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Bartleby, el abstencionista

Centros de votación sin electores, este domingo 20 de mayo. Fotografía por Helena Carpio / EFE

26/05/2018

“Podrán golpearme, romperme los huesos, matarme, tendrán mi cadáver, pero no mi obediencia”. 

Gandhi.

 

El término “éxodo” (del griego ἔξοδος, salida) evoca al libro segundo de la Biblia, donde se narra la huida del pueblo de Israel del cautiverio en Egipto, guiado por Moisés. Este hecho de la historia ha sido el símil para la creación de un segundo significado: enfrentar al enemigo, paradójicamente, con la retirada. Para el pensador marxista Antonio Negri, se refiere a la situación de huir de condiciones de opresión hacia alguna otra situación que se espera sea mejor, y, a la vez, debilitar al adversario.

El concepto de éxodo, en este segundo sentido, nos puede iluminar mucho sobre la idea de la abstención como oposición a las tiranías. Muchos filósofos han considerado el cuento de Herman Melville Bartleby, el escribiente, una paradigmática ilustración de la resistencia pasiva. La historia involucra a un empleado de oficina, Bartleby, que vive una existencia mediocre dedicada a copiar textos legales. Un día se niega a hacer su trabajo. Este rechazo lo coloca  en una posición completamente marginal, fuera de la sociedad y hasta del lenguaje.

Este relato de Melville es precursor del absurdo existencialista.​ Borges, con agudeza, ha hecho notar que Bartleby anticipa la obra de Kafka. También se encuentra mucho del personaje de Bartleby en el teatro de Samuel Beckett.​ Albert Camus citó a Melville, junto a Kafka, como una de sus influencias.​ Enrique Vila-Matas acuñó el término bartlebys para designar a aquellos escritores que renunciaron a seguir escribiendo.​

El escribiente indócil

Bartleby comienza a trabajar como escribiente en la oficina de un abogado, quien hará las veces de narrador de la peculiar historia. Nos cuenta que, al comienzo, Bartleby asumió sus responsabilidades con extraordinaria eficiencia. Después de unos días, el abogado le pide que corrija un texto, pero, inconmovible dentro de su circunspección, Bartleby, con una voz singularmente suave y firme, responde: “Preferiría no hacerlo”. Se resiste a la orden de su jefe, pero no porque quiera rebelarse contra su autoridad. Solo prefiere no hacerlo, pero esto no dice nada sobre lo que quiere.

El abogado está tan desarmado por esta respuesta que ni siquiera lo sanciona. Aún más, comienza a sentir afecto por Bartleby y quiere ayudarlo. A medida que pasa el tiempo, Bartleby rechaza pasivamente más y más tareas hasta que termina mirando por la ventana de la oficina, sin hacer nada. Incluso cuando es despedido, prefiere no irse.

El abogado se encuentra tan desesperado que traslada toda su oficina a otra zona de Nueva York. Incluso entonces, Bartleby no se va. Incomoda tanto al propietario del edificio que lo manda a sacar con la policía. No solo lo echan a la calle, sino que lo arrestan por vagancia. Finalmente, Bartleby deja de comer y se deja morir de inanición.

La frase “preferiría no hacerlo” es el hilo conductor del relato argumental y, a la vez, su clave profunda. Esa misteriosa oración ha provocado infinidad de interpretaciones literarias, psicológicas, filosóficas. Aunque existen interpretaciones que ponen en duda la salud mental de Bartleby, este excéntrico personaje asume conscientemente su decisión. Es una decisión ética, que toma postura sin miedo frente al presente y al futuro. Es un modo desacostumbrado del vivir peligrosamente que predicaba Nietzsche.

La pasividad intrínseca de Bartleby está caracterizada por dos rasgos. Primero, hay una radical economía de vocabulario. En segundo lugar, el mismo Bartleby se repliega sobre sí mismo en un silencio lleno de interrogantes. La genialidad de Melville ha sido que nos ha sugerido que existen vasos comunicantes subterráneos entre dicha pasividad y la noción de resistencia.

El cuadro que tenemos de la resistencia que nos propone Melville es algo muy anómalo. Si la resistencia de Bartleby se basara en la violencia, el abogado la combatiría muy fácilmente. Pero nos encontramos aquí frente a algo radicalmente distinto: una pasividad sin arrogancia, sin soberbia, fundada en la debilidad misma y en la fragilidad, en la pobreza, la ausencia, la apatía, en definitiva, en un fracaso rotundo.

La abstención como resistencia

El término ‘resistencia’ posee, entre sus connotaciones, la de enfrentar a un enemigo poderoso y despiadado con heroísmo y violencia. En la imaginación popular, lo primero que viene a la mente es la Resistencia francesa que tuvo lugar durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. La lucha de este movimiento consistió en acciones de información, sabotaje y operaciones militares contra las tropas de ocupación y contra las fuerzas del régimen entreguista de Vichy.

Al parecer, hay otra forma de resistencia menos confrontadora, la cual está asociada a la abstención. Abstención, en ciencia política, es el acto por el cual un potencial votante en unas elecciones decide no ejercer su derecho al voto. Si la abstención se generaliza, dentro de un régimen de Estado de derecho, se pierde el bien público de la democracia.​

Otra cosa es cuando no se disfruta de un Estado de derecho y las elecciones son solo la forma plebiscitaria en que una dictadura intenta legitimarse. Entonces la abstención toma un significado diferente.

Si bien, la resistencia activa es la vía para enfrentar a un poder externo y establecido, también tiene un peso el acto discreto de decisión del pueblo que evita al poder posesionarse de su alma, y que, de esta forma, aniquile sus potencias críticas y creadoras. Existen momentos históricos en los que basta un acto de resistencia pasiva para preservar la facultad ética y el ejercicio mismo de la libertad.

Así entendida esa resistencia, como fuente moral y creativa, no es una mera reacción a la dominación, sino que es originaria de la vida en comunidad y la constitución del Estado de derecho. Con la resistencia, el ser humano defiende su esencialidad.

Muchas veces esa posibilidad de resistencia luce agazapada o escondida, bajo las capas telúricas del conformismo, esperando que algo la despierte. Pero detrás de las personas, por enajenadas que parezcan, existe esa capacidad de desacato liberador. Muchas veces, la desobediencia se profundiza, llegando incluso hasta aquellos que tienen la tarea de defender a un régimen. Tal vez sea el momento de evocar el poema de Bertolt Brecht donde reafirma su credo moral contra la deshumanización militarista:

General, tu tanque es más fuerte que un coche.
Arrasa un bosque y aplasta a cien hombres.

Pero tiene un defecto:
necesita un conductor.
General, tu bombardero es poderoso.

Vuela más rápido que la tormenta y carga más que un elefante.

Pero tiene un defecto:
necesita un piloto.
General, el hombre es muy útil.
Puede volar y puede matar.
Pero tiene un defecto:
puede pensar.

La abstención democrática

Antonio Negri pone el éxodo al servicio de los movimientos revolucionarios, es decir, lo subordina a las pasiones políticas, al odio de clases, y a la negación de la democracia occidental. Se puede pensar que el éxodo, en forma de abstención, también puede servir para recuperar la democracia  y las libertades. Ese es el sentido con el que hay que leer las palabras de Ibsen Martínez:

“Abstenerse masivamente de acudir a una elección espuria, fullera y farsesca como la del domingo pasado no fue, a mi parecer, renunciar a la vía electoral sino, al contrario, un modo inequívoco, tácitamente acordado por millones de electores, de mostrar compromiso con ella, de dar a entender cuánto valoran aún los venezolanos el voto cuando es consignado libremente, sin coerción ni chantaje, sin canjear votos por cajas de alimentos en mal estado, sin presos políticos sometidos a tortura”. Abstenerse es elegir, El país, 22 de mayo 2019.

La prudencia política indica cuando la resistencia activa deja paso a la resistencia pasiva. A veces, basta con un simple acto de desobediencia de personas modestas y vulnerables, cuyas vidas arrastran penas y fracasos. Como dice Thoreau: “La desobediencia es el verdadero fundamento de la libertad”.

Ante la invitación forzada a participar en un proceso electoral desnaturalizado, la población pareció haber dicho, junto a Bartleby: “Preferiría no hacerlo”.


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