Perspectivas

Lea aquí la conferencia de Asdrúbal Baptista “Shakespeare en nuestros tiempos”

25/06/2020

Prodavinci reproduce aquí la conferencia «Shakespeare en nuestros tiempos», que Asdrúbal Baptista dio en 2016 en el Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Uslar Pietri. El texto fue cedido por el escritor Karl Krispin, quien también preparó la introducción para esta publicación.

Asdrúbal Baptista retratado por Andrés Kerese | RMTF

Hoy recibimos con gravedad y tristeza la terrible noticia de la muerte de Asdrúbal Baptista. No quisiera restringirme a decir que fue un economista, o un pensador económico, o un magnífico profesor universitario, porque fue más que esto. Se trató de un intelectual a tiempo completo y un hombre que entendió la historia y el acontecer venezolano como nadie. Durante el segundo gobierno del presidente Caldera el poder lo atrajo y se asomó al inmenso vértigo que representaba. Poco duró en la contemplación, porque los hombres libres y de pensamiento insobornable se entienden de manera poco amigable con los estrépitos del mando. Quizás fue seducido por el engañoso canto melodioso de las sirenas a las cuales creía estar acostumbrado a escuchar sin cera en los oídos. Como en los últimos años se había obsesionado por el teatro isabelino, lo invité a dar una conferencia en el hoy desaparecido Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Uslar Pietri, CELAUP, bajo el sugerido título de «Shakespeare en nuestros tiempos», que actualizó como sólo los grandes maestros suelen hacerlo. Curiosamente, su charla con un lleno completo en un auditorio repleto como en los mejores momentos del Globe, la dio un 10 de marzo ya próximo a los idus de ese mes. Allí invocó la tragedia histórica de Julio César y desenmadejó esa temerosa urdimbre del poder que siempre es único, indivisible y fulgurante. Leer sus esclarecedoras impresiones luego de su partida hacen que sus frases hayan adquirido algo de inasible y permanente:

Shakespeare en nuestros tiempos

En el principio era el sonido de voces, en las voces se entendía y las voces iban de padres a hijos. Un día las voces se hicieron palabras, las palabras frases y las frases poesía. Se iluminaron los rostros, el alma se hizo efímera. Todo eso pasó en un mundo mínimo, entre 1564 y 1616, los años vitales de William Shakespeare. 37 obras de teatro más una que se añadió en 1982, Eduardo III. Todas obras prolijas.

Pues bien, yo me voy a permitir con su permiso, con el permiso que solicito a Karl Krispin y a tan gentil invitación, me voy a permitir hablar en primera persona de un hecho universal. Cada uno de nosotros es espejo del universo, cada uno de nosotros en su pupila refleja el universo; eso es lo más excelso de la condición humana, ser espejo del universo. En mí se reflejó en un tiempo de la vida una realidad de la que quiero hablar esta mañana, fue un reflejo enceguecedor y por tanto dolorosísimo, y sus huellas y trazas son mi existencia más real. Tuve entonces a Shakespeare de compañía, se me hizo contemporáneo, se me hizo mí mismo contemporáneo.

Aquel tiempo comenzó, con cierta formalidad hablando, un 16 de mayo allá en 1992, y si tuviera que colocar la fecha de su fin sería entonces el 08 de marzo del 2000. Pero esto son meras referencias para poder ubicar a algunas de mis vivencias. Desde luego, hubo un largo antes y no menos que un largo después, vamos entonces al largo antes.

Un día yo estaba en Inglaterra recién llegado cuando fui a hacer mis estudios doctorales, me invitaron a ver Julio César, yo vivía en la ciudad de Cambridge y fuimos a Londres. Quien iba a encarnar a Julio César era Richard Burton.

Ese día viví una experiencia ciertamente inolvidable, a mi lado estaba una señora inglesa, a mi otro lado una amiga que me había acompañado a ver a Richard Burton a hacer de Julio César. La señora a mi lado cuando comienza la representación de Julio César saca a la obra de Julio César para ir siguiendo los parlamentos, es decir, yo no entendía una sola palabra en aquel estrado donde se representaba Julio César. El inglés de Shakespeare, ni siquiera la persona que a mi lado estaba podía entenderlo sin el auxilio del propio texto. Era un inglés que no sabía, de manera que ese día me desperté a la realidad de que había un inglés que yo no dominaba y que quizás nunca iría a dominar.

En todo caso, comencé unos meses luego mis estudios de Economía Política. Leí con inmenso afán al más grande de todos ellos, el que brindó a los hombres el conocimiento de la economía política, Carlos Marx. ¡Inmensa sorpresa! Leyendo sus escritos de juventud cuando habla del dinero citaba con especial fijación a William Shakespeare, y decía Marx que nadie había apreciado la naturaleza del dinero como William Shakespeare.

Pasan los años, era en aquel momento de la vida Fellow de la Universidad  de Oxford. Recién creada estaba la así llamada Cátedra de Andrés Bello, y se me ha dado la oportunidad del fellowship. Escuché una  conferencia de un afamadísimo intelectual oxfordiano y escuché de él una frase: “Shakespeare como nadie puso al descubierto los resortes del alma”. Nunca lo olvidé ¡nunca! Pasaron los años a holgura.

El 16 de mayo de 1992 yo enseñaba en la Universidad de Harvard y me dice la secretaria que me llaman desde Venezuela, era el secretario privado de Rafael Caldera. Aquel señor me saluda y me pide que si le puedo recibir, no me estaba llamando desde Venezuela, me estaba llamando desde Nueva York, ¡Véngase! Al día siguiente  toca  la puerta un joven de color muy amarillo bajo de tamaño y salimos a almorzar.

Me transmitió una invitación que el Dr. Rafael Caldera me hacía, quería que le acompañara en un acto que iba a tomar lugar en Nueva York el 16 de julio siguiente. El secretario privado del Dr. Caldera me adelantó que el Dr. Caldera quería pedirme que lo acompañara en la venidera campaña electoral. Ese día, 16 de mayo entré a vivir la experiencia de la política; esa experiencia concluye formalmente el 08 de marzo del 2000. Ustedes entenderán qué significó esta última fecha. Es decir, entré al mundo de la política.

Tuve acceso personalísimo a las fuentes del poder en aquel tiempo, lejos de Venezuela, hasta luego en el año 93 cuando lo que claramente fue un golpe de Estado cuando se destituyó a Carlos Andrés Pérez. Lo cierto es que el poder se me hizo parte de mi vida, viví intensísimamente aquellos meses. Lo cierto, queridos amigos, es que llevé un diario en extremo meticuloso; no hubo un día que no mereciera una nota, un comentario,  una simple referencia para no olvidarlos.

Tuve las experiencias marcadoras, es decir, son hitos en mi vida personal. Déjenme aludir a cuatro de ellas. El cinco de enero de 1994 el Presidente Caldera me pidió que lo acompañara a Bonaire para hacer el gabinete, yo estaba unos días antes en Nueva York.  Ese día cinco de enero en horas de la mañana me dirigí a su casa de habitación –ya era Presidente electo-. En la vecindad del Presidente había una  persona  cargada de  respeto de toda la importancia social imaginaria que finalmente se hizo mi rival en la vida política circunstancialmente.

Cuando vamos a tomar el carro presidencial el Presidente Caldera le dice a esa otra persona: “Tú te vas en tu carro, Asdrúbal se viene conmigo”, eso desde luego dicta una distancia. Pero lo decisivo ese día es la llegada al avión, yo suelo tener un maletín –no lo traje esta mañana porque circunstancialmente se le rompió su aza y por eso lo dejé, me gustaría habérselos mostrado- yo cargaba mi maletín como suelo hacerlo, es mi suerte de bastón, me siento apoyado en el maletín. Lo cierto es que cuando vamos entrando al avión presidencial me aborda un militar –yo nunca he sabido distinguir los grados o cosas que están en sus hombreras, pero era un hombre joven- y me dice: “Ministro, usted no debe cargar nada en el avión”, y me toma el maletín.

Cuando voy a subir a abordar el avión, el avión tenía una silla con el signo del escudo de Venezuela en el espaldar, una silla sin ese signo un poquito más alta que la tercera silla al lado de la silla presidencial, y la tercera silla. El Presidente Caldera me pidió que me sentara a su lado. Había tres aeromozas, una para cada pasajero, si me entienden.

Ese día cinco de enero descubrí los signos exteriores del poder, para un profesor Universitario –porque he sido profesor toda la vida– acostumbrado por gusto personal y por decisión íntima ser académico, que no hay vida más modesta, no por la modestia, que finalmente es eso, aquello terminó por ser una revelación. El poder tenía manifestaciones ante los ojos que contemplan al hombre del poder, yo era hombre del poder. Déjenme dejar esto allí para ir a una segunda reflexión.

Mi relación con el Presidente Caldera fue muy íntima, sin tener ninguna relación personal más allá de su condición de hombre político y mis presuntas capacidades para servir, de manera que  fueron incontables  las  situaciones para que  en su casa conversáramos al amparo de su casa y desde luego las horas en total dieron mil y una vicisitudes.

Lo cierto es que todo aquello cambió y cambió bruscamente cuando él se enviste como presidente y yo soy simplemente su Ministro. El despacho del Presidente Caldera, en el Palacio de Miraflores, estaba el sillón donde él se sentaba y el sillón de enfrente. Algo radicalmente distinto era entonces el ambiente, la forma exterior del poder.

Esto me obliga a ir muy atrás en mi recuerdo infantil. Yo provengo de un colegio de jesuitas, en Mérida –la ciudad donde nací- cuando muchos años fue centro de la vida nacional. Los jesuitas tienen una práctica, me refiero a ellos como maestros, porque a su vez ellos la viven, lo que llaman los ejercicios espirituales. Es decir, un jesuita está obligado cada cierto tiempo a retirarse por un mes, a vivir consigo mismo guiado por un maestro. A los estudiantes jesuitas se les obliga, forma parte de su formación.

Circunstancias de la vida me hicieron ser el menor del grupo estudiantil al cual pertenecía, de modo que aún no había cumplido mis 13 años de edad y fui a mi primer retiro espiritual en un sitio espléndido la casa de ejercicios espirituales que tiene la Compañía de Jesús en la ciudad de Medellín, no olvido la fecha 26 de noviembre de 1959. Un niño.  A  cada niño o a cada joven le daban una habitación en aquella casa fría, preciosa,  bien cernida y absolutamente austera. No nos habían advertido, cuando nos vamos a dormir la primera noche, eso formaba parte de la práctica que se iba revelando que nos iban a levantar en altísimas horas, de manera que a las cuatro de la mañana tocan la puerta con cierto estruendo en sonido de las campanas y nos piden  que nos  vistamos porque vamos  a tener la primera meditación.

Aquel frío gélido de la Mérida de hace 50 años acrecentado por  la altura  más  los ojos infantiles que aún no habían dormido lo suficiente en aquel sitio, que estaba hecho un ébano negro, y una vela ¡una sola vela! Allí estaba la forma exterior por excelencia  del poder. Sale de del fondo de la capilla el padre Muniategui, así se le llamaba, y comienza a hablar. 12 años y nos habló del sexo, ¡con una furia! con un terror y la amenaza del infierno; un niño de 12 años que apenas se estaba despertando con cierto alborozo. Ustedes entenderán lo que significó aquel 26 de noviembre de 1959. El poder tiene porque sí que exponerse con ciertas formas exteriores.

Años después, en este movimiento hacia atrás y hacia adelante, conocí al hijo de quien fue jefe de la Casa Militar del Generalísimo Francisco Franco, Tomás Corral. Ya estaba yo muy metido en el tema del poder, pero en todo caso es un cuento que vale la  pena contarlo. Me dice Tomás que el Generalísimo Franco había mandado a acondicionar especialmente un salón donde recibía a Alto Mando. Ese salón tenía la peculiaridad que la altura de la alfombra era inusual, el General Franco se apoyaba sobre su escritorio y cuando el General o quien quiere que fuese venía a saludar, el hecho de saludar  –las  cosas militares y su gestualidad- casi por necesidad dada la altura de la alfombra los obligaba a trastabillar; eso era un signo de poder.

Lo cierto es que el Presidente Caldera nunca más en aquellos meses tuvo la calidez del saludo, el respeto por quien había decidido acompañarle en su gesta y yo su era su subordinado. Él no se levantaba de la silla al momento de hacer las visitas o cuentas periódicas, ya él no era Rafael Caldera el Presidente.

Todas esas cosas terminan en esta primera experiencia muy pronto. Yo le renuncié intempestivamente. Tenía que renunciar, eso queda fuera del tema el 30 de mayo de 1994. Ese día se levantó de la silla, nos abrazamos -en primera persona lo cuento- le dije muchas cosas, con todo el respeto, pero se las dije; y calló asintiendo. La despedida la tengo en el reloj del espíritu, yo entré a su despacho a las 08:35 de la noche y salí cerca de un cuarto para las nueve, estuvimos como 20 minutos conversando.

El lapso que media entre despedirme de él, tomar el chofer en Miraflores y llegar a  mi casa en la Castellana puede haber sido 10 minutos, 15 minutos, probablemente eso. Y viene un detalle precioso: el apartamento en el que vivo tiene dos entradas de acceso, por circunstancias entré por la principal, donde estaba el teléfono interministerial y  no sé  qué me movió a levantar el teléfono, ya lo habían cortado. Cuando yo me despido, él debe haber indicado: “córtenle el teléfono.”

Lo cierto es que el 25 de junio siguiente, por Ministro, por Director del Banco Central yo entro en una persecución judicial que culmina en el año 2000 pavoroso. Fueron años terribles, si digo terrible es porque no consigo una expresión en mi lengua, en mi vocabulario para poder describir lo que yo viví esos cinco o seis años. Fueron mis años de Shakespeare.

Yo terminé entonces buscando entender lo que me estaba pasado en aquel que alguien muy grande me había dicho: “los resortes del alma los puso al descubierto William Shakespeare”; y leí, leí y nunca dejé de leer. Desde luego leí a Juan Sin Tierra, los Enriques, Hamlet, los Ricardos, Eduardo II, Julio César y los demás, por supuesto; pero estos mencionados fueron mis compañeros.

Me había comprado por la experiencia  de Richard Burton el Oxford English Dictionary, que son 36 tomos hechos en unos CDs que costaron varios aguinaldos. Para poder abordar a Shakespeare en inglés, aprendí el inglés shakesperiano. Cuando digo lo aprendí, es porque lo aprendí fuera como fuera.

En mayo de 1998 tuve una experiencia intelectual como pocas otras, estaba de visita en Oxford y fue una severa mujer de letras Jacqueline de Romilly una mujer con todo el respeto, una mujer de la Academia Francesa de la Lengua, escritora que había escrito sobre Grecia como pocos seres humanos. Yo le escuché a Jacqueline de Romilly ese día hablar de los sofistas; los sofistas los  descubrí de la pluma del intelecto del genio  de Jacqueline  de Romilly.

Leí a Protago y leí a Protágoras, de los sofistas no hay nada escrito por supuesto todo está desaparecido, de ellos se conoce a través del principal enemigo de los sofistas, que fue Platón. Es decir, ¿cuánto de verdad vio Platón? No se opone nadie ni puede decir que mintió o no mintió para, de algún modo u otro, desfigurar a aquellos hombres. Pero el Protágoras nunca lo olvidé, y nunca lo olvidé por una simple idea que finalmente va haciéndose realidad para llegar al Ricardo III.

En el Protágoras sale un diálogo bellísimo de Protágoras con Alcibíades. Protágoras le va a ofrecer lo que él es capaz de hacer, Sócrates es testigo; viene el parlamento entre Protágoras y Alcibíades, la respuesta que le da Protágoras a Alcibíades cuando él le pregunta: “¿y qué me ofrece usted, Maestro?” “hacerte un hombre de poder. Si sigues mis enseñanzas serás un hombre de poder”. Quiere decir usted señor Protágoras que usted va a hacer a Alcibíades dueño del alma. Había yo descubierto lo que finalmente quería hacer William Shakespeare.

Pero déjenme añadir algo más finalmente antes de entrar a la materia del  día  de hoy, por lo tanto necesito una referencia: son dos. Una primera parte es un alemán con un nombre difícil de pronunciar, pero muy familiar, Federico Nietzsche. Su hermana hizo a la muerte de él una obra con manuscritos encontrados por aquí y por allá, que se llama el alemán Der Wille zur Macht, la Voluntad del poder; ahí está todo si es que existe en relación al poder.

Una segunda referencia, por respeto a su nombre, el más grande historiador  del siglo XIX un suizo de apellido Burkhard que se dio el lujo de escribir muy poco, pero lo poco que escribió vale más que los centenares de libros.  Tiene una frasecita en el comienzo de la parte cuarta de uno de sus tomos de la Historia Universal: “el poder es el mal”. Es  decir, si alguien con la suavidad de espíritu que caracteriza a Burkhard hubiera llegado tan lejos para hacer idénticos el poder y el mal, no es que el poder es malo, el poder es el mal. Déjenlo ahí. Última referencia.

Tengo unos amigos muy queridos en España. Uno de ellos catedrático de la Universidad de Madrid,  se enteró de mis andanzas. Se iba a discutir una tesis  doctoral en  la Universidad Complutense, iba a presentar su tesis doctoral quien en aquel momento era presidente del Congreso de los Diputados, Federico Trillo, un muchacho joven. Me habían dado la obra y la leí, la leí con mucho afán, porque al fin y al cabo ¿que  había  hecho  él? leer a Shakespeare y extraer de su obra elementos para entender el poder. La tesis finalmente se aprueba y se aprueba con honores. En el fondo de mi ser dije esa es una  tesis doctoral que no pasa, que se la aprueben. Él no había entendido al poder, me atrevo -profesor como soy- a juzgar un alumno, su posición política y la circunstancia de ser un hombre importante de España en aquella circunstancia de modo alguno lo aminora.

Pero entonces allí descubrí que a Shakespeare se le puede convertir en objeto de estudio escolar, es decir, se lo puede matar. Ese no era el Shakespeare que yo había estado leyendo, esas no eran mis vivencias. Mis vivencias eran mías. Y como profesor que soy ustedes entenderán que me estoy tirando piedras a mí mismo, a nadie más.

Lo cierto, queridos amigos, para entrar en la materia del día de hoy, yo me permití tomar a Ricardo III para hablar del poder,  me permití traducir  textualmente de Ricardo III y a Ana de Neville. Yo no soy suficientemente ducho en el punto de la lengua para traducir a Shakespeare. Es una traducción de comienzos del siglo XX que se puede utilizar siempre y es la que ustedes van a tener. Antes de hacerlo hay que hacer cinco afirmaciones para poderlo comprender, estas cinco afirmaciones son lo que yo creo haber entendido de lo que es el poder.

Primera afirmación: hablar del poder es necesariamente hablar de la misma palabra ‘poder’. Déjenme hacer de profesor aquí, que me interesa de sobremanera que el punto quede muy claro. Hay ideas que son de una importancia tan grande, tan decisiva para la  vida que no llegan a lo que uno querría que llegaran las ideas: definiciones. Hay ideas  que  no se pueden definir porque siempre regresan con la misma palabra a sí misma, es lo que yo llamo la infaltable circularidad de las definiciones. ¿Qué es el poder? El poder. No pretendan ustedes definir el poder como define uno qué es una recta: aquella  distancia  entre un punto y otro, no hay tal cosa en el poder. ¿Qué es el poder? Pues regresa a sí mismo, poder.

Segunda idea poderosísima: el poder porque sí es  uno  solo, no hay tal cosa como el poder político, no hay tal cosa como el poder social, el poder no es  un género,  el poder  es uno.

Tercero: el poder es finito.

Cuarto: nunca el poder es arbitrario, el poder siempre es atinado. El tino es su naturaleza. Es decir, cuando ustedes vean arbitrariedad en el presunto ejercicio del poder, eso no es el poder.

Y quinto: el poder es proteico, valga decir, asume mil y una formas; y cuando se lo cree agarrar, asume otra forma.

De manera que estoy haciendo algo para podernos entender cuando pasemos a Ricardo III. Hablar del poder por fuerza de su naturaleza es hablar de sí mismo, por lo tanto las palabras no existen en su definición. Segunda idea:  el poder  es  uno solo, el poder no se divide, el poder que se entrega parcialmente no es poder. Tercero: el poder es finito, es decir, el poder halla en sí mismo sus límites y sus límites lo hacen naturalmente finito. Cuarto: el poder nunca es arbitrario, donde hay arbitrariedad no hay poder; puede haber indolencia, puede haber desmesura, puede haber falta de tino, puede haber  pretensiones.  El poder es atinado, siempre consigue por donde colarse para que no se le note hasta el momento de su creación. Y finalmente, el poder es proteico, valga decir no tiene una forma predeterminada, es proteico.

Los ingleses vivieron en el siglo XIV el encuentro feroz de dos casas que aspiraban ser cabezas del Reino, la Casa de Lancaster y la Casa de York, ello termina en lo así llamada la Guerra de las Rosas. La Guerra de las Rosas desemboca en que una nueva casa asume la monarquía inglesa, la Casa Tudor.  En ese ímpetu  está Ricardo III,  Ricardo III tiene el encanto de haber sido un hecho real de la vida inglesa, pero  no  pretendan ustedes cuando lean a Ricardo III remitir la historia viva temporalmente fehaciente, Shakespeare juega con los tiempos: mata a un muerto, deja que un muerto se haga presente, inventa relaciones; es su tiempo, su insuperable tiempo.

Enrique VI, el penúltimo antes de la entrada de la Casa Tudor, se casa con Margarita de Anjou. Era lo usual que el rey francés se casara con un inglés o viceversa, y de ahí nace el Príncipe de Gales. Ese Príncipe de Gales, hijo de Margarita y Enrique VI, se casa  con  Ana de Neville. El parlamento que yo voy a seguir con ustedes es de Ricardo de III con Ana de Neville –a Ricardo III se le llama Ricardo de Gloucester, antes de asumir la condición de Rey-. Ana de Neville enviuda, porque su esposo el Príncipe de Gales muere, pero también muere su suegro Enrique VI. Es decir, con esto, el trasfondo y con los fines que yo quiero compartir esto con ustedes, viene un parlamento largo de Ricardo de Gloucester con Ana  de Neville.

Vamos muy rápidamente a ver de qué se trata, pero este es un marco esencial. Ana de Neville va con el féretro de Enrique VI. Pero a su vez Ana  de Neville  era viuda,  porque  su esposo hijo de Enrique VI había  muerto, pero muere en el tiempo propio de Ricardo III;  de nuevo, los tiempos se mezclan, no hay historia en el sentido riguroso de la palabra. Ricardo de Gloucester necesita a Ana de Neville. Viene el cortejo, al féretro lo acompaña Ana de Neville y Ricardo III la aborda. Lo que ustedes tienen en sus manos es  uno de los más extraordinarios parlamentos de la obra shakesperiana.  Son exactamente 93 parlamentos.

Ana acusa a Ricardo III que él ha asesinado a su suegro y a su esposo, ese es el punto. El final del parlamento es que Ana acepta los requieros amorosos de Ricardo III. Es decir, lo que nos entrega Shakespeare en esto es exactamente lo que le dijo Protágoras a Alcibíades: te vas a hacer dueño del alma, si tú me sigues a mí. Ana de Neville se le entrega a Ricardo III, asesino de su marido y su suegro, de modo que no puede haber condiciones más extremas que las que uno se puede imaginar para que un hombre seduzca.

Todo, queridos amigos, en mi comprensión de Shakespeare, en mi comprensión del juego del poder, es la persuasión. Descubrir cómo persuadir. Ustedes  ven  efectivamente las sinuosidades que el propio Ricardo III va llevando paso a paso, desde el odio más extremo de Ana hasta aceptar que le ponga el anillo que de algún modo u otro sella el compromiso.

Para William Shakespeare y hablo entonces por sus labios, el juego del poder es persuadir. La persuasión no puede ser violenta, no puede parcial, no puede ser por un ratico y después cambia, no puede ser insuficiente porque para adueñarse del alma de Ana, Shakespeare –valga decir Ricardo de Gloucester- por fuerza debió haber sacado unos sentimientos de un cuerpo a otro, debió haber limpiado el corazón del odio y sembrado y fertilizado el corazón de un sentimiento, llámenlo ustedes falta de comprensión de Ana.

Tienen ustedes entonces 92 parlamentos, estos 92 parlamentos ustedes efectivamente ven las carencias. Los siete primeros: “apártate demonio”  le dice Ana,  ese  es el núcleo, es el primero, y Ricardo le dice: “dulce santa, por caridad deja tan mal humor de lado” ese es el mínimo requiero que le puede hacer un hombre a una mujer, cuando menos mírame.

En el parlamento 34 hay un cambio radical en la dirección del diálogo, Ricardo se atreve ya no a impulsar la conversación, que ha sido lo previo, sino a sugerirse. No olviden esto, esto es muy importante para poder entender a Shakespeare, el juego del amor es un juego naturalmente sexual y Shakespeare es un maestro en la insinuación del sexo. Son esos momentos en que uno descubre con fuerza reír a los espectadores, que saben de esto porque es su propia lengua, reírse. Me permito leer algo del 35 para que ustedes  vean.  Le ha dicho algo él a Ana y Ana le responde: “y tú no has nacido para otra que para otra sino para el infierno” y aquí viene el comienzo del juego del poder: “o para un lugar bien  distinto, si quieres que te lo diga”, “algún calabozo”, “para el lecho de vuestra alcoba”, “que el insomnio cubra la alcoba donde te acuestes” y responde Ricardo: “así será, señora, hasta que me acueste contigo”, “espero que nunca duermas”, “espero que así sea”.

El odio, el primer requiero, la clara insinuación y finalmente el parlamento 66: inspirar profunda lástima por quien se está siendo abordado. Es decir, a la mujer se la conquista inspirando en ella sentimientos de profunda conmiseración por quien quiera seducir. El demonio que se quiera acostar contigo y ahora viene pero es que resulta que yo soy un ser a quien la naturaleza hizo feo, a quien le mataron sus padres, que fue deforme, es  decir:  ten compasión de mí.

Y al cabo de este parlamento de la compasión viene el momento culminante cuando Shakespeare pone en Ricardo III la espada y Ricardo se la entrega a Ana. Es decir, hay un momento de extremo riesgo en la relación de persuasión donde todo se lo juega  quien busca persuadir. Y ese momento de extrema capacidad de persuasión sella, si va bien, va bien; si no va bien, ha salido mal. Mátame,  y la hace vacilar, y cuando vacila ya Ricardo III es dueño del corazón de ella.

De modo que el momento siguiente es simplemente cuando Ricardo le dice: “dígnate a aceptar este anillo”, y Ana le dice: “Recibir no es conceder”, y el final desde luego lo voy a leer completo hasta donde es necesario, es una de las piezas más grandes de la literatura universal.

“¿Fue alguna vez mujer de este modo cortejada? ¿Fue alguna vez mujer de este modo conquistada? La tendré, mas no la guardaré por mucho tiempo. ¡Cómo! Yo que maté a su esposo y a su suegro. Hallarla con el más extremo odio en su corazón, con maldiciones en la boca, lágrimas en sus ojos,  ante el testigo ensangrentado de mi ira,  teniendo a Dios,  a su conciencia, a todo contra mí, y yo, solo, sin el apoyo de nadie salvo el mismo diablo y el disimulo en la mirada la gano para mí.  ¡El mundo entero a cambio de nada!  ¿Olvidó ya al valiente príncipe Eduardo, su Señor, a quien apenas hace tres meses apuñalé con furia? Tan dulce y amoroso caballero, formado con pródiga naturaleza, joven, valiente, sabio,  y, sin duda con derecho al trono, no volverá a verlo el ancho mundo.  ¿Y humillará ella  sus ojos en mí, que segué la dorada juventud del dulce Príncipe, y la hice viuda de un lecho de dolor? ¿En mí, cuyo todo no iguala la mitad de Eduardo? ¿En mí, renqueante y mal formado? ¡Mi ducado contra un mísero céntimo, a que he menospreciado mi persona!”.

En todo caso, en la larga distancia de mis recuerdos hay un parlamento que no es  de Ricardo III, es de Julio César, y yo necesito leerlo. Saliendo del tono persuasivo-amoroso que es Ricardo III, Julio César tiene un encanto, un supremo encanto, define al hombre del poder como probablemente no lo ha hecho nadie.

La escena en Julio César es cuando César va al senado y entrando al senado lo apuñalan, de manera que esa noche su mujer que se llamaba Calpurnia ha soñado cosas terribles, ha visto que a César lo van a matar y ella necesita decírselo a César, se lo expresa y César le responde de un modo que discuto puede haber expresión más animosa de lo  que es el hombre del poder que es: “mujer, los cobardes mueren muchas veces antes  de su verdadera muerte, el valiente muere solo prueba la muerte una vez”. De todas las cosas prodigiosas acerca de las que yo he oído, me parece la más extraña de todas que los hombres teman la muerte, que es un fin necesario y que en verdad la tiene que vivir;  ese  es el hombre del poder, muere una sola vez, no muere más veces, porque no le teme a nada.

Este es un recurso literario. Pero en todo caso voy a terminar esta larga reláfica que he querido compartir con ustedes, repitiendo los  cinco elementos que en mi comprensión  lo que es el juego del poder, en la viva experiencia de aquellos años políticos.

Permítanme algo porque aquí hay mucha gente joven entre ustedes, el país está viviendo una euforia de la juventud, como tiene que ser, pero también tenemos los viejos nuestra posición en lo que nos concierne aun cuando sea para decir cosas para que los jóvenes puedan tener referencias. Voy a hablar en primera persona, voy a poner énfasis sobres estas cosas, yo les ruego por favor que la desmesura que puede haber en mi expresión es simplemente retórica.

Es posible que de las cosas de la economía venezolana nunca se hubiera sentado  un ministro en el Consejo de Ministros en el Gobierno de Venezuela como Asdrúbal  Baptista, nunca hubo nadie que supiera más de aquello acerca que Asdrúbal  Baptista, nunca fue más inútil mi conocimiento que en el Consejo de Ministros; la política es  otra cosa. El juego del poder es otra cosa, de modo que cuando ustedes -especialmente me dirijo a los jóvenes- los seduzca la necesidad de servir y la seducción pase necesariamente por el juego de la política, tengan muy presente que a la política hay que  ir muy preparado. Yo pensé que las aulas escolares, que los libros, que mi Carlos Marx y mi Adam Smith me eran suficientes, que mis propios números bastaban para persuadir ¡Nada que ver! ¡Nada, pero nada que ver!

Es decir, prevénganse simplemente. Vayan, hagan lo que crean convincente en aras de satisfacer su propia estima. Pero mi lección al cabo de los años, la compañía de Shakespeare me ha prodigado de mil maneras, la circunstancias que la vida me regaló a lo largo de estos años me hacen ser enfático en que uno nunca lo debe seguir.

El juego del poder es el juego más serio en que un ser humano pueda relacionarse, allí no se puede ir desprevenido y la prevención es casi la vida entera. De manera que si se es riguroso, participe en el juego del poder el último minuto de sus vidas.

Muchísimas gracias.


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