Imago Mundi

Chicago: ciudad y museo

Fotografía de Peter Miller | Flickr

11/12/2020

Después de un compromiso académico en Boston en el 2006, nos fuimos a conocer la ciudad lacustre de Chicago. Denominación que es fruto de una voz indígena modificada por la pronunciación francesa, ya que fueron Jolliet y Marquette los comisionados por el gobierno de Francia para explorar la costa del lago Michigan en 1673. Los aborígenes de Illinois referían a los grandes jefes como “chicaugous”, y de allí derivó en Chicago. Por cierto, Michigan proviene de Michigama (Gran Lago) en la lengua chipewa. Buena parte de la toponimia norteamericana acoge voces indígenas, como es evidente, junto con las inglesas y francesas.

Pero la fundación formal de la ciudad es muy posterior al relato anterior, ocurre el 12 de agosto de 1833. Luego, el 10 de octubre de 1871 la urbe se incendió por completo; de tal modo que la Chicago de hoy, como el ave Fénix, resurgió de sus cenizas a partir de la catástrofe. Como vemos, en términos históricos es recientísima, como si hubiese nacido ayer en la mañana. Su pasado es tan reciente que casi no importa y, confieso, esto me hace difícil comprender su estructura, su piel y mucho menos su alma.

Chicago después del gran incendio. Fotografía atribuida a George N. Barnard, 1871. Haga click en la imagen para ver en tamaño completo

El incendio de Chicago no puede pasar inadvertido: estamos hablando de la destrucción de 18.000 edificios y de cerca de 100.000 personas que perdieron sus casas. Para entonces la ciudad era un epicentro ferroviario para el oeste americano, además de lo que significaba el lago para el desarrollo de la región. Las cifras señalan hasta trescientos barcos diarios descargando mercancías. De tal modo que cuando fue arrasada por el fuego, la ciudad ya era un notable polo comercial en el que se conseguían granos, cerdos, ganado, maderas y demás elementos, lo que llevó a un crecimiento inusitado de la población entre 1850 y 1870, cuando pasó de 30.000 a 300.000 habitantes en apenas veinte años. Toda una explosión demográfica nutrida por contingentes de inmigrantes europeos que buscaban hacer realidad el “sueño americano”.

La oportunidad de reconstruir la ciudad hizo de Chicago un paraíso para los arquitectos y las empresas constructoras. Ya para 1890 había edificios de veinte pisos de altura, y en 1906 le encargaron a Daniel Burnham un “Plan de desarrollo de la ciudad”, además de la Exposición Universal. Luego, el crack de 1929 fue devastador para la urbe, pero su recuperación fue puerta de entrada para otros grandes arquitectos, entre quienes estaba Ludwig Mies van der Rohe (emigró de Alemania en 1937) y los norteamericanos Frank Lloyd Wright, factor determinante para la ciudad, así como el legendario Louis Sullivan, quien para muchos fue el primer gran arquitecto estadounidense.

Magnificent Mile, Chicago. Fotografía de TonyTheTiger | Wikimedia

De tal modo que la ciudad en reconstrucción también fue paraíso para los inmigrantes. El melting pot de Chicago comprende muchos irlandeses, muchísimos alemanes y, por supuesto, un gran número de afroamericanos, así como mexicanos, junto con italianos, suecos, griegos, judíos, checos, polacos, ucranianos, lituanos, vietnamitas, filipinos, coreanos, japoneses, camboyanos. Al día de hoy, las autoridades de la ciudad contabilizan 26 grupos étnicos y una suerte de meca de la diversidad: nuez de su fuerza y de sus conflictos, también.

Todo lo anterior es lo que uno nota caminando por la Magnificent Mille de Chicago o navegando por sus canales viendo los edificios enormes que hacen del paisaje urbano algo sobrecogedor. Es la belleza de la prosperidad, la riqueza y la abundancia, junto a los arrabales donde se advierten las dificultades. El blues, el jazz, la literatura, con Saul Bellow a la cabeza, han hecho de Chicago un emporio de multiculturalismo en medio de los vientos lacustres más helados que puedan padecerse, serpenteando entre los edificios, los canales y las grandes aceras de las avenidas principales.

Fotografía de Peter MIller | Flickr. Haga click en la imagen para ver en tamaño completo

Para quienes amamos la arquitectura moderna, Chicago es una fiesta. Y para quienes acuden a museos frecuentemente, pues los de Chicago son muchos, de temática variada y con piezas de primer orden en sus colecciones. Las universidades de la ciudad no son “conchas de ajo”. Por lo contrario, recordamos a los “Chicago Boys”, que inspirados en Milton Friedman le dieron un nuevo aire al liberalismo económico alzando una ola de sensatez y ortodoxia fiscal y presupuestaria.

No diría que Chicago es una ciudad hermosa con sesgos entrañables, pero sí un banquete de la arquitectura moderna y contemporánea. La comida, como suele suceder en Estados Unidos, brilla por sus particularidades étnicas, más no particularmente por sus platos locales, más allá de unos churrascos de dimensiones pantagruélicas, acompañados de unas correctas papas al vapor. Por otra parte, pocos días en la ciudad no son suficientes para una inmersión completa. A lo sumo, esta postal, pero no sé si alguna vez vuelva.


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