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Fue el narrador de fútbol más divertido, simpático y carismático de la televisión de Venezuela, en un tiempo en que los canales se disputaban a los mejores frente al micrófono. La pelea era por conformar el mejor staff. Tiempos de esplendor, de la recién estrenada televisión a color, y las transmisiones en vivo y directo, desde los estadios de todo mundo.
Estoy segura de que montones de lectores de estas líneas son capaces de recordar con exactitud el momento en el que, en un juego entre Brasil y la Unión Soviética, estrenó una de las frases que formaron parte de su repertorio, desde entonces repetido por él y por una legión de personas, una pregunta que llevaba veladamente un reclamo por haber estado cerca del gol. Le salió del alma.
Describió la jugada aumentando la emoción, y cuando ya parecía que vendría el grito de celebración del tanto, se produjo el disparo y de seguidas, la frase acuñada para siempre: “¿Qué hiciste papaíto?” Tal vez sin saberlo, estaba añadiendo un mote a su tarjeta de presentación: Lázaro “Papaíto” Candal.
Tal vez no fue exactamente como yo lo cuento, pero es lo que recuerdo de la primera vez que lo escuché decir eso. A mi papá, a quien acompañaba a ver el juego, le dio risa. Ligábamos a Brasil, aquel Brasil de Zico, Sócrates, Falcao y el guapísimo Eder…
Creo que a partir de ese partido él desató toda su chispa y autenticidad. Sus narraciones se hicieron divertidas, sorprendía a sus propios compañeros que no disimulaban la gracia que les producían aquellas descripciones.
Casi de inmediato se convirtió en una figura entre los narradores de la televisión, rápidamente se ganó a la afición, una audiencia que abarcaba todas las edades, celebraba y repetía sus inventos.
“¡Dime algo, Carlitos!”, dicho para convocar el comentario de Carlos González, salió del fútbol a cualquier conversación donde jocosamente alguien quería pedir una opinión a los presentes.
Con todos los años que tenía en Venezuela, trabajando como comunicador, Lázaro recorrió el país y el continente. Se identificó con el humor de los venezolanos, tenía gracia.
Transcurría la Copa del Mundo y se escuchaba en los recreos a los niños narrando como él lo hacía, imitando su hablar gallego.
“¿Y mañana? ¡Aaaay mañana!”…la promoción del duelo del día siguiente se convirtió en otra de sus expresiones más citadas.
Tuvo compañeros tan extraordinarios como Alfredo Di Stefano, con quien hizo llave en esas transmisiones inolvidables en 1982. Eran amigos desde 1963, porque Lázaro, entonces un joven reportero, fue uno de los corresponsales a quien le tocó hacer la cobertura del secuestro de “La Saeta Rubia” en Caracas.
—Di Stéfano siempre me llamaba gallego. Es que tenía un chiste para todo. Un día estábamos narrando el Escocia-Brasil de España 82 y había 5.000 escoceses borrachos en uno de los fondos. De repente, Zico le pegó a la pelota y la mandó fuera, a esa zona. Y yo le dije: ‘Alfredo, no la devuelven’. Y me contestó: ‘Se la están bebiendo’.
El elegante y sobrio narrador colombiano Andrés Salcedo, de pronunciación impecable y a quien le gustaba hacer gala de todas sus lecturas y viajes, describía las piernas de los jugadores como “columnas dóricas”, definición con la solo se podía estar de acuerdo, y Lázaro salía de inmediato con una de las suyas: “¡Enviaste la pelota pa’ Altagracia de Orituco!”, o “Sin querer se mata a un hombre, y queriendo a una mujer”. Era definitivamente divertido y apasionado. Con Salcedo hizo una dupla inolvidable por el contraste y el respeto que se tenían el uno al otro.
“¡Qué angustia, qué nervios, qué desesperación!”, frase dicha en el momento preciso en el que todos sentíamos eso mismo por un balón enviado a tiro de esquina o por un disparo que daba en el travesaño. Seguramente el lector recuerda otras de sus salidas, como aquella ocurrencia de traducir “CCCP” como “Cucurrucurú paloma”. Era un narrador espontáneo que no temía equivocarse.
Como todo el que está expuesto al juicio del público, tenía sus detractores, los que preferían la precisión del dato, y también era inmensa la legión de los que disfrutaban la frescura de sus ocurrencias. Siempre hubo respeto, por la audiencia, por el fútbol y por todas las nacionalidades. Lázaro además fue árbitro justo.
Andrea Herrera, quien disfrutó a Lázaro Candal como compañero en la redacción de El Mundo, compartió esta anécdota:
—Yo recuerdo que en un mundial de fútbol (Italia 1990), le tocaba narrar en la noche y llegó mudo al periódico, a escribir la columna, y no paraba de hablar, cada vez se ponía más ronco y se le iba la voz. Tuve que inyectarlo, creo que por única vez en mi vida lo mandé a callar. Se fue a su casa y se encerró sin hablar. En la noche lo oí clarito narrando su partido. Sin gritar mucho, pero le volvió la voz.
Varias generaciones crecimos y nos hicimos mayores escuchando a Lázaro Candal, un español que adoptó a Venezuela como suya, los venezolanos le respondimos adoptándolo a él.
René Rincón recuerda el magnífico programa de la serie “Hoy no es hoy”, que transmitía Radio Deporte 1590 AM:
—Narrando el gol maravilloso de Van Basten en la semifinal de la Eurocopa del 88’ mientras Andrés Salcedo exclamaba poéticamente ‘Saca el gatillo Van Basten, dispara goooool’ fue interrumpido por el grito de Lázaro ‘Me quiero morir, me quiero morir, Holanda, me quiero morir contigo’. Transmitiendo el México-Bulgaria de USA 94’ Lázaro hacía la transmisión desde Dallas y Gerardo Ricardi en el estadio en New Jersey, sin embargo dijeron que Lázaro estaba en el estadio y para justificar la diferencia de audio explicaron que Gerardo estaba en el campo. El juego se definió en penales y en pantalla se veía al portero Campos de México caminando a la portería para defender el primer penal y Lázaro gritaba ‘va a chutar Campos, va a chutar Campos’ lo cual no era cierto y Gerardo y yo (él me invitó a la transmisión) nos veíamos con cara de asombro. Cuando le hice el Hoy no es Hoy me dijo que si alguna vez iba a La Coruña me iba a invitar el mejor caldo gallego que me iba a comer en la vida.
Quienes han trabajado con Lázaro, destacan su don de gente e inagotable chispa.
El versátil narrador Fernando Arreaza trabajó poco con Lázaro Candal, en la Eurocopa Portugal 2004 y no tuvo mucho tiempo de compartir con él, pues antes de terminar la Euro enviaron a Arreaza a Lima, para la Copa América, que estaba por comenzar.
—Te puedo contar que yo me encargué de manejar la facturación y pago de los patrocinadores con menciones especiales. Pues bien, lo hice con la celeridad del caso y le aboné los depósitos correspondiente a Lázaro, quien para el momento en que salieron los cheques ya se había ido a España. Como gesto de agradecimiento me hizo llegar con su hijo Alex, un llavero de lo más fino y distinguido. Es decir, me demostró que es gente, su calidad humana.
Hay gestos, como ese que recuerda Fernando Arreaza, que dicen mucho de una persona. Por ser así es que tiene tanta gente lo quiere mucho.
En una entrevista a Laopinioncoruna.es confesó entre risas: «En La Coruña nací y a Venezuela llegué sin nada y me lo ha dado todo, me ha hecho famoso. Allí las mujeres me decían ‘no me gusta el fútbol, pero lo veo solo por oírte a ti.”
Regresó a La Coruña que lo vio nacer el 4 de diciembre de 1931. Confiesa que disfruta pasear por las calles donde creció, conversa y recuerda sus años al pie de El Ávila, comparte añoranzas con los venezolanos que emigraron a España y se alegra por el fútbol Vinotinto.
Lázaro Candal, la voz entrañable del hijo del último conductor del tranvía.
Mari Montes
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