Crónica

Carlos y la Vinotinto

Fotografía de Allison Dinner | EFE

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01/07/2024

El sorteo de la Copa América fue el inicio. Ese día comenzaba Carlos a transitar la ruta hacia el día más especial de su vida: el juego de Venezuela contra México. Sus dos países.

“Mis amigos mexicanos me dicen que nuestro deporte es el béisbol y esos son los momentos en los que discutimos, porque la Vinotinto no es la cenicienta que todos quieren pensar que es”.

Carlos Gabriel Torrealba Méndez tiene 10 años viviendo en México, donde es profesor investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Sus primeros cinco años los vivió como estudiante y, al terminar, comenzó la transición hacia su residencia como trabajador. Fue un año duro, pero lo consiguió a los pocos meses: es residente legal mexicano.

Por presión familiar, en 2023 hizo el trámite de la visa americana para visitar a su hermana, pero eso será en una segunda oportunidad porque el 8 de diciembre de 2023, el sorteo de la Copa América lo sorprendería al repetirse la historia de que Venezuela y México quedaran en el mismo grupo. Y él “tenía” que estar ahí. Sus dos países, sus dos amores, pero con el corazón en la Vinotinto que tanto defiende.

Desde ese momento esperaba la venta de las entradas. “Cada semana entraba a la página oficial para saber si las habían abierto”, hasta que por fin, la venta de entradas estuvo online. Con todos los fantasmas, sacando cuentas en su cabeza, dio el salto y compró no sólo la entrada, sino también los pasajes; sólo dejó la estadía para después. “Lo hice”, pensó, y con la emoción volvieron los fantasmas de las cuentas del migrante. Pero ya estaba hecho, y frente al miedo de que las cuentas del siguiente mes no dieran, estaba la emoción de ver a la Vinotinto jugar.

Por cábala no se lo dijo a nadie y, a medida que se acercaba el día, podía sentir que era la mejor decisión. Quería conectar con Venezuela, vivir la experiencia de la fusión de los colores rojo y azul, de ser un solo pueblo, una sola nación. Ver a sus jugadores, a quienes les sigue la pista a diario. Sabe quién juega dónde, qué ha hecho, sus lesiones, etc. Es un fanático fiel del fútbol venezolano.

Finalmente, estaba en el aeropuerto para volar a su objetivo: ver a la Vinotinto. El vuelo saldría el martes 28 a las 8 de la noche, desde Ciudad de México a Los Ángeles. Por previsión compró el pasaje 22 horas antes del juego.

“Los viajes son un trauma venezolano. Piensas en el paso por migración, en los papeles, aunque estoy legal con mi residencia mexicana, me preguntaba ¿qué va a pasar? Seguro que como venezolano me ponen una pega. ¿Me devuelven? ¿Me dejan pasar?”. Pero nada de eso ocurrió. Se permitió pensar que todo estaba fluyendo y lo reafirmó cuando se vio sentado dentro del avión. Bajó su tensión cuando el avión comenzó a moverse.

Convenciéndose a sí mismo de relajarse, a los tres minutos de estar rodando por la pista de despegue, la microfonía del vuelo se encendió y la aeromoza anunció que, por medidas de seguridad de los pasajeros, debían devolverse para reparar una falla del aparato.

“Me mantuve calmado porque, literalmente, pensé que sería la reparación de una lucecita”. Pues nada más lejos. Sacaron a todos los pasajeros del avión, los pasaron por migración y los llevaron al counter de la aerolínea. Ahí se dio cuenta de que no era una lucecita, pero también de que no estaba solo en ese trance. Observó que había varias personas con chaquetas oficiales del equipo de México y que él era el único con la de la Vinotinto. Todos iban a lo mismo, a ver a sus equipos disputarse un puesto en la Copa América.

Hizo cuatro horas de fila para llegar a los mostradores de la línea aérea, low cost, quienes daban “soluciones” individuales por la cancelación definitiva del vuelo hacia Los Ángeles. Las horas de cola le dieron tiempo de escuchar que la opción que manejaban los otros fanáticos era volar a Tijuana. Pensó ingenuamente que podría tomar un vuelo en otra línea, pero el costo del pasaje era  cuatro veces más de lo que había pagado.

En su turno, la azafata le recomendó el vuelo a Tijuana que salía a las 5:00 am. Como era una aerolínea “low cost” su siguiente vuelo directo a Los Ángeles será el viernes. Entonces, Tijuana era la vía. 

Ya eran más de las 12 de la noche, así que comería cualquier cosa con los 200 pesos que le dieron como compensación y dormiría ahí. Pero la incertidumbre le impidió el sueño. Pensaba que no conocía ni Tijuana ni Los Ángeles. Pensaba en cómo sería el paso por esa frontera y cómo llegaría a Los Ángeles, porque todo el viaje había sido pensado para un financiamiento barato. Pero no decaía: pensar en el juego lo mantenía motivado.

Llegó a Tijuana. El avión aterrizó en hora pico fronteriza. Ahí el paso de frontera entre EEUU y México, como la mayoría, tiene empleados de lado y lado; es decir, las personas viajan diariamente a trabajar y en el caso de Tijuana no es la excepción. Los mexicanos pasan a Estados Unidos en el día, trabajan y al final del día regresan a sus casas en México. Pues esa era la hora dura de la frontera, caracterizada por las largas colas.

Ahora sí tenía el tiempo en contra, de modo que cruzar a pie por los puentes que vio desde el avión y que le recordaron Ciudad Juárez cuando fue a encontrarse con un tío que cruzó por El Darién, no era la mejor manera.

Un cartel dentro del aeropuerto decía: “Paso Express”, y aunque representaba un pago no contabilizado, pues “nadie me va a quitar la experiencia”, pasó. Estaba en territorio americano.

Los autobuses de la zona salían a las 11:00 am. No había tiempo, el viaje a Los Ángeles era de cuatro horas y el juego era a las 6:00 pm.

El taxi se tardó casi 40 minutos hasta la terminal de San Ysidro. Ahí sí vio opciones y tomó el primer autobús que salía a las 9:00 am. Cuatro horas hasta la primera parada, más 40 minutos hasta el hostal, que quedaba cerca del estadio. Ni el cansancio ni todas las horas que le tocaba rodar le permitieron dormir. Estaba ahí, cada vez más cerca del juego.

“Siento que sobrepasé la dicha humana”. Así describe Carlos su experiencia con el juego Venezuela-México. Del hostal al estadio fueron 35-40 minutos caminando, y agradece haberlo hecho a pie, porque fue una transición de la angustia e incertidumbre a la felicidad plena.

En el camino fue encontrándose con venezolanos, con carros con la bandera, con música venezolana, con vendedores ambulantes de franelas de la selección, con la alegría del encuentro, con la conexión y sensibilidad del país que dejó. Agradeció la soledad de su travesía porque no podía manejar tanta emoción. “Esto está pasando. Lo estoy logrando”.

Llegó una hora y cuarto antes para confirmar que su experiencia era real. Estaba ahí, en el SoFi Stadium para ver lo que sería la plenitud para él. Se preguntaba: “¿Qué va a pasar?. Yo no estoy preparado para lo que sea que pase”.

“Me puso muy feliz ver tantos venezolanos en el juego. Pensé que sería un 90% de mexicanos y un 10% de venezolanos y no fue así. La sorpresa fue ver tantos compatriotas reunidos para ver el juego”. ESPN publicó que “El juego entre México y Venezuela, que se disputó en el SoFi Stadium de Inglewood, California, superó los registros de asistencia del Super Bowl LVI que disputaron Los Angeles Rams y Cincinnati Bengals en el mismo escenario, en 2022”.

“Ahí nos hablábamos todos. Nunca me sentí solo. Las interacciones eran permanentes. Mano, tengo fe, ¡Vamos! O sea, todo el mundo en una nota cercana. Cuando bajé a comprar la única cerveza que me tomé durante el juego, la vendedora me preguntó de dónde era y yo le contesté que de Venezuela y ella me dijo: ‘van a ganar’. Cuando ganamos, luego de que reaccioné porque efectivamente habíamos ganado, bajé a abrazarla y ella brincaba conmigo y gritaba: “¡We won!, ¡We won!”. Todo fue mágico”.

Una hora después de haber terminado el juego, la policía les pidió a los diferentes grupos de venezolanos que estaban celebrando dentro, que por favor desalojaran y “como venezolanos, ninguno quería moverse, y pensé que era el momento de la guarimba, porque para mí, policía y venezolanos en sitio público es lo mismo que guarimba”, lo dice y se ríe por ello. 

Salieron a prender la rumba afuera. Venezolanos y mexicanos bailando, brindando. Muchos, como Carlos, llamaron a sus familiares. Carlos llamó a su prima en Chile, a su tío en Estados Unidos, para que vivieran, a través del video, la emoción del momento y para confirmar: “Lo logré. Lo viví”.

No había dormido, pero tampoco tenía sueño. “Entré pleno y salí pleno”. Carlos quedó reconectado con Venezuela a través de la Vinotinto. Guarda los videos y fotos de todo lo que vivió y cree que jamás los va borrar.

El regreso, Los Ángeles-Ciudad de México lo cancelaron. Carlos exigió una compensación mejor y le pagaron el hotel para tomar un vuelo, al día siguiente, Los Ángeles, Guadalajara-Ciudad de México. 


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