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Fallece a sus 95 años Carlos Cruz-Diez, artista plástico venezolano y uno de los máximos representantes del arte cinético. En su página web oficial informaron que ocurrió el 27 de julio en París, Francia. Compartimos una entrevista a Cruz-Diez hecha por Cristina Raffalli en 2016.
En el evento de presentación de sus memorias, vemos a Carlos Cruz-Diez caminar ágilmente entre la gente que colma la Maison de l’Amérique Latine, en París. Firma dedicatorias, saluda a distancia, abraza, da la mano, se ríe, presta atención a cada uno de los que llegan hasta él luego de hacer una cola con o sin libro bajo el brazo, y accede una y otra vez a tomarse fotos con decenas de admiradores ansiosos por cohabitar en píxeles con esta leyenda viviente. El próximo 17 de agosto cumplirá noventa y un años y lleva casi seis décadas viviendo en París. No obstante, su libro (“Vivir en Arte”) es un relato de vida que transparenta con absoluta nitidez la historia del país que fue Venezuela.
Hubo que esperar algunos días para poder entrevistarlo en su taller. Inmediatamente después de presentar su libro, el Maestro viajó a Inglaterra, donde asistió a la inauguración de una obra que realizó por encargo de la Bienal de Liverpool, la Tate Liverpool, el Museo Nacional de Liverpool y la Comisión para el Centenario de la Primera Guerra Mundial. Cruz-Diez diseñó, para el casco de la Edmund Gardner Ship (una embarcación inglesa de 1953, conservada por el Museo Marítimo de Merseyside) una Inducción Cromática a doble frecuencia. Su obra evoca la noción desarrollada por el pintor inglés Norman Wilkinson (1878-1971), autor de diferentes camuflajes para los barcos de guerra de la flota británica. Este artista ideó una variedad de tramas geométricas cuya complejidad lineal convertía a las embarcaciones en objetos indescifrables para los submarinos, no por un efecto visual de ocultamiento sino porque el diseño producía imágenes confusas que hacían imposible dilucidar la forma y el movimiento que llevaba. Esta astucia recibió el nombre de DazzleCamouflage (camuflaje por deslumbramiento) y lo que Cruz Diez realizó recientemente es una reinterpretación de ese recurso. El barco es un museo, se encuentra en una cala seca del Albert Dock y ya recibe cientos de visitantes al día.
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Es de mañana y el Maestro lee la prensa venezolana en su computadora. Protesta alguna infamia que reventó como noticia. Repara en los ángulos menos expuestos del hecho público. Se enfada. Se interroga. Un torrente vital de emoción y pensamiento mana de él.
A los pocos minutos, con un gesto veloz de su mano y lleno de determinación, Cruz Diez cierra la ventana hacia Venezuela que había abierto esa mañana en su Mac. Es hora de cumplir las tareas del día y sobra imaginar la jerarquía que en la vida de este artista ha cobrado siempre la palabra disciplina. Al verlo entrar en agenda con tanta rapidez y gracia, viene a la memoria un párrafo de su libro:
“Si se quiere decir o hacer algo que trascienda, es preciso poseer una sólida estructura conceptual y una rigurosa disciplina de trabajo, toda vez que el don natural y la inteligencia no bastan por sí solos para hacer una obra”.
La vista de su monitor y el tema de la conversación no son lo único que ha cambiado, sino también su expresión, ahora plácida, llana y atenta. Asegura que el trabajo lo mantiene en ese estado vital y saludable. “El que no tiene proyectos se muere”, dice, mientras sonríe y comenta que acaba de recibir la invitación a realizar “un proyecto muy grande, un edificio completo. Pero de eso no voy a hablar porque no hablo de las obras hasta que están listas”.
Su libro de memorias, que lleva el subtítulo “Recuerdos de lo que me acuerdo”, es una colección de encuentros, anécdotas, personas, puntos de inflexión, valores, lugares, eventos, narrados, ordenados y relacionados entre sí con gran sencillez. En estas páginas, escritas sin pretensiones literarias pero dueñas de una gran eficacia, no sólo resuena la personalidad de Cruz-Diez, su compromiso con el arte, su sentido del humor, su entrega a la familia, al país y a los amigos, sino buena parte del pensamiento artístico sobre el cual ha estructurado su obra. Sin tratarse, en lo absoluto, de un libro teórico, también es posible leer en él anécdotas que conectan con la reflexión artística: “Llevaba días enfrascado en los experimentos que desembocaron en mi primera Fisicromía, cuando una mañana, luego de varias horas organizando las bandas de cartón coloreadas sobre un bastidor, observé satisfecho el efecto que tanto había imaginado: la aparición y desaparición de variados ‘climas de color’. Trasladé el bastidor hasta un rincón del estudio, lo apoyé contra una pared y tomé distancia para observar el fenómeno. Enseguida llamé a Mirtha y a los niños para que observaran el primer resultado de mi investigación. Jorge llegó corriendo y Mirtha y Carlitos, que venían detrás, no tuvieron tiempo de ver la obra; Jorge, en medio del entusiasmo, no vio el bastidor y le dio una soberana patada. Las bandas de colores volaron en todas direcciones coloreando el ambiente como en una explosión de fuegos artificiales. (…) Ya adulto, le comenté a Jorge la anécdota y lo mucho que agradezco su oportuna patada, toda vez que a partir de ese momento comencé a reflexionar sobre el color en el espacio”.
En su libro, usted dice: “Yo fui a Europa a mostrar nuevas ideas, no a buscarlas”. Siempre tuvo la certeza de que sus investigaciones sobre el color y su movilidad en el espacio lo llevarían a las respuestas afirmativas en las cuales fundamentaría su obra, todo lo cual era un compendio de ideas absolutamente nuevas. Sin embargo, antes de usted irse a Europa a finales de los años cincuenta, eran pocas las señales externas positivas que recibía, incluso del entorno artístico, con excepción de importantes opiniones, como las de Alejandro Otero o Jesús Soto. ¿Dónde encontraba usted una certeza tan grande? ¿De qué se nutría su total convicción?
El haber fracasado en mi propuesta engagée [comprometida] de convertir mis vivencias sociales y folclóricas de mi país en un discurso universal del arte me hizo comprender que debía, desprovisto de ingenuidades sentimentales, dedicarme a hacer un análisis profundo de la historia, de lo que debía ser el arte y el artista en la sociedad. La sociedad agradece, utiliza y salvaguarda a través del tiempo sólo a los artistas que abrieron horizontes y le dieron nuevos mensajes a la espiritualidad. Mi ambición ya no era “pintar bien” y expresar mis intimidades vivenciales, sino la pretenciosa utopía de encontrar una propuesta que pudiera renovar el disfrute del arte. El proceso fue muy largo, nutrido de lecturas, reflexiones, experimentos y fracasos, con avances y dolorosos retrocesos, hasta que pude encontrar en el universo cromático de la pintura una “evidencia” que, extrañamente, no había sido puesta en juego en la pintura, ni había sido utilizada como discurso por los artistas: el color como una circunstancia en el tiempo y en el espacio y no como una certeza. El color que se manifiesta en el espacio, fuera del soporte y sin necesidad de estar pintado ni adscrito a una forma. Por eso los comentarios y las críticas adversas no detuvieron mi propósito, sólo demostraban que yo poseía una información que ellos no tenían. Por eso me vine a París, que todavía era centro internacional del debate de las ideas.
¿Cómo se aprende a mirar? ¿A través de qué ejercicio, de qué actitud, se descubre lo que hay en una obra de arte?
No es mirar: es ver. Mirar es una prospección, ver es analizar lo que estamos mirando. He dicho muchas veces que vivimos en una sociedad hiperbarroca. No hay vacío, todo está lleno de imágenes, colores, objetos, sonido y olores. No hay reposo visual ni sonoro y todo huele y sabe a lo mismo. Hasta la música popular o industrial olvidó la belleza de los silencios, se convirtió en una frecuencia monocorde, continua y agresiva con precaria invención rítmica, armónica o melódica. Todo debe tener sonido, la calle, el mercado, el automóvil, el ascensor, el hogar, la fábrica. A este panorama se ha agregado el teléfono, un instrumento de continua información sonora que sirve para huir, para no estar presentes. Se ha institucionalizado un repertorio restringido de olores y sabores que inundan el ambiente, hasta los productos alimenticios y de higiene. En tales circunstancias uno “mira”, pero no “ve”. Se requiere hacer un particular esfuerzo de selección, para disfrutar de lo que realmente nos interesa.El arte nos hace pensar, nos da la esperanza de encontrar, en este clima apabullante y caótico, una información inédita que lo mitigue y nos inunde el espíritu de otros valores y circunstancias fundamentales para el crecimiento espiritual.
¿Hay diferencias entre la mirada que se da al mundo y la mirada con la cual se “lee” una obra de arte?
La noción “arte” es invento del hombre y el más bello y eficaz mecanismo de comunicación que el ser humano haya podido imaginar. Ver y disfrutar el arte, es redimir lo ingrato y avieso de nuestra cotidianidad. Es abrir una puerta en busca del verdadero conocimiento y de la inmaterialidad trascendente.
¿Por qué es importante, para el ciudadano, vivir en espacios donde el arte esté presente? Compartir un espacio público donde cohabitemos con el arte, ¿en qué sentido nos forma, en qué nos convierte, qué nos aporta?
Es un discurso paliativo dirigido al espíritu del transeúnte acosado por los códigos restrictivos e intereses económicos que pueblan todos los lugares de la ciudad. Un afectivo refugio, un mensaje diferente en el ambiente caótico, agresivo y compulsivo de las urbes.
Si dispusiera usted hoy de todas las libertades y recursos necesarios para intervenir Caracas siguiendo sus ideas de cohabitación de diseño, arte, arquitectura, urbanismo y ciudadanía: ¿podría decirme qué haría? ¿Qué propondría? ¿Hacia dónde se orientaría su propuesta?
Durante años he sostenido que Caracas no es una ciudad, sino un resultado. Un resultado del azar y las circunstancias, que generó una gran plataforma para exhibir la miseria. La imagen que por primera vez recibe el visitante es el esplendor de la pobreza, ampliamente desarrollado en las mejores visuales de las colinas del valle. La Caracas de mi infancia tenía la coherencia y el confort de la cuadrícula romana de Vitrubio, que los españoles adoptaron e impusieron en la conquista. A la muerte del caudillo Juan Vicente Gómez y la llegada del auge petrolero, el país agrícola se modificó violentamente y el campesinado, incitado por los proselitistas políticos, comenzó a invadir las ciudades.Muchos planes urbanísticos han sido elaborados y ninguno aplicado racionalmente. A pesar de las reglamentaciones, cada nuevo gobierno o cada promotor construye sus torres o urbanizaciones de tal manera que en Caracas es dificultoso caminar cien metros por una acera coherente, sin que nos encontremos con desvíos, escollos y desniveles. La hace añorar su amable clima, continuamente barrido por los vientos alisios y la extraordinaria y bella montaña que la rodea. Lo más importante de Caracas es la cantidad de obras de arte contemporáneo diseminadas en la ciudad, comenzando por las de la Universidad Central de Venezuela, diseñada por Carlos Raúl Villanueva y que fue la primera y más importante integración mundial del arte con la arquitectura. Es decir, el arte es la panacea a ese “resultado”.
¿Qué lamenta y qué celebra de la Caracas que tenemos hoy, en 2014?
No creo que hay que celebrar, más bien lamentarnos. Lo que era un hermoso valle y una ciudad de acuerdo a sus dimensiones lo convirtieron en “eso”. El pequeño valle no era para contener semejante monstruo. Hoy es imposible corregir los errores del pasado, porque los planificadores y urbanizadores del presente los siguen cometiendo, y peores.
De todas sus obras para espacios públicos en tantos países, ¿cuáles son las que, a su juicio, más impacto tienen en la vida ciudadana?
Tal vez el piso del Aeropuerto de Maiquetía, el Homenaje al Sol en Barquisimeto, la represa de Guri y las intervenciones en la calle con los pasos peatonales que he podido realizar en diferentes ciudades del mundo.
En su obra usted desdibujó las fronteras entre arquitectura, pintura, diseño, escultura, tecnología, artesanía, y muchas más. ¿Cuáles son, a su criterio, las fronteras que serán desdibujadas en el presente siglo?
Muchas más.Pienso que la noción que hoy tenemos del artista, ya comienza a modificarse y los mecanismos de expresión y la noción “arte” serán otros. Lo que no significa que el arte que conocemos desaparezca. Como siempre ha sucedido a través de los siglos, otras nociones y nuevos aportes se van agregando al patrimonio cultural de la humanidad.
¿Qué es “vivir en arte”?
Es una auténtica pasión donde te juegas el pellejo hasta sus últimas consecuencias. Tal vez tenga algo de religioso. Te sumerges en cuerpo y alma en algo que tú crees una verdad.
¿Es posible “vivir en arte” aun sin ser artista?
Por supuesto, es una actitud de apropiación que conforma y motiva la existencia. Los melómanos no son músicos, los lectores no son poetas ni narradores, los fanáticos de la pintura no son pintores, los que van al teatro o al cine no son actores, pero se apropian de lo que producen los artistas. Viven en arte porque disfrutan y aman el arte. Son los receptores del discurso que el artista lanza a la sociedad.
Según su opinión, ¿qué podría esperarse que suceda en el arte contemporáneo en los próximos años? ¿Cree usted que podríamos estar a las puertas de un gran cambio, como el que introdujo el cinetismo?
Es muy probable, porque hay una recesión mundial de la invención en arte. Las propuestas de Duchamp, de banalizar el arte, se han convertido enAcademia. Donde vayamos, encontramos el disfraz del mismo discurso. El hecho de que todo el mundo haga lo mismo, es reflejo del agotamiento de las ideas y conceptos, que siempre ha sido preludio de las nuevas y grandes propuestas.
¿Cómo fue el proceso y cómo se sintió escribiendo sus memorias
Me reí muchoacordándome de las cosas amables de la vida. Cuando terminaba de trabajar me ponía a escribir. Si me acordaba de algo durante el día lo anotaba en un papel y luego lo desarrollaba. Me tomó alrededor de tres años hacer el libro.
Vivir en arte. Recuerdos de lo que me acuerdo”, editado por la Cruz Diez Foundation estará disponible en librerías de Venezuela a partir del próximo mes de diciembre. También será posible adquirir la versión electrónica en formato Kindle a través de Amazon.
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Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 17 de agosto de 2016.
Cristina Raffalli
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