Fotografía de MIKE FIALA | AFP
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Hace exactamente 20 años la noticia nos sorprendió a todos, fanáticos y no fanáticos del béisbol nos enteramos por todos los medios de que “El Gran Gato” había sido diagnosticado de cáncer.
La tristeza fue inmensa, se trataba de uno de los jugadores más queridos por toda la afición.
Pasadas dos décadas de aquella tarde, rescato parte de una barajita que le dediqué y en la cuento algunos detalles del documental que hicimos César Miguel Rondón, Luis Alberto Lamata y quien suscribe.
Aquí va la crónica:
Antes de narrar la historia en detalles, quiero comenzar con una frase que soltó César después de nuestra primera entrevista con el gran Gato.
Habíamos pasado toda la tarde con Andrés averiguándole la vida, esa vida que comenzó en las calles de Chapellín y que el nos contaba como si hubiera sido normal todo por cuanto pasó para convertirse en una de las estrellas más grandes de su tiempo.
Al salir de su casa nos fuimos a un restaurante a celebrar por la gran historia que teníamos en el pequeño grabador.
César me dijo, aún emocionado, recapitulando todo lo oído: “Había momentos en los que no sabía si abrazarlo o aplaudirlo”.
Aquí va la historia que nos contó el Gato…
Su primer equipo fue el de Chapellín, una divisa integrada por puros muchachitos del barrio. El “Negro” Echenique, quien según Andrés era un excelente primera base que “las cogía todas”; “Toito”, que era catcher y buen bate; Luis Echenique, quien nunca se desligó del béisbol y aún hoy es entrenador de las Panteras de Alto Prado, una de las más exitosas divisas de la Liga Chucho Ramos de la Corporación Criollitos de Venezuela; “Pingüino” y “Pantera”, entre otros, todos participaron encantados en nuestra historia.
César decidió convertirlos en una suerte de “gran coro griego” y a lo largo de la película fueron apareciendo para confirmar con sus testimonios por qué Andrés fue quien se convirtió en el gran jugador que conoce el mundo.
Las primeras pelotas, como siempre en las historias del béisbol de la calle, eran hechas con cartoncitos de un cuarto de litro de jugo o leche, recubiertas de “teipe” apretadísimo, hasta que el cuadrado se convertía en una esférica que por el ateipado rebotaba, claro que de forma irregular, con bounces extraños y difíciles. Por lo mismo, si se es bueno fildeando ese garabato, cuando viene la pelota de verdad atraparla se hace menos difícil.
Los peores días para Andrés eran los sábados o domingos en los que había juego, pero amanecía lloviendo. Como todos los niños, se preguntaba por qué no llovía el lunes o el miercoles, para no ir al colegio.
Se quedaba durante horas mirando llover desde la ventana, hasta que finalmente escampaba y venía el desquite con una partida de chapitas en la plaza, cerca del puente.
Coinciden todos los grandes peloteros, específicamente los del Caribe, que batear chapitas ayuda a afinar la vista.
Los niños van a las bodegas y a las licorerías a buscarlas. Recolectan muchísimas y, claro, mientras más chapitas, más tiempo de juego.
Andrés era bueno con las chapitas, lo suyo no sólo era fuerza, sino también contacto, cosa que quedaría más que probada a lo largo de su carrera profesional, especialmente en 1993, cuando fue el Campeón Bate de la Liga Nacional con un astronómico promedio de .370. Superando a Tony Gwyn.
Un cuento común, no sólo de nuestro “coro griego”, sino también de Jorge Ray, fundador de la divisa “Ray Ran”, equipo al que pasaron casi todos los peloteros del Chapellín, incluyendo al joven Galarraga, es que una vez, jugando en la Base Aérea de La Carlota, uno de sus batazos se fue del campo, impactando en un avión de la Fuerza Aérea que estaba estacionado un poco más allá de la cerca, dejándole marcada la huella de la bola. A los minutos apareció un general reclamando por el golpe.
Lo maravilloso de esta historia es que fueron entrevistados por separado y todos, al recordar la anécdota, abrían los dedos índices y pulgares de las dos manos, haciendo un círculo, pero sin juntarlos, para explicar el tamaño del tatuaje que quedó en el fuselaje de la aereonave.
Con el “Ray Ran” Andrés disfrutó mucho de la vida del pelotero de béisbol menor, la competencia, el irse acostumbrando a la disciplina, al trabajo en equipo, el trabajo físico, la frustración de la derrota, la felicidad de ganar por un batazo oportuno, el apoyo de la familia… En cada juego ratificaba que lo que más deseaba en la vida era ser un profesional de la pelota.
Andrés nos contó esta historia en su casa de West Palm Beach, unos días después de ponerse la segunda dosis de la quimioterapia a la que tuvo que someterse cuando le diagnosticaron el linfoma que lo alejó de los estadios en 1999.
El mismo nos abrió la puerta cuando llegamos a su casa, que si bien está en un conjunto donde todas las casas tienen arquitectura y colores similares, la suya es fácil de distinguir, porque tiene en el porche una guacamaya de madera que cuelga sobre el timbre. Estaba completamente pelón. Inmediatamente nos dijo, con su sonrisa imperturbable, que se había “raspado” porque en verdad parecía un gato soltando el pelo.
No lo hemos conversado jamás, pero aquel recibimiento nos hizo sentir relajados a César Miguel y a mí para hacerle la entrevista inicial, porque se hace inevitable saber de alguien con cáncer e imaginárselo decaído. Pero Andrés seguía con su ánimo irreductible.
Entusiasmado nos hablaba de los días en los Criollitos, sin embargo un recuerdo hizo que su expresión cambiara por unos momentos…
“Supe que estaban conformando el equipo de la selección de béisbol de Venezuela. El try out era en el Universitario y el mánager Remigio Hermoso. Fui y di muchos y buenos batazos, pero aquello era una rosquita a la que yo no pertenecía, así que me dejaron fuera”.
Lloré muchísimo, me sentí realmente mal”.
Cuando filmanos esta historia para el documental, tuvimos que parar la grabación porque se quebró de verdad, volvió a llorar. Una frustración se le mezcló con otra…
De esto conversamos después con Remigio, quien recuerda que tampoco Urbano Lugo ni Oswaldo Guillén fueron escogidos, pero dejó muy claro que no se trataba de nada personal, sencillamente no gustó.
Sin embargo, podría decir que sólo hablando de Tom Runels, un mánager de los Expos, y Remigio Hermoso, Andrés arruga la cara.
Como “no hay mal que por bien no venga”, dice sabiamente el aforismo, Andrés se fue con los “Ray Ran” a Puerto Rico, a disputar una copa de béisbol juvenil en homenaje a Alfonso Carrasquel.
Chico estaba presente en la Isla del Encanto y allá pudo presenciar el poder de Andrés, cosa que ratificó el destino de nuestro Gato.
En uno de los juegos, Andrés sacó una bola del parque llevándola más allá de donde era pensable podía hacerlo un “juvenil”. Chico se impresionó tanto, que se intersó por conversar con el muchacho.
Aprovechó para confesarle que quería ser pelotero profesional y Alfonso estuvo de acuerdo con que tenía condiciones y actitud para llegar lejos.
En Caracas, Alfonso le pidió a Felipe Rojas Alou, mánager de los Leones, que probara al muchacho.
Cuando Chico recordó esta historia para la película, el mismo nos dió la frase con la que titularíamos el documental, porque el cuento sigue con que, luego de probarlo la primera vez, en la que sacó varias pelotas, por cierto, Felipe le dijo que el muchacho estaba muy gordo, a lo que Carrasquel respondió: “!Sí, es un gordito, pero aquí, aquí (dijo golpeando con su índice derecho la sien), lo que tiene es puro béisbol”.
Con semejante “palanca”, el Gato llegó a un acuerdo con Alou que era un gran desafío, debía perder más o menos 12 kilos, en dos semanas.
Recuerda que casi no comía. Ensaladitas y pollo a la plancha, nada que ver con los deliciosos platos de la gastronomía criolla que sabe preparar Juana como las mejores. Ya la quisiera don Armando Scannone en su cocina.
Esas dos semanas fueron de mucho sacrificio, ni un dulcito, ni una empanadita, ni un vaso de chicha. Quería ser pelotero y punto, así que se deshizo de los kilos demás y volvió.
Entonces lo firmaron para los Expos de Montreal, organizción de Grandes Ligas para la que trabajaba Felipe Rojas Alou, y para los Leones del Caracas.
Una anécdota muy graciosa que está vinculada a sus inicios, cuenta que estando en los juegos de pretemporada, en Guarenas, aún no había sido firmado, pero era necesario protegerlo. El “Loco” Torres, coach de los Melenudos, decidió cambiarle el apellido por el de “Soler”. Escogió el nombre porque era fanático de las películas mejicanas y admiraba a los hermanos Soler.
La primera vez que salió retratado en el periódico fue por aquellos días. Aparecía anotando una carrera y claramente se ve que es él, sin embargo, el gran titular decía: “Novato Andrés Soler impresiona en las prácticas”.
En primera base del Caracas estaba Gonzalo Márquez, sin duda uno de los más notables que hayan jugado en equipo alguno, así que Andrés tuvo que esperar.
Según Oscar Prieto, co-dueño y gerente general del equipo, era predecible que no se quedaría como tantos otros, porque además de poderoso, era ordenado, disciplinado, metido en el juego, siempre en la baranda pendiente del pitcher, esperando su turno…
Al terminar su primera temporada de novato se fue al norte, a Palm Beach, hogar primaveral de los Expos.
Allí no la pasó bien. Nos confesó que muchas veces pensó en devolverse, pero su deseo de jugar pelota y de ser un grandeliga eran más fuertes que la incomodidad de no entender el idioma, de estar lejos de casa, un muchacho además tan familiero como él. A pesar de lo difícil de esos años, no desmayó.
No pasó mucho tiempo para que Andrés se casara con Eneida, vecina toda la vida de Chepellín, una muchacha divertida y “de su casa”. La vida en pareja, estando afuera, le alivió la nostalgia por la distancia, así que le empezó a ir mejor.
Si bien sentía que se le hacía tarde para cristalizar su meta de ser un bigleaguer, en nuestra pelota se iba convirtiendo en un ídolo, con cada batazo bueno se ganaba más y más el cariño de los caraquistas.
Recordando los momentos difíciles, le vino a la memoria un juego con el Caracas, siendo Chico el mánager, en el que tres veces se había ponchado feísimo. Estaba cubriendo el jardín izquierdo y lo único que deseaba era que no bataeran hacia allá. Estaba desconcentrado y no quería seguir, ni en aquel juego ni en nungún otro. Fue esa la única vez que pensó en cambiar de ramo.
Entre lágrimas, le pidió a Carrasquel que lo sacara del juego. Chico no sólo no le hizo caso, sino que lo reprendió: “El béisbol no es sólo jonrones y hits, si fuera tan fácil todo el mundo jugaría”. Le ordenó que cogiera su guante y siguiera jugando. Un turno más tarde dió un buen batazo y todo lo malo que había ocurrido se desvaneció, pero la lección quedó bien aprendida.
Andrés fue ascendiendo lentamente en los equipos menores de los Expos. Un día, estando en triple A, se sentó frente a Felipe Rojas Alou y le manifestó su frustración, porque estaba bateando muchísimo, mejoraba cada día su defensa y no obstante ese esfuerzo, veía como otros eran subidos a las Mayores mienras él seguía esperando.
La respuesta de Felipe fue sabia: “Cuando subas, no volverás a bajar”.
A mitad de la temporada de 1986, Alou lo llamó a su oficina y le dijo que hiciera la maleta.
Hacer la maleta significaba que en las próximas horas iría al equipo grande. La felicidad era inmensa, como su voluntad.
Llamó a Eneida, que estaba con seis meses de embarazo, y le comunicó la gran noticia, pero ella al otro lado de la línea, si bien estaba contenta por el éxito de su esposo, lamentaba que no estaría en los dias finales, porque debía venirse a Caracas a dar a luz a la primogénita, Andria. Ella fue quien hizo la maleta y la envió a donde Andrés debía unirse a los Expos.
La historia desde entonces es por todos conocida, se lució bateando y fildeando, de hecho ganó dos Guantes de Oro y recibió su primera invitación al Juego de las Estrellas. Finalmente había conseguido lo que quería, establecerse en las Grandes Ligas.
Pero llegó el año 1992 y fue cambiado a los Cardenales de San Luis, equipo dirigido por Joe Torre. Con los pájaros rojos sufrió su peor campaña, había perdido la mecánica, como si se le hubiera olvidado cómo batear. No fueron pocos quienes pronosticaron que su carrera había llegado al final.
Pero Andrés, esa es su historia, siempre consigue cómo vencer la adversidad.
El coach de bateo de San Luis, Don Baylor, se puso a trabajar con él, como si hubiera que enseñarlo a batear de nuevo. Cambió su manera de pararse en el plato. Ahora miraba de frente al pitcher, tenía una mejor visual de la bola desde que la soltaba el lanzador y podía preparase para conectarla con todo su poder.
Vale la pena decir, porque así es y hay quienes creen en la “causalidad”, que en una barrida en segunda base, donde estaba Remigio Hermoso, Don Baylor se “barrió” y se dió un violento choque que le produjo al venezolano una lesión que lo dejó fuera del béisbol.
Baylor había sido llamado por una franquicia de expansión, los Rockies de Colorado.
Aquellos Rockies impresionaron desde los primeros días. Su alineación, en la que estaban Larry Walker, Dante Bichete, Vinicio Castillas y Galarraga, es uno de los line ups más temibles de la época. Además jugaban en el Coors Field, un parque en el que la bola corre “fácilmente”.
En el nuevo equipo, el nuevo dió batazos de todos los calibres, había recuperado la fuerza para dar jonrones y había mejorado notablemente el contacto.
Iba destrozando la liga, como dicen los beisboleros, hasta la tarde en la que, persiguiendo un fly, chocó con el segunda base y se lesionó la rodilla derecha.
Todo parecía haber terminado en equella temporada. Pero Baylor, conociendo la fuerza de voluntad de su pupilo, pactó con él para un día “X”. Ese día debía comenzar a practicar para poder incorporarse con el suficiente tiempo para pelear el liderato de bateadores de la Liga Nacional.
El día pautado apareció el Gato dispuesto a trabajar y en la fecha calculada fue reactivado. La pelea no estaba fácil, su rival en la lucha por el título de bateo era nada menos que Tony Gwyn, uno de lo mejores bateadores de su época.
Muchos de los imparables de Andrés se fueron del parque. Él bromea e insiste en que daba jonrones para no tener que correr duro. Podría decirse que en una sola pierna, Andrés Galarraga fue el Campeón Bate. En Venezuela delirábamos…
Los años de Colorado fueron inolvidables, él y el resto de los “Bombarderos de la calle Blake”, como también eran llamados el Gran Gato y compañía, fueron el equipo nuevo que más rápido llegó a una postemporada, fueron los primeros en tener cuatro bateadores con más de 30 jonrones y 100 carreras empujadas. !Un carro de leña! Uno detrás del otro, hábiles, fuertes, intimidantes…Tenían “química”, como se dice ahora, que no es otra cosa que una conexión que da la diversión, el poder ganar, hacerlo juntos, jugar y ser felices como cuado eran niños. Tenían mucho más que poder aquellos bombarderos.
Fue además de líder bate, líder en empujadas y en jonrones, aunque no el mismo año, pero ganó todos esos lauros, un bate de plata y apareció en la lista de los Más Valiosos.
Un sábado en la tarde los Rockies jugaban en el Pro Player Stadium, y el estelarísimo Kevin Brown se metió en líos dejando embasar a los dos primeros bateadores, con Larry Walker al bate; la decisión fue darle el boleto intencional para enfrentar a Galarraga. Al primer envío le devolvió la bola al último piso del parque. Fue el jonrón más largo en años y el más largo de Miami, creo que hasta ahora.
En principio se dijo que la bola había recorrido 570 pies, pero al rato, dice Andrés que cuando se dieron cuenta de que dejaría atrás a Mickey Mantle, rectificaron la medida y dejaron el batazo en 529 pies.
Unos innings más tarde, Dennis Cook entró a relevar y al enfrentar al Gato le pegó la bola, por primera vez en cientos de pelotazos; El toletero se fue al montículo con la intención de desquitarse a golpes; afortunadamente para Cook, no le atinó ninguno, porque lo habría lastimado. Lo expulsaron y lo multaron, pero si algo quedó claro, si algún día ven la repetición, es que no habría sido nadie de haberle gustado el boxeo.
Cuando llegó el momento de renegociar, los Rockies salieron de Galarraga. A uno le da rabia que eso pase, que un equipo salga de un jugador “franquicia”, querido, que mete gente en el estadio, que la ciudad lo adora, etc, pero así es y es parte de como es todo.
El cambio, sin embargo, fue muy positivo para Andrés, porque su producción se mantuvo y así demostró que podía seguir siendo un excelente bateador fuera de Denver.
En su primer año con Atlanta despachó 44 jonrones, bateó para .305 y empujó 121 carreras.
El 19 de febrero de 1999, cuando abrieron los campos de enrenamiento de primavera, fiebrúo como siempre, se reportó con su entrenador personal, quien al verle le dijo que nunca lo había visto en tan buena forma. Haciendo swings de práctica, sintió un fuerte dolor en su espalda, que le impidió seguir con el trabajo.
Lo examinaron los médicos del equipo y decidieron que se chequeara en Chicago. Allí recibió la mala noticia que pronto impactaría en el mundo del béisbol. Tenía un linfoma en la quinta vertebra lumbar y había que someterlo a tratamiento de inmediato.
El cáncer era esta vez el violento pitcheo.
A estas alturas del cuento surgió una pregunta que, después de su respuesta, resultó ser importante, sobre todo a manera de consejo para mi vida en particular.
“¿Tu no te has puesto bravo con Dios? ¿No has mirado al Cielo y le has reclamado que esto te haya pasado a ti?”
Entonces vino su respuesta que nunca olvidaremos quienes estabámos allí: “No, jamás me he puesto bravo con Dios, nadie se puede poner bravo con Dios, sino ¿quién te queda, quién te ayuda a enfrentar lo que sea que haya que enfrentar? !No, no me he puesto bravo con Él, confío en Él, sé que me voy a curar y que soy yo quien tiene cancer, porque soy un ejemplo y seré ejemplo de que el cáncer se cura!”.
Años más tarde, cuando mi hija Lucía estaba peleando en su incubadora contra la bacteria que finalmente causó su ida al lado de Dios, recordaba esas palabras de Andrés y rogaba porque, si pasaba lo peor, pudiera aceptarlo sin perder la fe. Entendí el valor de aquellas palabras.
Es otra historia mágica la que cuenta cómo Andrés se curó del cáncer.
Unos días después de que el país y el mundo entero supieron la mala noticia, una joven abogada, Marilyn de Perera, soñó que la Virgen de la Rosa Mística le había dicho que contactara a Andrés Galarraga y le dijera que rezara el rosario en familia.
Esta muchacha, que jamás se había interesado por el béisbol, pero que sabía que el pelotero era una super figura, muy querida hasta por lo que no son fanáticos, da inicio al milagro ubicando el teléfono de Luis Alfonso Galarraga, quien era un hombre más bien esquivo con el celular.
La chica consigue el teléfono, lo llama y él le atiende, la escucha con atención y se comunica con Eneida, quien la llama para enterarse en detalles del sueño y de cómo rezarle a la Rosa Mística.
Marilyn había encargado una imagen de la Vírgen a Italia y se la había enviado con Luis Alfonso. Cuando la imagen llegó, Eneida habló con ella sobre el particular rosario y supo que había que ofrendarle unas rosas blancas.
En todo West Palm Beach no halló ni una sola rosa blanca, sólo anaranjadas, pero igual las llevó, después de todo, lo más importante era rezar toda la familia junta.
Era un poco antes de la media noche cuando Eneida llamó otra vez a Marilyn para contarle que mientras rezaban el Rosario, las rosas naranjas se habían vuelto blancas…
La fe de Andrés debe venirle de parte de Juana. Ella muy católica, creyente del Niño Jesús de Capaya, de la Vírgen de Betania, a quien le encomendó la rodilla de Andrés en 1993 cuando fue lider bateador, y de José Gregorio Hernández, también es una de las principales promotoras de Rosario de la Rosa Mística.
Confiada en esa alineación, Juana recibió la terrible noticia con optimismo. Después del susto inicial, su única convicción era que su jonronero no iba a dejarse ganar.
Unas semanas después de esos primeros días de la enfermedad de Andrés, ocurrió nuestra visita para entrevistarlo para el documental.
Podría decirse que eran los primeros innings del cáncer y que por difícil que se pintara el juego, no entregarse, igual que en el béisbol, fue determinante en su vida.
Esta vez no estaba Chico ordenándole que tomara el guante y saliera a jugar, ya eso estaba muy aprendido.
Él era el mismo de aquel juego que se decidió con un batazo suyo, el que aprendió a batear de nuevo, el que ganó un título de bateo con todo y la rodilla rota. El Gran Gato que no se rinde.
Inolvidable un titular de Meridiano, indudablemente hecho por José Visconti, periodista deportivo, locutor, animador de eventos religiosos, caraquista y ex seminarista, que decía en sus grandes letras amarillas sobre fondo rojo: “TRANQUILOS. TIENE 7 VIDAS”.
Para terminar nuestra entrevista, César Miguel resolvió ubicar a Andrés en el jardín de su casa, rodeado de centenares de cartas, tarjetas, fotografías, letreros tipo afiche y una enorme tela que pusieron los Bravos de Atlanta en la entrada del parque de Disney, donde entrenan en primavera, para que los fanáticos le escriberan un mensaje, al lado de un dibujo del Gato Sonrisa, el personaje de Alicia en el País de la Maravillas.
Él no había tenido tiempo de leer muchas de esas cartas, así que fue allí donde se encontró con toda esa correspondencia amorosa que le había llegado desde todas partes de Estados Unidos y Canadá, de Venezuela, de Puerto Rico, Nicaragua, República Dominicana y otros sitios del mundo entero.
Para los efectos de la edición, Andrés respondía a nuestras preguntas, mirando directamente a la cámara.
Estaba muy conmovido con lo que tenía alrededor, así que César Miguel, sorprendiendo a todos, sin prepararle para la pregunta, le gritó: “¡Andrés! ¿tú te vas a morir?”
Sin dudar, sin quebrarse, convencido, confiado y vigorosamente, el Gato dijo que no, que él no iba a morirse por ese cáncer: “ Yo soy una persona a la que no le gusta perder”, su voz se tambaleó únicamente cuando habló de lo que para él significaba todo ese amor que lo rodeaba. “Este es mi salón de la fama”, dijo con palabras que salieron de su alma.
Su respuesta fue el último parlamento de la película antes de terminar con la imagen de Andrés acompañado de Eneida y sus tres hijas, Andria, Katherin y Andrea, caminando con ellas en un jardín enorme, con el mundo por delante.
Así terminó el documental, pero todos sabemos que la historia es todavía más rica.
Andrés derrotó el cáncer y regresó a la primera base de los Bravos.
Ese año 2000, la ciudad de Atlanta fue la anfitriona del Juego de las Estrellas y Andrés, aunque no fue elegido como abridor por los fanáticos, igual tuvo el privilegio de estar en el line up inicial porque Mark Mcgwire no participó por una lesión en su rodilla derecha. Bobby Cox se decidió por Andrés sobre Todd Helton, quien sustituyó al Gato en la primera base de los Rockies de Colorado.
Al momento de su anuncio, justo después de Chiper Jones, el gran consentido de los Bravos, el Turner Fild le brindó una ovación estruendosa. Andrés saludaba con su gorra mientras la gente no dejaba de aplaudir y gritar. Ninguna estrella recibió esa noche más cariño que él.
Andrés siguó siendo un buen bateador, sacó 28 jonones, dejó promedio de .302 y remolcó 100 carreras, números que le valieron el título de Regreso de Año.
A pesar de su actuación destacada y útil para la causa de los Bravos, la gerencia no lo contrató para El 2001, así que el Gato se fue a Texas, donde no le fue bien, más tarde vistió nuevamente el uniforme de los Expos y también el de San Francisco, por último fue cambiado a los Angelinos, equipo con el que vio su último turno oficial.
Luego quiso regresar con los Mets de Nueva York, pero decidió no seguir cuando se dio cuenta de que no podría rendir en los niveles de excelencia a los que se acostumbró.
Fueron 19 temporadas jugando en las Mayores, quedó en 399 jonrones, un número importante, pero frío, que no traduce su entrega ni su fuerza.
Sin duda, de no haberse enfermado, habría pasado muy largo la barrera de los 400 vuelacercas, pero como él mismo dijo, el cariño que se ganó de la gente es su mejor logro.
Andrés es así de grande para que le quepa ese corazón enorme que tiene.
Mari Montes
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