Diario Literario
Diario litetrario 2024, octubre (parte III): Márai entre Zweig y Gogol, homenaje a Lubitsch, dos poetas italianos: Annovi & Egger
Un tranquilo solterón, profesor de latín, que pasa sus vacaciones de verano en alguna localidad húngara. Una persona fastidiosamente metódica, empeñado en que no le pase nada. Una única, y decepcionante, aventura amorosa lo dejó sin ánimos de seguirlo intentando. Se puede vivir perfectamente sin depender de la emocionalidad que marcan las relaciones eróticas, pensaba. Camina todos los días por el bosque, se entretiene con el canto de los pájaros, un cardenal y un canario. No es feliz, por supuesto, pero muchos de sus colegas, personas normales, son más infelices que él. Márai se encarga de su personaje con una sutileza aprendida de su maestro Zweig, especialista en la inestable mentalidad los habitantes de la Mitteleurope en el periodo de entre deux-guerres. Como en las narraciones de Zweig, en esta ficción de Márai uno sabe que algo va a pasar, no necesariamente terrible, pero que la paz de este ensimismado personaje está por terminar. La segunda parte de Bébi, el primer amor, es puro Gogol. Como el personaje del escritor ruso, el protagonista de Márai escribe un diario no especialmente acontecido, porque no es mucho lo que tiene que contar, pero siempre confesional. El primero, un simple empleado de la gigantesca burocracia zarista, y el segundo un docente más de la educación secundaria húngara. Como se recuerda, los protagonistas de Gogol viven al borde del precipicio de la demencia, y no pocos se precipitan al vacío. El personaje de Márai no es tan radical, pero, por un momento, pensé que iba a seguir al loco de Gogol en su camino cuesta abajo:
Me agrada estar sentado en la oscuridad toda la tarde, hasta la hora de la cena. No hay nada que me plazca. Ando siempre malhumorado y gruñón. No puedo evitarlo. Ahora todas las tardes me bebo una botella de vino tinto. Solo. Es una novedad que ha comenzado a transformarse en hábito. Me agrada, diría que se ha convertido en una necesidad. Los periódicos han dejado de interesarme. Ya ni siquiera tengo ganas de salir a caminar. Esta semana prácticamente no he salido. Hoy me quedé toda la tarde solo en el comedor, escuchando al cardenal y el canario. Siento que mi camino está en descenso. Seguramente es así. Se llega a un punto en el cual es mejor ponerse de lado. Uno no lo piensa con anterioridad ni se prepara. Un día, el cuerpo, el espíritu, las circunstancias, todo se junta para que uno se aparte. Hoy he llegado a pensar que tal vez este es el inicio de la muerte. No se muere de un momento al otro, se trata más bien de un lento proceso que dura a veces años. En la boca ya no siento ningún sabor. No tengo ningún deseo. Creo que esto es una forma de muerte. Puede durar todavía mucho tiempo. No me espero ya nada. La intranquilidad se fue. Es como si todo hubiese pasado.
El profesor de Márai no muere ni enloquece, pero estuvo cerca, en esta temprana novela de Sándor Márai que prefigura su brillante carrera como novelista. Hace más de diez años, el surafricano Coetze escribió que Márai era un escritor “menor”. Publiqué un comentario diciendo que el “menor” era él, Coetze. Creo que nunca he sido tan acertado emitiendo un juicio literario.
Richard Strauss
Strauss quien, como se sabe, fue el más grande músico del siglo veinte, es el autor de las dos partituras más memorables escritas en los años inmediatos a la catástrofe, como llamó Jung a la tragedia de la Segunda Guerra Mundial: Metamorfosis (1944) y Cuatro últimas canciones (1948), que es lo que escucho ahora gracias a Radio Classica Milano, en la legendaria versión de Elizabeth Schwarkpof y la Orquesta Filarmonia, dirigida por George Szell, la cual sólo es acaso superada por la de Kirsten Flagstad y Willhelem Fürtwängler durante el estreno londinense en 1950. Metamorfosis es un poema sinfónico tan trágico como un drama de Sófocles. La tragedia es la del pueblo alemán protagonista de un episodio de demencia nacional que transformó para siempre la conciencia germana.
Milán, lunes 14 de octubre de 2024
Homenaje a Ernst Lubitsch
Siguiendo la sugerencia de Daniel Oliveros, miembro fundador y corresponsal en Nueva York, el Cine-Club Ambrosiano organizó un pequeño ciclo dedicado a Ernst Lubitsch, el cineasta alemán de origen hebreo y nacionalizado norteamericano, que transformó para siempre la manera de hacer cine en Hollywood, a donde llegó invitada por Mary Pikford. Su talento natural para la comedia sería el origen de una tradición que incluye, entre otros, a Billy Wilder, quien siempre lo reconoció como su maestro, Mel Brooks o Woody Allen. La historia del séptimo arte lo reconoce como el inventor de llamado “Lubitsch touch” (“el toque Lubitsch; la expresión es del mismo Wilder, que consistiría, en tiempos de destemplada censura, en sugerir, más que mostrar. Un ejemplo, en Angel, una de las grandes producciones del autor, a pesar su fracaso de taquilla, Marlene Dietrich, como buena Marlene Dietrich, con un pasado poco claro, hace un viaje de Londres a Paris aprovechando una breve estancia del esposo en Ginebra. En la capital francesa, Marlene se reúne con una vieja amiga, propietaria de una lujosa casa de dudosa reputación. En ningún momento se dice que la protagonista haya trabajado para la matrona, ¿pero qué hacía una mujer “decente”, casada con un noble inglés, en esa casa hablando con la patrona de una casa de citas? Lubitsch, como el jefe de un taller de arte, nos pide que terminemos la pintura, mientras él se ocupa de otras telas. Con Angel, precisamente, se dio inicio al ciclo Lubitsch del Ambrosiano. Es una producción de 1943, con una de las parejas más aplaudidas del momento, la Dietrich y Melvyn Douglas en una historia adaptada por Lubitsch, un consumado guionista. Como en las “comedias oscuras” de Shakespeare, no poco de dramático hay en la cinta que termina resolviéndose en un final feliz que, todos, sin embargo, sabemos que no será definitivo. La Garbo lleva a su pretendiente demasiado bajo su piel, como para que todo pueda ser resuelto con un viaje con el marido en una segunda luna de miel. Nunca bien considerada por los críticos, Angel es una obra maestra del arte de la comedia cinematográfica. Con otro clásico el Cine-Club Ambrosiano continuó su Ciclo de homenaje a Lubitsch. Se trata de Ninotschka, estrenada en 1939, poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Es una comedia política, un sub-género inventado por Chaplin un par de décadas antes. El realizador se apoya en una Greta Garbo inolvidable para satirizar la moralidad del comunismo soviético. De nuevo, será Melvyn Douglas en el papel protagónico, en esta historia encargado de seducir a la camarada, que es Garbo, y corromperla con las tentaciones capitalistas. Una comedia deliciosa basada en un argumento Melchior Lengyel (el mismo de Angel y Ser o no ser) convertido en guión por el mismo realizador con la ayuda de Billy Wilder. Si hay una lista de las mejores quince comedias de la historia del cine, Ninotschska es una de ellas. Heaven Can Wait (El cielo puede esperar), por su parte, es de 1943. Y aquí Lubitsch se sirvió del talento como guionista de Samson Raphaelson, y del innovador Edward Cronjager para la cámara, en lo que le pareció al viejo Griffith la mejor fotografía realizada en color hasta ese momento. Es una muestra de lo que dieron en llamar “comedias sobrenaturales”. En este caso, el protagonista, después de descender a un glorioso escenario en technicolor, se entrevista con el diablo, quien juzgará si tiene o no mérito para ser recibido en su reino. La hermosa Gene Tierney en este film hace pareja con un ajustado Don Ameche. La última película del ciclo fue Cluney Brown (1946), una grata comedia menor protagonizada por Charles Boyer en su mejor momento. Son muchas las grandes comedias del maestro Lubitsch que aún quedan para un segundo ciclo de Cine-Club Ambrosiano.
Milán, miércoles 16 de octubre de 2024
Pequeño homenaje a Marcuse
Cuando tenía veinte años y “me embriagaba con ilusiones de las que me hoy me río”, tuve mi primer encuentro con Marcuse. Estábamos en el propio 1968, cuando las revistas internacionales, que se conseguían en todas las esquinas de Caracas (L’Express, Le nouvel obseservateur, Encounter, Time) y en las librerías de Valencia, señalaban al pensador alemán como responsable intelectual de las protestas iniciadas en las universidades norteamericanas como Columbia y continuadas por las parisinas, mexicanas o venezolanas. Como estudiante de Medicina, mi cultura filosófica, estimulada por mi profesor de psicología médica, el buen sabio José Solanes, no iba más allá del Nietzche más accesible. Armado de valor, le pedí a mi librero, el gran Moisés de la Librería Cosmos, en el Pasaje Río Apure, en los bajos del Centro Simón Bolívar (justo enfrente funcionaba la del no menos legendario librero y poeta portugués exiliado, Sergio Alves Moreira, hundido hasta los hombros en un caos impenetrable de libros en todos los idiomas). Caracas era una de las capitales más cosmopolitas del mundo. Se podía encontrar uno a Igor Stravinky en la avenida Río de Janeiro, esperando un autobús que lo llevara a la UCV, o al mítico Papillon sentado en el Gran Café, todavía incrédulo de su exitosa fuga de la Isla del Diablo, o a Krystof Panderecki tomándose una chicha en la UCV antes de dirigir en el Alua Magna, él mismo conmovido su “Treno por los muertos de Hiroshima”. Pablo Neruda, amado y repudiado, era un viajero frecuente, y así tantos otros. No fue posible para Moisés encontrarme El hombre unidimensional, el libro de Marcuse responsable de la revuelta parisina, de acuerdo a todos los comentaristas. Convertido en best-seller planetario y tuve que conformarme con Eros y civilización publicado igualmente en México por la editorial Era. También Marcuse había estado en la capital venezolana a propósito de la traducción que la impecable Julieta Fombona hizo de su Razón y revolución para las Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central. Moisés me había asegurado que Eros y civilización, de 1955, era tan importante como El hombre unidimensional, y no exageraba. Después de la visita a su librería, y de regreso a Valencia en el veloz y rojo Javelyn de mi amigo Daniel Labarca, quedaría impresionado por la densidad y las dificultades del libro de Marcuse. ¿Cómo pudieron los estudiantes parisinos que adornaban las portadas de las revistas haberse leído el tratado con tanta facilidad? Mi única ventaja era que, como aspirante a estudiar psiquiatría, y gracias a las “iluminaciones” del doctor José Solanes, no me eran ajenas muchas de las nociones freudianas utilizadas por Marcuse. A quien le debo todavía dos cosas: revelarme un Freud insospechado en sus vinculaciones políticas, e iniciarme en la lectura de libros difíciles, a los cuales hay que entregarse como hacía con el arduo tratado de Microbiología médica del doctor Divo. Por desgracia, tengo mi ejemplar de Eros y civilización, con el resto de mi biblioteca, en Venezuela. Me encantaría hojearlo para ver qué fue lo que más me interesó en ese año dorado de mi dorada juventud en los trópicos. He recordado, nunca lo he olvidado del todo, a Marcuse mientras escribía “Nuevas notas para una redefinición de la cultura”, que utilizaría en un seminario sobre el tema. Esta vez tuve la suerte de encontrarme con su famoso ensayo “Remarks of a Redifinition of Culture” de 1965, una suerte de resumen de las tesis desarrolladas en El hombre unidimensional.
Milán, viernes 18 de octubre de 2024
Dos poetas italianos: Gian Maria Annovi y Oswald Egger
Esta cuarta semana (¿a dónde se han ido las otras tres?) de otoño, la grata sorpresa de dos poetas italianos para mí desconocidos. El primero, me lo ha dado a conocer Carlos Castro desde Torino. Y del segundo supe por una entrevista de Roberto Galaverni para Il corriere della sera. El de Carlos es Gian Maria Annovi, nacido en Reggio Emilia en 1978. Vive en Los Angeles y enseña literatura italiana en Southern California University. Ha publicado cuatro colecciones y distinguido con algunos importantes premios. Los textos que he traducido pertenecen a Self-Eaters (Autófagos), publicado por Nino Aragno en 2013.
self-eater #1
no distingue los dedos de la mano
de los dedos de los pies no distingue
el cartílago de la uña
que es la cosa muerta
que le crece
se alarga y se flexiona y se dobla
las obras de arte de plastilina
el arte es él: niña contorsionista
deforme por la idea de la perfección
self-eater #2
extendido sobre malas hierbas fluorescentes
con los pies sofocados por el calor
se devora sus propios brazos
sólo queda una mano izquierda
sobre una blanca mancha de piedras
a la derecha del campo de chatarras
ha asumido la posición de la maja
desnuda con el sexo enderezado
sobre el vientre
self-eater #8
se come las palabras
que después otros vuelven a comer
y mastica un lenguaje
que habita en el fondo del estómago:
no quiere la lengua que se pudre
la manzana de Adán disecada
el aliento que dura
más que esta palabra
que dentro de pocos segundos
lo contrario –ahora-
se destruye sola
Lo menos que se puede decir de la poesía de Annavi es que es profundamente inquietante, por las imágenes de autofagia, sino por el tono de normalidad que informa la siniestra experiencia. El protagonista del poema se come sus pies como alguien se come las ciruelas que encontró en la nevera. Sus filiaciones surrealistas recuerdan a Lautréamont.
El segundo poeta es Oswald Egger, nacido en Bolzano en 1963. Ha escrito toda su obra en alemán (uno de los dos idiomas que se hablan en la región del Alto Adige donde se encuentra Bolzano), y nos ha sorprendido a todos al ser favorecido con el Georg Büchner Prize, tal vez la distinción más respetada para un poeta de esa lengua. Son pocos los poetas notables del siglo XX que no lo hayan recibido. En la entrevista con Galaverni se refiere a esta afortunada circunstancia:
Ha sido para mí un gran honor, una gran alegría recibir el Georg Büchner. Cuando leo la lista de los 72 poetas premiados con anterioridad siento que crece dentro de mí un suave peso, y un sentimiento de humildad por haber entrado a formar parte de una tradición tan seria e importante. En el fondo hay algo de no previsto y de abierto que ha tocado a mi puerta.
Sobre su vinculación con su comarca natal, fronteriza en espacio e idioma, con la cual se siente estrechamente vinculado:
Tal vez escribo desde una tierra marginal, o acaso estoy tratando de mirar la Tierra desde la Luna. Pero la poesía, parafraseando a Hölderlin, es siempre un mundo en el mundo, con el cual se vive íntimamente. El terreno que se mete en mi lengua y mi modo de hablar es el de la realidad post-rural en la cual he vivido, en particular el pueblo de Lana en el Alto Adige. El mapa cognitivo de la infancia se presenta en mi poesía como una representación mental. Mi poesía es una geografía.
He traducido del italiano dos textos de Egger, el poeta italiano reconocido con Büchner en Alemania y cuyos libros nunca han sido publicados en su Italia natal.
AMARILLO
Una nube amarilla se elevó y una lluvia amarilla desciende y se queda allí. La lluvia ha traído un pez amarillo que observaban unos pastores amarillos. Sin pies se acercaron, capturaron el pez sin mano, lo tallaron sin un cuchillo, lo salaron sin sal cocinado sin fuego y sin boca se lo comieron.
(LO QUE NO SE HA DICHO)
Tres senderos
conozco yo,
cuatro senderos
recorreró.
Lo imagino en mayo,
cuando el centeno
es un muro
y en junio.
Alrededor de mi casa
he colocado montones de basura
en forma de conos
como por arte de magia,
Esta es la interpretación
de mi sueño de hoy,
los veré, amigos,
y eso me hace feliz.
Alejandro Oliveros
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