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Una novela diario, novela cajón, novela bitácora. Amar a Olga es un relato fragmentario que intenta poner orden, dar linealidad al tiempo y al recuerdo, ordenar las vivencias de un tiempo dislocado. El título del libro, por supuesto, nos lleva a intuir que estamos ante una historia de amor, y sí, pero también del desamor, del duelo, de la separación.
Todo lector entrenado sabe que bajo cualquier historia de una novela fluyen temas. El epígrafe del libro, un potente verso de Juan Sánchez Peláez, anuncia parte de esa trama subterránea: “los recuerdos son como lobos”. Esa historia de amor, desamor, duelo y huida es una excusa para una reflexión sobre la relación con el tiempo, con el recuerdo, con la memoria. Y digo tiempo porque Amar a Olga indaga en esas relaciones que establecemos con el pasado, con el presente y con el futuro. Lo hace en un escenario de la cotidianidad, de un día a día que puede ser el de cualquiera, “entre cosas casuales y jamás vanas”, como dice otro verso del poema de Sánchez Peláez con el que dialoga la novela.
Amar a Olga comienza en el instante del desmoronamiento: una pareja está llegando al momento de la separación, de aceptar el fracaso y asumir la separación. Ese escenario que acecha, amenaza, atemoriza, oprime; que se puede intuir, pero del que se huye y se desata abruptamente. Esa situación dispara una frenética visita a un momento del pasado y al compulsivo recuerdo de Olga por parte del narrador de la historia. Él se entrega a la rememoración del primer amor, de ese amor adolescente, intenso, dulce e irresoluto, en principio, como huida del presente, lo declara en algún momento: “lo mejor de viajar al pasado es la huida”. Sin embargo, en esa compulsión se irá dibujando la compleja relación que los seres humanos tenemos con la idea del pasado, del presente y del futuro; por ejemplo, tratamos de no anclarnos al pasado, evadimos el presente e intentamos proyectarnos angustiosamente en el futuro. Vivir nos exige relacionarnos con el tiempo y sus conjugaciones, tomar posición ante él, nos imponemos salir victoriosos siempre, aunque no tengamos definida qué es la victoria. Dice el narrador: “uno huye del pasado para sentir que avanza más o menos invicto, o para tener la precaria certeza de que no nos quedamos anclados”. Así, Amar a Olga muestra que los seres humanos somos tiempo y hay una reflexión en torno a esta idea.
Aunque el tiempo, los recuerdos y la memoria sean el gran caudal temático de la novela, hay otros tópicos que se engranan en su mecanismo. Está allí la pérdida, la ruptura, esa vivencia que quizás no se termina de comprender, porque hay respuestas que nunca encontramos y de eso habla claramente el narrador-personaje: “lloraba por la incomprensión de esa pérdida, porque no lograba localizar el momento en el que había ocurrido o la sucesión de eventos que la había provocado”. Y aquí es necesario resaltar un detalle: Amar a Olga retrata la separación, pero lo hace desde una mirada masculina, con su erótica, con su sensibilidad y con el posicionamiento ante el mundo que implica asumir ese lugar de enunciación; lo hace además mostrando su relación con lo femenino.
Escribí unas líneas más arriba que todo lector sabe que las historias nos ofrecen temas y tramas subterráneas. Los lectores también sabemos que esas historias, esos temas y esas tramas reclaman su dicción y su forma. En Amar a Olga lo sustantivo no es el acontecimiento sino el fluir de la vida interior, los sentimientos y los pensamientos. Al ir a la intimidad, al recuerdo, a la memoria, el relato es fragmentario. El narrador-personaje está abriendo su cajón de vivencias y, al mismo tiempo, está tratando de ordenar su presente dislocado y proyectar un futuro inmediato. Está tratando de ordenar el caos. Por ello, es significativa y poética la presencia de objetos como los cuadernos, las cartas, los diarios, las postales y las fotografías. Podríamos pensar que hay una cosificación u objetualización de la memoria, que funciona tanto para la historia misma como para el andamiaje de la estructura.
No crea el lector que como la novela es fragmentaria y está volcada a la vida interior, no ocurren cosas o es un relato de tiempo detenido. No lo es. Por el contrario, la narración es una sucesión de escenas y pensamientos que desembocará en un sorpresivo episodio tipo thriller, que nos arroja al vacío. Le deja al lector una tarea, quizás imaginaar un posible final. Porque Amar a Olga no termina, esta novela se disuelve en las alturas, en medio del cielo azul y masas de nubes. En la continuación del viaje de la vida y una particular revelación.
Diajanida Hernández
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