Luchadores. Relieve sobre mármol, 510 a.C. Museo Arqueológico Nacional de Atenas
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Hace poco hablábamos del espíritu olímpico y de que las Olimpíadas habían sido otro de los aportes griegos a la vida moderna y civilizada, pero ¿cómo eran los Juegos Olímpicos en la antigua Grecia? Ya sabemos que la gran mayoría de los inventos griegos llegaron hasta nosotros permeados por los cambios a través de las épocas. En realidad llegó su esencia, la idea adaptada a nuestros tiempos, transformada por la imposibilidad de recrear en nuestro mundo las condiciones del mundo antiguo. La democracia ateniense, por ejemplo, sería imposible de replicar tal cual en nuestro mundo moderno. Lo mismo ocurre con los Juegos Olímpicos.
Una celebración religiosa
Los Juegos Olímpicos eran, ante todo, una celebración religiosa. Estaban dedicados a Zeus, el padre de los dioses, y ese carácter religioso constituye, seguramente, la mayor diferencia con los juegos modernos. Había unos sacerdotes, los theókoloi, que se encargaban del cumplimiento de todos los ritos. De ellos el más importante era la hekatombe, el sacrificio de cien bueyes el día central de la fiesta. Las competencias se detenían y ese día se dedicaba a las celebraciones y los sacrificios. Aunque buena parte de la carne se consagraba al dios, se trataba de una gran comilona en la que participaban todos los asistentes.
Claro que los Juegos Olímpicos no fueron las únicas competencias deportivas dedicadas a un dios o en honor a algún héroe, vivo o muerto. Ya en el artículo pasado recordábamos los juegos fúnebres en honor a Patroclo, en el canto XXIII de la Ilíada. También en el canto VIII la Odisea se narran unos juegos organizados por los feacios en honor al rey de Ítaca, donde hubo competencias de carrera, lucha, salto, lanzamiento del disco y pugilato. Hesíodo, por su parte (Trabajos y días, 654 ss.), recuerda los juegos que organizó Anfidamante, rey de Calcis en Eubea. Las competencias no eran solo deportivas, sino también poéticas, y Hesíodo compuso un himno con el que obtuvo la victoria, dedicando el premio a las Musas del Helicón. También los Juegos Olímpicos, según cuenta Pausanias (V 22, 1) fueron dotados de concursos poéticos, musicales y dramáticos, especialmente en época tardía.
Sin embargo las justas deportivas tienen un origen mucho más remoto que los poemas homéricos, si hemos de creer a una estela funeraria que se remonta al año 1600 a.C., en plena época micénica, y que muestra claramente una competencia de cuadrigas (carros tirados por cuatro caballos). Tan antigua es también cierta cerámica chipriota que muestra una competencia de carreras y de pugilato, ni tampoco podemos olvidar el célebre fresco de Knossos, fechado hacia el 1.400 a.C., donde se muestra a un hombre haciendo acrobacias sobre un toro. Por lo demás, ya en época histórica sabemos de la existencia de otros festivales deportivos, como los Juegos Ístmicos, que se celebraban en Corinto en honor a Poseidón; los Juegos Píticos, que tenían lugar en Delfos en honor a Apolo; los Nemeos, en la Argólida, también en honor a Zeus, y las mismas Panateneas, que se deban en Atenas en honor a Atenea y que tenían sin duda un mayor componente musical y literario. Sin embargo, ninguno con mayor fama e importancia que el que se celebraba en Olimpia, un pequeño santuario al oeste del Peloponeso, en honor a Zeus Olímpico. Todo esto nos habla del origen religioso de estos primeros certámenes deportivos.
Organización y logística
Los Juegos Olímpicos se celebraban cada cuatro años y se sabe que los primeros se remontan al año 776 a.C. A él acudían atletas de todo el mundo griego, los cuales atravesaban extensísimos territorios antes de llegar a Olimpia. Para participar en los Juegos era requisito indispensable ser libre y griego, esto al menos hasta la conquista romana. También acudían numerosos visitantes de Grecia y el Mediterráneo, se calcula que unos 50.000, de modo que el pequeño santuario se veía desbordado. Al parecer, no se permitía entre los asistentes la presencia de mujeres casadas ni viudas, aunque esta información hoy se discute. No había hoteles, solo un pequeño alojamiento, el Leonideo, que cobraba sumas exorbitantes y por tanto estaba reservado a funcionarios y dignatarios. También podían alquilarse carpas, pero de nuevo los especuladores hacían de las suyas, al igual que los vendedores ambulantes de comida. Los visitantes comunes solían pernoctar en carpas traídas por ellos mismos a orillas del cercano río Alfeo, cuya exigua corriente daba para poco. Hay que reconocer que las condiciones higiénicas no eran las ideales.
Los juegos eran organizados por una Boulé, un Consejo Olímpico que se instalaba con diez meses de anticipación. Éste se encargaba de elegir a los jueces, los helanódikas, cuyas decisiones eran inapelables. En caso de que los jueces tomaran una decisión injusta, el Consejo solo podía castigarlos, generalmente con altas multas. La boulé también administraba el tesoro de Zeus. Los atletas comenzaban a entrenar un año antes, y cuando ya solo faltaba un mes se trasladaban a la pequeña ciudad de Elis, a unos cincuenta kilómetros del santuario, prestando un juramento sagrado al inscribirse en los juegos. No se permitía matar al adversario en la lucha (salvo en el “pancracio”, ya hablaremos de él), ni empujar en las carreras. Tucídides (I 6, 5) cuenta que se untaban el cuerpo con aceite y al comienzo solo vestían un taparrabo, hasta que en el siglo V se resolvió que compitieran desnudos, se supone que para evitar que en las competencias se colara una mujer.
Programa de los Juegos
Las competencias solo duraban cinco días, en los que se realizaban 23 pruebas deportivas. La víspera del inicio los atletas se dirigían desde Elis al altar de Zeus, donde juraban que competirían limpiamente y aseguraban que el último año habían entrenado conforme a las normas. Los jueces también juraban que no se corromperían. Esa noche se sorteaban los nombres de los trompetistas que anunciarían las competencias, así como de los heraldos que proclamarían a los ganadores.
El primer día era la inauguración, con sacrificios rituales a Zeus y a Pélope, el héroe epónimo del Peloponeso. El segundo día comenzaban propiamente las competiciones, con carreras de cuadrigas y de caballos por la mañana. Por la tarde tenía lugar el popular pentatlón, con cada una de sus pruebas: lanzamiento de disco, salto de longitud, lanzamiento de jabalina, carrera y lucha. Aristóteles (Retórica 1361 b) decía que allí competían los mejores, los que estaban dotados para la fuerza y la velocidad. El tercer día se detenían las competencias para la realización de la hekatombe, como hemos dicho. Al día siguiente, cuarto, se reanudaban las justas con la carrera en el estadio (unos 192 mts.) y las carreras con armadura. Por la tarde eran las competencias de combate: el pugilato, la lucha y el temible “pancracio”, una pelea brutal en la que todo estaba permitido salvo morder al contrincante, meterle los dedos en la nariz o en los ojos, o golpear sus genitales. El pancracio solo terminaba cuando uno de los contrincantes moría o se rendía. Respecto del pugilato, al comienzo los boxeadores peleaban a puño limpio. Solo después se introdujeron unos guantes rudimentarios. El último y quinto día los vencedores eran premiados en el pórtico del templo de Zeus. Los heraldos proclamaban su nombre, su ciudad y su linaje, mientras se les ceñía la cabeza con la taería, una cinta de lana roja, y una corona de olivo, el kótinos. Ese era su premio. Está claro que competían por su gloria y la de su ciudad, que los recibía como héroes. La tarde de este último día los atletas vencedores eran invitados junto con los jueces a un banquete.
El fin del olimpismo antiguo
Plutarco, en su Vida de Alejandro, cuenta que Filipo II llegó a participar en la prueba del pancracio en los Juegos Olímpicos y ganó tres veces consecutivas la carrera de caballos (una de ellas, dice, el mismo día del nacimiento de su hijo en el 365 a.C.) y Pseudo Calístenes, en su Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, cuenta que, siendo aún un adolescente, el futuro emperador también ganó la carrera de carros. También Nerón, en el año 67, quiso hacerse coronar con el olivo en la carrera de carros y lo consiguió, cuenta Suetonio en sus Vidas de los doce Césares, aunque con mucha trampa. Sin embargo, la llegada del cristianismo marcó la decadencia y fin de los Juegos Olímpicos. En el año 392 el emperador Teodosio I los prohibió por considerarlos un rito pagano. En el 395 los Godos invadieron Grecia y saquearon Olimpia, y en 408 Teodosio II decretó la destrucción del santuario, junto con los demás templos y lugares de culto pagano. Era el final de mil doscientos años de olimpismo antiguo.
Los Juegos Olímpicos fueron tan importantes para los antiguos griegos, que era una de sus formas de medir el tiempo. Dice Diógenes Laercio, por ejemplo, en sus Vidas de filósofos (III 2), que Platón nació “en la olimpíada ochenta y ocho”, es decir, en el lapso de los cuatro años posteriores a los 88º Juegos Olímpicos. Incluso una especie de tregua sagrada, la ekekhería, entraba en vigor durante las competencias para las ciudades griegas que pudieran estar envueltas en algún conflicto, a fin de facilitar el paso de atletas y asistentes. Verdadera expresión del panhelenismo, encarnaron el ideal agonístico tan característico de la cultura griega, aquel que les hizo buscar la perfección a partir de la competencia y el esfuerzo. Pero sobre todo enseñaron que los hombres pueden enfrentarse pacíficamente, acatando a voluntad unas normas y unas formas iguales para todos.
Mariano Nava Contreras
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