Perspectivas

Perseo, Atenea y la enfermedad

Perseo. Fresco de la VIlla San Marco. Stabiae, Italia

26/07/2021

Cuando el intrépido Perseo promete traer la cabeza de Medusa, no imaginó la tamaña tarea que el intrigante Polidectes, rey de Sérifos ponía sobre sus espaldas. El rey, en su ignorancia, ignoraba que Perseo era hijo del propio Zeus y de la mortal Dánae, a quien poseía como esclava.

Dicen que, de las tres hermanas, la monstruosa preolímpica, era la única mortal. Vivía en los confines de la tierra, e imaginar ese lugar, donde se pierde lo tangible bajo los pies de cualquier mortal, causa pavor. Su cabeza poseía un aspecto abominable. De su boca salían colmillos de jabalí y era dueña de una mirada deslumbrante, si se quiere, hipnotizante. La coronaba una cabellera de serpientes.

Verla a los ojos convertía en piedra a cualquier mortal. Tenía manos de garra. Algunos relatos antiguos cuentan que poseía cuerpo de caballo. Refiere el mito que, en el momento del encuentro con Perseo, se hallaba embarazada. Su fenotipo la hacía un monstruo intolerable a la vista del alma humana.

El rey pretendía a Hipodamia y para ello organizó un banquete. Deseaba reunir con tal celebración, un presente nupcial. Los asistentes debían aportar un regalo, un caballo. Perseo, al ser hijo de esclava, no poseía ninguno.

El héroe iba a necesitar de mucha ayuda. Viajaría a un mundo distante, más allá del océano, donde ni sol ni luna tenían presencia.

Se cuenta que Hermes le prestó una capucha perteneciente a Hades, la cual, originalmente fue suya. Con ella se haría invisible. Como se sabe, Hades es el dios del inframundo. De ese lugar donde ni el tiempo ni el espacio de la conciencia terrena existen, y a donde para los griegos, todos entramos como almas invisibles, una vez acabada nuestra tarea en la tierra. Un ámbito perteneciente a la dimensión de lo eterno. Lo formidable es la frecuencia con que todos entramos allí, cuando arribamos a la noche de los sueños.

No solo eso llevaba consigo Perseo. Hermes también le cedió sus sandalias. Así el héroe fue presto por los aires, al otro lado del océano, al reino de la noche, la morada de las Gorgonas. Y por si fuera poco, le dio un saco (kibisis) para que guardara la cabeza de Medusa, y se protegiese.

A veces tratamos de imaginar a Perseo invisible, quitándole el único ojo que compartían las Grayas, esas tres monstruosas deidades de aliento insoportable, negras vestiduras y un solo diente. Mientras una se lo quitaba y la otra se lo colocaba, existía un período de ceguera. Así hacían guardia ante la entrada a la gruta de las preolímpicas, y eso parece ya predecir los peligros que acechaban a Perseo: un solo punto de vista, directo, es la entrada a la rigidez que ralla en la petrificación.

A veces lo imaginamos en el instante en que la despertó de su sueño, tanteando en medio de la oscuridad la piel helada de las serpientes en la inquieta cabeza de Medusa, con el rostro vuelto hacia atrás, evitando petrificarse. Ha debido tener coraje para algo así.

Se dice que Atenea vino en su auxilio en ese instante, le suministró un escudo brillante y muy pulido, en el que vería a Medusa reflejada, y una espada en forma de hoz con la que cortaría su cabeza, “similar a una máscara”.

Y es que el mito parece sugerir que el horror debe ser visto de forma indirecta. De otro modo, se corre el riesgo certero de que la psique sea convertida en piedra.

Por otra parte, el elemento de que su rostro fuese “similar a una máscara’, agrega una pizca de vértigo. Todo aquello que fija una emoción la transforma en mueca inquietante, de difícil traducción.

Esta recreación que hacemos del mito, que lleva como base, el libro de Karl Kerenyi1 y la guía de Neil Micklem2, no es más que el intento de dar una mirada imaginativa a todo cuanto intenta paralizar el mundo de las emociones.

La aventura de Perseo la tenemos todos los seres humanos al anochecer, al entrar en la tierra lejana de nuestros sueños. Allí somos invisibles, ciegos a la vida consciente. En sueños nos adentramos invidentes en la oscuridad, sin entender, tanteando la lectura. Al despertar, queda la impresión de que se habitó un mundo donde se desvanecen dimensiones, suceden situaciones extrañas, incluso muy peligrosas, se rozan los márgenes de la muerte o se asumen vidas de desenfreno erótico.

Desde que el hombre está sobre la tierra, la órbita por donde transita el alma al dormir, ha incitado la curiosidad de conocer y traducir el lenguaje de su significado. ¿Es posible que ese viaje sea una metáfora de nuestros sueños?

Las ensoñaciones y espejismos vividos en nuestro mundo consciente, donde nos creemos invulnerables, son aun más peligrosas. No es casual, que el mito de lo invulnerable, de la vida para siempre, haya hechizado la mente de los hombres. La aventura a la que nos invita Perseo, sugiere un mensaje a la vida consciente.

El escrito de Niel Micklem tiene de encabezado, una cita inquietante del dramaturgo germano Friedrich Hobbes: “El ser humano es un hombre ciego que sueña que ve”. Más cerca del mundo hispano, Calderón de la Barca escribe:

¿Qué es la vida? Un frenesí. 
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Los versos son una abierta alusión a que el mundo al cual llamamos consciente es engañoso, atestado de espejismos, ahíto de encrucijadas y peligros que solemos no ver. A la aventura del mundo exterior, se ha sumado la del viaje interior, pero en ninguno de los dos casos asisten ni Dios ni dioses.

Las formas psíquicas que acudían en nuestro auxilio, protectoras de nuestra naturaleza, han sido sustituidas por porcentajes, tendencias, aproximaciones cuantificables, verificables y repetidas por la experiencia. Por supuesto, suman. Son necesarias. Forman parte de la evolución cognitiva del ser humano. Sin embargo, al haber intentado hacer desaparecer los misterios, su lugar lo sustituye el vacío. Cada desmitificación, por buena que sea, se transforma en un peligro apremiante para el género humano, se deja de creer y, quizá en ese momento, sea el propio ser humano su peligro más íntimo.

La imagen intolerable3.

Cada quien guarda su infierno particular de creencias invisibles en la profundidad de su alma. Una vida matrimonial, por ejemplo, ve la vejez herida por la aparición de una relación extramatrimonial, hijos de por medio. Se consolida la sospecha largo tiempo enconada por celos. La vida cobra un significado contrario. La fijación en la cultura católica extrema y rígida se torna en rincón de refugio, pero también de rechazo a Dios. La emoción pierde el encuadre de las formas culturales, naturales e instintivas de la persona, el soma debe contener lo que la psique ya no puede. Esto puede ser la historia de cualquier persona.

Toda experiencia anímica atroz a quien la vive, todo suceso adonde acuden nuestros sentidos inadvertidos ante lo grotesco y susceptible de peligro, puede producir cambios indelebles e el alma humana.

Toda visión crónica de un acontecimiento que asfixia la palabra, impide comunicar el malestar que produce. Todo lo que obstaculiza que un tercero pueda expresarlo por nosotros, que otro asista en el dolor y, como consecuencia, se viva en primera persona, sin refugio psíquico, tiene la propiedad de petrificar. De paralizar la dinámica de la psique, de convertir en piedra lo que antes era fuente de emociones.

La tragedia griega, en principio, era un instrumento. Los ciudadanos acudían a la puesta en escena, veían acontecimientos donde se reflejaba aquello que cotidianamente aplastaba la palabra, oprimía la expresión, ahorcaba el sentimiento. En el teatro tenían el espejo de una escena trágica, y si así sucedía, ocurría la catarsis.

Hoy día, hay una aventura interesante de un grupo de teatro: Theater of War Productions. Presentan las tragedias griegas a diferentes audiencias afectadas por una situación particular, vía streaming. Por dar un ejemplo, Prometeo encadenado en las prisiones, Las bacantes, en comunidades rurales afectadas por la crisis de los opioides, o la Plaga de Atenas, en el caso de la pandemia.

Puede que esté equivocado, pero imagino el teatro griego como una comida en familia. Allí tenía lugar la experiencia emocional tantas veces sentida, de difícil expresión y traducción para la psique, pero además, contaba con caja de resonancia, un aforo.

La Imagen.

Un artista plástico no pinta la realidad que observa, por más que se esmere en definirla. El resultado es su impresión, el hecho en un momento dado. El trazo busca el lugar vacío que la realidad registró. Se ve obligado a recrearla, así la tenga en frente. Un director de cine al rodar una historia, narra los hechos como los metaboliza su mundo interior. Su cuento personal. Cuando una actriz de teatro trágico interpreta, por ejemplo, a Yocasta, no existe línea que le sugiera cómo se sentía el personaje al enfrentar los acontecimientos. El actor debe imaginar la emoción de la puesta en escena. Cada Yocasta es única, aunque el argumento sea el mismo.

El acontecimiento al cual un ser humano asiste, la vivencia concreta objeto de su impresión, un momento dado, es imagen. Por ejemplo: una emigración forzada, el desarraigo. Sin embargo, lo es en forma parcial. La imagen completa, en todo caso, es la narrativa psíquica, la memoria que envuelve el evento, el significado que se le atribuye por cultura o tradición; es decir, su reflejo, indirectamente su reflexión. Al incluir estos aspectos, la imagen adquiere contornos, deja impresión en la psique.

Lo decía Lezama Lima: “La imagen, lo que hace posible lo imposible”4.

En ese hacer posible lo imposible, tenemos que lo imposible es quizá, a lo que aspira cualquier circunstancia emocional que produzca una imagen en nosotros y que arrebate la mirada parcial,  que quite el velo de los prejuicios, que alumbre la totalidad y permita la observación del poliédrico rostro de lo real. En fin, que muestre la posibilidad del todo por un instante, de manera indirecta.

La imagen desestabiliza la consciencia para que esta se prepare y adquiera la presencia de una nueva realidad, nueva hechura del alma. Si no es posible, lo destructivo hace cuerpo.

Es así como una imagen puede pasar de un reto a la consciencia y a las emociones, sin implicar un exceso de energía, a la asfixia de los sentidos y a la necesidad de buscar subterfugios.

Lo Intolerable

En el mito, Perseo corta la cabeza de Medusa, se protege de su visión, la introduce en el saco (kibisis), pero esta acción despierta inquietud. Tal parece que la cabeza fuera más peligrosa que la propia diosa. Al sacarla de su hábitat y trasladarla al mundo donde tiempo y espacio determinan, la transforma en advertencia de que, aunque escondida en el rincón de un saco, comienza a ser una presencia invisible al mundo consciente.

El mundo donde mora Medusa parece un mundo imposible a la vida mortal, roza los márgenes de la existencia. El traslado de la cabeza también supone el viaje del espectro de visiones intolerables.

Al leer el mito, no se puede dejar de imaginar ese espacio donde habita la preolímpica Medusa, donde surgen apariciones inesperadas. Un lugar en el cual cosas sin mayor importancia cobran sentido. Una luz espectral e incierta las envuelve, ocupa espacios nunca vistos, pero no hay luz, es solo ilusión, y los sonidos adquieren una intensidad especial y el breve instante parece perpetuo. Es la latente atmósfera delirante3, lo que ocupa en ese momento el cosmos psíquico.

Estos escenarios no son tan extraños al hombre actual. Películas de terror, de ciencia ficción se encargan de recrearlos. Esa es la atmósfera de El resplandor* o Stalker**. También las personas que experimentan con drogas psicodélicas suelen transitarlos. La venida de la cabeza, transporta los niveles marginales y profundos de la psique, a la vida simple y cotidiana, esa donde tomamos café en la mañana, vemos televisión, nos enteramos de las noticias, mientras hacemos los oficios de casa, leemos o estamos en un acto amoroso.

Hay una experiencia colectiva reciente, de aparición espectral en la vida cotidiana. Al día siguiente al ser declarada la cuarentena por la pandemia, aquellos que tuvieron la oportunidad de salir a la calle, sintieron la extrañeza de la impresión. Calles, avenidas, terrazas de restaurantes, estaban desiertas. Una imagen postapocalíptica: la vida sin seres humanos. En la lejanía, se veían espectros caminando en soledad, una bolsa de mercado era su compañía, algo invisible y mortal aterrorizó y paralizó a toda una población.

No existen aún datos concretos. Para aquellas personas que trabajan en salud mental, saben que luego de esa experiencia aparecieron nuevos casos de trastornos mentales, o se cronificaron los preexistentes.

Las imágenes del inframundo son una metáfora. Sugieren que nuestros sufrimientos más profundos son invisibles a nuestra vida cotidiana, y su aparición repentina en la vida consciente puede ocasionar parálisis de la vida emocional. En todo caso, el inframundo es una metáfora de nuestro inconsciente y de nuestras complejidades históricas insondables.

Reflexión

La cabeza de Medusa sin su cuerpo es una metáfora también. Parece referir a los significados sin emociones correspondientes. Como si un cortocircuito ocurriera entre la percepción del signo y vida psíquica. Sin darnos cuenta, todo se vuelve dato, mirada vacía de emoción.

Una cabeza poblada de significados nuevos o aparentes. Es temible, hay emociones sí, los significados se perciben con el recuerdo, el registro fijo del cuerpo en un momento dado. Solo se hace humano con la memoria corporal, que va preñada de imaginación emocional.

La distorsión producto de un esquema de significados forma un sistema de pensamiento circular. Como en el delirio, empezamos a creernos nuestras propias ficciones: “Veo esa mujer de la cinta roja en el cabello todos los días, me está persiguiendo”. Y resulta que es una mujer que corre todos los día a la misma hora, con su cinta roja. Surge así el enturbiamiento de la realidad. Suele suceder en la paranoia.

Es en ese espacio donde el hombre puede destruir o ser destruido. La vida instintiva pierde su arco reflejo. Pero además, como lo considera Micklem, el instinto de reflexión es un instinto cultural “que permite un cierto grado de libertad en lugar de un acto compulsivo”. Este instinto también queda abolido, necesita el respaldo de la emoción. Es difícil que alguien sienta compasión o piedad, si estos sentimientos están vaciados de la emoción que los acompaña.

Como hemos mencionado antes, la cabeza trae consigo esos lugares marginales de luz escasa de nuestra psique, donde sufrimientos imperceptibles permanecen a la sombra de la vida psíquica habitual y consciente. En estos lugares es imprescindible el espejo.

Cuando Perseo ofrece el espejo, el escudo pulido, evitando la mirada directa de Medusa, ofrece la flexibilidad de la imaginación, el espacio de lo especular, ver y verse sin necesariamente ser visto, ofrece el doble de sí mismo, su desdoblamiento. Con implicaciones psíquicas. En el mundo emocional hay una parte de nosotros capaz de sostener el sufrimiento. La otra parte se encarga de reflexionar en torno a la vivencia, de leer el padecimiento de izquierda a derecha, de lo irracional a lo racional y viceversa. Cuando las partes se unen, ya no hay distancia, se pierde esa perspectiva. Como la imagen del retrovisor de un automóvil al conducir: no vemos directamente el automóvil que nos sigue, vemos su reflejo, imaginamos su proximidad, avizoramos el peligro. El instinto creativo está en ver las posibilidades de la imaginación, construirlas para evitar el peligro y, en el espacio de la cultura, crear la belleza.

La mirada directa supone el impacto de lo real que, en caso de ser insoportable, destruiría el aparato psíquico. Lo que en el mito se presume como la petrificación de la mirada directa, no es otra cosa que el hechizo de la identificación. Allí nos convertimos en nuestro horror, somos el horror, sin posibilidad de diferenciarnos. Todo aquello que va a ser psíquico necesita la mirada indirecta de múltiples posibilidades.

Perseo y la enfermedad.

Para Micklem, la historia de Perseo no es la clásica historia de héroe “sino una tarea que cumplió Perseo”. Descender al inframundo, a las profundidades, implica el cambio de consciencia al emerger. La temeridad de Perseo iba guiada por la necesidad. A todos nos toca hacer esos viajes en nuestra vida psíquica habitual. ¿No es durante los sueños donde nos acercamos con cautela a nuestros monstruos? A la luz del día es difícil, ahí ellos son los invisibles.

Atenea porta la cabeza de Medusa en su égida. Destreza técnica y belleza de la mano con el horror. Parece decir que van unidos creatividad y destructividad, y en ese viaje a las profundidades que todos hacemos, el equilibrio de estas fuerzas instintivas debe estar muy presente.

Si se pierde ese equilibrio en las profundidades del alma, se pierde el espejo, la reflexión. Si bien es cierto, la psicosis, la paranoia, pueden resultar una compensación a la psique petrificada. Cabe preguntarse si no es allí cuando el soma se troca por espejo, cuando caen defensas y surge la enfermedad.

***

Notas:

1. Kerényi, C. 1959. The Heroes of The Greeks. Thames And Hudson, eds. London.

2. N. 1977. The Intolerable Image, The Mythic Background of Psychosis. Version of this work have been presented at the First International Seminar of Archetypal Psychology, University of Dallas, 1977, and Rome Congress of International Association for Analytical Psychology. London. Fue publicado, “The Intolerable Image”, Spring 1979: 1-18.

3. La imagen Intolerable: el término pertenece a Rafael López-Pedraza, quien lo toma de su amigo, el poeta José Lezama Lima.

4. “Las imágenes posibles”. En: José Lezama Lima. 1970. Barcelona: Tusquets Editor, p.51 y sgtes.

5. Jaspers, General Psychopatology, trans. J. Hoening and M.W. Hamilton, Manchester Univ. Pres, 1963. Hice una interpretación libre de la atmosfera delirante, algo mucho más frecuente en nuestra vida psíquica de lo que creemos.

* El Resplandor. Película de 1980, director Stanley Kubrick.

** Stalker. Película de 1979, director Andrei Tarkovky


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