Perspectivas

África íntima

20/02/2019

Laura Cracco retratada por Lisbeth Salas

Durante casi dos décadas, los lectores de Diario de una momia (1989) y Safari Club (1993) nos preguntábamos qué había sido de Laura Cracco, aquella poeta que nos había deslumbrado con la elevada tesitura metafísica y existencial de su voz. ¿Por qué ese vasto silencio, tras haber publicado poemarios con un anclaje tan majestuoso como inusual en los mustios vendajes de la Historia y en el narcótico palpitar de la vida nocturna? Para dicha de los lectores, ese dilatado silencio es cosa del pasado. En 2014, la autora que mantiene un fecundo diálogo con la filología y la tradición clásica grecolatina publicó un libro excepcional: El ojo del mandril, mosaico narrativo dedicado a la memoria de Franklin Brito, el agricultor venezolano que sufrió en carne propia toda la saña del totalitarismo chavista. Por si eso fuera poco, en 2017 la editorial Kalathos publicó África íntima, volumen que atesora la complexión requerida para preservar la integridad y cultivar un irreductible deseo de vivir ante las embestidas de dos males afines: el sida y un Estado totalitario.

El país en el que Laura Cracco escribió y publicó sus primeros libros ha sido devastado. La llegada al Palacio de Miraflores de un militar golpista trajo consigo un ejercicio del poder como fin en sí mismo y una concepción de la violencia de Estado como principio destructivo que no se detendría hasta eliminar todo aquello que impidiera la dominación total, incluida la vida íntima del alma. No es casual que en un pasaje de África íntima podamos leer: “Tengo dudas de si podré seguir. ¿Cuál podría ser el final? ¿El mío o el de mi país? Nunca antes pensé que pudiera llegar a decir algo semejante. Nunca conocí la desgracia general. Nunca probé lo que es el totalitarismo, la dictadura o como se llame este perverso ejercicio del poder que se apodera no solo de las propiedades, sino también de las almas; que nos sume en la total intemperie, sin recursos morales ni materiales” (p. 96).

Para alcanzar el sometimiento total de la población, el chavismo ha vulnerado y desconocido derechos fundamentales de los ciudadanos; además, ha emprendido una devastación institucional y económica de tales proporciones que innumerables venezolanos se han visto obligados a traicionar y desentenderse de quienes son responsables, como lo demuestra la inédita y desoladora cantidad de niños abandonados a su suerte por sus padres en los últimos años. Al asesinato de la persona jurídica ha seguido la muerte de la persona moral.

Muerta la persona moral—asegura Hannah Arendt—, lo único que impide a los hombres convertirse en cadáveres vivos es la diferenciación como individuo, su identidad única, su espontaneidad, su capacidad para comenzar algo nuevo a partir de sus propios recursos. La existencia de África íntima demostraría cuán acertada es esa afirmación. También nos concedería el privilegio de determinar de qué debemos cuidarnos  —y qué se requiere cultivar— para no ser víctimas ni cómplices de la «Revolución», ese eufemismo utilizado para violar principios éticos y jurídicos, para extirpar en el individuo la libertad inherente a la capacidad de pensar y de buscar la verdad.

Asediada por el sida y por la catástrofe moral colectiva experimentada en Venezuela en lo que va de siglo, la autora buscará la salvación en el pequeño reino de la página, esa cáscara de nuez que contiene el espacio infinito. “En las líneas que escriba o no, estampo mi libertad (…) dispongo de una cuartilla para ser libre. Tengo la adrenalina de la rabia, la impotencia, la desesperación y el miedo de mi lado. También, un amor descomunal (…) [Poseo] la casa del espíritu” (p. 197).

África íntima está conformada por páginas equiparables a pasajes de un diario íntimo, memorias, confesiones, anotaciones de un «work in progress» cuya autora se cuida de no convertir en «reality» sobre la escritura en circunstancias particularmente adversas. En cada página prevalece una prosa obtenida tras un concienzudo y doloroso proceso de introspección, regida por un elevado sentido estético. Su autora atesora la condición de mujer que se yergue ante las embestidas de la tiranía y la enfermedad gracias al amor y cuidado que necesita Sebastián, su hijo menor. De Catulo, Propercio, Tibulo y Ovidio tomará la idea del amante como individuo en claro antagonismo contra la razón de Estado. De un cuento de Carson McCullers obtendrá la propedéutica amatoria que habrá de ensamblar su alma. Como si todo eso no bastase para hacer de África íntima un libro único en su especie, hay algo más: su contenido está regido por el deseo de encontrar un núcleo cálido de palabras que concedan la posibilidad de estrangular esas bestias que asedian lo más recóndito y precioso de la condición humana, para así preservar el principio de creación y la conciencia, aquello que faculta a la autora para permanecer en el mundo como artífice, es decir, para comenzar algo nuevo a partir de sí misma, al tiempo que le permiten afirmar y preservar con prosa diamantina aquello que considera justo y verdadero.

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Arnaldo E. Valero es catedrático adscrito al Instituto de Investigaciones Literarias “Gonzalo Picón Febres” de la Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela.


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