Literatura

Lea un fragmento de “Zoocosis” de Manuel Llorens, el libro ganador del IV Concurso Anual de Poesía Lugar Común

11/12/2019

Fotografía de Ella Sanders | Wikimedia

Zoocosis

En sus rondas habituales los cuidadores del zoológico se tropezaron con un cunaguaro mutilado. La pata arrancada yacía en una esquina en un charco de sangre. Tal violencia no podría sino haber sido cometida por un monstruo. Arrinconada y apagada se encontraba la fiera en la otra esquina, entre triste y furibunda. Siempre solitaria, ahora lo parecía más que nunca, confirmada su visión salvaje de las cosas.

El cunaguaro conocido también como ocelote o tigrillo, familia del jaguar, animal divino, deidad americana, por siglos adorado. Ahora en un rincón, languidecía encerrado en un zoológico mal atendido; mocho, torturado por quién sabe qué tipo de enfermo capaz de cercenar a un animal enjaulado.

Un hilo de sangre seca se encharcaba fuera de la jaula donde un par de zamuros merodeaban. El silencio tenso del parque era interrumpido por sus aleteos de muerte.

El evento ameritó la presencia de la CICPC, policía de investigación venezolana, experta en secuestradores, jefes de narcotráfico, homicidas reincidentes, conspiradores contra el gobierno. Se miraron desconcertados. ¿A quién interrogarían? ¿Cómo levantarían pruebas? ¿Cómo clasificarían el crimen? Para ampliar el efecto dramático de novela policiaca latinoamericana se le asignó el caso a un fiscal llamado Espartaco Martínez.

La noticia tuvo trascendencia escasa en una ciudad plagada de crímenes sórdidos, asesinatos pasionales y fosas comunes. Alguno que otro defensor de los derechos de los animales advirtió la crueldad del episodio, recordó que el cunaguaro es una especie en extinción y abogó por otra Arca de Noe.

Caracas continuó andando más o menos como si nada. ¿Quién iba a protestar por la pata arrancada del animal, si morían asesinados más de cincuenta jóvenes todos los fines de semana? ¿Quién se iba a quejar por el descuido de los zoológicos si no había suficiente quimioterapia para los cancerosos, suficientes camas para recibir a los moribundos en las emergencias de los hospitales públicos?

Se especuló que era una banda criminal practicante de santería. Se sabe de ritos morbosos para comunicarse con las almas que implican animales vivos, sangre, alcohol, arrebatos, trances y arrepentimientos. En el Cementerio General del Sur, hay una zona de tumbas olvidadas que sirven de almacén para alimentar los ritos de los paleros y los santeros. Se pensó que la pezuña podría ocupar un lugar en un ritual oscuro.

También se habló de zoocosis.

Fue la primera vez que escuché el término. Se trata de una enfermedad nerviosa descrita por animales que sufren cautiverio. La palabra me produjo un estremecimiento. Los primeros síntomas implican correr de un lado al otro en la jaula sin propósito, aullar, rugir o cantar con tonos de lamento. Se describe también la acelerada caída del pelo. En algunos casos graves se ha descrito la auto-mutilación. Los animales comienzan a morder sus propios cuerpos, agredir sus miembros.

Nadie advirtió la importancia del cunaguaro mutilado. El horror quedó camuflado por la desidia.

Nadie advirtió la importancia del síndrome de fiera que poco a poco se ha ido extendiendo.

¿Cómo curar esta locura animal que nos aflige?

Prótesis

I.

Ravel compuso
el concierto para mano izquierda
a Paul Wittgenstein
quien perdió la derecha
en un asalto a Polonia
por un tiro en el codo
durante
la Primera Guerra Mundial

hermano mayor del filósofo
que nos mandó a callar

y el futbolín
lo creó Alejandro Finisterre
en un hospital de la Coruña
para que jugaran
los niños que perdieron sus piernas
durante la guerra civil

a mí me amputaron
en Plaza Altamira
casi todos mis amigos
y la capacidad para soñar

estos versos
son un intento de prótesis
con la mano izquierda 

 

II.

en 1812
Juan José Castelli
orador de la independencia argentina
traicionado por sus compatriotas
durante el juicio
habiendo perdido su lengua
por cáncer
pidió una hoja
para garabatear

si ven el futuro – escribió
antes de ser ejecutado
díganle que no venga

 

Kintsukuroi

Kintsukuroi es el arte japonés de decorar las grietas de cerámica rota con una mezcla de plata, oro y barniz para que la reparación resulte aún más bella que la original. El shogún del siglo XV, Ashakagi Yoshimasa, descubrió la hermosura de las fisuras por accidente. Luego de tropezarse con una herencia familiar que estalló en pedazos a sus pies, se la envió al mejor artesano de Japón para que intentara repararla.

Durante su mandato hubo una guerra civil que duró diez años y dejó a Kyoto en ruinas. Yoshimasa se sintió atado de manos, para impedir la destrucción. Solo supo qué hacer con los pedazos del plato de cerámica que recogió arrodillado en el piso, atribulado por tanta ruptura.

Dicen los rumores que la cerámica arreglada resultó tan hermosa que a los nobles les dio por romper cosas en sus casas para enviarlas a reparar. Los menos ricos buscaron cosas rotas en las calles intentando descubrir alguna grieta hermosa.

Entro al bar de todos los viernes y la veo bailando sola contra la barra. Hay algo desmesurado en su gesto. Una rasgadura en su manera de voltear.

Me acerco a una mujer rota y le pregunto su nombre. Ella desvía la mirada hacia oriente.

Cuando rato después me pregunta el mío pienso en Ashakagi Yoshimasa, pero miento, y le digo Miguel. Una guerra acontece afuera en las calles de mi ciudad. Una mujer rota baila y yo pienso en el arte milenario japonés de asumir las grietas, vivir con ellas, admirarlas.

***

Haga click acá para leer el veredico del IV Concurso Anual de Poesía Lugar Común.


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