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Barcelona y Real Madrid: los opuestos que se atraen en la Champions League
por Jován Pulgarín
Fotografía izquierda Josep LAGO / AFP. Fotografía derecha GABRIEL BOUYS / AFP
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Se repelen y se necesitan. La Liga no sería universal sin la enconada rivalidad de estos dos equipos españoles. Se molestan los fanáticos del Atlético del Madrid y del Valencia, por nombrar sólo a dos. Y tienen derecho, pero, como ya dijo Serrat, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
Y eso que ya no está Cristiano. Su ausencia en la gala FIFA, su derrota ante Modric, su llanto después de una injusta expulsión en el inicio de la Champions de la Juventus, lo devuelve a la tierra. Es Thor sin mazo y sin melena. Es la consecuencia de abandonar la Casa Blanca.
El que sigue es Messi. Que inició con triplete su “ahora sí”, su “ya es tiempo”. Como si antes no la hubiera deseado. La Champions League es una obsesión en el Barcelona. Necesitado de equiparar y, si es posible, de ocupar todos los espacios que gobierna su archirrival, entienden que un campeonato local, así premie la regularidad, no es suficiente. Mucho menos desde que los merengues se llevaron tres orejonas para la casa de manera consecutiva.
Lo curioso, entonces, es que de tanto deseo el Barcelona ha copiado las formas del Madrid. Esto es, a sabiendas de que cualquiera de sus figuras puede desequilibrar, abandonar el juego de posición (o ubicación, si usted prefiere). Optaron por un fútbol directo, que confía más en el talento individual —Dembélé, por ejemplo— que en el trabajo coral, aunque Luis Suárez quede sacrificado.
Madrid, en cambio, ahora mima mucho más el balón. Quién sabe si obligado por la ausencia de CR7, por la idea de Julen Lopetegui o por la ausencia de fichajes galácticos, el equipo blanco extiende el juego de rondo del entrenamiento al campo. Como consecuencia, bajo la batuta de Isco ante la Roma (3-0), todos los jugadores ofensivos parecen mejores, hasta Mariano, quien hizo un gol de 7, para los que pedían que se retirara la camiseta del portugués.
Ernesto Valverde tiene a Messi. Y, cuando se tiene al argentino, mitad de la ecuación está resuelta. Ante el PSV (4-0), mientras los 11 hombres se pegaban al arco, él lo resolvió con un tiro libre que debe ser la envidia numérica de Fibonacci. La progresión del pie, previo estudio de la barrera (¿recuerdan al jugador agachado para evitar el tiro rastrero?) y el efecto que toma el balón convierten a este disparo en un manual para descargar en cada escuela de fútbol del mundo.
Ese gol de Messi liberó al equipo y le permitió a Dembélé intentar la individual tantas veces como fuera necesaria para convencer y convencerse de que lleva el ADN blaugrana. El tiempo dirá si es verdad. Mientras se gane, el fanático del Barcelona estará contento a pesar de las claras contradicciones conceptuales que se ven en el campo. Como la presencia posterior de Vidal.
Esas contradicciones se hacen notables cuando Messi no aparece en la cancha. Sin él no hay asociaciones, paredes, control, opciones de gol. ¿Antes no era así? Podía desaparecer por largo tiempo y Xavi e Iniesta resolvían. Con Busquets, el equipo era aún más amplio. Hoy, en cambio, Rakitic, Coutinho y Démbéle tiran hacia adelante como caballos de carrera. Suárez, que regularmente pivotea en la transición, no vuelve a recibir porque la mira del rifle del resto enfoca el arco.
Lo anterior no es ni bueno ni malo. Lo que se ha visto en el comienzo de la competencia es, a grandes rasgos, lo que a todos nos pone a hablar, regularmente de más. Si lo vemos en retrospectiva, Madrid ganó sus tres últimas Champions con los críticos bajándole puntos a la supuesta dependencia de Cristiano. Y ya sabemos lo que pasó. Ahora que es mucho más colectivo no aparece entre los primeros aspirantes al título, según los mismos analistas.
En el caso del Barcelona, la fórmula ya ha sido utilizada. Los resultados no han sido los deseados, pero, tal vez, ésta sea la metamorfosis final. Ya no hay vestigios de lo que Pep Guardiola dejó, ni siquiera podría decirse que hay rastro de lo probado por Luis Enrique. Éste es otro fútbol, tan válido como cualquier otro.
Jován Pulgarín
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