Perspectivas

Apuntes para una historia de la traición

11/01/2020

Fotograma de 300. Zack Snyder, 2006

…Y dijo: ¿Qué me quieren dar, y yo se lo entregaré a ustedes? Y ellos le dieron treinta monedas de plata.

Mt. 26:15

También los antiguos griegos supieron bastante acerca de la traición y del peso político que lleva. Claro que no estamos hablando de la traición amorosa, esa que duele en lo profundo del alma de cada mujer o cada hombre particulares. Aquí hablamos de la traición política, la que no solamente duele a muchos, sino que deja una huella profunda y puede hasta cambiar la historia de los pueblos. El griego tiene una palabra que se ha mantenido invariable por más tres mil años, hasta nuestros días, para nombrar a la traición. Como si los hablantes de esta lengua venerable hubieran sentido, a través de los siglos, escrúpulos de cambiar la forma de nombrar algo tan feo, como esa gente que no se atreve a mirar ni a tocar ciertas cosas del solo asco que provocan.

Prodosía es esa palabra intocable, que señala en su raíz la esencia misma de un comercio ilícito y abyecto. “Dar algo o a alguien a cambio de otra cosa”, dice el diccionario. Por su parte, nuestra palabra española “traición” viene del latín traditio, que en su raíz también conserva la idea de “acción de entregar”, “entregar a alguien o algo”. De traditio vienen al español por igual “tradición” y “traición”, que son cosas muy diferentes. Igualmente el inglés conserva esa raíz latina en el término trade, que significa “comercio”. Solo que en la traición, la mayoría de las veces ese comercio se transa a espaldas de aquél a quien estamos negociando, es más, casi siempre a escondidas y sin su consentimiento, violando una lealtad y muchas veces hasta un pacto y un juramento.

Cuando pensamos en un traidor entre los griegos no podemos dejar de hablar de Efialtes de Traquis, el oscuro granjero que vendió a su pueblo a cambio de nada. No es por nada que Efialtes significa “pesadilla” y los griegos lo conciben como un demonio, tal y como se atestigua en algunos fragmentos de Alceo y del poeta cómico Frínico. En el libro VII de su Historia Herodoto cuenta que en el año 480 a.C. las tropas persas al mando de Jerjes I estaban listas para invadir Grecia. De hecho, una apertrechada fuerza de 4.800 soldados avanzaba imparable hasta que se topó con un formidable escollo, el temido paso de las Termópilas, las “Puertas calientes”. Se trata de un escabroso acantilado rodeado de aguas termales que se recorta contra el mar, dejando al pie un estrecho y rocoso desfiladero de unos 12 metros de ancho, expuesto al oleaje y las mareas.

Difícil y arriesgado era este paso, pero mucho más infranqueable para Jerjes por el hecho de estar guardado por una pequeña pero aguerrida fuerza de resistencia de trescientos espartanos comandados por el general Leonidas. La orden era resistir o morir, y fue cumplida a cabalidad. Las fuerzas de Leonidas resistieron los embates persas durante dos días y sus noches, e incluso llegaron a causar importantes bajas entre los persas. Y quizás hubieran logrado impedir el paso de los invasores si no fuera porque el traidor Efialtes, creyendo que Jerjes le daría una jugosa recompensa, mostró al rey un oculto sendero por el que evitar el desfiladero y atacar a los espartanos por la retaguardia. Según Heródoto, Efialtes “estaba convencido de que iba a recibir una gran recompensa por parte del rey persa” a cambio de revelarles la existencia de aquel sendero. Así, embestidos por delante y por detrás, los trescientos fueron finalmente sorprendidos y masacrados. Para nada, porque a Efialtes los persas no le dieron ni las gracias y poco después murió asesinado por un paisano de nombre Aténadas, que ni siquiera se había enterado de que los griegos habían puesto precio a su cabeza. En lo que a la armada de Jerjes respecta, ésta también fue destrozada por los griegos poco después en Platea y Salamina.

En la película 300 (2007, basada en la novela gráfica de Frank Miller), Efialtes es mostrado como un asqueroso y deforme enano, un rencoroso y vengativo monstruo cuya fealdad solo es comparable con la repugnancia de su traición, como si su pequeñez quisiera simbolizar su ausencia de estatura moral, como si su monstruosidad encarnara el tamaño de su ambición y su cinismo. En la película, Efialtes es un espartano cuyos padres violan la legislación lacedemonia, que obligaba a que todo recién nacido con algún defecto físico fuera lanzado desde el monte Taigeto. Con el tiempo Efialtes desea formar parte del ejército de Leonidas, pero este lo rechaza debido a que, por su gran defecto físico, Efialtes ni siquiera es capaz de sostener correctamente su escudo. Esto genera en el traidor un profundo resentimiento y una sed de venganza. Es claro que esta versión se aparta ostensiblemente de lo contado por Heródoto. Claro que se trata de una película que no escatima en recursos visuales y dramáticos para expresar lo que a veces las palabras no alcanzan, pero de todos modos es interesante constatar cómo la imaginación quiere representar al traidor.

Hoy, un sencillo y hermoso monumento se alza en el sitio de las Termópilas, junto donde Leonidas y los trescientos cayeron hace exactamente 2.500 años. En lo que a mí respecta, he tratado de encontrar alguna antigua representación icónica de este fundador de la estirpe de Judas, algún cuadro, alguna escultura, algún trozo de cerámica pintada, pero nada. El olvido de los poetas y el desprecio de los artistas han hecho vano mi esfuerzo. Lo que puedo decir es que, si es así, Efialtes, después de todo, fue un afortunado, porque la traición, de un hombre a otro hombre o de un hombre a su país, es sin duda una de las afrentas más difíciles de olvidar.


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