excelencia. En ese sentido, numerosos lugares de apariciones marianas tienen también un especial vínculo con el agua. Pensemos en Fátima o en Lourdes, y en nuestro país, en la Virgen del Valle, en la de Coromoto o en la de Chiquinquirá. En todas sus historias el agua cumple una función fundamental. Pero volvamos a los oráculos. También los oráculos eran santuarios, lugares especiales de intermediación entre lo humano y lo divino. Consultar los designios de los dioses comportaba un peligro formidable, equivalía a acercarse demasiado a los linderos del más allá. Peligro representado en el viaje, físico, pero también onírico y alucinatorio.
Después vino una larga decadencia, que comenzó tal vez con el mismo final de la Guerra del Peloponeso, cuando el oráculo de Delfos intentó recuperar su autoridad panhelénica, perdida por haberse parcializado por Esparta. Quizás era demasiado tarde, y el proceso que terminó en el siglo IV, con las invasiones bárbaras y el edicto de Teodosio el Grande prohibiendo los ídolos del paganismo, en realidad había comenzado mucho antes, con la cantidad de charlatanes y falsos profetas que poco a poco minaron su prestigio y credibilidad.
Mariano Nava Contreras
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