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Diario literario 2024, marzo (parte I): Yvan Goll, Claire Goll, Mahmud Darwisch, Espriu
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Milán, lunes 4 de marzo de 2024
Yvan Goll
Supe de Yvan Goll (1881-1950) por la legendaria Antología de la Poesía Surrealista, de Algo Pellegrini. El mismo Pellegrini, en su libreria La mandrágora, en Buenos Aires, me hablaría con entusiasmo de este poeta judío alsaciano, el primero en usar, aun antes que Breton, la palabra “surrealisme”, que era el nombre de una efímera revista que publicó en 1922. Después de esos encuentros no volví a ocuparme de Goll. Sus libros no se me presentaban en las librerías; y ninguno de mis amigos poetas lo nombraba, ni siquiera los militantes de la facción criolla del surrealismo. Mucho después, y de una manera ingrata, su nombre volvería a aparecer en mis lecturas. Pero en esa oportunidad no se trataba de su poesía, sino de su esposa. En efecto, la señora Claire Goll, después de haber mantenido una corta relación íntima con Paul Celan, se convirtió en su enemiga implacable, acusándolo de haber plagiado abiertamente la poesía de Yvan, quien fuera amigo de Celan en sus últimos meses. En la correspondencia con su esposa Giselle, Celan se detiene dolorosamente a describir el efecto que aquellas acusaciones tuvieron en su ánimo. De la lectura de estas cartas hace ya más de veinte años (recuerdo claramente cuando las compré la librería francesa de Florencia en Piazza Ognissanti) no volvía a Yvan Goll hasta que, hace un par de semanas, me encontré con el último libro de Goll en una muestra dedicada a Picasso en el MUDEC de Milán. Ahora tengo sobre mi mesa varios de títulos suyos y de su esposa gracias a los eficaces servicios de la Biblioteca de Milán. No obstante, el libro que estoy leyendo no pertenece a la Biblioteca de Milán. Se trata del último libro de Goll, escrito en alemán, lengua materna a la que regresó después de mucho tiempo escribiendo en francés, Traumkrat (Hierbas de ensueño). Una edición bilingüe (alemán-inglés) fue publicada en inglés por Black Lawrence Press como Dreamweed, traducido por Nan Watkins. El volumen recoge la producción de Goll escrita durante los años finales de la leucemia que lo llevaría a la muerte, en París, en enero de 1950. Aquí mi versión de uno de los textos de Traumkraut:
STAUBBAUM (“Arbol de polvo”)
Un árbol de polvo crece
Un bosque de polvo donde quiera que vayamos
pero, no, esta mano de polvo no la toquen.
A nuestro alrededor las torres del olvido
Torres que se derrumban por dentro
Pero aun irradiadas por tu luz naranja!
Un pájaro de polvo alza el vuelo.
Será custodiado en el cuarzo el mito de nuestro amor
Enterraré en un desierto el oro de nuestros sueños
El bosque de polvo es cada vez más oscuro
¡No! ¡Esta rosa de polvo no la toquen!
Este es el último poema del libro. En su breve prefacio a la edición bilingüe italo-tedesca de Traumkrat (Erba di sogno, Einaudi 1970), que he tenido el privilegio de leer gracias a los servicios de la Biblioteca de Milán, Claire observa que, “las últimas poesías del libro parecen diseños fantásticos de otro mundo”. Post-apocalípticos hubiese dicho hoy. Y no es extraño, si recordamos la sostenida filiación surrealista de Goll. Una poética que insistía en lo insólito, lo fantástico, lo onírico, como instrumento de expresión de la más profunda psique. Una asociación demasiado obvia es la del polvo bíblico, polvo eres, pero la simbólica del texto de Goll es más que eso.
Milán, martes 5 de marzo de 2024
Claire Goll
Claire Goll me recuerda a Hanna Arendt, talentosas intelectuales judías, no muy agraciadas físicamente, lúcidas y ambas buenas amigas, cuando no amantes, de los mejores intelectuales de su tiempo. Las amistades de Arendt son bien conocidas. Las de Goll incluyeron relaciones, más o menos íntimas, con Rilke, Chaplin, Picasso, Huidobro, Celan et alia. A diferencia de la autora de Eichmann en Jerusalén, no es fácil encontrar comentarios entusiastas sobre Claire. Su petulancia puede ser patética: “Amé varios hombres pero fueron más los que me amaron” (La porsuit du vent p.10). Una tendencia que no alivió su polémica con Paul Celan a finales de los sesenta. Escribió unas memorias que podrían ser más interesantes, las cuales, en sus mejores páginas, son un testimonio insoslayable para entender el exilio alemán antes de la Segunda Guerra. Las publicó, poco antes de morir en 1977, con el título de En poursuit du vent (A la caza del viento, en la edición castellana de Pre-textos). Estas son unas líneas sobre el parroquiano París de los años treinta:
Después de 1933 París se convirtió en un suburbio de Berlín, con la diferencia de que los Poetas, escritores, editores y directores de teatro perdían toda importancia al cruzar la frontera. Solamente los grandes nombres de la industria cinematográfica constituían una excepción, pero ermanecían en Francia. Después de algunas semanas de espera continuaban su camino hacia Hollywood. Los emigrantes se encontraban en Montmartre, con la excepción de aquellos que en razón de sus convicciones habían preferido Moscú… Tras la primera alegría del encuentro se extendía en los cafés un estado de ánimo deprimente. Las conversaciones trataban solamente de la visa y el permiso de residencia. Gente que uno había conocido en la cima de la fama, invadidos por la ambición, ebrios por el éxito, ya no eran nada más que fugitivos en permanente búsqueda de un apartamento barato, de un local no demasiado sucio, de algún documento para conseguir un permiso de trabajo. Separados de su oficio, pasaban su tiempo quejándose y con recuerdos melancólicos sobre el fastuoso pasado. No era fácil confesarse a sí mismo y a los otros que ya no se era nadie después de haber dominado un teatro o un gran periódico. A esto se sumaba el que ciertamente todos los intelectuales entre Viena y Budapest y Cracovia, conocían todas las novedades de Berlín, pero en París no se conocía ni por el nombre a Brecht, Piscator, Döblin o Ernst Bloch. No eran más que inmigrantes que había llegado a comerse el pan de los franceses.
Claire conoció a muchos de los grandes protagonistas del arte y la literatura a ambos lados del Atlántico. Su libro es un gotha de intelectuales del siglo XX. Y de todos ellos casi siempre habla con rudeza como cuando se refiere a James Joyce: “Entre los grandes, ninguno tan bloqueado como James Joyce. ¿Un pez polar? ¿Una langosta con concha de ostra? Respeto demasiado a los animales, sean conchas o medusas, para compararlas con esta momia embalsamada, a esta corteza sin savia ni calor, a esta fruta seca de James Joyce”. No obstante, es un libro se hace más interesante cuando su participación se limita a la de ser pareja de Yvan Goll, en medio de las ruinas de la “idea de Europa”. A esta “idea” se refiere la profesora Elisabetta Terigi en, Yvan Goll ed il crollo del mito d’Europa, seguramente uno de los mejores estudios que se han escrito sobre el poeta. Refiriéndose al poema “Arbol de polvo”, escribe una línea necesaria: “Si a simple vista la imagen del polvo evoca la destrucción y desintegración de los objetos, en una lectura más profunda alude a un retorno a la tierra, a una reconciliación en primer lugar con él mismo”. La inefable Mme Claire se las ingenió, años después de la muerte de Goll, para que Pierre Seghers la incluyera en la selecta colección Poètes d’aujourd’hui, al lado de los más destacados vates galos como Reverdy, Apollinaire, Claudel, Perse, Michaux y pare de contar.
Milán, miércoles 6 de febrero de 2024
Mahmud Darwisch
Darwisch es lo más cercano a un poeta nacional que existe en el estado palestino. Su biografía es la de esta pueblo maltratado, antes por las potencias coloniales y ahora por las neocoloniales. Las razones de esta fatalidad son muchas. Una solamente,es que de todas las naciones árabes Palestina es la más educada y cosmopolita. Otra es su indeclinable vocación libertaria. Nacieron para ser libres y esta convicción anima los mal disimulados intereses genocidas de sus vecinos. La vida de Darwisch es la de Palestina desde la repartición y ocupación. Nació en un pueblo que sería arrasado por el ejército israelí para que sus habitantes no pudieran volver, una vez que fue adjudicado al recién inventado país.
Yvan Goll y Mahmud Darwisch in love
Aunque separados por decenas de años, no son pocos los rasgos comunes entre Goll y Darwisch. Ambos fueron castigados por el exilio y la persecución política. El primero, por los alemanes en su condición de judío. Y el segundo por los judíos, en su condición de palestino. Ambos dejaron sus respectivos “castillos” (My house is my castle, dicen los británicos) y salieron a la calle a defender una ética y una poética. Además, y esto es lo menos fácil, los dos se cuentan entre los pocos poetas que cultivaron con envidiable fortuna el arduo género de la poesía amorosa. Los poemas de amor son como las cartas de amor, las cuales, según el acertado juicio de Pessoa, son siempre ridículas. Las últimas poesías de Goll, escritas casi siempre en su lecho de enfermo, están dedicadas a Claire Goll, su esposa de toda la vida. Casi la mitad de los textos de Traumkraut (Hierba de ensueño) incursionan en este espinoso asunto. Muchos de ellos son dignos de memoria. Este son dos de ellos:
Al escuchar tu sueño
Escucho la pianista ciega
Tocando en tus costillas
Escucho las negras ondas de la noche
Romperse en tu tierno parapeto
A la bestia de la angustia aplastar tus arbustos
Y a los puentes caerse sobre tu río de sangre
Al escuchar tu sueño
Cuento las pulsaciones de mi tiempo
DIE ASCHENHÜTTE
No tenemos una casa en la falda segura de la montaña
Como los otros
Nosotros debemos continuar caminando siempre
En la nieve que no era ni sal ni azúcar
A lo largo de los conos redondos de la luna
Llamabas a tus pájaros tutelares
Que alto en el éter volaban hacia la tumba de Africa
La calle del olvido daba grandes giros
Y ninguna pálida flor reflexionaba en el camino
Hacia medianoche encontraste una cabaña de ceniza
Se podía escuchar la risa del aullido de los lobos
Con antorchas los mantenías alejados
Y cerca del arroyo de ortigas agarraste un pez de aceite
Que se calentó lo suficiente
Ancho era el lecho de nieve tallada
Y allí se produjo el portento: tu cuerpo de oro
Brillaba como un sol nocturno.
Ahora una muestra de la poesía amorosa de Mahmud Darwish. Dos modos de ocuparse del mismo asunto. El primero, una muestra elaborada de la poética surrealista. Rica en imágenes y asociaciones, oscura las más de las veces y simbólica. El segundo, es una actualización del realismo lírico, una sintaxis condenada a todo lo largo del siglo XX y que, en el XXI, ha regresado ante el cambio de sensibilidad que exige del poeta el restablecimiento de la comunicación perdida entre el vate y su tribu. Los poemas de Goll y Darwish son expresiones ejemplares de ambas dicciones.
NO DESEO DEL AMOR SINO EL COMIENZO
No deseo del amor sino el comienzo. Sobre las plazas
de mi Granada las palomas remiendan el vestido de este día.
en las jarras hay vino abundante para la fiesta,
hay suficientes ventanas para que despiertes las flores del granado.
Dejo el jazmín en su maceta, y mi corazón en la alacena de mi madre.
Dejo mi sueño riendo en el agua, y el alba en la miel de los higos.
Dejo mi hoy y mi ayer en la plaza de naranjos donde vuelan
las palomas. ¿Acaso soy yo ese que ha bajado a tus pies
para que suban las palabras, cual blanca luna en la leche
de tus noches? Golpea el aire para que vea, azul, la calle de mi flauta.
Golpea la tarde para que vea cómo entre tú y yo languidece
el mármol. Las ventanas están vacías de los jardines de tu chal.
En otro tiempo sabía mucho de ti y recogía la gardenia
de tus diez dedos. En otro tiempo ponía perlas alrededor de tu cuello,
y era dueño de un nombre grabado en el anillo del que surgía la noche.
No deseo del amor sino el comienzo. Las palomas han volado
sobre el techo del último cielo. Han volado y volado.
Después de nosotros quedará abundante vino en las jarras
y un poco de tierra, suficiente para que nos encontremos
y florezca la paz.
(trad. María Luisa Prieto)
Milán, jueves 7 de marzo de 2024
Traumkraut
Yvan Goll es un inquietante caso de la extraterritorialidad de la que hablaba George Steiner en un estudio luminoso. Se refería el profesor Steiner a aquellos escritores que terminaron escribiendo en una lengua que no era el “parlar materno”. Beckett y Nabokov, para recordar apenas dos muestras. No recuerdo si incluyó a Goll, lo cual dificulto dada la inclinación del influyente crítico por los escritores generalmente aceptados como canónicos. Si no lo hizo, ha debido, porque Goll, aparte de ser uno de los poetas más distinguidos del siglo pasado, escribió no sólo en una lengua diferente a la de sus padres, que era el francés, sino que lo hizo en inglés y alemán. Ambos idiomas del exilio. El inglés lo aprendió durante la Segunda Guerra en los Estados Unidos. Y el alemán cuando estudió en Francfurt, alejado de su Alsacia natal. Recuerda su esposa, Claire, en el prólogo a Erba di sogno, la versión italiana de Traumkraut: “En la casa paterna de Lorena, Yvan Goll nunca escuchó una palabra en alemán. En el liceo de Metz, y más tarde, en la Universidad de Estrasburgo, poco antes de la Primer Guerra, no escuchó una sola en francés…Es verdad que la lengua materna le inspiró la mayor parte de su producción y que durante quince años estuvo sin escribir un verso en alemán. Pero en 1948, cuando se refugió con su trágica enfermedad, la leucemia, en el Hospital de Estrasburgo, donde después de cinco meses fue dado de alta milagrosamente, por un tiempo limitado, la lengua de su juventud se apoderó de él y así nació Traumkraut”. No lo dice porque no viene al caso, pero mientras Goll escribía este libro, se ocupaba también de Élégie d’hipetonga, escrita en francés y dedicada a Picasso, quien la ilustró con cinco formidables litografías. Su testamento literario, un libro escrito en alemán y otro en francés, ambos estupendos. Hierbas de sueño es el mejor libro de poesía surrealista escrito en alemán. Sus giros verbales se sentirán en poetas posteriores como Eich o el mismo Celan, y no fue mayor su influencia debido a la precariedad de su difusión. En Francia la gravitación de Goll sobre la poesía de sus contemporáneos se ejerció a través de toda su poesía escrita en francés, cuyas resonancias se sienten incluso en la poesía surrealista latinoamericana, la mejor de las escritas en esa particular sintaxis. Traumkraut no sólo es uno de los mejores libros de poesía surrealista de todos los tiempos, sino uno de los más permanentes de toda la lírica europea del siglo XX. Fragmentos de un canto que canta “the true voice of feeling”. Su actualidad, hoy, después de setenta y cinco años de su composición, es más segura que nunca. Una escritura apropiada para nuestros tiempos de indigencia. Una lírica del dolor y la soledad, del exilio y la búsqueda de un centro. El nuevo canto de “Juan sin tierra” (uno de los mitos preferidos de Goll) para ocho millones de venezolanos y cientos de millones de otros (sirios, kurdos, palestinos, iraquíes, libios, mexicanos) desarraigados por la furia genocida de las nuevas potencias neo-coloniales. Un canto escrito por un poeta enfermo que no perdió nunca la esperanza de una redención colectiva. ¿De qué vale salvarme solo, si todo a mi alrededor se fractura y naufraga? Es para todos que en el prado florecen los cometas.
LOS EBRIOS INTERNOS
Los ebrios
Los árboles ebrios de mis años
Surgen calientes de mi cabeza
Con frutos y raíces
Con manos y soles
Ágiles y embrujados animales
En el ojo de la rana de oro
La luz de Saturno
Mientras en el prado
Florecen los cometas
Milán, viernes 8 de marzo de 2024
Salvador Espriu
El fin de semana pasado la visita de dos queridos amigos venezolanos para mi cumpleaños. Entre otros regalos, el de Meyda, Poemes i narracions, una antología de Salvador Espriu; y de Luis Fernando, una imponente botella de Viña Tondonia Magnum 2011. El Tondonia, estupendo, es uno de los tres mejores tintos de España. Espriu (1913-1985), por su parte, es el mejor poeta catalán del siglo XX. Lo leí, hace muchos años, en una ajustada selección publicada por Plaza&Janés, a la cual dediqué una de mis primeras reseñas literarias. Esta antología, publicada en 2013 para conmemorar los cien años del nacimiento del poeta, no es bilingüe y debo repasar mi catalán que nunca fue el mejor. Ninguna manera más estimulante que leyendo a Espriu. Esta es una traducción de uno de los poemas del Cementerio de Sinera (1946), una de sus colecciones más difundidas:
¡Qué pequeña patria
rodea el cementerio!
Este mar, Sinera,
colinas de pinos y viñedos,
polvo del camino. Nada más estimo,
salvo la sombra
viajera de una nube.
El lento recuerdo de los días
que han pasado para siempre.
“Sinera” es el acrónimo de Arenys, en referencia a Arenys del Mar, un pequeño puerto a poca distancia de Barcelona, conocido por su cementerio marino. Cementerio de Sinera está escrito en catalán como el resto de la obra de Espriu. Una decisión llena de coraje, y admirable, en la época de Franco, los años más oscuros de España desde Fernando VII. La resistencia de Cataluña a la cruzada franquista, sería castigada con todo género de humillaciones. La peor: prohibir el uso del catalán. Una censura implacable que se expresó en su lado más siniestro en la detención de un anciano Gaudi por hablar en catalán en un café de Barcelona. Supe de Espriu, como de tantos otros poetas notables, por Eugenio Montejo, quien escribió sobre él en 1971. Un año después, publicaría yo una reseña en mi revista Poesía, a mediados de 1972. Por azar, en internet, encontré una copia del artículo donde escribí: “Los poemas de Espriu son el testimonio de un espíritu ensimismado en la contemplación detenida y profunda del existir. De esta manera, descubre su verdadero significado. La muerte habita todo lo que existe, y la vida es ir muriendo, ser cada vez más muertos y menos vivos. Vivir es cruzar a ciegas un espacio que no existe, es tratar de salir de un círculo sin salida. ‘Me muero pues no sé cómo vivir’, nos confiesa dolorosamente el poeta en Mrs. Death, (1952) uno de sus libros más significativos”. Esta es la traducción apresurada de un poema de Mrs Death:
DÍPTICO DE DIFUNTOS
Ha llegado al atardecer
la fina niebla que dejó
más tierna y limpia
la nueva primavera.
Estoy en un tiempo lentísimo,
detenido tal vez, y siento
cómo se me alejan
pasos, luz, recuerdos, la impalpable
sombra de viejas sonrisas.
Cuando las flores se descarguen,
cuando me mire la frágil
plenitud de la rosa,
en paz, en las tranquilas
estancias de mis sueños,
me acogerá vuestra piedad,
y en silencio acabaré de vivir.
Alejandro Oliveros
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