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Encuentro un equivalente para esta ocasión, un ritual iniciático de bienvenida, cuando en una plaza de renombre, ante el público aficionado, en el mundo de los toros al novillero se le da la alternativa como matador de reses bravas.
Hoy estamos aquí para acompañar a Alejandro Sebastiani en su tránsito al mundo de los poetas. Alejandro, sabemos, no es un desconocido en este terreno, lleva tiempo ya alternando en respetables novilladas. Pero la alternativa es el momento en que comienza a torear animales más finos e impredecibles. Para mí él seguirá siendo Sasha, pero en público, en estas plazas, en los mesones y estantes de las librerías, entre lectores de poesía, de ahora en adelante, será Alejandro, el Sebastiani, sí señor, ¿lo recuerdas? y Encrucijada se llamó el toro de su primera faena, cuando tomó la alternativa en la prestigiosa feria de Eclepsidra, con los aficionados de Lugar Común, un domingo de diciembre de 2016, y Carmen Verde fue la madrina. Porque entre aficionados a los toros, perdón, a la literatura, entre los amantes del arte de la palabra, la cosa es la poesía, y como decía Verlaine …et tout le reste est littérature! Y el toro, el libro, el rey de esta fiesta, es esta canción de la encrucijada, la faena que él ha hecho como prueba de su arte, y para la que voy a pedir vuelta al ruedo y oreja y rabo… un toro, que dejará harto contento en la memoria…,
Lo difícil de estas palabras de recibimiento es que deben combinar el tono laudatorio, la liviandad del brindis, un toast por el autor, junto con una invitación a que lean el libro, obligación casi de darle unos pases al toro, para que le vean la casta, lo bien que embiste… esta canción.
En lenguaje taurino, el asunto consiste en ponerle en suerte a los lectores futuros el libro que estamos bautizando: dejarlo colocado en buen sitio, para que cada quien, capote en mano y según sus dotes y ánimo de lectores, lo toree, y le saque la faena que todo buen libro de poesía celosamente guarda aguardando a que alguien se lo ciña a la medida de su afición y su ansia de misterio y belleza.
Recuerdo que en su diálogo sobre la poesía Yogos Seferis exclamaba, qué hermosa sería la vida si los críticos no se ocuparan de hacer creer al público que la función estética culmina cuando se pega una etiqueta sobre la obra que tienen ante ellos. La etiqueta puede ser muy justa, lo identifica, informa, aquilata su valor… frases, a veces lúcidas y sinceras, con las que fijamos el animal, pero a veces se parece demasiado al trabajo de herrar el ganado, y a un libro de poesía, si lo herramos, erramos porque sacamos del ruedo y lo devolvemos a la manada, lo atamos al hato. No quisiera hacer ese trabajo, otros se encargarán de marcarlo… aquí, hoy, yo he venido más bien a honrarlo como un aficionado, situarlo en el ruedo, en la fiesta brava de la lectura, en su cuerpo a cuerpo con un lector, en ese doble y mutuo riesgo que supone la encerrona con un libro de poesía… eso quisiera yo, que ustedes se acercaran a este libro, sintiendo resoplar su aliento, escuchando el confuso balbuceo con que comienza toda auténtica poesía, ese mutuo recelo con que sentimos que estamos frente a palabras vivas, que vienen hacia mí si las llamo, y que pueden derrotarme si trato de lidiar con ellas como lo hago con cualquier mascota domesticada. Porque si de poesía se trata, no esperamos que nos muevan la cola, o se dejen acariciar, no están para que las usemos como perros guardianes o caballitos de paseo, la poesía nos mira tanto como nosotros a ella y lo que ella espera de nosotros es que nos embarquemos en ese encuentro tremendo, con la fuente del misterio que es toda palabra viva. El poeta se le acerca, la busca, la llama… y de pase en pase llega esa hora de la verdad en que ella, la palabra debe ser sacrificada como tal, como lo que es, el hermoso simulacro de un sentido que ningún mortal podrá poseer.
La diferencia con el rito taurino, está en que la palabra que el poeta ha toreado, esta faena que fue suya y única, le entrega para que cada buen lector la repita luego en solitario… cada lector de poesía reanima la casta de este animal de palabras, con la inquietud de quien no sabe, ni conoce ni entiende su lenguaje, y se deja llevar, al leer acompaña la embestida de esas palabras, les abre paso, dejan que ellas revoloteen alrededor de él, sin pretender agarrarlas por los cuernos, ni colgarlas en los ganchos del matadero, ese triste destino comestible en que descansan nuestras palabras ordinarias, el matadero del mundo interpretado, su valor de uso y de cambio. El lector de poesía, como el poeta,
siente que el poeta con su libro le pasa la muleta, para que, como lector, lo haga mío. Me entrega un animal dormido, una lengua dormida que al despertar
me comunica la clase de emoción y de inquietud que tiene toda palabra antes de ser esa moneda gastada y devaluada cuando la medimos con la verdad de lo real. Leemos un poeta y queremos que su palabra embista y trace en la trayectoria de su embestida, una frase inaudible, una certeza improbable, que nos envuelve y nos devuelve al misterio de estar vivos.
Bueno, basta de toros, ya exprimimos esta metáfora más de la cuenta, y me disculpan los de las sociedades protectoras de animales. Los taurinos respetamos demasiado al animal para pensar que necesitan nuestra protección. Como el lenguaje, no necesita dudosos defensores que quieren amansarlo… la jaula de las palabras, ya saben… las hay de todo tipo… el poeta las quiere sueltas, las suelta…
Lo que necesitamos es situarnos en un lugar donde el libro comience a hablarnos, se deje escuchar… los sordos buscan tentando el lugar en donde las palabras les llegan, no importa si ese lugar es el que desea el que habla, no importa si ese es el lugar más cómodo. A veces viajamos de polizontes en un poema, escuchando sin ver, por debajo de la cubierta, en la sala de máquinas, en la cabina del equipaje, otras, tenemos que trabajar de maleteros…
Este libro tiene un índice. Confieso que no lo leí sino después. Pero a mí me gusta leer sin ver antes el índice. Los títulos de los poemas, no me dicen nada hasta que no leo el poema. Me basta el título del libro.
Este libro se destapó, como su título sugiere, rompió a cantar, a silbar, a tararear, no paraba de hablar, de preguntar cosas que no entendía porque, como pasa en estos casos, no sabía a dónde me llevaba, y por costumbre, uno quiere que lo que nos dicen encaje en nuestras expectativas, entren en un marco ya previsto.
Quiero decir que lo leí de un tirón, no como colección de poemas, no como poemario, sino como una o la canción de la encrucijada.
Fue ayer cuando comencé a hojear el libro, no el pdf, cuando me di cuenta que también podía leerse como un poemario, como un racimo de poemas.
Bien… pero no desdigo de mi lectura inicial, es más quisiera invitarlos a tomarla en cuenta… creo, incluso, que es la que le hace justicia a esta encrucijada, es la lectura que me permitió enseguida reconocer una voz, la que seguramente muchos de ustedes ya escucharon hablarles desde las derivas de un diario, el primer libro de Alejandro…
Una encrucijada de poemas… sí, en la que cada poema ofrece una nueva salida, como islas en un archipiélago, como astros en una galaxia, como animales en una manada… no sé… Puede ser… Confieso que no he tenido tiempo de explorar esta otra forma. Me quedo con mi canción silbándola, invocando al multiforme, desde su encrucijada…
Leyendo de corrido, escuché una canción de encrucijada, pero no recorrí la encrucijada de esta canción.
El libro tiene un epígrafe, de Eliot, que nos pone el toro en suerte,
el epígrafe, para mí, cuando es bueno, se convierte en una palanca: pienso en la de Arquímedes ¿recuerdan? dame un punto de apoyo y moveré el mundo, dame un buen epígrafe y la resistencia que le opongo al extraño peso de estas palabras servirá para que su potencia me mueva, y así, remaré a través de ellas, a veces contra corriente, a veces dejándome llevar por el cauce de este hilo extraño que no tiene fin y me tiene aquí…
el epígrafe: I said to my soul, be still, and wait without hope…
TSE.
Olvídense de Eliot y sus cuartetos, no es eso, eso puede importar después, cuando el asunto sea Alejandro Sebastiani. Cualquiera puede citar a Eliot, al Dante, a Baudelaire… son los dioses tutelares del álbum de familia de cada poeta, de cada lector… creyentes politeístas como son… políglotas, polimorfos, polígamos, polígrafos… Por ahora el epígrafe es, como les dije, una palanca, un remo, un par de zapatos…
Dije a mi alma estate quieta, y espera sin esperanza…
Estamos ante una canción y el que la canta lo hace para tratar de aquietar su alma, de acallarla, apaciguarla… es alguien que espera y dice espera tú, alma mía, sin esperanza, tú que eres la fuente de donde sale la feroz esperanza que decían los griegos, ésa que se quedó en el fondo de todas las desgracias, la última que no llegó a derramarse. Una palanca dije, la canción no menciona nada de esto, pero sí advierte, de entrada, que sabe de qué se trata eso de la esperanza, y sabe que la espera en que se halla esta encrucijada necesita que el alma esté con él, pero quieta, que no alborote la esperanza…
Dejo a ustedes el buen entender de lo que significa esta espera, este comenzar a movernos en un terreno donde las ilusiones y expectativas, la espera esperanzada, no está invitada…
Entonces, palanca en mano me digo: —como que la letra de esta canción se dirige al alma… no al mundo, no a sus contemporáneos, no a la posteridad, no a fulano o fulana, no a la historia… sí, eso es… y como se dirige al alma, termina dirigiéndose a la poesía misma, a su esencia, a su fuente…
Y a solas con ella, juntos, este poeta que canta desencantando a su alma, ellos —alma y canto, poeta y poesía— van abriendo un surco al filo del lenguaje que conocemos…
¡Le hacen sitio al lector para desplazarlo como lector, para que desaprenda a leer y comience a escuchar una invocación a las “maniobras del multiforme”, para que silbe con él y sienta como “ya mismo se cae el horizonte!”
Eso pasa cuando el alma se aquieta, cuando respira, cuando en vez de cargar con nuestros sentimientos, ideas y recuerdos, se aquieta, está ahí, y se vuelve ansiedad y deseo, pena y júbilo, pregunta y aquiescencia, invitándonos a seguir el cauce, el otro cauce, por la otra orilla de la vida unos “itinerarios inconclusos” que decía Alejandro en sus Derivas. Así los llamó entonces, y ahora nos ofrece la oportunidad de embarcarnos con él en uno de ellos, con esta canción.
Él dijo entonces que cuando dejó de correr comenzó a escribir (175), y yo apostaría a que lo dijo cuando llegó a la encrucijada, cuando en plena carrera se le cruzó esta canción… porque periodismo es una carrera y letras no: estate quieta, le dijo a su alma, y espera sin esperanza, la canción de la encrucijada, la de las palabras mismas…
Sigo leyendo de un tirón, remando sin remos, con esta palanca que nos da el lenguaje…
y hago un juego: le antepongo el título (canción de la encrucijada) a todo lo que me sale al encuentro, es decir, trato de silbarlo… para que el horizonte siga cayéndose y el multiforme siga maniobrando,
y no es una arbitrariedad de mi parte ya que es el mismo libro el que me coloca en ese juego, porque comienza diciendo:
este nombre nació
de un hilo extraño
que no tiene fin
y me tiene aquí
solo
sediento y pausado
en el filo de las encrucijadas que solo el aire desdibuja
el aire que la desdibuje buen desdibujador será
Sigo, pues, el hilo sin fin que dio origen a ese nombre…
y mantengo siempre conmigo, la invocación al multiforme… a sus maniobras, y a ese silbido que tumba el horizonte…
pero noto que después de ese largo verso donde parece que el poema comienza a hablarme como poema, como si hubiera estado a punto de entrar en el gran ropero de la vestimenta lírica, con acotaciones que argumentan en un tablero o tablado mental, justo en ese momento el verso se interrumpe y hay un sangrado, un corte:
claro
dice, y sigue, otro corte, un silencio,
como olvidarlo
un verso en escalera, avanzamos, descendiendo, y nos damos cuenta cómo ese corte, ese escalón, es como un traspié, un cambio de tono que detuvo en seco la embestida de aquellas encrucijadas que sólo el aire desdibuja…
Que dibujando un plural que no va, esta encrucijada es una sola, este hilo extraño “me tiene aquí”, ha dicho, solo sediento y pausado al filo de… punto.
El texto enganchó algo, frenó, y bajando esos escalones es como si se devolviera. Recuerdan que volver la vista atrás es justamente lo que le habían prohibido al hijo favorito de Apolo: cantor que en zona prohibida se voltea
para mirar lo que viene con él, como quien mira el sentido que ha estado arrastrando, sacando a la luz con su canto, ese sentido lo pierde, eso se deshace, y esto es exactamente lo que sucede aquí a cada rato, lo propio de esta encrucijada es la aparición de esa voz que viene desde el otro lado, por el otro camino, y dice en un tono (dios mío … qué tono) para cortar la nota, para introducir un incómodo ratón moral: llega entonces uno que viene cantando la misma canción desde otro lado
y que en este poema dice
siempre hay uno que insiste en ver la esperanza
donde moran las estacas
y uno piensa… ¿qué necesidad tenía de recordarlo?
sí, estate quieta, sin esperanza te dije…
y en un nuevo sangrado, escalonado, y hablando hacia adentro dentro de sí, donde nadie lo escucha entre paréntesis, asiente, esta vez en el medio mismo de la página, en el centro del cauce
(está bien)
y entonces resuena, comprensiva, esta frase, tan coloquial… ¿coloquial? pero si es una especie de que así sea,
Sí, pero no te dejes llevar por lo que no está allí, ha dicho entre paréntesis un «está bien» que podría sonar como: «está bien… pues…».
Y quien conoce a Alejandro sabe que las dos cosas están siempre ahí mismito: la atención y el asombro deslumbrado ante lo que escucha, esas estacas, por ejemplo, y enseguida, un gesto desde el horizonte en el piso:
«está bien, pues… déjalo así, …así es, …así será… pues…»
porque él sabe, ya se dio cuenta, que aquí, aquel aquí donde lo tienen, donde lo tiene el hilo extraño ese, es donde moran las estacas…
y siempre habrá ese que insiste en la esperanza y se mete en el ropero de los desdibujos que llamamos líricos
y entonces aquí, justamente donde moran las estacas, y no esas cosas concretas que dice la gente explicando y argumentando, es aquí donde alguien es tan iluso para ver todavía alguna esperanza, para esperarla sabiendo que no hay…
y pasamos la página que nos confirma esto,
si los pasos son jubilosos… y centelleantes… ya no hay hilo, ni el suelo se desfonda y nada puede hacerse salvo caer en la trampa y extender el júbilo de la espuma…tanto vértigo por hollar…
Y es el silbido del otro lado, en la misma encrucijada, que responde…
con esos pasos jubilosos, sabiendo bien que está entre las estacas, haciéndose en la encrucijada, hecho una cruz, pero «si los pasos son jubilosos», la encrucijada, insiste la voz, sí se desdibuja, ya no hay hilo y el suelo no se desfonda… y sí, está bien, no hay remedio, no te queda otra sino ésta de caer en la trampa y extender el júbilo de la espuma… como hace todo poema, y en ese momento, el verso se aquieta, se corta nuevamente, de nuevo un sangrado al medio, bajamos, y la voz se aquieta más, y el tono coloquial, familiar dice, esta vez sin ambigüedad alguna: —¿no te parece?—
Y creo que así podemos seguir leyendo el libro,
esperando sin esperanza y sabiendo que no hay más remedio que caer en la trampa…
jubilosos de que alguien extienda la espuma…
La encrucijada son esos cortes, esos cambios de tono, esa voz natural, descreída que desde la otra orilla del canto, se le cruza a uno, para suspender el canto, acallarlo un momentico, un rato, y bajar hasta nosotros, abriéndole paso el otro brazo de la cruz, y devolverse a la soledad, a la sed, a la pausa de ese inicio, al hilo extraño de aquel silbido al filo de…
Cuando le avisan que su voluptuoso trabajo es como un centinela que duerme en el fondo del camino, (el poema comienza diciendo empujas, p.16) escuchamos cómo le responde, resuena, dentro de esa misma afirmación, que sale de la misma fuente (única fuente) de donde salen, por ejemplo, los dichos de Cadenas, y comienza un paréntesis breve, críptico:
(óyeme bien/la piedra rueda y rueda/… (pausa) el polvo canta su retorno al fuego)
Pero, ¿cómo vamos a separar a este poema del que sigue? Desprendiéndolo de la continuidad del entonces que no es solamente la que marca el adverbio como tal, sino todo lo que arrastra:
«entonces
tu eres
la cuna de los nombres
y el aposento de mis fugas»
Y con el padre jadeante que alienta ahora con sus roncas faenas desde un vértigo y una risa que están en los poemas anteriores, arranca la expresión que esperábamos desde hace rato:
ay lord
si pudiera verte
si pudiera tocarte
El más largo de los poemas hasta ahora, por algo será, llegó al sitio donde es difícil atreverse a entrar, la capilla vacía, el cuarto de los deseos,
Ay, señor…
sí señor, no es fácil esto de comentarles un libro que parece que no quiere serlo del todo, que sabe que cayó en una trampa,
que es una canción y no canta, y ahora no puede con eso porque hasta lo dice en inglés, como sacándole el cuerpo a la gravedad del Ay, señor o el irrespeto de ese ay señor con minúscula…
sí señor,
las maniobras del multiforme…
Y siempre late por debajo una pregunta ansiosa y deseosa, atrevida y esquiva.
El poeta comienza con la angustia dijo uno que sabía lo que hablaba…
siempre está cuando escribimos, cuando leemos poesía ese dime,
ese dime sin decirlo, ese dime dónde, dónde es que … estás hablando, dónde estás hablando no tú, sino eso que no habla nunca con uno,
sino tu silencio, donde habla eso que no deja de hablar por lo mismo que no se lo oye porque no sabe hablar, y es como el lugar donde reposan las palabras.
la única fuente
un alboroto, una risa,
el padre jadeante y sus roncas faenas,
un sol
cortado
sobre
la
copa
del
cielo
sombra
oculta
en
las
barras
del
mundo
recortadas, las palabras, una a una, como una ringlera que se desgrana, se suelta, una espiga de trigo, o un collar de abejas muertas…
Y al final… una palabra nueva ¿nueva?
lejaim?
aleja mi…
y mi aleja
estate quieta le ha dicho desde el comienzo
la maniobra prestigiosa, el anagrama
Y el poema que sigue, de nuevo, es una continuación
encabezado por otra expresión temporal, no entonces sino un nítido después
(p.24)
para que entren los revoloteos de la memoria
en esta canción, en la encrucijada, no son recuerdos lo que puedes atajar, recuerda al silbador, al multiforme, cuando la escuches no intentes rellenar nada, no hay recuerdos, es otra cosa, lo que se está fijando son esos eternos malditos vértigos, los revoloteos de esa sustancia ¿adherente? …de la memoria, su paso, su leve alboroto,
y le sigue el paso, dice «ahora sí»
dice «ahora sí»
y comenzamos a sentir que hay una trama en todo esto, antes no, en cambio ahora es cuando, ahora sí, ese revoloteo: un amago desmelenado va hacia otras frecuencias / como si esta melodía sin melodía fuera capaz de parar los asaltos/
Y un paréntesis encierra y revela desde su leve jaula, desde su trampa la figura al centro del laberinto:
(siente ya la canción del animal transitorio
ajeno al entusiasmo de la copa
derramada en la horca de los caminos perdidos)
ajá, y una vez allí, el animal vuelve, en un nuevo paréntesis, no se marcha…
(nadie lo desea /… cuando feroz canta / su paso)
en la encrucijada comienza a elevarse otro tono, que ahora no pregunta, ahora invita, vamos vamos… retomando, después de tanto error, lo que quizá sea el ritmo, la danza, el abrazo de una espera sin esperanza, un día, sí, un día, los relieves de esa cicatriz se volverán muro acuoso y las horas se irán cantando…y esta mano saldrá desde la rendija oirás mi escucha inundada, nacerán las insinuaciones del júbilo, y te arrojarás hacia la brisa…
Esta canción se canta sola, se silba, una palabra o dos, y el sonido ponlo tú, escoge tu instrumento, la flauta dulce, el corno inglés, la cuerda del bajo, un saxo, un sexo, un sexto sentido… para responder a la invitación que nace en el siguiente trozo, en la siguiente pieza, o pedazo o piazo de poema… para ir con él
a disolvernos en la cresta del rayo… en el instante cabalgando otro instante
no /no más llamados / quiero abandonarme / en el aliento de tu no
cántalo a veces con la voz y el despecho de un Agustín Lara
finalmente bíblico:
hazme girar donde el polvo se revuelve
como quien dice llévame al callejón donde hasta el diablo se devuelve
y la memoria sigue revoloteando y la alfombra soltando sus polvos, lentos naufragios, costas áridas, manotazos de espuma, resignación y deseo,
llama invisible
invisible llama,
…la llama
llama
suave ruina cabalgando hacia otras horas
Y como siempre quedamos como a mitad de la canción en medio de la encrucijada
y no voy a seguir, los dejo solos, ya saben cómo es esto…sigan porque en otro paréntesis hallaran que
(abajo esperan las fieras
¡qué música en sus dientes!)
MFP, Caracas, diciembre 2016.
María Fernanda Palacios
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