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En la entrega pasada delineamos Raúl Leoni como la de un personaje clave, aunque en realidad muy poco conocido, de la contemporaneidad venezolana. Lejos de ser un “Número dos de primera”, como suele despacharse, sus ideas y actuaciones demuestran que no fue un papel secundario el que jugó en prácticamente todos los grandes procesos de la historia venezolana desde la década de 1930 hasta su muerte en 1972. Ya se consignó una hoja de servicio que obliga a reconsiderar todas las simplificaciones que se han tejido en torno a él: Presidente de la Federación de Estudiantes que se rebeló contra Gómez en 1928; organizador e ideólogo del ARDI; firmante del Plan de Barranquilla; hombre de aparato esencial en ORVE, el PDN y AD; miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno; Presidente del Congreso y finalmente Presidente de la República. Esto habla de cualquier cosa, menos de un hombre sin peso propio.
Sólo para redondear el cuadro de este breve ensayo, detengámonos ahora en tres cosas aún menos conocidas que lo anterior, pero cuyo impacto en la vida venezolana, incluso en aspectos cotidianos sobre cuya historia nunca pensamos, pero que son producto de decisiones políticas y de ejecutorias de funcionarios. En ellas podremos ver, tal vez con más fuerza que en los grandes hitos como el Plan de Barranquilla, por qué Leoni es un personaje importante que vale la pena estudiar.
La revolución de Leoni
Cuando comenzaron las quinielas electorales para 1963, corrió mucho la especie de que Betancourt no quería que Leoni fuera candidato, pero que al final el poderoso Buró Sindical lo impuso. A nivel documental no se ha encontrado nada que insinúe eso. Además, el más somero repaso de la relación política y personal habían tenido hasta el momento indica exactamente lo contrario: en realidad no parecía haber un mejor compañero de fórmula de que Leoni para que terminara de consolidar la democracia que el segundo estaba fundando. Tal vez la idea del “número dos de primera” se forjó allí, pero, como se ha dicho, era un tándem con una relación en general de igualdad (más allá, claro de que Betancourt fue una suerte de primus inter pares de su grupo).
Si se revisan sus pasos desde Curazao y Barranquilla, la forma en la que en ORVE Leoni organizaba la estructura mientras Betancourt daba los grandes discursos; el modo en el que Leoni asumió la dirección del PDN cuando Betancourt salió al exilio, evitando que cayera en corrientes que iban demasiado hacia la izquierda; el papel de ambos ante la “peripecia” octubrista y después en las tormentas de gobierno de 1959 a 1964, período en el que Leoni fue presidente de la Cámara de Senadores y del Partido, ¿qué clase de reserva podía tener Betancourt a su nombre?
Tal vez cierto silencio, para mantenerse más o menos neutral en su condición de presidente, hizo levantar sospechas. Pero el punto que queremos destacar es lo referente al Buró Sindical. La prensa de la época, sobre todo la internacional, siempre definía a Leoni como una figura del sindicalismo y un connotado abogado laboral. Es muy probable que los periodistas de la época no supieran muy bien todo lo demás que había sido desde 1928, pero por otro lado para nosotros, que lo vemos desde hoy, tampoco nos resulta fácil percibir su papel en el sindicalismo. Y para los historiadores de hoy el presidente y, gracias a la historiografía, el líder de los años treinta, han eclipsado al abogado que entre 1939 y 1945 ayudó a fundar una gran cantidad de sindicatos, especialmente petroleros. Y también, en gran medida, al primer Ministro del Trabajo en 1945 (hasta entonces hubo un Ministerio del Trabajo y Comunicaciones).
Quedémonos sólo con ese momento del Ministerio del Trabajo. Como tal impulsó cosas que el día de hoy consideramos naturales, como los contratos colectivos y el pago del descanso dominical. Hay que ver lo que eso significa para la vida cotidiana de todos. En el sector público y en gran parte de las empresas privadas, se acabó la discrecionalidad con la que a cada quien se le asignaban los sueldos (al menos hasta cierto nivel del organigrama); y cosas que sorprenden a algunos venezolanos que el día de hoy emigran a otros países, como que en determinados cosas días de fiesta no se pagan porque no son jornada laboral, en Venezuela hay que buscarlas en la historia.
Esto no significa que antes no se hubiera recorrido un camino, pero el primer contrato colectivo firmado entre la Creole Petroleum Corporation y sus empleados en 1946 (Leoni había sido, por cierto, abogado del sindicato de la Creole y uno de los impulsores de esta idea antes de llegar al gobierno), o la Ley del Trabajo de 1947, son hitos históricos vinculados con nuestra vida de manera inmediata. Leoni también impulsó su propia “revolución dentro de la revolución” cuando amplió la sindicalización: durante el Trienio, entre 1945 y 1948, legalizaron más de setecientos sindicatos y se firmaron sobre los quinientos contratos colectivos. Lo que esto representa para la construcción de ciudadanía y la democratización es muy importante. El sindicato es otra forma, además de la del voto y la militancia en un partido, en la que el ciudadano participa, ejerce sus derechos, se empodera. Esos setecientos sindicatos son un dato tan decidor de la democratización que se impulsa en el período, como el voto universal, directo y secreto (que, además, también se ejerce eligiendo la dirigencia sindical).
En el exilio Leoni trabajó como técnico de la OIT. Y si bien una vez caída la Dictadura de 1958 su trabajo político se fue centrando en otras cosas, no es un dato menor que como presidente de la república haya establecido nada menos que las pensiones para los asegurados en el Seguro Social Obligatorio. ¿Es importante Leoni para nuestra historia? ¿Lo es importante para Usted? Pues, si Usted o un familiar suyo firmó alguna vez un contrato colectivo, si puede descansar los domingos sabiendo que le van a pagar el día y si recibe o espera recibir una pensión del IVSS, Leoni está presente en todo eso. En nuestras manos queda hacer que funcione mejor, recuperar lo que se haya perdido o incluso ampliar su espectro, pero los derechos a reclamar fueron consagrados en gran medida gracias al proyecto que lideró a mediados del siglo pasado.
Con Leoni se graduó la democracia
La hora venezolana actual nos puede dar una pista sobre el papel de lo que significó el traspaso de la banda presidencial de 1963. Piense el lector en el panorama actual de Venezuela (no insistiremos en describirlo, ya que lector podrá hacerse su idea). Ahora vea lo que pasó en marzo de 1964 en el Capitolio Federal: Betancourt, un presidente civil, electo democráticamente, le entregaba el poder a otro civil electo bajo las mismas condiciones. Eso no había pasado nunca antes (el traspaso de Juan Pablo Rojas Paúl a Raimundo Andueza Palacio fue legal y pacífico, pero con todas las cortapisas de la llamada Constitución Suiza). Ningún venezolano de entonces tenía algo con qué compararlo. Se estaba creando una nueva referencia, una tradición que se extendería por varias décadas.
Además, Betancourt lo lograba a pesar de los intentos de golpes de Estado, del atentado dinamitero, de los constantes disturbios promovidos por la izquierda comunista; del intento de sabotaje masivo de las elecciones –develado en la víspera- y del llamado a la abstención de los grupos insurreccionales. Su partido ganó a pesar de dos divisiones y de hasta incluso haber perdido su color y sus símbolos. El éxito fue rotundo.
Cinco años después las cosas no le fueron tan bien a Acción Democrática: otra división, ésta más grande y significativa porque la lideró el viejoguardista Luis Beltrán Prieto Figueroa, hizo que perdiera las elecciones. Y sin embargo, esta derrota desembocó en una victoria institucional: al prodigio de que un presidente civil lograra mantenerse en el poder y le entregara el poder a otro electo democráticamente, se sumó el de que la oposición ganara las elecciones, le fuera reconocido el triunfo y se le entregara el poder. La democracia parecía haberse graduado.
No es cuestión de idealizar. Aquello no fue perfecto –Leoni mismo y sus ministros eran notable, asombrosamente autocríticos- pero ambos hitos marcaban un antes y un después, que no sólo asombraron a los venezolanos (y sobre todo a los extranjeros) de entonces, sino que siguen siendo una referencia en la actualidad.
Leoni lideró uno de los triunfos más grandes de la lucha contrainsurgente de la historia
Terminemos con unas notas sobre el tema que genera más polémica: el de la guerrilla, su combate y su derrota. Poco se cuenta de Leoni y los contratos colectivos o la pensión del Seguro Social, pero sí mucho del modo en el que se enfrentó a quienes querían derrocar su gobierno electo democráticamente, y se oponían a esas cosas “reformistas” que estaba haciendo.
Veamos el contexto. Después de los fracasos del Carupanazo y Porteñazo (1962), el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Partido Comunista de Venezuela (PCV) decidieron reorientar sus acciones hacia las guerrillas rurales. No es que antes no hubieran organizado ya unas, pero las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), nacen en 1963, tocándole al gobierno de Leoni enfrentar el trecho más duro de la lucha guerrillera. Fue en ese contexto que ocurrieron los escándalos de la muerte del dirigente del PCV Alberto Lovera, ejecutado extrajudicialmente, y del líder de URD y comandante Fabricio Ojeda, quien según las autoridades se suicidó, pero que según sus compañeros murió en una sesión de torturas. Hubo otros casos, pero estos saltaron a la opinión pública de forma especialmente notoria, generando debates de todo tipo. El gobierno nunca negó los hechos, abrió averiguaciones, precisó a los responsables, y si bien muchos piensan que se pudo haber ido más allá, la sola discusión pública marcaba una gran diferencia con todo lo que había pasado en Venezuela hasta entonces.
En todo caso, la política de Estado muy rápidamente se decantó hacia la búsqueda de algún tipo de pacificación. Para finales del quinquenio la guerrilla estaba básicamente derrotada. A pesar de algunos atentados, secuestros y asaltos “revolucionarios” a bancos, que hacían mucho ruido, la posibilidad de que tomara el poder se demostraba cada vez más lejana. Por una parte, la reorganización de las Fuerzas Armadas permitió triunfos importantes en las áreas rurales, la acción policial fue efectiva en las ciudades, le dio golpes durísimos. Y tan importante como esto, las políticas sociales y el aceitado funcionamiento de los partidos y sindicatos, lograron limitar casi de forma casi completa su apoyo popular (salvo en ciertas regiones, como en la serranía de Coro o en las zonas altas de Lara y Portuguesa). Esto muy rápidamente hizo mella dentro del Frente de Liberación Nacional (MIR-PCV) y de su brazo armado, las FALN. Estaban lo que querían acogerse a la “paz democrática” y los que querían seguir la guerra, lo que seguían la línea de Cuba, que decidió intensificar el apoyo a la guerra, y los de la línea de Moscú, bastante menos interesada en crear nuevos conflictos en el Caribe. Por último se creó unas FALN disidentes (las FALN-PRV, de Douglas Bravo), el MIR se fue alejando del PCV y, tras el fracaso de la Invasión de Machurucuto (1967), formada por un contingente de militares cubanos y guerrilleros venezolanos, lo que siguió fue el declive.
La política de conmutación de penas por exilio (a veces acompañados con buenas becas), convenció a muchos ex guerrilleros. Ya para las elecciones de 1968 se le permitió al PCV participar con una organización de tapadera, Unión Para Avanzar (UPA). Cuando el gobierno de Rafael Caldera creó el Comité de Pacificación encabezado por el Cardenal José Humberto Quintero (1969), buena parte del camino estaba andando. Una vez más estamos ante algo que no había ocurrido nunca. Y que en realidad, de ese modo, no ocurriría en ninguna parte. En una era definida por Vietnam o las guerras africanas, las dos mejores cartas que pueden presentar los ejércitos en guerras contrainsurgentes son la Rebelión de Malasia y, de forma mucho más contundente, Venezuela.
En efecto, si algo demostraron los movimientos guerrilleros que se expandieron por el mundo en las décadas de 1960 y 1970, es que fueron muy efectivos para tomar el poder (al menos en los procesos de descolonización frente a imperios cansados y con ciudadanos sin ganas de luchar) o siquiera subsistir por décadas, como en Colombia y Guatemala. La democracia venezolana, con una hábil combinación de reformas sociales, trabajo político en las bases, modernización de las Fuerzas Armadas y trabajo policial logró, en cosa de cinco años, desarticular a uno de los movimientos guerrilleros más famosos y en los que se invirtió más en el mundo. Si no existieran otras razones para estudiar a Leoni, ésta sola bastara. Ser uno de los más exitosos cold warriors no es poca cosa.
Hay mucho más
Para intitularse “breve”, este ensayo se ha extendido tal vez demasiado. Con lo consignado se espera haber aportado al menos otros puntos de mira, algunas referencias desapercibidas o desconocidas por muchos, siquiera cierto utillaje para que el lector pueda dispersar la neblina que desdibuja el recuerdo de Leoni. Y sobre todo hacerse un criterio propio cuando le cuenten cosas, de la índole que fuera, sobre el personaje.
Pero de Leoni queda mucho, pero mucho más. El Acuerdo de Ginebra, acaso el más grande éxito diplomático de Venezuela en el siglo XX; la fundación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), con el que se da inicio a las políticas culturales modernas en el país; Aura Celina Casanova, la primera mujer ministra en nuestra historia; Menca de Leoni, y su reconfiguración del rol de Primera Dama; los grandes debates sobre el modelo democrático que se dan en el Congreso…. Todo ello hace del quinquenio de Leoni un período que se merece cualquier cosa, menos el halo de olvido que lo envuelve. Ojalá estas líneas animen a buscar más para recordar al personaje y a su gestión. En ello estriban referencias muy importantes para entender nuestra vida actual y para forjar un mejor porvenir.
Tomás Straka
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