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«Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto, a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». Immanuel Kant: Crítica de la razón práctica.
El exprimer ministro francés Georges Clemenceu afirmaba con agudeza: “La guerra es un asunto demasiado importante para confiárselo a los militares”. Este es un principio aplicable a otras disciplinas. Sin dejar de reconocer la competencia correspondiente en cada caso, los especialistas no siempre ven el paisaje completo. Paradójicamente, aunque la filosofía presume de una visión amplia, a veces esa visión se queda corta.
La mayor parte de la filosofía del siglo XX, y lo que va del XXI, ha dejado mucho que desear en sus corrientes principales. Grandes figuras que ocuparon la escena mundial colaboraron más al desconcierto existencial que a la orientación del sentido de la vida.
Mucha de esa orientación tan valiosa no llegó de autores como Sartre o Heidegger, sino intelectuales a quienes no se le reconoce su aporte a la filosofía. Entre otros, George Orwell y C. S. Lewis, ambos más cercanos a la literatura que al pensamiento abstracto.
A Orwell le debemos una de las más profundas críticas al totalitarismo a partir del análisis de la manipulación del lenguaje político. A Lewis le debemos una acertada crítica a toda forma de relativismo y subjetivismo.
Desde Narnia al Tao
¿Quién es Lewis? Clive Staples Lewis (1898 – 1963) fue un escritor británico, profesor de literatura medieval de la universidad de Oxford. Es famoso por ser el autor de las Crónicas de Narnia, una serie de novelas fantásticas sobre una tierra encantada, donde las aventuras poseen un hondo sentido moral. También fue autor de una serie de ensayos sobre filosofía. Destaca entre estos La abolición del hombre (1943), la cual es una de las mejores defensas de la tradición de la ley natural en el siglo XX. El concepto de ley natural postula que existe una comprensión innata del bien y el mal que es posesión de todo ser humano.
Con ese libro, Lewis se ubica en la tradición de los grandes de la civilización occidental como Platón, Aristóteles, Agustín y Tomás de Aquino. A pesar de su fe cristiana, este autor no quiso refugiarse en ella ni siquiera exclusivamente en la tradición occidental. Para eso, incluyó a la sabiduría oriental. Busca evidencias en Confucio y los sabios del hinduismo, e incluso se apropia del término chino “Tao” como símbolo de la tradición de la ley natural.
La gran preocupación de Lewis es que el mundo occidental, aquejado de la ideología modernista, está poniendo en riesgo su destino al rechazar esta tradición de la conciencia moral y suscribir el nihilismo. Además, vio que este rechazo se convertía en ideología y se propagaba en los sistemas escolares de la época. Debido a su convicción de que cualquier sociedad que acepte el sistema de educación nihilista, está condenado a la destrucción, Lewis escribió esta defensa de la tradición de la ley natural como un intento de salvar la civilización occidental.
El desvarío de la voluntad
Antes que nada, repasemos la estructura y las ideas principales de La abolición del hombre. En el primer capítulo, Hombres sin pecho, rechaza el intento moderno de desacreditar las virtudes objetivas y el cultivo de sentimientos apropiados para obedecerlas.
Allí, Lewis nos recuerda que el propósito de la educación es inculcar virtudes objetivas en las personas vinculándolas con las emociones adecuadas. Reforzar la virtud con la emoción produce caracteres fuertes y sensibles, para protegerlos del salvajismo.
Por el contrario, los “innovadores” educativos, al desacreditar todas las virtudes objetivas y las emociones que les corresponden, están produciendo personas de voluntad débil, seres incapaces de resistir sus bajos apetitos. Esta situación hace que la civilización sea, a su manera de ver, insostenible.
“Con una especie de terrible simplicidad extirpamos el órgano y exigimos la función. Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud e iniciativa. Nos reímos del honor y nos extrañamos de ver traidores entre nosotros. Castramos y exigimos a los castrados que sean fecundos”.
En el segundo Capítulo, El Camino, Lewis defiende la existencia de un código moral objetivo que trasciende el tiempo y la cultura. Un estudio honesto de diferentes culturas muestra que indica la existencia de un código moral universal al que Lewis se refiere como “Tao”.
A partir de dicho código, Lewis denuncia que todos aquellos que niegan la validez de los juicios morales, entran en contradicción consigo mismos. Los que niegan la validez de tales juicios no pueden, a la vez, emitirlos. La única forma de evitar la contradicción lógica es convertir los juicios morales en actos volitivos. De ser así, caemos en la trampa de la doctrina de la voluntad de poder de Nietzsche, una solución que conduce al abismo.
Finalmente, en el tercer capítulo, La abolición del hombre, el cual brinda el título del libro, Lewis extrae las consecuencias políticas del relativismo y el subjetivismo. Allí nos alerta que aumenta la amenaza a la democracia en una sociedad donde las élites ya no creen en la verdad objetiva. Todo se reduce a una lucha por el poder. No hay restricciones sobre lo que las élites sociales, políticas y culturales pueden hacer para controlar y remodelar la sociedad. La cuestión no es qué está bien o qué está mal, sino qué grupo tiene más poder para imponer su voluntad en el conjunto. Estamos al borde de la tiranía.
La educación sentimental
En estos tiempos de dictadura cultural posmoderna, leer a Lewis es todo un alivio. Luchó contra las formas subrepticias del nihilismo. Las consideraba aún peores que las ideologías totalitarias, pues encontraba que ellas eran su origen.
Lewis alerta sobre los textos escolares que se dedican a promover el subjetivismo. Realmente los ejemplos que indica son de emotivismo, donde los valores se reducen a emociones. En axiología, véase el libro de Risieri Frondisi, se acostumbra a distinguir entre emoción, objeto y valor. Existe un objeto externo que produce en nosotros cierta emoción, pero la emoción está condicionada no solo por el objeto sino por el valor que se encuentra entre ambos. Por eso es posible educar nuestras emociones. Ante una ofensa, no es necesario que reaccionemos con violencia, podemos responder de manera civilizada.
El emotivismo lo que hace es quitar valor a la ecuación. En otras palabras, es un reduccionismo del valor de la emoción. Lewis nos trata de mostrar que esta estrategia tiene como propósito descalificar a los viejos valores para promover unos nuevos. Este proceso termina destruyendo el fundamento de todo valor. Así que los nuevos no tienen basamento.
Lewis muestra que la educación emocional es fundamental. Las emociones son la forma que la razón tiene para dominar nuestros apetitos. Para esto cita a Platón, quien estableció la concepción tripartita del alma. En el Fedro, Platón ilustra su concepción con la alegoría del coche alado, donde el conductor es la razón, mientras que uno de los caballos, completamente indócil, corresponde a los apetitos; el otro es obediente, la voluntad.
Si el conductor es hábil, podrá dominar al caballo dócil, para que este a su vez influya en el indócil. De no ser así, el caballo rebelde terminará influyendo en la dirección del coche y el conductor perderá el control por completo.
Lewis advierte que esta educación subjetivista terminará produciendo personas que no son dueñas de sí mismas, pues las emociones no han sido educadas. Las personas de esta clase no tendrán valores humanos y serán fáciles víctimas de la manipulación y de la propaganda.
Lewis se adelantó a la ideología posmoderna. Un autor como Gianni Vattimo, representante del posmodernismo, es un promotor del nihilismo. El pensador niega la verdad objetiva y los valores en nombre del relativismo y, a la vez, promueve la retórica, es decir, la propaganda.
Dos rebeldías
Después de la muerte de Lewis, el nihilismo ha ido en aumento. Ha logrado éxito cultural. Vemos que lo exaltan desde autores posmodernos como Vattimo hasta dibujos animados como Rick y Morty. Es un síntoma de la desorientación de nuestra época.
En El hombre rebelde, Albert Camus distingue entre rebeldes contra la injusticias divinas y rebeldes contra las injusticias humanas. El primero es el rebelde metafísico, quien le reclama a Dios la existencia del mal en el mundo y quien, en revancha, adopta al nihilismo. Por tanto, declara la muerte de Dios y termina exaltando el genocidio. Tal como sucede con todos los ideólogos de los totalitarismos.
En cambio, quienes se oponen a las injusticias humanas, los insumisos, no niegan ni lo divino ni los valores. Su lucha es contra la opresión. Esto es evidente en las gestas de los practicantes de la no-violencia como Gandhi.
Los “innovadores” de la educación, de los que habla Lewis, lo que realmente hacen es tratar de salirse de la ética y promover el nihilismo. Son variantes menores de los rebeldes metafísicos de los que hablaba Camus. Respecto a este tipo de personajes, Chesterton, en El hombre que fue jueves, nos alerta: “el criminal peligroso es el criminal culto”, es decir, el filósofo que “odia la vida, ya en sí mismo o en sus semejantes”.
Wolfgang Gil Lugo
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