Perspectivas

Burn-out

Fotografía de geralt | Pixabay

19/07/2022

Según un estudio publicado por The Lancet1 y reseñado por The Guardian2, el número de víctimas en el mundo por covid-19 al final de 2021, asciende a 18.2 millones. Tres veces más que la cifra oficial. La OPS alerta que la pandemia ha exacerbado factores de riesgo para el suicidio: incremento en la pérdida del empleo, merma económica, traumas o abusos. Hay obstáculos en la atención de la salud y según encuestas del Foro Económico Mundial, la salud mental ha empeorado.

Dos años y más van de pandemia, y tal parece que esta amaina en algunos lugares del mundo. Sin embargo, la memoria extenuada deja de lado recuerdos dolorosos. Las emociones van del miedo a la ansiedad, experimentando el individuo la extrañeza de hallarse ante un mundo raro, acompañado de un tipo de soledad que en ocasiones ralla en el aislamiento.

Algunos dicen que los años de pandemia han sido los mejores de su vida, porque se han dedicado a asuntos insólitos o estrechado relaciones afectivas antes maltrechas.

La muerte se ha acercado a milímetros al alma de todos -le “importe” esta o no-, bien sea por información, por un familiar o por haberla experimentado en una unidad de cuidados intensivos de un hospital. Y ahora, cual si fuera poco, la muerte vuelve por la guerra en videos, en redes sociales, en su amenaza de aniquilación nuclear.

Hubo un momento donde el completo aforo en un recinto estuvo prohibido. Cines, panaderías, tiendas; incluso se exigió una fila para el ingreso. Así también, todo encuentro debía solicitarse con cita previa, con reserva digital; hasta ir al banco, acudir a un restaurant. Viajar aún requiere de un código QR, un pasaporte de vacunación.

La sorpresa de lo inadvertido aguarda escondida en algún lugar. Todo o casi todo está controlado de manera digital. Resultan curiosas las nuevas maneras. Por ejemplo, en Europa comienza a haber más confianza cuando la gente se conoce por un app del teléfono; hasta eros está precintado a una apuesta vía celular.

La enfermedad ha tendido tentáculos sombríos sobre estos cambios. En algunos países, simplemente las cosas no funcionan, ni digital, ni de otra manera. La pandemia ha dejado a muchos sin medios económicos para hacerle frente.

La amenaza de enfermedad y muerte, aun siendo invisible, ha sido real. Y sembró una neblina de ambivalencia que hasta hoy enturbia el entendimiento. Aun hoy, cuando la indiferencia general hace creer que ya todo pasó, cuando se comenta que arrecia el contagio -que viene por olas-, hay un respingo de impaciencia cuando se entra al autobús o a un espacio público cerrado. Los efectos psicológicos de la pandemia tardarán en desaparecer.

Según el Financial Times, EEUU denuncia a China por “desarrollar armas de control mental”. De ser cierto, nadie cree que sea solo China quien esté armando tales proyectos. Además de la cantidad de datos sobre comportamiento humano que ya atesoran las corporaciones tecnológicas, es posible que la pandemia y el control del contagio hayan auspiciado el desarrollo de más instrumentos digitales que detecten cambios en la conducta de los individuos.

El viejo brainwashing, el control skineriano, su reforzamiento positivo en la conducta del individuo, han vuelto como un fantasma sobre las mentes de los ciudadanos. El reforzamiento negativo también anda por ahí, torciendo el brazo a comportamientos descarriados. El individuo interior ha sido puesto de lado. El importante es el de fuera y su actitud ante el colectivo.

Conspiranoicos

El movimiento antivacuna prosigue. Para este, el chip sigue siendo inyectado, el 5G controla nuestros movimientos, modifica nuestra conducta, cambian el ADN. Las elucubraciones fantásticas siguen desatadas.

Lo que se esconde en el inconsciente de este movimiento es el miedo a que los límites de la vida privada e individual comiencen a diluirse sin darnos cuenta. Estemos o no de acuerdo con esas ficciones, no deja de inquietar el rumbo que lleva la ola. Es un hecho que los macrosistemas tecnológicos automatizados dirigen emociones, hacen responder a estímulos, crean hábitos y convierten al individuo en un autómata manipulable.

El individuo, su vida privada, existe por encima de lo que se crea. Si se requiere una prueba, está en la memoria que cada uno posee de sí mismo, en los sueños que tenemos al dormir. Aunque se parezcan a los sueños de otros, nunca son iguales.

Burnout

En esta atmósfera enrarecida, la cultura anglosajona ha puesto de moda la palabra burn-out, que se ha volcado al lenguaje común. La Organización Mundial de la Salud reconoce el padecimiento, pero como síndrome ocupacional, como exceso de trabajo. Según nuevas observaciones, podría ser el exceso de atención inclinada a un solo asunto por período crónico. Lidiar con crisis económicas y políticas prolongadas (caso Venezuela), también puede desencadenar el burn-out.

El término es inespecífico, no aparece en las clasificaciones de trastornos mentales, sin embargo señala una condición. Alude a un estado de fatiga, desesperación, aislamiento, aburrimiento, amargura, embotamiento, estado psíquico difuso.

La traducción al castellano más familiar es estar fundido.

Han sido más de dos años de incertidumbre que han hecho huir hacia atrás, al encuentro con el hombre primordial. Y todo parece apuntar a una confusión a gran escala.

***

Notas:

1: www.thelancet.com Published online March 10, 2022 https://doi.org/10.1016/S0140-6736(21)02796-3

2: Campbell D. Global Covid-19 death toll ‘ maybe three times higher than official figures’ The Guardian, 05/10/2022.


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