Perspectivas

“¿Cuánto vale la vida?”: más allá de la tecnocracia

24/09/2021

Fotograma de «¿Cuánto vale la vida?» (Sara Colangelo, 2020)

“Domine usted todas las técnicas, pero al tocar un alma humana sea apenas otra alma humana”. Carl Gustav Jung

¡ALERTA DE SPOILER!

En un famoso ensayo de 1923, el antropólogo Marcel Mauss desarrolló el concepto de “don”, un aspecto del comportamiento humano que guarda un profundo significado moral y espiritual. Mauss observó que la donación generosa es un acto social total. Dicha donación supone que la relación fundamental que une a la sociedad no es cuantitativa. La sociedad no puede estar unida gracias a una despiadada equivalencia aritmética. Se ha dado tanto y se recibe tanto. Por el contrario, la relación fundamental es cualitativa, más bien sagrada. La pertenencia a una comunidad exige que todos nos valoramos como seres dignos de respeto.

Es pertinente aclarar que lo profano está caracterizado por lo que puede ser utilizado como medio, es decir, de forma instrumental, mientras que lo sagrado nunca puede ser utilizado como instrumento, pues es un fin en sí mismo. Por eso, cuando queremos descalificar la moral de alguna persona afirmamos, con o sin razón, que es capaz de vender a su madre, es decir, que, para esa persona, nada es sagrado. De todo esto podemos inferir que, en una comunidad moralmente saludable, cada persona es un fin en sí mismo.

Con el advenimiento de la modernidad, vino el “desencantamiento del mundo” del que nos habla Max Weber. Lo mágico salió expulsado de nuestra vida, pero también lo sagrado. No solo los duendes y las hadas fueron exiliados de la naturaleza para que la ciencia pudiera ejercer su oficio de establecer explicaciones exactas: la naturaleza también fue desacralizada para convertirse en una ilimitada fuente de materias primas.

No solo esto sucedió con la naturaleza, también la sociedad sufrió algo semejante. Las personas comenzaron a dejar de tener alma y convertirse en “recursos humanos”, una denominación que parece una contradicción en los términos, pues las personas no deben ser reducidas a materias primas o mercancías. Esta tendencia a la racionalización (que no es racionalidad) es la alienación que tanto denunció la teoría critica en los años sesenta.

Estas reflexiones tienen lugar debido al estreno de la película ¿Cuánto vale la vida? (Worth, Sara Colangelo, 2020). El argumento de este film está basado en hechos reales. Trata sobre la dificultad de tasar las compensaciones monetarias a las víctimas del atentado del 11 de septiembre. Dicha dificultad está enmarcada en dos problemas. En primer lugar, el de seguridad nacional, pues si no se hace de forma adecuada puede dar lugar a demandas judiciales que podían paralizar la economía del país. Por otro lado, está el problema del dolor de los sobrevivientes a esa catástrofe y sus legítimas necesidades.

El personaje principal, el abogado Ken Feinberg (Michael Keaton), es un perito que, en un inicio, cree que todo se puede solucionar con su método de negociación. La realidad le demostrará que dicho método racional debe ser complementado con la compasión aplicada a cada caso en particular.

Una formula rígida

La película comienza en un salón de clases universitario, donde Feinberg sienta cátedra sobre la forma legal de tasar el valor monetario de la vida de una persona. A sus estudiantes, el profesor les recuerda que están estudiando derecho, no filosofía. Luego, predica que, en los juicios de mediación, «no se gana», hay que conformarse con que «nadie se vaya demasiado feliz, solo lo suficientemente feliz como para irse».

Algún tiempo después, ocurren los ataques del 11 de septiembre. Feinberg es nombrado Director Especial del Fondo de Compensación a las Víctimas del 11 de septiembre. Las autoridades gubernamentales que lo eligen le advierten que, si no puede convencer al menos al 80% de las 7000 víctimas estimadas para que firmen, se creará un caos judicial sin precedentes. Feinberg tiene hasta el 1 de enero de 2004 para lograr esta proeza.

Para cumplir con esa misión, nuestro experimentado protagonista desarrolla una fórmula rígida para cada pago basada en los ingresos de la víctima. En una reunión introductoria con la población afectada, en la que intenta explicar las reglas que rigen el fondo, Feinberg es percibido como un filisteo, lo cual produce una gran hostilidad en la audiencia.

La multitud solamente se calma cuando Charles Wolf (Stanley Tucci), el esposo de una señora muerta en los ataques, exige que escuchen lo que Feinberg tiene que decir. Poco tiempo después, Feinberg se molesta cuando se entera de que Wolf se sintió ofendido por la naturaleza insensible de la fórmula del fondo y ha iniciado un grupo de protesta.

Es difícil no ponerse de parte de Wolf. El valor de una vida es lo más cualitativo que existe. Realmente la vida es invaluable, no puede ser tasada. De todas formas, no podemos dejar de entender la perspectiva de Feinberg. En el mundo real necesitamos poner un precio para que la familia pueda compensar la pérdida, tal como sucede con los seguros de vida.

Al comienzo solo hay rechazo y frustración. El asunto es que se está hablando en dos registros diferentes. Uno de ellos es el lenguaje técnico, mientras que el otro es el emocional. Solo después de una empinada curva de aprendizaje, ambas perspectivas tendrán que conciliarse por el bien de todos.

Los límites de la tecnocracia

Todo el equipo entrevistador de la oficina de Feinberg se encuentra profundamente conmovido por el contacto directo con las víctimas. Aunque Feinberg no ha participado de las entrevistas, también sufre en su sistema emocional, pero de indignación, cuando se reúne con los despiadados abogados, representantes de los familiares de las víctimas de las clases altas, quienes exigen un trozo mayor del pastel.

A medida que pasan los meses, el fondo logra atraer solo una fracción de los solicitantes necesarios, lo que pone en peligro el proyecto de compensar a las víctimas. Esta situación desesperada, conduce a Feinberg a mantener una reunión privada con Wolf, pero termina mal. Las dificultades en la comunicación conducen a Wolf a acusar a Feinberg de servir solo a los intereses de la administración Bush.

Feinberg no es realmente un monstruo, más bien es una persona de buena voluntad y mucha disposición a cumplir con un servicio público, pues ni siquiera va a cobrar honorarios por esta titánica tarea. A pesar de su buen carácter, su mente está encasillada en la cuantificación. El choque con la realidad hará que abra los ojos al sufrimiento humano y que comience a darse cuenta de que su fórmula de talla única no va a funcionar.

La luz al final del túnel

A medida que pasan los meses, Feinberg tiene cada vez menos éxito. Afortunadamente, surge un giro providencial. Después de que Wolf se acerca a él, durante un encuentro casual, en el intermedio de una función de ópera, y le cuenta una anécdota sobre cómo su esposa lo alentaba a perseverar frente al fracaso, Feinberg se siente inspirado para hacer cambios.

De esta manera, Feinberg decide flexibilizar las reglas para cubrir la mayor cantidad de víctimas posible bajo el fondo, presionando para lograr cambios en las leyes estatales para lograrlo. Además, el mismo Feinberg comienza a reunirse personalmente con las víctimas y da instrucciones de atender a la peculiaridad de cada caso.

Cuando Wolf ve esta sincera preocupación por las víctimas de los ataques, puede convencer a sus seguidores de que le den un voto de confianza a Feinberg. Al final del plazo, la oficina de Feinberg puede atender a la gran mayoría de los solicitantes elegibles. Gracias a la acción combinada (es decir, sinérgica) de estos dos hombres, se logra el milagro de convertir la asignación burocrática en una donación generosa.

La justicia solidaria  

En un primer momento, esta película es una expresión del conflicto dualista entre la ratio (la razón calculadora) y las pasiones. La ratio es meramente intelectual, solo considera los intereses materiales, tal como hace el homo economicus. Mientras que las pasiones son las emociones exaltadas sin control racional.

En un segundo momento, la solución a esta confrontación se encuentra en un nivel superior a ambos términos. Durante el desarrollo argumental, vemos que, cuando hay buena intención, tiene lugar un proceso de diálogo donde, al final, emerge el logos (la razón evaluativa), la cual somete tanto a las pasiones como a la misma ratio en nombre del sentido de la vida.

A diferencia de la ratio, el logos considera también los sentimientos. Es más, el logos está comprometido con la compasión. Como hemos podido apreciar, la respuesta a la cuestión de cuánto vale una vida exige un proceso de ampliación de la sensibilidad moral.

Por otra parte, el logos se basa en el diálogo pues supone que el bien no tiene un solo significado, por esos los adversarios deben sentarse a conversar para ponerse en el lugar del otro. Este es un modo de proceder muy diferente al de la tentación tecnocrática, la cual trata de resolver los problemas humanos solo calculadora en mano, con la idea de un bien univoco metida entre ceja y ceja. Por eso, la respuesta a la pregunta que nos inquieta también exige el reconocimiento mutuo.

El impulso dramático de este film proviene de las diferentes perspectivas de estos dos hombres sobre el valor de una vida. Para Feinberg, se trata de dinero. Su trabajo consiste en averiguar cuánto hay que pagar a los seres queridos supervivientes de cada víctima. Para Wolf, se trata de dignidad. Al final, ambos hombres descubrirán que se trata de justicia.

Cada persona debe poder contar con lo suficiente para una vida digna, a pesar de que no pueda financiarla. Para eso, hay que ir más allá de lo meramente crematístico. Hay que considerar a la ética y a la solidaridad. De esta manera, cumpliremos con la invitación de Mauss a trascender la razón instrumental. Hay algo sagrado en la relación del individuo con la sociedad. No es algo que se pueda considerar solo en términos materiales. Hay que lograr que un alma toque a otra alma.


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