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“El vino y los niños dicen la verdad”, reza la frase legendaria que está en El Banquete de Platón, en boca de dice Alcibíades, quien hace su elogio a Sócrates, después de llenar varias veces su copa. Alcibíades, para decirlo en lunfardo, está completamente curdo. «Si digo alguna cosa que no sea verdadera –le advierte a Sócrates– no temas desmentirme, porque yo no diré a sabiendas ninguna mentira, y si a pesar de todo no refiero los hechos en orden muy exacto, no te sorprendas; porque en el estado en que me hallo, no será extraño que no dé una razón clara y ordenada”. El triángulo de La verdad, el vino y la infancia se remonta a la noche de los tiempos, o al menos a El banquete de Platón. Botella imposible trata sobre el alcohol, es decir, sobre la infancia y la verdad.
No hay nada más parecido a un borracho que un niño. “¿Por qué bebo? –dice el autor en la primera página– porque busco al niño en mí”. Beber es tender un puente hacia la infancia y recuperar esa epifanía. Ricardo Añez Montiel lo sabe: el niño y el borracho comparten un atributo: la falta de prudencia. Al carecer de mesura son tantas veces torpes, pero siempre auténticos. Audaces, crueles, estúpidos e insensatos, pero en sus corazones late la ternura. “El alcohol es el juego del niño ausente”, dice. Más que la racionalidad, los domina la emoción, también la cursilería, añadiría yo. Nada más melodramático que un borracho.
En un poema de Michel Leiris, se lee: “Transcurre toda su vida de bar en bar para hacer llamear sus cálidas borrachografías”. Pero en las borrachografías de este libro no hay bares. Su narrador/relator/memorialista/ensayista o ficcionista sin nombre, ensaya el ritual de beber a solas, en casa, de noche. “Es en la noche la incontrolable sed”, dice. Sin socialización ni intercambio más que consigo mismo. “Las agonías del borracho encuentran su más exacto paralelo en las agonías del místico”, dijo Malcolm Lowry, bebedor inmortal quien acuñó aquello de “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”. No sé si este libro busca una sabiduría (aunque Horacio afirme en una de sus Odas que el vino sabe “develar las secretas decisiones de los sabios”) Lo que sí busca, o declara, es cierto misticismo, no un misticismo religioso, sino salvaje, heterodoxo, sin auxilio de santos ni de dioses.
Verdad en griego es alétheia (αλήϑεια), cuyo significado es: sin velos, desvelada. En una especie de psicoanálisis etílico, Botella imposible se remonta al pasado para develar o desenredar los nudos de la propia historia familiar del autor/narrador. Porque el niño que dice la verdad y el borracho, son al mismo tiempo hijos, y sobre todo hijos de un padre alcohólico. Una de las más potentes escenas de este libro es cuando el niño acude a la ducha en la que se encuentra el padre completamente ebrio, despatarrado, y vulnerable.
“Un abstemio es un exiliado”, dice en una de las páginas, y así abre la inevitable puerta al tema que el autor ha explorado en otros libros. La infancia ocurre en un lugar distinto al presente, Maracaibo. Ha habido un desplazamiento, en el tiempo y en el espacio. Somos, quién lo duda, los exiliados de nuestra infancia. Pero también abre una puerta a la sobriedad como estado moralmente cuestionado, porque si el borracho dice la verdad, entonces el sobrio miente, lleva una máscara. Careta quiere decir no estar bajo los efectos de las drogas. Este libro puede leerse también como una irónica diatriba contra los caretas, un aullido contra esa tribu moralmente superior de los que no beben. “Yo vi –dice el autor– a las mejores mentes de mi generación destruidas por la sobriedad”.
Botella imposible es también una suerte de micro bildungsroman, dividida en tres partes: la primera titulada, El niño siempre quiere huir, la segunda Era la primera vez que me dejaban salir solo… y la tercera Madurar es disociar… Como acostumbran los poetas, y Ricardo es uno y muy bueno, estos títulos corresponden a la primera línea con que comienzan las respectivas partes. Se trata de un recorrido más o menos cronológico y compacto (niñez, adolescencia y primera juventud, madurez) en excelente compañía, pues el libro ostenta numerosas citas de autores notables en la letra y en la copa: Abelardo Castillo, John Cheever, Margarite Duras, Lucia Berlin, Julio Ramón Ribeyro, entre otros.
En sus Diálogos Platón prohíbe a los niños beber vino antes de los dieciocho años y embriagarse antes de los cuarenta; pero a los que han pasado de los cuarenta, les ordena que gocen con ello y concedan generosamente a sus convidados la influencia de Dionisos, ese buen dios que devuelve a los hombres la alegría, la juventud a los ancianos y suaviza y reblandece las pasiones. Ricardo escribió este libro desobedeciendo a Platón y entregándose a Dionisos al borde de los cuarenta.
Botella imposible contiene en su proyecto su propia imposibilidad. ¿Imposibiliad de qué? ¿De arreglar cuentas con el pasado? ¿De enviar un mensaje dentro un botella a ese niño inalcanzable? ¿De abrir un sendero que permita dialogar con nuestros afectos? ¿Acaso imposibilidad de no sentir culpa? ¿De socorrernos ante los cabos sueltos que dejan nuestros padres? Hay una tradición etílica familiar y un alcoholismo ciudadano. Para quienes nos criamos en Venezuela sabemos bien que la embriaguez es tan idiosincrátrica como la arepa.
Además de un padre y también una madre, aparecen dos personajes importantes en este libro: uno en la infancia, en el pasado, en Maracaibo (el borracho de la parrilla de la esquina en el barrio de La Limpia) y otro en Buenos Aires (más ciruja, a orillas de la calle Leopoldo Marechal de Villa Crespo) El primero causará una fuerte impresión en el niño y terminará salvándole la vida. El segundo será una especie de alterego deformado del adulto, o eventual fatalidad para quien se entregue al abrazo de la botella. Con este último termina el libro, quizás como una advertencia o una celebración fantasmal.
Confieso que he bebido este libro no en tres partes, como indica su índice, sino tres tragos, tres tristes tragos, porque en él la tristeza se sumerge como los hielos en el vaso de whisky, es decir, diluida, sin golpes bajos. Tiene, pues, una estructura líquida y destilada, de cuidadoso fraseo e imágenes brillantes, y también fragmentada, con eructos e hipos incluidos. Pero no se trata de un libro enajenado, producto del desarreglo de los sentidos, sino de una reflexión honda, poética, narrativa y sentida acerca del alcohol como condición vital, del hábito de bebernos a diario la vida y la fascinante aventura de entregamos a una copa como quien se pone en manos de un detector de mentiras.
Plinio el viejo, acuñó aquello de “In vino veritas”, o dicho en lunfardo, la verdad está en la curda. Lo que me recuerda aquel famoso tango A puro curda, de Olmedo y Aznar, inmortalizado por la orquesta de Juan Darienzo, en la voz de Armando Laborde:
¡Ché, mozo! Sirva un trago más de caña
Yo tomo sin motivo y sin razón,
No lo hago por amor que es vieja maña
Tampoco pa´ engañar al corazón.
No tengo un mal recuerdo que me aturda
No tengo que olvidar una traición,
Yo tomo porque sí… ¡De puro curda!
Pa´ mí es siempre buena la ocasión.
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Botella imposible. Ricardo Añez Montiel. Luba Ediciones, 2024, Buenos Aires, Argentina.
Gustavo Valle
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