Literatura

Dante Maffia: poetas de la Biblioteca de Alejandría

09/09/2018

Introducción y traducción Alejandro Oliveros

Dante Maffia es, en sí mismo, un personaje de su literatura. Y uno no sabe qué fue primero, si él o lo que escribió. Con los mismos méritos, tantos que una vez fue mencionado para el Nobel, ha escrito teatro, ensayos, poesía, ficción y algunas muestras de los géneros híbridos tan del gusto de la posmodernidad. Il romanzo di Tommaso Campanella, una biografía ficcional del gran utopista del Renacimiento, sería suficiente para admitirlo en el canon de la literatura europea contemporánea. Una selección de sus poemas haría lo mismo en su defecto. No es un escritor convencional Maffia, y en ningún momento ha pretendido ser original. Se trata de uno de esos talentos excéntricos que aparece de vez en cuando. Igual le canta a la noche de Málaga que a las diosas del Meno, el río que baña la ciudad de Goethe. Al tiempo que es director de Estudios de italianística en la África austral, una revista poco obvia, y acaso una de sus metaficciones.

El viejo futurista Aldo Palazzeschi prologó el primero de sus poemarios, mientras que Mario Luzi lo hacía con uno de los últimos. Del mismo modo, el profesor Horacio Antonio Bologna (¿otra de sus invenciones?) escribió, en latín, la introducción a los poemas de La biblioteca di Alessandria. Por su parte, Mario Specchio quien a pesar de su apellido (“Espejo”) sí existió, porque lo conocí y fui su amigo, se encargó de escribir el prólogo al mismo libro en italiano. Ninguna semblanza definiría mejor al escurridizo Maffia que La biblioteca di Alessandria. Su edición definitiva es trilingüe (latín, italiano, inglés) y no hay nada que nos impida creer que no es otro que Maffia el autor de las tres versiones. En su nota, Specchio se refiere a Borges y es lo más natural. Dante Maffia (ya el nombre es sospechoso) bien puede haber sido una de las ficciones del argentino, de la misma manera que el huidizo sureño ha podido ser imaginado por nuestro poeta. Son muchos los escritores de la Alejandría de la época del gran incendio que destruyó la biblioteca a los cuales Maffia dedica sus textos, hasta ahora no he podido averiguar si alguno de ellos existió en realidad. La décimo tercera edición de mi Encyclopaedia Britannica (1911) no da cuenta de ellos. Los poemas que hoy presentamos a los lectores de Prodavinci fueron seleccionados de La biblioteca di Alessandria (Azimut Roma, 2008) de un ejemplar que el poeta gentilmente le cediera al traductor durante una noche especular en Piazza Navona, a finales del 2010.

Animosos cautelo

Vivo sobre un pino y oigo la risa
de cigalas que hablan mi idioma.
Escucho las conversaciones
de ciudades desaparecidas. Desde las sombras
se unen en su caída con nubes que no tienen prisa
en su intención oracular. Dan ganas de reír.

La historia llegó a su fin en las alcantarillas
de las estrellas, sin boca ni vientre.
En el borbotear sordo los recuerdos avanzan
como un río crecido de imágenes e ideas.
Alejandría se iluminó con mi alma
y la de otros escritores. Algunos se rieron
y se animaron, otros lloraron o hicieron ofrendas
a los dioses por aquel maravilloso diluvio de llamas,
lenguas serpenteantes enredadas al cielo,
páginas que en ese instante
terminaban su aventura.
Me quedé sentado, la obesidad
me impedía correr con un balde de agua.
Durante meses traté de volver a escribir, hasta
que me decidí: una dosis de cianuro.
Sin mis libros nada tenía sentido.

Efrito Cacasipulos

No tiene la menor importancia
que yo haya sido escritor. Mi nombre
no se conserva en ninguna parte
ni en ningún pergamino. Si la memoria de los dioses
es víctima de una funesta distracción
tendremos cíclicamente desgracias como esta.
Me creen culpable de la danza del fuego.
Fui el fustigador de las costumbres, mis escritos
eran filtros de sabiduría. Incluso Eratóstenes
me persiguió durante meses. Esperaba
delante de mi casa, me injuriaba, llorando,
repitiendo que la Biblioteca era un lugar ameno,
no un templo. Frases inútiles
que me negaba a entender. He sido informado
que se ahogó en el Nilo. Yo, en cambio,
he muerto como un tonto, intentando
reescribir cada obra, capítulo por capítulo.
Al final, la oscuridad estrechó mi mente
y aquí estoy, una sombra que gime, inútil
circunstancia de un tiempo sin tiempo.

Lemmonio minasica

El fuego, como una hoja que corta fibras
y piedras y se alimenta de una luz interior,
entró con el pretexto de purificar,
mirándome a los ojos con una sonrisa
que prometía la plenitud eterna.
Sólo las obras tristes, las que no tienen vida
serán eliminadas, me dijo, no te preocupes,
las demás serán el fluir eterno
de la vida en las palabras.
Le creí, como buen ingenuo, y permití
que entrara a destruir los textos. En el fondo
me alegraba que los libros mal nacidos
murieran para siempre. Se trataba, sin embargo,
de un sicario del poeta Ta-ku,
más rico que cien emperadores.
Le ordenó que borrara la historia
con alentadoras promesas: una joven de Sicala
y los dominios sobre el agua.
De esta manera incluso mis obras se perdieron
y nadie sabe dónde están las cenizas.
Pero, antes o después, me será permitido
escribir un poema sobre el fuego,
este hijo de perro hambriento, y le haré vomitar
todas las historias con las que se alimentó.


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