Crónica de la felicidad

Fotografía de Mari Montes

01/05/2022

Me temblaban las manos cuando me senté a escribir.

No podía pisar las teclas, tampoco encontraba las palabras.

El equipo de Prodavinci tenía varios días elaborando el magnífico trabajo de diseño e investigación que apoyó mi artículo; un texto que fui revisando y actualizando diariamente, para dejar documentada la proeza de alcanzar 3.000 mil hits. Aprovecho estas líneas para agradecer a todos el esmero.

Solo me quedaba escribir el hit y cerrar, lo demás estaba listo.

Había pasado un rato desde el hit 3.000, pero la intensidad de la emoción aún hacía vibrar a todos en Comerica Park y en el palco de prensa no era diferente.

Seguíamos comentando lo que acababa de suceder. Algunos nos hicieron gestos como de brindis, otros simplemente nos sonreían, celebrando, sabiendo que somos venezolanos. Fue conmovedor. También nos preguntaron qué significaba para Venezuela, si estaban pendientes, si estaban transmitiendo el juego por televisión, muy interesados en lo podía estar pasando en el país de Miguel Cabrera, ante semejante logro.

Detroit era una fiesta.

La alegría que produjo el batazo fue indescriptible. No he sentido nada parecido en un estadio de béisbol.

Más de 40 mil personas celebraron la hazaña del veterano de 39 años, a quien vieron llegar siendo muy joven. La estrella que han aplaudido por años. Centenares de esos 3 mil inatrapables fueron ahí; cada uno ligado y festejado; este, el hit histórico, llevaba consigo la energía de todos los anteriores. Este tenía un poco de la historia de los 2.999 que le precedieron.

Miguel Cabrera. Fotografía de Mari Montes

El miércoles fue un juego emocionante. Disparó 3 hits ante el pitcheo de los Yankees y en el último turno se ponchó. La escena estaba servida.

Entonces en Comerica Park comenzó como una especie de ritual: Miguel salía al círculo de espera y los fanáticos comenzaban a levantarse de sus asientos; luego era presentado por el anunciador y se escuchaba la densa ovación de pie, seguida de un silencio electrizante. Todos tenían sus celulares en mano, buscando capturar la historia que estaba por ocurrir, en un sólo swing.

El jueves 21 de abril fue dominado con dos ponches y un elevado. En su cuarta aparición, con hombres en segunda en tercera, el mánager Boone decidió darle el ya célebre boleto intencional.

Nunca había escuchado un abucheo tan estruendoso, ni siquiera los recibidos por los Astros en la Serie Mundial contra los Bravos, que hasta ahora había sido la pita más inclemente en un parque de pelota.

Estratégicamente no había ningún reproche, Boone no estaba ahí para servirle a Miguel el momento de gloria, no, Aaron Boone debía jugar para tratar de ganar el juego. Y eso hizo, aunque el bateador siguiente arruinara sus planes con un hit productor de dos anotaciones. De regreso le hizo señas a todos hacia la pizarra, recordando que los Tigres estaban ganando 3-0.

“Subió mi porcentaje de embasado”, comentó al tiempo que alabó la decisión de Boone: “Es el hermoso juego del béisbol”.

En ese momento aclaró que quería escuchar el «Alma Llanera», pero la versión de Tío Simón. Comenzaron las gestiones entre Carlos Guillén Altuve, periodista venezolano y coordinador de comunicaciones de los Tigres, con Bettsimar Díaz, quien tiene los derechos de la pieza interpretada por su difunto padre, Simón Díaz. Además hizo la diligencia ante Peer Music para que el departamento legal de los Tigres no objetara la petición.

Miguel Cabrera nos explicó: “¡Quiero que sea Simón porque él significa mucho para los niños de mi generación”. Entonces se dirigió a Daniel Álvarez: “Simón nos enseñó valores, Simón nos enseñó valores venezolanos”. Fue un momento muy conmovedor, ciertamente, aunque Daniel sabe lo que significa Simón Díaz y lo admira y valora. Además de haberlo visto en concierto, no conoció el programa Contesta por Tío Simón que dejó de transmitirse cuando él tenía apenas 2 años de edad. En cambio Miguel Cabrera es de aquellos chiquillos que crecieron viéndolo.

El viernes 22 de abril, la amenaza de lluvia era tan cierta, que desde temprano se advertía que el juego podía suspenderse sin comenzar. Caería una tormenta al rededor de las 8 de la noche

No debía llover al inicio de las acciones, pero se corría el riesgo de comenzar el desafío y que Miguel conectara el imparable en su primer turno, se detuviera el juego, ocurriera la celebración, etcétera, y luego el aguacero obligara a suspender, sin que el juego fuese reglamentario y ello anularía el batazo histórico. Previendo eso, la decisión fue posponer para el día siguiente y disputar una doble jornada.

Llovió sobre Comerica desde las 7:45. No pasó de ser un chubasco breve, pero era mejor prevenir.

Antes de que se hiciera oficial la posposición, el catcher zuliano Elías Díaz, de los Rockies, quien haría batería con Antonio Senzatela, también venezolano, nos dijo: “Yo creo que lo va a dar hoy”.

La suspensión del juego permitió que Bettsimar Díaz y el artista plástico Edo Sanabria llegaran a tiempo para la fiesta. Edo le obsequió un par de obras que le entregó más tarde a Miguel, en su casa.

El sábado amaneció fresco y soleado, un cielo azulísimo, completamente despejado, auguraba lo que iba a suceder.

Era una certeza. Por los pasillos del estadio, y desde muy temprano, Miguel Cabrera se multiplicaba por todas partes, decenas y decenas de aficionados, niños, señoras y señores, muchachos y ancianos llevaban sus jerseys con el 24 y el apellido Cabrera. En la enorme tienda principal se agotaban camisas y franelas.

Los venezolanos se hacían notar, lucían orgullosos sus banderas, gorras tricolor, camisas de la selección de béisbol y de fútbol.

El sábado nadie dudaba. “Hoy es el día”, decían los empleados y los fanáticos. Era 23 de abril de 2022. Podía sentirse la euforia, estábamos por ser testigos de la historia.

Daniel y yo bajamos al terminar el primer inning de Colorado. Tomamos el ascensor, como lo habíamos hecho en los turnos anteriores. Habíamos hallado un lugar, entre home y primera, donde amablemente los acompañantes de unas personas con discapacidad motriz nos había cedido una silla para apoyar la computadora y donde no molestábamos a nadie. Yo diría que era un lugar perfecto. Saber que somos venezolanos nos facilitó la cortesía.

Nos ubicamos para grabar. Me puse el teléfono como a la altura del cuello, para poder ver el batazo con mis ojos y no a través del celular. Por eso la grabación no es la mejor, además de la emoción, claro.

Miguel llegó al plato, los 37.566 fanáticos presentes se levantaron, como habían hecho desde el miércoles cuando dio los 3 hits y se puso a uno de la increíble cifra.

Entonces, al tercer pitcheo de Senzatela, hizo la conexión a su banda contraria.

Sentí los ojos llenos de lágrimas y me volteé a ver a Daniel y él también estaba llorando. La verdad es que el que no aplaudía lloraba y había quien lloraba mientras aplaudía. Otros se abrazaban. Al terminar del grabar, cuando salió a batear Candelario y siguieron las acciones, nos tocó el turno del abrazo a nosotros. Entonces los que estaban al rededor nos aplaudían  y nos celebraban. Yo lloraba más.

La alegría era inmensa, indescriptible, incontenible.

Daniel y Miguel se conocieron en un evento de autógrafos que organizó Oswaldo Guillén cuando él tenía como 5 años y poco después se vieron en Júpiter, en un campamento de béisbol que organiza Tommy Hutton en el Roger Dean Chevrolet Stadium, al que invitaba estrellas de los Marlins, y Miguel era la figura más destacada. Desde entonces tienen una relación cercana y divertida.

¿Quién dijo que no se llora en el béisbol? Lo siento, Tom Hanks.

Sabiamente, en la mañana, había decidido no ponerme máscara de pestañas, porque el reguero de pintura me habría convertido en una especie de mapache.

Subimos a escribir. Fue después de un buen rato cuando pude sentarme tranquila, tranquila y feliz, a terminar la crónica que había comenzado el 8 de abril, cuando empezó la cuenta regresiva de los 13 hits que le hacían falta para alcanzar a Roberto Clemente, a quien dejó atrás en ese mismo juego en la lista de los hiteadores más prolíficos.

Más tarde, entre un juego y otro (ese día hubo doble jornada), dio la rueda de prensa en la sala de conferencias. Luego nos vimos en el terreno, ahí decidió enviar un mensaje a los venezolanos.

Su felicidad era por todo, por haber llegado a la ansiada meta, por haberlo hecho en su casa, frente a su familia y sus fanáticos, y también tenía clara la alegría que significaba su hazaña para los venezolanos, en especial para los niños.

En el segundo juego de ese día despachó en 3.002 para acercarse a Al Kaline.

“Donde quiera que esté, Al Kaline está sonriendo”.

En el clubhouse de los Tigres, se mantiene el locker de “Mister Tigre”. ahí está su jersey, como si él va a llegar a vestirse. Es una presencia sobrecogedora pararse en frente.

El domingo 24 de abril, Miguel descansó, llegó temprano, nos dio una entrevista para El Extrabase. La noche anterior celebró en familia, con amigos, y se acostó a dormir temprano aunque sabía que no iba a estar en la alineación.

Era nuestro último día de este viaje. Recorrimos el parque para comprobar que casi toda la mercancía relativa a Cabrera se había agotado. Apenas unas franelas y un par de camisas quedaban en una tienda que está por los palcos y a la que no todos tienen acceso.

Fotografía de Mari Montes

Todo el mundo seguía sonriendo, nos quedamos pegados en la alegría, pero en el siguiente nivel.

Cuando nos íbamos ya casi no quedaba sino el personal que acomoda el terreno. Mirando hacia el diamante, con el estadio vacío y silencioso, y le dije a Daniel:

“Respira este aire. Los estadios de béisbol están vivos, la energía de lo que ocurre aquí se queda en sus paredes y en el aire. La felicidad se puede respirar. Acabamos de ver la gloria, ahí cerquita, encarnada en Miguel Cabrera”.

***

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