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Arte Milán: Richard Avedon, 50 (+) años despues

08/12/2022

Fotografía de The Richard Avedon Foundation | Palazzo Reale Milano

A pocos artistas, músicos o escritores he sido tan fiel como a Richard Avedon, el fotógrafo norteamericano al cual se le rinde homenaje este otoño con una extraordinaria muestra en el Palazzo Reale de Milán. Es bueno, por muchas razones, alcanzar la Alta Edad, como la llamaba Saint-John Perse. La primera, y bastaría, es la posibilidad de conocer los dones de la “abuelidad”. Otra, menos esencial, es sentir los cambios de la propia sensibilidad, casi siempre impensados o impensables. Cuando llegué a los treinta, y disfrutaba las lecciones con el melómano que era el vate panameño Roque Javier Laurenza, no escondía mi desconsideración por la música de Chopin, el mismo autor que hoy respeto y amo. Lo mismo con los conciertos para piano de Mussorgsky, especialmente el No.2, del cual ahora soy un admirador. En cambio, con toda su grandeza, hoy me resulta difícil el Beethoven de las Sinfonías y prefiero otras obras del catálogo.  Lector asiduo de Borges en las viejas ediciones de Emecé, no podía imaginarme que podría estar años, si no décadas, sin leerlo, como me ha ocurrido. No solo Borges, que todavía me atrae misteriosamente, sino, y esto me cuesta escribirlo, Dostoievsky. Ya no puedo ni con su escritura ni con sus personajes. Ahora prefiero a Gogol y, como siempre, Tolstoy e incluso Turgeniev. Lo mismo con el cine. La doce vitta, con toda su grandeza, me parece larga, como algunas óperas; Bergman, innecesario (salvo Fresas y El sello), pero Wilder y Siodmak se me hacen cada vez más grandes. Ya no me estremece Pollock como me estremecía; y, mucho menos, el arte cinético, que nunca me estremeció. No puedo con la poesía de Paz, y la de Lezama me da crisis de asfixia. López Velarde o Aurelio Arturo son mis contemporáneos, como Pacheco y Eielson. Pero volvamos a Avedon. Cuando hablo de cincuenta años de fidelidad hacia Avedon miento, son más, casi sesenta  los años transcurridos desde que comenzó mi admiración, al encontrarlo en mi juventud de veinte años, con James Baldwin, compartiendo los créditos de Nada personal, el estupendo libro que conseguí en una pequeña librería de mi Valencia natal.

Avedon fue el mejor retratista de su generación, de la misma manera que Bronzino lo fue de la suya, la del manierismo. Una poética perfeccionista, que dispone distancia suficiente al modelo para que no influya en nuestro juicio estético. En estas condiciones, nuestras respuestas empáticas están desprovistas de cualquier romántica subjetividad. El antecedente del fotógrafo norteamericano es el Stieglitz de los retratos a Giorgia O’Keefe. El de Bronzino,  por su parte, fue Boticelli, antes de su experiencia con Savonarola, o el Rafael de los años en Florencia. Y, sobre todo, el Leonardo de los retratos. En ambos casos, el psicologismo está ausente de las obras. Que no son como las de Velázquez o Goya, verdaderos estudios en la psicología de sus personajes. De la observación de apenas uno de los Felipe IV del sevillano, tenemos toda la información necesaria para conocer la psique del abotagado monarca. Lo mismo con los Fernando VII de Goya. Desde su aparición en el retrato de familia de Carlos III, conocemos el carácter del príncipe. Un hombre del cual no podemos esperar nada bueno. Una exploración psíquica que se prolonga hasta La junta de Filipinas, donde el soberano aparece envuelto en la niebla espesa de la maldad y la traición. Avedon y Bronzino fueron los mejores retratistas de sus respectivas generaciones precisamente por lo contrario.  Sin embargo, no conocemos menos a sus modelos a pesar de no ser grandes estudios de los movimientos de sus psiques. Pintor y fotógrafo se limitaron a introducirnos a sus protagonistas tal como eran, ni malos ni buenos, simplemente así.

Una retratística que concede a la elegancia una rara capacidad expresiva. Sabemos cómo se veía Laura Battiferri esos días de 1560 cuando la pintó, con manierista elegancia, el Bronzino. La misma manierista elegancia que distingue a la princesa Marela Agnelli en el impresionante retrato de Avedon de 1953. Así sabemos cómo se veían, lo que nunca sabremos, contemplados ambas obras, es cómo eran en realidad. Avedon no era un “street photograph” y su principal atributo no es la espontaneidad whitmaniana de Winogrand. La suya es una poética del cálculo, una metafísica de la precisión. Su equivalente en el cine es Antonioni, al cual dedicó decenas de retratos, dos de los cuales aparecen como “relaciones” en esta muestra. En el primero, el maestro de La aventura aparece confiado, a sus setenta, años en compañía de una esposa, vital y llena de sol. En la segunda, tomada unos cuantos años después, el realizador   se muestra disminuido, abatido y perdido. No es que esté triste o algo por el estilo. Es que era así el día que posó para el fotógrafo. Avedon es un “conductista”  del lente. Las personas son como aparecen. Una certeza que confirman los retratos de un extraviado Oppenheimer o un distraíado Eisenhower. Una de las estrategias de Avedon era precisar a sus modelos en distintos momentos. Creía en la evolución de la psique. Nadie es como aparenta durante mucho tiempo. Con los años, cambia la apariencia, no la esencia. Y no siempre son necesarios años para introducir modificaciones. A veces sólo se necesitan horas para que el modelo cambie, a veces de manera dramática, otras de manera brillante. En el primero caso, las relaciones que se establecen entre uno y otro, como en el caso de Antonioni o de Capote, también en la exposición milanesa, son un recuerdo de “cuán presto se va el placer/cómo después de acordado da dolor/cómo a nuestro parecer/cualquier tiempo pasado fue mejor”. Las líneas de Manrique escritas, como las de Villón (“Mais, ¿où sont les neiges d’antan?”) en el otoño de la edad media, es lo que se me ocurrió al observar los cambios que produjo la vida en la apariencia del aquel joven Capote, consentido por la vida, y el otro, de varios años más tarde, maltratado por las nieves de antaño. Avedon pasó a la historia como uno de los grandes fotógrafos de la publicidad. Algún día se le reconocerá como lo que en verdad es, el mejor retratista de su generación. La estupenda muestra del Palazzo Reale, “Relationships” es una buena oportunidad para comenzar.


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