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Nada tan eficaz para creer que ya todo fue inventado como traducir un duelo pop al universo mass-media de alguien más joven.
Es probable que la manera más rápida que consiguió alguna madre para explicarle a sus millenials quién era Guillermo “Fantástico” González fue decirles que se trataba de alguien que, hace más de tres décadas, ya había inventado el Venezuela Got Talent, con la malandra Elizabeth como antecedente de Simon Cowell.
Y aunque ese símil resulte muy útil para trazar sus coordenadas, no será suficiente.
Cuando su familia llegó a Venezuela él tenía apenas cinco años, pero faltaban dos más para que el dictador Marcos Pérez Jiménez intentara inaugurar el primer canal de televisión del país: Televisora Nacional.
Aquello se quedó en el intento, porque una falla técnica postergó el milagro de la pantalla chica hasta 1953, cuando un nuevo mueble se sumó al sueño de la clase trabajadora: el televisor. Ahora hagan el ejercicio imaginativo y consideren que en la España de sus padres canarios la televisión no fue posible sino hasta 1956.
Guillermito no había hecho la América, como se decía: había viajado al futuro.
Cuando cumplió los 18 años de edad, su generación ya protagonizaba dos sueños impensables: que los hijos de las familias trabajadoras de exiliados fueran a la universidad en democracia y que las imágenes viajaran por el aire hasta unos tubos de luz que las llevaban a cada casa.
Quizás su vocación en las múltiples maneras de crear con ese “aire” lo empujó a estudiar Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela, aunque al mismo tiempo la Escuela de Actuación Juana Sujo le brindó las herramientas necesarias para darle algo de forma a su entusiasmo.
Durante esta elipsis narrativa, ya había caído la dictadura, Televisa había sido declarada en bancarrota y vendida a los Cisneros para convertirse en Venevisión, Radio Caracas Televisión había dejado de ser el canal 7 para convertirse en el canal 2 y, además, estaba a punto de nacer la Corporación Venezolana de Televisión, el cuarto canal con alcance nacional.
La televisión venezolana del siglo veinte era el universo expandiéndose.
En ese contexto, Guillermo entró al mundo del espectáculo: como un actor que, dicho por él mismo, quizás tenía más carisma y suerte que talento histriónico. Su personalidad lo llevó a aparecer en los horarios estelares con referentes como Raúl Amundaray, Eva Blanco y Eva Moreno, además de talentos juveniles como Chony Fuentes, Elianta Cruz y una jovencísima Doris Wells.
Y en lugar de acomodarse en la comodidad que siempre permite el protagonismo y la fama local, decidió mudarse a México. No sólo para seguir actuando, algo que se le dio bastante bien, sino para entender desde adentro cómo funcionaba esta industria nueva y compleja, que amenazaba con devorarlo todo.
Cuando vuelve de México, un territorio televisivo que estaba decidido a alcanzar la escala que había perdido el cine de su época dorada, trae a Venezuela una idea revolucionaria: ¡Viva la Juventud! Lo singular es que además es estimulado por la televisora para ser el animador. De ahí en adelante estuvo decidido a poner en práctica el modelo de ser mucho más que el talento: además de debutar como host, llegar a dirigir y producir todo el espectáculo.
Si bien ya algo así había sido probado con rotundo éxito comercial por Renny Otolina, eso mismo le había valido obstáculos y enemistades que terminaron sacándolo de la pantalla. Así que era visto como mucho más que una audacia.
Sin embargo, en México había aprendido cuánto le gustan a las plantas televisoras los récords que no alteran el presupuesto. Cuando ¡Viva la Juventud! se convirtió en el primer programa de concursos con más de tres años al aire, sin representarle mayores gastos al canal que los que sostenía la publicidad, su autoridad pasó a ser incuestionable.
Aquel récord marcó un hito que, en nuestra breve historia del pop, permite entender que repasar la épica rayocatódica de Guillermo González es equivalente a narrar el David contra Goliat de uno de los primeros productores independientes, en tiempos de las gigantes maquinarias de la tele del siglo veinte.
Desde 1972, la televisión venezolana tenía en Sábado Sensacional al mito imbatible del rating nacional. Después de que los grandes hosts de variedades, como Víctor Saume o Renny Otolina, salieron de las parrillas de programación, el vespertino de los sábados en Venevisión, creado por el aragüeño Amador Bendayán en 1972, manejaba un presupuesto impensable para la competencia. Era la escala obligada de todo artista que pasaba por el país y pretendiera tener relevancia mediática.
Amador Bendayán y Guillermo González habían trabajado juntos en una película con un argumento hilarante: OK Cleopatra (1971), una comedia de René Cardona Jr. en la que Bendayán es el sobrino de un preparador de caballos en la época dorada del hipismo venezolano. En un giro de humor metafísico, su tío muere y reencarna en la yegua Cleopatra, a la que pretenden retirar de las carreras y dedicarla a la cría con los más destacados sementales. Amador es el protagonista que puede escuchar la voz del alma de su tío en la yegua y se convierte en el jockey que le da una nueva oportunidad en las pistas de carreras, mientras que Guillermo González es uno de los antipáticos antagonistas del jet-set caraqueño.
Fragmento de OK Cleopatra (1970) from Prodavinci on Vimeo.
Amador Bendayán decide producir esta película, confiado en la participación de Raúl Amundaray y Lupita Ferrer, además del amor vernáculo por el hipismo, pero la taquilla resultó un fracaso. Un año antes de que Sábado Sensacional lo salvara económica y reputacionalmente, Guillermo González entendió que, en Venezuela, hasta en un modelo de producción estandarizado como el del cine necesita de las estrellas de la televisión, aunque eso no se traduzca en un éxito comercial.
Sin embargo, su idea ¡Viva la Juventud! había conseguido transformar al televidente en el protagonista mediático en escala nacional. Adolescentes de distintos colegios y liceos de todo el país eran vistos por sus familiares y amigos desde las casas, respondiendo a las preguntas de un animador de pecho hirsuto e inmenso manejo de la escena. Durante más de tres años, mantuvo el liderazgo en los concursos con preguntas que pondrían en aprieto a varios de esos estudiantes de hoy.
Apelativos memorables nacieron en la voz del joven Guillermo González, quien aún no cumplía los 35 años: fiera, rolo ‘e vivo, caramelito tropical y otras menciones similares pasaban de la pantalla al habla cotidiana y popular. Ya no bastaba con entrar en los hogares por las pantallas: era necesario “pegar” frases y modismos, volverse referencial. Y Guillermo González lo había logrado con la audiencia que incluso hoy en día se considera la más difícil: la siempre atractiva juventud.
Cuando RCTV decidió articular una idea capaz de ir contra “el pequeño gigante” Bendayán, no había otro nombre en toda la industria del entretenimiento local con las credenciales para hacerle frente a Sábado Sensacional. Y así comenzó una batalla de adjetivos: cuando Venevisión afirmaba tener un programa sensacional, entonces Radio Caracas Televisión decidió lanzar Fantástico.
Las conexiones que había establecido Venevisión con la industria musical foránea y el manejo del presupuesto más alto en toda la historia de los medios lo perfilaban como imbatible, pero por primera vez tenían un contendiente de cuidado. Incluso, incorporaron la experiencia de productores extranjeros, sobre todo argentinos y cubanos con experiencia en musicales y shows de vedettes. La batalla por el rating durante el primer año fue feroz y Guillermito “Fantástico” González los había puesto a gastar más dinero del que pretendían: se atrevía a entrevistar, polemizar e incluso a ganarle primicias a los periodistas de farándula.
Y entonces, en 1980, aparece ¿Cuánto vale el show? como una sección dentro de Fantástico. Guillermo González había aprendido muy bien una de las lecciones de ¡Viva la Juventud! Y es que la gente ama ver a sus ídolos en la tele, pero sólo una cosa puede ser mejor que eso: verse a sí mismos.
En una lección de Producción Ejecutiva brillante, Guillermo González resultó pionero en una industria que apenas empezaba a explorar en la televisión comercial la idea de artistas amateurs siendo evaluados por un jurado, donde cada juez además tenía una personalidad y un rol emocional en la audiencia.
Muy pocos pueden presumir de haber estado con un mismo formato televisivo en los cuatro canales comerciales del país. Apenas figuras como Simón Díaz y Guillermo González.
A mediados de los ochenta, volvió a medir las tendencias del entretenimiento y decidió jugársela al hacerle caso a su instinto.
Guillermo González tenía casi una década como empresario del Teatro Chacaíto, donde las comedias de enredos y doble sentido daban trabajo a los miembros más importantes de los elencos humorísticos de ambos canales comerciales, a quienes la televisión les daba la fama y el oficio, pero no la rentabilidad de las comedias para adultos.
Desde 1984, el suceso televisivo en Estados Unidos era El Show de Bill Cosby, donde el monologista más importante del humor global había decidido representar al ejemplar padre de la familia Huxtable. Algo debe haberle inspirado a Guillermo González este dato, cuando decide leer las nuevas condiciones del clima de la televisión familiar y la evolución de su público natural: aquellos jovencitos de ¡Viva la Juventud! ya eran padres y madres de familia y la escena local no tenía una figura paternal a-lo-Cosby.
A aquella historia de una familia establecida y tradicional como los Huxtable le faltaba el elemento latinoamericano aprendido de las telenovelas, así que Guillermo González le añade al formato referencial la viudez de su personaje y la singularidad de tratarse de un padre con la responsabilidad de criar a sus hijas, asegurando una nueva emocionalidad y la posibilidad de ampliar el público. Y así, en 1986, Crecer con papá se convierte en uno de los seriados pioneros en la idea local del sit-com, junto a Cinco de chocolate y uno de fresa, protagonizado por Julie Restifo y transmitido también por VTV Canal 8.
Su última gran batalla rayocatódica en el mercado venezolano la llevó a cabo cuando, en los años noventa y un contexto crítico donde era impensable competir con los titanes en lo que se habían convertido Venevisión, del Grupo Cisneros, y Radio Caracas Televisión, del Grupo 1BC, decide apoyar el proyecto de la familia Camero con la idea de fundar Televén Canal 10, el quinto canal de televisión nacional del país, una labor a la que nadie se atrevía desde 1964.
Y desde ahí también puso en tensión el reinado de los grandes.
Dos ejemplos históricos como muestra y últimos novenarios de este, ya largo, obituario: el primero es que, cuando el gobierno de Carlos Andrés Pérez vivió su segunda intentona golpista, en noviembre de 1992, Televén fue la única señal que no pudo ser tomada por los insurrectos. Así que, antes de aquella tardía aparición de Pérez por Venevisión, toda la directiva de la planta y la gerencia informativa de Televén se activaron para mantenerse al aire y sirvieron para que las autoridades anunciaran que la situación había sido controlada.
El segundo es que dos años después, en 1994, Televén fue el primer canal en la historia de las telecomunicaciones venezolanas que logró transmitir durante las veinticuatro horas del día, algo que ni Venevisión ni RCTV habían podido lograr, obligándolos a invertir y adaptarse al nuevo ritmo impuesto por el muchacho nuevo de la cuadra. Todo por un empeño de estar a la altura de la televisión abierta global que, en buena medida, capitaneó Guillermo “Fantástico” González.
Aunque podríamos expandirnos en su línea de tiempo creativa, antes de ubicar los puntos finales de su aparición constante en las pantallas de la televisión abierta, hay que decir que su formato de ¿Cuánto vale el Show? llegó a estar de costa a costa en los canales hispanos de Estados Unidos hasta avanzado el año 2001, mucho antes de la democratización de la televisión por suscripción, American Idol, The Voice, Factor X y toda la retahíla de banderas que pagan la franquicia de Got Talent.
El anuncio de su muerte, incluyendo ese penoso episodio en que el apetito voraz por las primicias quiso adelantarse al dolor de la noticia real, habría sido visto por él como una promoción, una de esas cuña en rotación que anuncian un programa estelar cuando aún queda tiempo para sintonizarnos.
En tiempos cuando a tan pocos nos resuena el poder de la televisión abierta como formadora emocional, antes del entretenimiento on-demand y el streaming, no deja de sorprender que aún sea capaz de resonar en una que otra cabeza aquel: “Tan sólo en dos minutos… tan sólo en dos minutos… usted podrá cantar, bailar, recitar, ser un cómico o actor. El jurado decide… y al final de su acto… tan sólo en dos minutos usted podrá saber cuánto vale el show…”.
Mientras tanto, en Madrid, se muere lejos del aplauso el mismo muchacho que alguna vez decidió convertirse en el catalizador de la que fuera una industria mágica y repleta de oportunidades. Una industria que hoy, haciendo un honesto inventario, debería dedicarle más que el empeño de un tubazo convertido en tuit.
Al menos eso: que nos atrevamos a hablar de él un poco más de dos minutos.
Willy McKey
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