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Las trampas de la memoria
Como todos los años desde hace una década, el pasado 14 de noviembre participé en el Diplomado de Historia Contemporánea de Venezuela, un programa que llevan adelante la Fundación Rómulo Betancourt y la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL). Esta vez fue vía Zoom, esa especie de palomar con fondo negro en el que ahora interactúa el mundo. Sin embargo, resultó tan vivificante como siempre. Un público amplio, interesado, con formaciones –y ahora en la virtualidad con ubicaciones- muy diversas, pero con la inquietud común de conocer mejor a Venezuela, permitió una charla fluida y retadora. La conferencia fue, al igual que la anterior, sobre Raúl Leoni.
Separadas por más o menos un año, ambas han sido oportunidades para organizar algunas ideas y presentar los avances de un proyecto en el que he venido participando desde hace un tiempo sobre la vida y las ideas del presidente. Finalmente estamos cerrándolo, por lo que el tiempo transcurrido entre las conferencias ha permitido ver cuánto he avanzado en la comprensión del personaje, o dicho sin eufemismos: qué tan ignorante era hace un par de años. Una ignorancia que con cada nueva información que se halla, con cada paso que se da, resulta más patética. ¿Cómo es posible que una administración en la que pasaron tantas cosas, tan importantes para la vida venezolana, por lo general sea despachada con apenas unas líneas? ¿Cómo un personaje que fue clave en todos los grandes procesos del trecho del siglo XX que le tocó vivir, sea considerado, en el mejor de los casos, como una especie de “Segundo de primera”, por emplear la categoría que en ensayo famoso Manuel Caballero le espetó a Gonzalo Barrios?
Leoni parece haber caído en algunas de las peores trampas de cuantas tiene la memoria. Su gobierno, que terminó hace cincuenta años, está en ese momento en el que los hechos son aún demasiado recientes como para que la historiografía se haya ocupado de ellos, al menos de forma sistemática; pero a la vez muy antiguos como para que estén vivos la mayor parte de sus protagonistas o testigos principales, y las personas promedio tengan una recuerdo meridiano del mismo (o incluso ninguno). Ya en el ámbito estrictamente disciplinar, el gobierno de Leoni se encuentra navegando esos Sargazos en los que los archivos, los documentos oficiales y la prensa no estén aún sistematizados en archivos históricos, sino dispersos acá y allá en bibliotecas, archivos muertos de ministerios, arrumados como cosas “viejas”, pero no históricas. Es decir, más cercanas al basurero que a la preservación patrimonial. No hay realmente historiografía para guiarse, sino memorias –algunas francamente muy buenas-, datos que colateralmente salen en estudios de economía, politología o sociología de la época o de poco después; y textos periodísticos, que afortunadamente tienden a ser valiosos. Las biografías de los ministros del guzmancismo o del gomecismo, por poner un ejemplo, ya tienen la obra de un Ramón J. Velásquez, que al menos organizó muchos de sus papeles. Eso no ha pasado aún con los ministros de la democracia venezolana. Si algo nos costó en el desarrollo de la investigación fue saber quién es quién. Es decir, hacer una ficha con datos como su año de fallecimiento.
Pero hay más: que no sea recordado en la memoria del ciudadano común y que la historiografía no haya avanzado mucho en su estudio, no significa que se trate de un personaje y un período a salvo de las diatribas. De hecho, justo el olvido y la ignorancia las favorecen. Antonio Guzmán Blanco o incluso Cipriano Castro, con todo y su construcción como héroe por Hugo Chávez, sólo con mucho esfuerzo pueden generar una referencia directa para legitimar alguna postura el día de hoy. Con Raúl Leoni no es así. Aunque no quedan demasiados de quienes lo combatieron directamente, sí quedan sus “enemigos históricos” en sentido de grupos y corrientes. Por ejemplo los herederos inmediatos –o los que se consideran como tales- de la izquierda comunista que se levantó en armas contra la democracia, y que en gran medida fue derrotada por él. Mucho de su discurso, de su propaganda y de sus tesis se ha incorporado a la nueva Historia Oficial. Es un caso típico de contrahistoria convertida por sus portavoces en el nuevo canon tan pronto llegan al poder, y precisamente por eso debe elevar la precaución del historiador. Así, por ejemplo, en medios oficiales aparece como un sistemático violador de los Derechos Humanos, como un “asesino” cuya memoria hay que borrar –desde 2006 la represa del Guri dejó de tener su nombre- o denostar.
Todo eso hace al tema relevante y obliga a una amplia investigación documental. Se trata, como en realidad es siempre (o casi siempre) en la historia, un asunto de aplicaciones prácticas. Como se dijo más arriba, se trata de un asunto clave en la legitimidad que le demos al sistema democrático de 1958 a 1999. ¿Fue de verdad un régimen de libertades, o por el contrario una especie de gran máquina sanguinaria que reprimía a los verdaderos portavoces del pueblo? ¿Cómo nos dota para nuestra formación política y ciudadana una memoria labrada por el olvido y la propaganda?
La dimensión del presente trabajo impide responder a estas preguntas con el alcance que merecería. Pero sí podemos consignar algunas notas, subrayar ciertas cosas que continuamente han pasado desapercibidas por medio siglo, alimentado una visión muy limitada de lo que Leoni significó para la vida venezolana (e incluso latinoamericana). El “breve ensayo”, como hemos titulado a este texto de forma tal vez pretenciosa, consistirá en señalar cuatro aspectos que nos han parecido claves, tanto por su importancia como por el desconocimiento que hay de ellos. Después de leerlos probablemente las personas podrán hacerse mejor una idea propia y dar una respuesta más asertiva a todo lo que se dice de Leoni…y con él del sistema democrático fundado en 1958.
Un protagonista con peso propio
Si algo se dice una y otra vez es que Leoni fue una especie de ordenanza que seguía las instrucciones de Betancourt. Es cierto que la colaboración y, de hecho, la amistad entre ambos fue muy estrecha; así como que formaron un equipo –un verdadero tándem- en el que la personalidad expansiva de Betancourt contrastaba con el temperamento reservado de Leoni. Eso facilitó que el uno opacara al otro. Pero los documentos demuestran que aquello estuvo lejos de ser una relación de subordinación. Leoni fue un hombre con opiniones propias, que no pocas veces enfrentó a Betancourt. En la doctrina de los partidos en los que participaron, el diseño de los programas, pero sobre todo la implementación del proyecto, Leoni tuvo una participación activa.
Su currículo político no es el de una figura secundaria en el reparto. No, no fue nunca un “Número dos de primera”: Presidente de la Federación de Estudiantes que en 1928 encabezó una rebelión contra Juan Vicente Gómez, los documentos demuestran un liderazgo mucho más activo de lo que suele pensarse. Fue el organizador y hombre de aparato de la Agrupación Revolucionaria de Izquierda (ARDI), de la Organización Venezolana (ORVE), en gran medida del Partido Democrático Nacional (PDN) y, por supuesto, de Acción Democrática (AD). En todos ellos demostró gran habilidad uniendo las piezas, luchando con facciones, buscando financiamientos, formando cuadros, discutiendo planes y doctrinas. Y después de esto fue hombre de Estado: miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno y primer ministro del Trabajo (1945-48), Presidente del Congreso y Presidente de Acción Democrática en el primer quinquenio de la democracia (1959-1964) y después Presidente de la República (1964-1969).
Hubo aspectos medulares, como sus interpretaciones del marxismo y del aprismo en la década de 1930 o la política hacia COPEI en la década de 1960, en las que tuvo posiciones distintas a Betancourt, aunque no irreconciliables. Muchas veces como más doctrinario y más a la izquierda, y en no pocas eso lo lleva a reprimendas bastante firmes. Betancourt y Leoni compartieron un mismo proyecto, cumplían la disciplina partidista de una forma como sólo los militantes de la izquierda de 1930 podían hacer, hicieron equipo en momentos clave –en la Secretaría General del PDN, en la tormenta de las primeras dos divisiones de AD, en la presidencia del Congreso y de la República- y el segundo le dio continuidad a las políticas del primero. Pero siempre en la lógica de unas líneas doctrinales del partido, de un proyecto político y social, y después de unas políticas de Estado. Doctrina y políticas en cuyo diseño Leoni tuvo mucho que fue. No se combinaron en la forma en la que un caudillo, por ejemplo Guzmán Blanco o, con mayor suerte, Juan Vicente Gómez, dejaban encargado a un títere. La evidencia documental y testimonial no arroja ninguna evidencia de que haya sido de ese modo. Más bien al contrario.
Y eso nos lleva a algo más sustantivo. Si Leoni firmó varios de los principales documentos del siglo XX venezolano, no fue porque lo pastorearon a hacerlo. El Plan de Barranquilla, todos los grades documentos producidos por la Junta Revolucionaria de Gobierno (1945-1948), en especial el Estatuto Electoral de 1946 y la Constitución de 1961 llevan su rúbrica. Y la llevan porque estuvo entre sus corredactores, o los revisó muy críticamente, o recogieron largas y no pocas veces acaloradas discusiones en las que participó (en la Constitución fue nada menos quien presidió el comité). En suma: las consecuencias que estos documentos tuvieron en la vida venezolana, fueron producto de su pensamiento y de sus decisiones en un nivel de protagonismo que no se puede regatear.
Y eso sólo una cara del asunto. Digamos, la grande, la que salta a la historia de bronce y mármol. Pero los países, sobre todo las democracias, están hechos de muchas otras cosas. La faena en pequeño, de orfebre, en las esquinas, es la base de todo lo demás. Y Leoni, cuyo talante era el de la discreción, fue singularmente eficiente en la organización lejos de las candilejas, en la estructura, en el trabajo callado y paciente. Eso explica mucho el que no se le recuerde: nunca hizo un esfuerzo especial para ello. Pero, como veremos en la siguiente entrega, es en ese ámbito en el que cambió la vida de los venezolanos en cosas trascendentales, insertadas en nuestra cotidianidad. Y, también, donde hizo méritos que le conceden un lugar en la historia global. Al menos tan pronto terminen de conocerse.
Tomás Straka
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