Fotografía de franzconde | Flickr
Destacadas
Te puede interesar
Los más leídos
“Ata tu arado a una estrella”. Ralph Waldo Emerson
Es muy conocido el caso de Viktor Frankl, el psiquiatra que fue hecho prisionero en un campo de concentración nazi por su condición de judío. Allí vivió un mundo de sufrimientos, pero logró convertir la tragedia en aprendizaje. Su ojo clínico le permitió aprovechar la ocasión. De esa manera, llegó a descubrir que tenían más posibilidad de sobrevivir aquellos que no se abandonaban sino que se aferraban a un proyecto. Las tribulaciones se superan con esperanza.
En Venezuela, estamos en una época de tribulaciones. Lo más recomendable que es que las percibamos como dolores de parto, los cuales son propios, al decir de Hegel, de una nueva etapa histórica de la conciencia que está por emerger. Si bien la oscuridad persiste, hay señales luminosas. Para comprenderlas son necesarias algunas reflexiones hermenéuticas. Es importante revisar nuestra cultura para comprender nuestro último cuarto de siglo.
Después de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, nuestro periodo desarrollista, disfrutamos del espacio de democracia más largo en la historia republicana venezolana. Fueron cuarenta años de civilizada alternancia política.
Como todo, la etapa democrática tuvo sus bemoles. El bipartidismo se enseñoreó en el sistema. La política dio prioridad a las luchas por el poder electoral y descuidó grandes problemas nacionales. A eso se agregó la insurgencia de los años sesenta. Toda una generación de jóvenes brillantes cayó en la seducción del canto de sirena marxista a ritmo de son cubano. Aunque la guerrilla fue derrotada, a partir de su cadáver se fue cultivando un virus que quedó latente.
Nuestra hipótesis es que la democracia puntofijista sufrió una profunda crisis espiritual, la cual fue el producto de la llamada “enfermedad holandesa”.
La crisis espiritual
La crisis espiritual es un fenómeno que tiene lugar cuando nos olvidamos de que somos espíritu; es decir, cuando terminamos reduciendo nuestra identidad al cuerpo y, sobre todo, a su falsa conciencia, el ego. En otras palabras, nuestra identidad suprema es espiritual, mientras que nuestra identidad subordinada es el ego. Lo que sucede y sucede siempre, es que el siervo trata de usurpar el trono. Cuando eso sucede, se pierde la orientación existencial.
Esto nos lo explica Robert Redeker, quien afirma que la cultura contemporánea ha olvidado la idea de alma. A partir de esta premisa, el autor revisa las diferentes consecuencias de este olvido. Una de las principales es la de privilegiar a la adolescencia por encima de las otras etapas de la vida.
A la adolescencia, tradicionalmente, se le considera solo una estación de paso entre la infancia y la adultez. Ahora, debido a nuestra glorificación del cuerpo, se ha constituido en el modelo para toda la existencia, es decir, caemos en la tiranía de la juventud, lo cual trae como consecuencia la omnipotencia de la inmadurez. De forma erudita, esto ha sido llamado Puer aeternus, es decir, el complejo de Peter Pan.
Queremos ser jóvenes perennes y, en consecuencia, despreciamos la vejez. De alguna manera, esto fue profetizado por Goethe. Su personaje Fausto, símbolo de la modernidad, vende su alma por la juventud. Por esta razón, quien fuera un anciano sabio, comienza a actuar de forma imprudente.
Entre los desvaríos juveniles, ocupa un lugar privilegiado la rebelión metafísica, la cual supone la muerte de Dios. Por ejemplo, se echa por la borda el concepto de pecado original. La función de dicho pecado es convertirse en un antídoto contra la soberbia, especialmente contra las tentaciones tiránicas o totalitarias del hombre nuevo.
Mientras fue ampliamente compartido, el pensamiento del pecado original protegía contra el totalitarismo, contra el fanatismo constructivista del hombre nuevo. Totalitarismo y prometeísmo antropológico no pueden surgir sino después de la muerte de Dios. Robert Redeker: Egobody, p. 134.
Esto le puede suceder a una persona, pero también a un país. Por eso caemos fácilmente en la tentación totalitaria.
La enfermedad holandesa
Es un fenómeno económico con nefastas consecuencias en lo político y lo social. Consiste en un país que se centra en la explotación de un recurso natural en desmedro de las otras actividades productivas. En lo político, la clase dirigente se considera dueña de los beneficios de la actividad explotadora. En lo social, se crea una odiosa diferencia entre los que disfrutan de los beneficios y los que no.
¿Cuáles han sido en las consecuencias espirituales de la enfermedad holandesa en la democracia de venezolana?
En primer lugar, la deformación económica. El país comenzó a girar sobre la extracción de crudo. No había motivación para la iniciativa en otro renglón productivo. Ni siquiera asociado con los productos elaborados del mismo petróleo. La clase empresarial se convirtió en parasitaria del presupuesto nacional.
En segundo lugar, la partidocracia cogollera. Tuvo lugar el fenómeno de la concentración del poder en los comités centrales de los partidos. La sociedad comenzó a vivir del Estado y no el Estado de la sociedad. Cuando el Estado es dueño del país, la sociedad civil queda disminuida ante la clase política.
En tercer lugar, el resentimiento social. Mientras se oía de grandes cantidades de dinero en manos de pocos privilegiados, la marginalidad iba en aumento. Esto es grave en un país como Venezuela, el cual tiene mucho de esta vil emoción en su genética. Ya Arturo Uslar Pietri describió este rasgo en el personaje Presentación Campos de su novela Lanzas Coloradas. Esto es un fardo pesado en el inconsciente colectivo.
La paz decadente
Las consecuencias de la enfermedad holandesa se convirtieron en causa importante de la crisis espiritual. El síntoma cultural más destacado fue la paz decadente. Este rasgo merece ser profundizado.
Ya los antiguos habían tomado conciencia de los peligros para el espíritu nacional de una prolongada falta de guerra. El poeta romano Juvenal, en su Sátiras, escribió: “Padecemos los males de una larga paz”. Lo explicaba así: “Se nos ha venido encima el lujo, más corrosivo que las armas […]. Ningún crimen ni acción lujuriosa nos falta desde que la austeridad romana desapareció.” (VI, 290-295). Esto nos puede hacer sospechar que solo los antiguos exaltaban una cultura bélica.
No es así. También el muy moderno Kant, a pesar de su vocación pacifista, parece coincidir con Juvenal. Enumera los indeseables efectos espirituales de una condición de este tipo: «Una larga paz suele hacer dominar el mero espíritu de negocio, y con él el bajo provecho propio, la cobardía y la debilidad, rebajando el modo de pensar del pueblo». En otras palabras, se permite que prevalezca el conformismo, el interés egoísta y el hedonismo consumista.
Esto nos puede llevar a pensar que es una ley inexorable. Parece que no es así. Por ejemplo, ¿por qué Suiza ha disfrutado del pacifismo, pero no ha sufrido de la degradación cultural? Para explicar eso, hay que distinguir entre la paz negativa y la paz positiva. El opuesto de la paz negativa es la ausencia de guerra. Mientras que para comprender el opuesto de la paz positiva, necesitamos conceptos que vayan más allá de los prejuicios.
Un personaje de Rent, la obra musical de Jonathan Larson, profiere: “¡Lo opuesto de la guerra no es la paz, es la creación!”. En otras palabras, para hacer frente a desafíos humanos complejos, necesitamos una manera que no sea la estrecha disyunción entre conflicto agresivo y tregua sumisa. En otras palabras, la paz positiva consiste en la creación colectiva.
Esto podría explicarse mejor en los términos de Alfred North Whitehead. En la paz positiva, el proyecto nacional posee aventura civilizatoria, es decir, una finalidad trascendente. Cuando la política privilegia a la ética sobre la dominación, se convierte en la Gran Política (José Antonio Marina dixit), lo cual trasmuta los conflictos en colaboración, así como la reactividad en creatividad. Todo esto se traduce en crecimiento espiritual y armonía social.
En conclusión, nuestra paz decadente produjo exclusión. El término “política” se convirtió en una mala palabra. Los jóvenes se sentían asqueados por el clima reinante. Además, parecía que estaban cerradas las puertas a la participación. El resultado fue la anti-política.
El virus mutante
La anti-política debilitó el sistema inmunológico de la democracia. Solo faltaba el detonante. Así que el virus de la guerrilla frustrada tuvo oportunidad de atacar al organismo de la república. Para poder ser efectivo, dicho virus debió de gozar del diseño de una audaz mutación.
En los años sesenta, el presidente Rómulo Betancourt contó con la astucia de oponer a los extremistas y los militares. Ese fue el pasado éxito histórico de la democracia. Hugo Chávez logró la combinación de lo imposible. El extremismo encontró su caja de resonancia y mutaron las reglas del juego. Por eso, las fuerzas democráticas tradicionales quedaron muy desconcertadas.
El rescate de la esperanza
El Espíritu del Tiempo ya no nos conduce hacia el abismo. Al contrario, apunta hacia una mayor luminosidad.
Este cambio tiene una causa profunda. Al parecer hemos aprendido la lección de no ser víctimas de las pasiones políticas. Por eso, la gran esperanza es el renacimiento de la república, en su sentido etimológico es la cosa pública, la comunidad donde todos somos iguales ante la ley.
Tras esto hay un factor que escapa a la mayoría de las miradas. A pesar de que no se cita a Gandhi de forma explícita, hay una gran inspiración en el concepto verdad-fuerza, Satyagraha. Dicho concepto es central en el credo del gran líder indio. Enfatiza los principios de la verdad, la tolerancia, la no-violencia y las protestas pacíficas. Es la única forma de comenzar a expulsar al virus mutante de nuestro organismo.
El principio de todo cambio social positivo es la revolución en nuestro interior. Si queremos cambiar la polis externa, debemos cambiar antes a nuestra polis interna. La democracia siempre es imperfecta. La manera de perfeccionarla es asumir nuestro propio destino, es decir, vivir con integridad, motivados por una utopía posible, producto legítimo de la imaginación moral, y por un replanteamiento del amor. Una actitud como esa fue la que produjo la caída del comunismo en países como Polonia y Checoeslovaquia, evento que parecía improbable debido al inmenso poder tras el telón de acero. En esta transición, tuvo un papel preponderante la filosofía de la no-violencia.
El evento democrático requiere de un comienzo dentro de nosotros mismos. Más que un asunto de expectativas, es un tema de esperanza. Es fundamental hacernos capitanes de nuestras almas. Actuar de acuerdo a la verdad-fuerza es el antídoto. Emprender la tarea de Emerson: atar nuestro arado a una estrella.
Wolfgang Gil Lugo
ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR
Suscríbete al boletín
No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo