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El tema migratorio en Venezuela fue durante un largo tiempo un tema ajeno a la preocupación académica y al tratamiento periodístico. En líneas generales, el venezolano no migró masivamente de su país durante el siglo XX, pese a que fueron décadas en las que predominó el autoritarismo con dos largas dictaduras, la de Juan Vicente Gómez (1908-1935) y Marcos Pérez Jiménez (a partir de 1948, como parte de una junta y en el lapso 1952-1958, ejerciendo el poder en solitario).
Al contrario, en el imaginario del venezolano estaba pensar a su país como una tierra que acogió a extranjeros por la llegada de europeos —principalmente españoles, italianos y portugueses— después de la segunda guerra mundial y, además, por la política de acogida que tenía el régimen de Pérez Jiménez.
La decisión oficial de acoger masivamente a inmigrantes —en Venezuela— a mitad del siglo pasado, según autores como Froilán Ramos Rodríguez (2010), tuvo un claro sesgo racista ya que se hablaba de “puertas abiertas” al extranjero, pero, en realidad, tal apertura estaba limitada a personas provenientes de Europa. Detrás de esa decisión, y ya desde los años 30, destacadas figuras de la intelectualidad de entonces, como Alberto Adriani y Arturo Uslar Pietri, asumían que el venezolano común estaba necesitado de la presencia europea para adquirir técnicas de trabajo y buenas costumbres. De esa forma, la idea de que miles de europeos llegaran a Venezuela no fue una sorpresa.
Ramos Rodríguez contextualiza la magnitud de aquel arribo masivo de europeos a una aún principalmente rural Venezuela: “Entre 1948 y 1961, Venezuela tuvo una experiencia de inmigración masiva cuando 614.425 extranjeros recibieron cédula por primera vez”, se trata del documento de identidad emitido por Venezuela. Para este autor, si se agregaran a aquéllos que no se documentaron y a los infantes (que no requerían tal documento), se podría aseverar que “la inmigración durante este periodo debió haber alcanzado la cifra de 800.000 personas”. Y, como hemos señalado, el 78% del total estaba compuesta por españoles, italianos y portugueses. El resto provenía de otros países europeos.
Para ubicar adecuadamente la magnitud de aquella migración debe precisarse que, según las cifras oficiales compiladas por la Universidad de Los Andes sobre la población venezolana, en 1961 Venezuela estaba habitada por 7,7 millones de personas.
De aquella llegada masiva de extranjeros a mitad del siglo XX, con el pasar de los años se reconstruyeron historias. La Fundación de la Cultura Urbana, por ejemplo, compiló diversos testimonios en una serie de libros que estuvieron centrados en el aporte y los lazos tejidos dentro del país por aquellos migrantes y sus descendientes. Así surgieron volúmenes como “Italia y Venezuela: 20 testimonios” de Guadalupe Burelli, en 2009, y “España y Venezuela: 20 testimonios” de Rafael Arráiz Lucca, en 2006.
La historia de Venezuela como país receptor de migrantes, a partir del boom petrolero de los años 70 del siglo pasado, tuvo otros capítulos. A tierras venezolanas llegaron chilenos, argentinos y uruguayos tras la implantación de dictaduras militares en sus países, así como peruanos, ecuatorianos, dominicanos y colombianos en busca de oportunidades de trabajo cuando en sus países apretaba la situación económica.
En 1977, cuando Venezuela contaba con 13 millones de habitantes, un 10% eran extranjeros con cédula y residencia legal dentro del país, según reseña Raquel Álvarez de Flores. Sin embargo, existía una población numerosa (y no cuantificada) de extranjeros en diversos ámbitos de la economía informal. Desde mediados de los 80, con el crack económico que vive Venezuela a partir del llamado “viernes negro” —la primera gran devaluación de la moneda en décadas y una severa contracción económica— comienza, como señala la autora, una “migración de retorno”. Este proceso, a su vez, se ve alimentado al final de aquella década con las transiciones a la democracia en la mayoría de países del cono sur, con lo cual muchos exiliados políticos deciden regresar a sus respectivas naciones.
Esa Venezuela abierta a la recepción de extranjeros y sin volúmenes significativos de sus habitantes saliendo hacia otros países, en buena parte de su historia contemporánea, pasó a ser al final de la segunda década del siglo XXI la principal preocupación de países vecinos y de organismos especializados por el flujo de venezolanos que ahora, de forma masiva, abandonan la nación.
Como periodista e investigador, 25 años atrás, el tema migratorio, aunque me interesaba, era lejano. En 1993, me leí con sumo interés —y he vuelto sobre estos textos— un especial de la revista Nueva Sociedad dedicado a los migrantes. Nueva Sociedad también se fue de Venezuela; tras ser editada durante décadas en Caracas por la Fundación Ebert de la socialdemocracia alemana, ahora se edita en Buenos Aires. De aquella publicación del año 1993 recuerdo vivamente aspectos que, hasta entonces, desconocía en relación a las diferencias que se establecían entre migrantes o personas que buscaban estabilidad económica, a propósito del caso mexicano, o el impacto psicológico de la migración y de la xenofobia con la que no pocas veces es recibido quien llega a otras tierras.
Años después, siendo director de la revista Comunicación (Fundación Centro Gumilla) en Caracas, dedicamos en 2005 un número a las migraciones. Ya por aquel momento se registraba lo que ha llamado el economista e investigador de opinión pública Luis Vicente León la primera ola migratoria de venezolanos durante el chavismo (tras el triunfo de Hugo Chávez en el referendo revocatorio de 2004).
Sin embargo, al volver sobre aquel número, me percato que sólo un par de artículos abordaban expresamente el fenómeno. Por un lado, se analizaba la generación de una “patria virtual”, en un texto de Zinnia Martínez, que daba cuenta de los migrantes venezolanos de aquel momento, fundamentalmente jóvenes profesionales muy calificados. En esa misma dirección, se apuntaba a mapear lo que aún era incipiente: la llegada de venezolanos a España y su representación mediática y simbólica, por ejemplo, en un texto de Vanessa Rodríguez Breijo.
Algunos seguíamos, entonces, mirando desde la distancia a este fenómeno, lo percibíamos ajeno aún.
Andrés Cañizález
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