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Los juicios literarios del Premio Nobel ruso Joseph Brodsky no siempre fueron los más acertados, a pesar de la calidad de su prosa ensayística. Uno de ellos, por lo menos, parece irrefutable. De acuerdo con Brodsky, Czeslaw Milosz fue el “poeta más grande de su tiempo”. Pero no sólo fue un gran poeta Milosz, la aventura de su existencia es también ejemplar. La vida de Milosz, nacido en Setenial (Lituania) en 1911, de nacionalidad polaca, como las de Koestler o Kessel, pudo ser el tema de una película de aventuras de John Ford. El siglo XX fue su escenario y el telón de fondo, la Europa de antes y después de la guerra; y, más tarde, los Estados Unidos de McCarthy primero, y los años sesenta más tarde. Fue traductor, ensayista y poeta. Su La mente cautiva, es una de las memorias más notables del novecientos; y su grandeza, como debe ser, fue del tamaño de su generosidad. Gracias a él, Occidente pudo acceder a la notable lírica polaca del siglo XX. Recuperó y difundió el genio preterido de Aleksander Watt, y tradujo al inglés la obra de sus mejores contemporáneos. Conoció el exilio, como buen protagonista de su tiempo, y escribió sobre el tema con envidiable inteligencia. Un modelo para los tantos venezolanos que han abandonado el azul natal por la incertidumbre de nuevos cielos:
El regreso a mi lugar de nacimiento después de medio siglo fue como cerrar el círculo. Pude entender la fortuna que tuve al llegar a este raro encuentro con mi pasado, aunque el poder y complejidad de esa experiencia se escapan a mis habilidades. Tal vez simplemente enmudecí por un exceso de emoción y es por eso por preferí expresarme de manera indirecta; en lugar de hablar de mí mismo, organicé un registro de eventos y borradores autobiográficos. (El ABC de Milosz)
Milosz, no sólo, en su poesía y ensayos, se dedicó a los grandes temas. Como el mencionado del exilio y el aún más arduo asunto de la vejez. Con Yeats y Perse, fue uno de los grandes bardos de la “alta edad”. El poema que presentamos, recogido en Provincias (1991), uno de los más brillantes poemarios de la segunda mitad del novecientos, fue traducido a partir de la versión al inglés realizada por Robert Haas y el mismo Milosz. La que publicamos en Prodavinci es una versión corregida de publicada en la revista Milenio en 1994. “Capri” es un milagro de lucidez e inspiración. Escrito a los ochenta durante un viaje a Capri como invitado a la vida de unos amigos, el poeta, canta desde la alta edad, los temas de toda su poesía. La sensualidad de siempre, y de siempre, el agnosticismo que llegó a ser respetado incluso por su compatriota, el Papa Woytila, quien obligó a la iglesia polaca a levantar la excomunión en contra del gran bardo. A los 80, el poeta polaco hace las paces con una existencia no ayuna de miserias, y lo realiza con una claridad y hondura que son atributos de los grandes cantos.
Capri
Soy un niño que recibe la primera comunión en Wilmo, y luego toma chocolate servido por fervorosas damas católicas.
Soy un viejo que recuerda ese día de junio: el éxtasis de los blancos manteles inmaculados y el sol sobre los floreros con ramilletes de peonías.
¿Qu’as tu fait, qu’as tu fait de ta vie? dicen voces en varios idiomas, recogidas en viajes a través de dos continentes ¿Qué has hecho con tu vida? ¿Qué has hecho?
Lentamente, con un destino cumplido, penetro ahora en el escenario del tiempo pasado.
El de mi siglo, en el cual y no en otro, me ordenaron nacer, trabajar y dejar una huella.
Al fin y al cabo, esas damas católicas existieron, y si regresara allí, en este momento pero con otra conciencia, miraría sus rostros con intensidad, tratando de evitar que se desvanecieran.
Así como los coches y las ancas de los caballos iluminados por el resplandor, o el brillo intermitente de la distante artillería.
Las cabañas sin chimeneas y el humo ondulando sobre sus techos y los amplios caminos polvorientos en los bosques de pinos.
Países y ciudades que deben permanecer sin nombre, pues ¿cómo explicar por qué y cuántas veces han cambiado sus emblemas y banderas?
Al principio, recibimos un llamado que permanece incomprensible, sólo más tarde averiguamos lo obedientes que fuimos.
Como antaño, el río lleva sus aguas más allá de la iglesia de San Jacob; estoy allí, en toda mi vergonzosa simpleza, pero ser más sabio no habría servido de nada.
Ahora sé que la simpleza es necesaria en todos nuestros proyectos, a fin de realizarlos en forma torpe e incompleta.
Y este río, con montones de basura en sus orillas, el inicio de la contaminación, corre a través de mi juventud como una advertencia contra aspiraciones a sitios ideales en la tierra.
No obstante, allí, en ese río, pronuncio vuestros nombres del mismo modo que mi madre los pronunciaba, con respeto y ternura.
¿Quién se atreverá a decir: fui llamado y por eso las Potencias me protegieron de las balas que rasgaban la arena junto a mí o dibujaban formas en la pared sobre mi cabeza?
¿O del arresto fortuito, sólo para aclarar el caso, que terminó con un viaje en un vagón para ganado hacia un lugar de donde los vivos no regresan?
¿O de obedecer las órdenes de registro cuando únicamente los desobedientes sobrevivían?
Es verdad, pero qué hay con eso, acaso cada uno no rezó a su dios, implorando: ¡Sálvame!
Y el sol salía sobre los campos de tortura y con los ojos de ellos incluso ahora lo veo salir.
Llego a los ochenta, vuelo de San Francisco a Frankfurt y Roma, un pasajero que una vez viajó durante tres días de Szetejnie a Wilmo en un carro de caballos.
Vuelo por Lufthansa, la azafata es tan amable, todos son tan civilizados, que sería imprudente recordar lo que fueron.
En Capri, una humanidad jubilosa me invita a participar en la fiesta de la renovación permanente.
Brazos desnudos de mujeres, una mano dirigiendo un arco sobre las cuerdas, en medio de trajes de noche; el brillo y los destellos me descubren un momento de aprobación a la frivolidad de nuestra especie.
No tienen necesidad de creer en el Cielo y el Infierno ni de laberintos de filosofía o ayunos para mortificar la carne.
Sin embargo, temen a una señal de la proximidad de lo inevitable: un tumor en el seno, sangre en la orina, tensión alta.
Además, están seguros de que todos seremos llamados, y cada uno de nosotros medita en la extravagancia de tener fines distintos.
Me retiro con mi época, preparado para un veredicto que me contará entre sus fantasmas.
Si algo logré, fue sólo cuando, siendo un niño devoto, perseguí los disfraces de la realidad perdida,
La presencia real de lo divino en nuestra carne y sangre que al mismo tiempo son pan y vino,
Escuchando el inmenso llamado de lo particular, a pesar de la ley que sentencia la memoria a la desaparición.
(Versión AO)
Alejandro Oliveros
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