Perspectivas

Bolívar, crítico literario

04/09/2021

Rita de la Peñuela, Bolívar diplomático, 1860. Óleo sobre tela, colección del Banco Central de Venezuela, Caracas

No moriré del todo. Gran parte de mí
evitará a la diosa de la muerte.

 Horacio

 

 

El 30 de abril de 1825 el patriota y poeta guayaquileño José Joaquín de Olmedo enviaba a Bolívar una copia manuscrita de su poema La Victoria de Junín o Canto a Bolívar. Olmedo había participado en 1820 en la independencia de la provincia de Guayaquil, de la que fue primer presidente. Al mando de la joven república negoció con Sucre la participación de las tropas colombianas en la emancipación de Quito, que el cumanés selló en Pichincha en mayo de 1822. Celoso de la autonomía de su pequeña provincia, se resiente de los ímpetus centralistas de Bolívar, que la anexa sin más a Colombia. Entonces se retira. En septiembre de ese año lo tenemos en Lima como diputado al Primer Congreso Constituyente del Perú. San Martín ha vuelto al Río de la Plata, dejando al virreinato sumido en la anarquía y aún con contingentes realistas nada despreciables. Olmedo comprende el inmenso peligro que eso representa para los territorios liberados, los cuales, al igual que los aqueos de aquella Ilíada, “de ninguna manera podrán vencer sin Aquiles”. Depone antiguos rencores y marcha a Quito a pedir el auxilio de Bolívar.

La noticia de la victoria de Junín el 6 de agosto de 1824 lo encuentra en Guayaquil y lo impresiona profundamente. Pero no es sino después de Ayacucho, cuatro meses más tarde, cuando comienza a rondarle la idea de escribir un gran canto a las glorias militares de Colombia. Si es que la idea fue suya, porque de otra carta a Bolívar, fechada el 31 de enero de 1825, podemos deducir que el poema había sido sugerido, si no directamente encargado, por el mismo Libertador: “Siento que V. me recomiende cantar nuestros últimos triunfos. Mucho tiempo ha que revuelvo en la mente este pensamiento. –Vino Junín y empecé mi canto. Digo mal; empecé a formar planes y jardines; pero nada adelanté en un mes. Ocupacioncillas que sin ser de importancia, distraen (…) Vino Ayacucho y desperté lanzando un trueno…”

Si Bolívar llegó a sugerir a Olmedo que cantase esos triunfos, le había pedido expresamente que no le mencionase, sabiendo sin duda que eso era imposible. ¿Cómo cantar una batalla sin hablar de su caudillo victorioso? El poeta protesta con elegancia: “V. me prohíbe expresamente mentar su nombre en mi poema ¿Qué le ha parecido a V., que porque ha sido dictador dos o tres veces de los pueblos puede igualmente dictar leyes a las Musas?” Sin duda toda una concepción romántica de la poesía. Más adelante se muestra rotundo: “Yo no debo dar a V. gusto por ahora, y no debo por muchas razones: la primera y capital es porque no puedo”.

La Victoria de Junín o Canto a Bolívar es un largo epinicio donde no es difícil advertir la sombra de Homero y de Píndaro, “…la musa audaz de Píndaro divino”. El poema, de 906 versos, se divide claramente en tres partes. Después de un proemio (1-91) cuenta cómo la Musa se lanza al combate junto a las tropas del Libertador y vence con ellas (92-352). Entonces desciende del cielo la sombra del Inca Huayna Cápac, que aplaude el triunfo de Bolívar y profetiza la victoria final de Sucre en Ayacucho (“…al joven Sucre prestará su rayo”), para finalizar exhortando a los americanos, vengadores de su raza destruida por los españoles, a mantenerse unidos trabajando por la libertad del continente (353-754). Un coro de vestales del Sol cierran el canto y entonan un himno triunfal al Libertador (755-906).

El poema es un típico canto épico de inspiración homérica, en el que se pueden escuchar, en el fragor de la batalla, el rugido de los cañones y los disparos, los galopes, los gritos y el choque de las lanzas. Bolívar es “el hijo de Colombia y Marte” al que no llegan a hacer sombra, ni por asomo, las gestas de otros esforzados como Miller y Necochea. Se trata de una composición al gusto neoclásico, en que el autor sabe salpicar, aquí y allá, los nombres de las frutas y los ríos nuestros que sabiamente mezcla con referentes grecolatinos, muy en la senda de las Silvas Americanas de Bello:

Aquí la Libertad buscó un asilo…
que al Madalén y al Rímac bullicioso
ya sobre el Tíber y el Eurotas ama. (776, 784-785)

…do en pomposo
trono piramidal y alta corona
la piña ostenta el cetro de Pomona… (893-895)

Bolívar responde a Olmedo casi dos meses después, en carta fechada en Cuzco el 27 de junio. Se trata de la primera valoración crítica de La victoria de Junín, a petición del mismo poeta. La carta refleja el entusiasmo de una primera lectura:

“El poema es de un Apolo. Todos los calores de la zona tórrida, todos los fuegos de Junín y Ayacucho, todos los rayos del Padre de Manco-Cápac, no han producido jamás una inflamación más intensa en la mente de un mortal (…) Vd. se hace dueño de todos los personajes: de mí forma un Júpiter; de Sucre un Marte; de La Mar un Agamenón y un Menelao; de Córdoba un Aquiles; de Necochea un Patroclo y un Ayax; de Miller un Diomedes, y de Lara un Ulises. Todos tenemos nuestra sombra divina o heroica que nos cubre con sus alas de protección como ángeles guardianes (…) Vd., pues, nos ha sublimado tanto, que nos ha precipitado al abismo de la nada, cubriendo con una inmensidad de luces el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes…”

Y más adelante le advierte: “Vd. es poeta y sabe bien, tanto como Bonaparte, que de lo heroico a lo ridículo no hay más que un paso (…) Un americano leerá el poema de Vd. como un canto de Homero; y un español lo leerá como el canto del Facistol de Boileau”. Quince días después, el 12 de julio, Bolívar le dirigirá otra misiva también desde Cuzco. Ya ha hecho una segunda lectura, seguramente más sosegada. El Libertador muestra sus cartas: “He oído decir que un tal Horacio escribió a los Pisones una carta muy severa, en la que castigaba con dureza las composiciones métricas; y su imitador, M. Boileau, me ha enseñado unos cuantos preceptos para que un hombre sin medida pueda dividir y tronchar a cualquiera que hable muy mesuradamente en un tono melodioso y rítmico”.

Bolívar se refiere a la Epistula ad Pisones, conocida como el Ars Poetica de Horacio, un tratado acerca de la poesía en forma epistolar cuyos preceptos encarnan el espíritu del clasicismo literario romano, y cuya influencia quizás solo sea comparable a la de la Poética de Aristóteles. Nicolás Boileau fue un poeta y crítico francés del siglo XVII. El Facistol (Le Lutrin), subtitulado “poema heroico-cómico”, es un poema burlesco en seis cantos, publicado entre 1672 y 1683. Allí, Boileau trata de mostrar cómo el efecto de lo paródico y lo ridículo nace cuando se aplica un lenguaje elevado a personajes y situaciones mediocres. El Art Poétique, publicada en 1674 y que algunos tienen por no ser más que una adaptación de la Epistula horaciana, ejerció la mayor influencia sobre la estética clásica francesa. Troncher es precisamente un término muy usado por Boileau para designar el corte rítmico de los versos, su escansión, lo que indica que el Libertador leyó el Art Poétique en su original francés.

Para nadie es un secreto que Bolívar conoce bien y admira a Horacio, sin duda uno de sus poetas favoritos. Cuando en 1824 el Dr. Joaquín Mosquera le participa de su próximo matrimonio, con fino humor se apresta a contestarle con este aire de epitalamio inspirado en el Beatus ille: “Feliz Vd. que, bajo el techo paterno, al lado de una esposa adorable, a la vista del padre más digno de tener hijos como Vd., vive cantando los versos de Horacio, en medio de la inocencia, del campo y de la naturaleza” ¿De dónde viene al Libertador tanta afición por el poeta de Venusia? ¿De cuál de sus viejos preceptores? ¿De Simón Rodríguez? Difícilmente, dado su carácter anticlásico y su rechazo de los estudios latinos y la educación tradicional ¿De Andrés Bello? Muy probablemente. Sabemos que cuando Bello y Bolívar fueron maestro y discípulo, ya el joven Bello era un consumado latinista y traductor que se iniciaba en la poesía componiendo imitaciones de Horacio, lo que muestran poemas tempranos como Fuese Lucilio enhorabuena, Pide la dulce paz del alma al cielo y A la nave. De hecho, el filólogo español Ramón Menéndez Pidal llegó a incluirlo entre los grandes horacianos de Hispanoamérica.

Pero volvamos a Olmedo. Bolívar llega a darle consejos estilísticos basados en nociones de ritmo y de eufonía. “Vd. me perdonará que me meta tras de Horacio para dar mis oráculos (…) así que, amigo mío, lima y más lima para pulir las obras de los hombres”. El Libertador está pensando en el principio horaciano de la labor limae, que se refiere al arduo trabajo del poeta para pulir su poema. Está claro que Bolívar se divierte. Al final de su carta exclama: “Perdón, perdón, amigo: la culpa es de usted que me metió a poeta”. La cosa es que Bolívar sí fue poeta, o al menos llegó a escribir poesía. Pero eso lo trataremos en otra oportunidad.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo