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[Ediciones Poesía, sello auspiciado por la Dirección Central de Cultura de la Universidad de Carabobo, publicará próximamente una nueva edición del libro de Josu Landa, Poética. El prólogo, que adelantamos aquí, es obra de Mauricio Beuchot]
El libro que Josu Landa nos entrega es de altos vuelos, pues se trata de una poética o, mejor, de una filosofía de la poesía. De hecho, filosofía y poesía han ido juntas, pues ha habido filósofos poetas, como los presocráticos Empédocles, Heráclito y Parménides, que escribían sus ideas en poemas, y también poetas filósofos, como Lucrecio, Dante y Goethe. Sin embargo, el mayor reto es escribir una filosofía de la poesía, porque es tan arduo como intentar una poesía de la filosofía.
Esta empresa se conecta con la filosofía del lenguaje, pues así como ella debe explicar en qué forma una serie de ruidos o de marcas de tinta adquieren significado, aquí se trata de explicar cómo llegan a tener el estatuto de poesías.
Y lo mejor es lo que hace Landa, a saber, no ir a ese ente ideal, pero demasiado abstracto, que sería “La Poesía”, sino tomar ejemplos de poemas, es decir, textos con una intención de poetizar, para analizar el proceso por el que alcanzan ese cometido y lo realizan. Es que no basta con tener una intención poética, sino que el texto debe ser aceptado como poema tal por quienes lo reciben.
Nuestro autor atiende no a los cánones establecidos, incluso los clásicos, sino a los elementos sintácticos, semánticos y pragmáticos que se dan en el texto, para ver cómo colaboran con la realización de lo poético. Por eso toma en cuenta la materia verbal y las formas que se le imponen, sobre todo si son canónicas, como el soneto, el romance, etc. Ni solos ni en mera conjunción determinan el ser poético, sino en la estructura que conforman.
La gran pregunta que se plantea Landa es: «¿Qué clase de cosa es un poema?». Esto llega, de alguna manera, a la ontología: el ser de la poesía. Se responde con una construcción parecida al hilemorfismo de Aristóteles: hay una materia verbal que recibe una forma poética; pero el poema no puede prescindir de esa parte material ni del aspecto formal que lo constituyen. Nos recuerda la labor de una forma que organiza una materia, tanto para Kant como para Husserl.
Pero nuestro autor renuncia a esas categorías metafísicas y se va a algo más hermenéutico. El poema es, por así decir, un acontecimiento semiótico, y Landa lo examina en su proceso, como algo dinámico, vivo. Adopta un método más inductivo, atento a los fenómenos poéticos, para dilucidar los procesos culturales que los construyen como tales.
En ese abordaje semiótico de los textos con intención poética nuestro autor ha considerado, de manera crítica, los aspectos relacionados con el lenguaje, como el carácter inlocutivo y perlocutivo del habla según Austin y Searle; el juego de lenguaje en el que actúan, dentro de formas de vida, de acuerdo a lo que trazara Wittgenstein; o las funciones que adjudicaba a lo poético Jakobson, gran seguidor de Peirce.
Landa ofrece aquí una teoría suya: la de la «transignificación», consistente en que no basta con que los significantes que participan en el texto con intención poética funcionen como tales para que se dé el poema. Tiene que operarse en ellos una verdadera transformación de sus significados. Es toda una transubstanciación, un cambio de forma, porque es lo que hace que dejen de ser meros signos para adquirir el estatuto de símbolos, según ese carácter simbólico que atribuía Heidegger a la poesía.
Nuestro autor persigue esa transignificación desde la composición del texto, en la que se procura una cierta autonomía de las palabras con respecto a las cosas que designan, para romper las reglas pragmáticas ordinarias. Es el juego en el lenguaje, más que un juego de lenguaje, una especie de metaforización de la lengua, para sacarla de su registro prosaico y elevarla al poético.
Además del principio de transignificación, Landa agrega el de relevancia, según el cual el texto poético adquiere un relieve que lo saca del fondo indiferente de los lenguajes y lo convierte en un lenguaje nuevo, en una manera fresca de hablar, incluso acerca de lo que se habla cotidianamente.
En su línea pragmatista, el autor se da a la tarea de analizar los elementos culturales que concurren al poema, para evitar el esencialismo y destacar el carácter relacional de la creación poética. Por eso, así como en la teoría del conocimiento se habla de comunidades epistémicas, aquí se habla de comunidades poéticas, que son aquellas en las que el poema se produce, dentro de una tradición, como indicara Gadamer, pero también gracias a una ruptura de la misma, ya que la creación conlleva cierta transgresión.
Este abordaje pragmático es una suerte de sociopragmática, además de psicopragmática, ya que se analiza la figura del autor, se aplica la teoría de la recepción, se examina la forma de vida poética, el solipsismo y el relacionismo del poeta, así como otros elementos.
Percibo en nuestro autor una valiente independencia y alejamiento de las estéticas más influyentes en nuestra época (estructuralismo, analítica, hermenéutica y otras), para proponer algo nuevo: una topología de lo poético. Nos avisa que es algo provisional, en marcha; pero creo que da excelentes pistas para su construcción.
La propuesta filosófica de Josu Landa me parece a la vez seria y abierta, consistente y dúctil. Me suena cercana al concepto de la analogía. Gracias a un amigo común, hace muchos años pude hablar en dos ocasiones con Octavio Paz acerca de la analogía, y él me decía que la analogía era el núcleo de la poesía. Algo de esto me ha hecho recordar Josu Landa, pues para transignificar sin distorsionar se necesita una sensibilidad analógica. Es incardinar en los tropos poéticos lo que es mero lenguaje llano.
Me parece claro que lo que nos muestra Landa es que la poesía está cercana a la filosofía. Son diferentes, pero también semejantes. Aristóteles decía que la poesía era más filosófica que la historia, porque ésta versaba sobre lo particular y aquélla sobre lo universal. Lo que ha hecho nuestro autor nos hace ver que la buena poesía universaliza, porque el poeta habla de su alegría personal, o de su tristeza, o de su enamoramiento…, pero nos alude a todos, y todos nos vemos reflejados en su texto, como en un espejo.
Lo que ha hecho Josu Landa en este libro es algo novedoso, pero que tiene la consistencia de lo clásico, de lo que está inmerso en la tradición pero la sobrepasa. Es que él es, al mismo tiempo, filósofo y poeta, porque ha transitado en las dos veredas, la de la filosofía y la de la poesía, que a veces se entrecruzan, y es lo que aquí ha ocurrido. Y cuando se encuentran, una luz diferente resplandece.
Nuestro autor, al hacer una filosofía de la poesía, ha hecho una verdadera filosofía poética. Esto nos muestra a Josu Landa como uno de nuestros filósofos más creativos y originales, porque la mejor filosofía es la que participa del carácter simbólico de la poesía, como ha ocurrido en este caso.
Mauricio Beuchot
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