Diario Literario
Diario literario 2023, noviembre (parte III): Kalatózov, Ingo Schulze, W. B. Yeats, César Birotteau
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Milán, lunes 13 de noviembre 2023
Mijaíl Kalatózov
Sorpresiva invitación del Cine-Club Ambrosiano para disfrutar de dos olvidados clásicos del cine ruso. Del primero, Cuando pasan las cigüeñas, se cumplen sesenta y cinco años de su estreno, y del segundo, Yo soy Cuba, cincuenta y nueve. El segundo, no sin comprensibles razones, fue condenado al olvido hasta su heroico rescate por parte de Coppola y Scorcesse. Tanta fue la emoción de Scorsese cuando la vio, que dejó dicho que, de haberla conocido en su juventud, su cine no sería el mismo.
De Coppola no esperamos opiniones menos contundentes. El mismo día de su estreno, en un lejano 1964, Yo soy Cuba fue considerada un completo fracaso por parte de los rusos, quienes habían financiado el costosísimo proyecto, y por los cubanos, que esperaban sacarle partido a la empresa. La película fue diseñada como un instrumento de propaganda de la revolución cubana en los años posteriores a Bahía de Cochinos. Un costoso regalo de la Unión Soviética a las autoridades cubanas para compensar el desengaño del retiro de las armas nucleares de la isla. El primer ministro Jrushchov y sus asesores no ahorraron en el gasto, con uno de sus mejores directores, el más conocido de sus poetas (Yevgeni Stuvchenko) para trabajar en el guión, un legendario fotógrafo y un presupuesto ilimitado.
Yo soy Cuba es una película que pasaría por mediocre si no fuera por el despliegue casi imposible de virtuosismo técnico de Mijaíl Kalatózov. Desarrollando viejas técnicas fotográficas de procedencia alemana, como la llamada cámara desencadenada, utilizada por el fotógrafo Karl Freund en algunos momentos, especialmente al comienzo, de un famoso film de Murnau (Der letzte Mann, El último hombre), Serguei Urusevski (el mismo de Cuando pasan las cigüeñas) es responsable de algunas de las mejores secuencias (el entierro del estudiante muerto, p.e.) de la historia del cine. Dividida en cuatro secciones, logra sus mejores momentos cuando toma distancia de la intención panfletaria de los productores.
Yo soy Cuba es una película inevitable. Una gran sorpresa que debo a los organizadores del Homenaje a Kalatózov organizado por Daniel Oliveros para el Cine-Club Ambrosiano de Milán. La segunda de las películas es un clásico del cine, si eso quisiera decir algo. Cuando pasan las cigüeñas es un proyecto impecable, con un guión ejemplar, a diferencia del de Yo soy Cuba. El film resultó demasiado bueno para que las autoridades soviéticas estuvieran contentas. Es digna de aplauso el gesto del Ambrosiano al reactualizar la hermosa cinta, reconocida con la Palma del Festival de Cannes entre otras distinciones, no pocas de las cuales destinadas a destacar la actuación shakesperiana, como una Julieta comunista, si esto fuera posible, y lo es, de la gran Tatiana Samóilova. Un poco de buen cine este homenaje, que compensa las horas perdidas de manera miserable con las series de Netflix.
Milán, martes 14 de noviembre de 2023
Ingo Schulze
Se da que dos de los escritores más influyentes de la actual literatura alemana hayan nacido ambos en Alemania Oriental, en la misma ciudad y en el mismo año, 1962 (Un tercero, Uwe Tellkamp nació en la mítica ciudad, pero seis años más tarde). Se trata del poeta Durs Grünbein y el narrador Ingo Schulze. De Grünbein he traducido algunos textos y los he comentado en estos diarios. A Schulze lo he leído por primera vez apenas en estos días, cuando los servicios de la Biblioteca de Milán me consiguieron varios de sus títulos en traducción italiana. He comenzado por la más reciente de sus producciones, la novela La rectitud de los asesinos. Un largo relato que tiene como protagonista a Norbert Paulini, el dueño de una librería de libros antiguos en la ciudad de Dresde. Norbert parece un personaje de Zweig o Roth. Un obsesivo que no entiende que la vida tenga otro sentido que no sea acumular y leer libros. Y cuando la necesidad lo obligue, vender uno que otro para subsistir. Ni siquiera la caída del Muro de Berlín distrae su atención y se entera de los históricos sucesos gracias a su esposa, cuya única lectura, para desespero del cónyuge son los periódicos. Pero los cambios en su Alemania Oriental son inevitables y su legendaria librería será pasto, primero de la nueva economía capitalista y luego de una de las recurrentes crecidas del Elba que destruirá la mayor parte de sus existencias. Paulini es todo un personaje y Schulze un extraordinario narrador.
Milán, miércoles 15 de noviembre de 2023
100 años de un gran Nobel
Desde Torino, donde vive, el ex Escuela de Letras de la UCV, ex Trinity College (Dublin), Carlos Castro, me recuerda que este año se conmemoran los cien años de uno de los Premios Nobel más afortunados de su accidentada historia. En efecto, en 1923 fue seleccionado para la distinción, William Butler Yeats (1865-1939), el más alto poeta de la lengua inglesa del siglo XX. Carlos es la persona más oportuna para recordar la fecha. Durante años fue “our man in Dublin”, en su doble sede de los míticos salones del Trinity y los pubs frecuentados por su venerado Patrick Kavanagh. Yeats es uno de esos poetas (me imagino que Juan Ramón Jiménez será otro, en caso de que a alguien se le ocurra traducirlo) intraducibles de manera decente. La versión que sigue de uno de sus textos emblemáticos, una tan brillante como oscura alegoría es una muestra de lo que digo. Lo he intentado como un flaco homenaje a la memoria del maestro que, hace cien años, al enterarse del Premio, aseguró que el reconocimiento no era para él sino para toda Irlanda:
NAVEGANDO HACIA BIZANCIO
I.
Ese no es un país para viejos. Los jóvenes abrazados,
los pájaros en los árboles (esas generaciones
moribundas) cantando. Salmones en las cascadas
y mares llenos de arenques, peces, rebaños, aves,
elogiando el verano y todo lo que es engendrado,
nace y muere. Fascinado por la música sensual,
nada le interesa de los monumentos del mortal intelecto.
II.
Un hombre viejo es algo lamentable,
un abrigo andrajoso sobre un palo, a menos
que el alma aplauda y cante, cante cada vez más alto
por cada una de las arrugas de su mortal vestimenta.
No hay más escuela de canto que el estudio
de estos monumentos de inigualada grandeza. Por eso
he atravesado los mares y llegado a la sagrada ciudad de Bizancio.
III.
Oh sabios, detenidos frente al divino fuego
como en un mosaico dorado en la pared,
dejen la sacra llama y, girando cual una bovina,
conviértanse en los maestros de canto de mi alma.
Consuman mi corazón, enfermo de deseo
que, atado a un animal moribundo,
ha olvidado lo que es, y concédanme
esa ilusión de eternidad.
IV.
Cuando deje esta naturaleza, no asumiré
la forma de nada que sea mortal,
sino la obra de un orfebre griego,
con oro bruñido y esmalte dorado,
hecha para mantener despierto al Emperador,
o para colocarla en una rama dorada y que cante
a las damas y señores de Bizancio
sobre lo que pasó, está pasando o ha de pasar.
“Poesía es lo que se pierde en la traducción”, solía decir Robert Frost. Lo que se pierde en esta, y en cualquier versión del texto a cualquier idioma, es la voluntad formal del poema original. Las cuatro estrofas están escritas en ocho pentámetros yámbicos, rimados de manera de disponer los versos en dos tríos de rimas alternadas seguidas por un pareado: ABABABCC. Esta es la primera estrofa del original:
That is no country for old men. The Young
In one another’s arms, birds un the tres
–Those dying generations– at their song.
The salmon-falls, the mackarel-crowded seas.
Fish, flesh, or fowl, commend all summer long
Whatever is begotten, born an dies.
Caught in that sensual usic all neglect
Monuments on unageing intellect.
Milán, jueves 16 de noviembre de 2023
César Birotteau
Es probable que César Birotteau no sea una de las más difundidas novelas de Balzac, pero sí es seguro que es una de las mejores. Publicada en 1837, bajo el reinado de Luis Felipe, la acción se desarrolla en tiempos de la Restauración que, después de la Revolución y el Imperio, auspició el retorno de la monarquía a Francia. Una monarquía sostenida y legitimada, no por el derecho divino, sino por el auge de una burguesía ávida y sin principios. La historia de César Birotteau es, en efecto, una tragedia burguesa. No es un héroe precisamente, pero sí es un hombre de bien que no merecía su trágica suerte. También era un buen hombre Edipo, el mejor monarca que conociera Tebas. Toda tragedia tiene una hamartía, un error de juicio, y el de Biroteau se insinúa desde las primeras páginas. Para muchos lectores se trataría de un irreversible necio; para otros (Curtius) es el amor por su mujer y su hija lo que motiva su ambición. Balzac se aprovecha de Birotteau, para ofrecer un fresco de la Francia que le tocó vivir. La de aquel engendro de rey-civil, como se presentaba Luis Felipe, protector de la devastadora economía del laissez faire que condenó a la miseria buena parte de la población. El título completo de esta apasionante novela es elocuente: Historia de la grandeza y decadencia de César Birotteau. Me parece la mejor introducción al mundo de Balzac, el más leído de los novelistas de los tiempos modernos.
Alejandro Oliveros
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