Amenodoro Urdaneta, más allá de las charreteras

02/12/2019

Amenodoro Urdaneta y Vargas. Imagen publicada por la Biblioteca Ayacucho | Pinterest

La historia decimonónica venezolana se establece como un gran escenario donde surgieron una serie de protagonistas anónimos, hombres y mujeres que dieron un gran aporte en el proceso constructivo de la nación. Sin embargo, aquellas figuras civilistas que despuntan en un período donde campeaba la violencia han sido poco reseñadas.

Con un innegable linaje epopéyico, surge en los anales de la historia y la literatura venezolana el circunspecto Amenodoro Urdaneta Vargas, hijo del respetadísimo general Rafael Urdaneta y doña Dolores Vargas y París. El alba vital sobreviene el 14 de enero de 1829 en Bogotá, coincidiendo con los alborotos políticos que dejaba tras de sí la ruptura de la Gran Colombia y el ocaso político del Libertador Simón Bolívar. Precisamente aquellos avatares acelerarían la marcha de los Urdanetas de aquellas tierras neogranadinas, una despedida con sabor a expulsión.

La poéticamente lejana isla de Curazao se convertiría en la momentánea patria del general Urdaneta y su progenie, hasta que en 1834, bajo la égida de José Antonio Páez y los buenos procederes de Carlos Soublette, la familia regresa a Venezuela.

Se radicarían en Coro. Años más tarde el joven Amenodoro se instalará en la ciudad de Caracas hasta el fin de sus días. Allí viviría sus victorias y pesares.

La fecunda obra de don Amenodoro Urdaneta reluce en un siglo que transitaba a trompicones. Parte de su amplia producción contempla las siguientes publicaciones: La batalla de Santa Inés (Caracas, 1864), El libro de la infancia por un amigo de los niños (Caracas, 1865), Bolívar y Washington; a los hombres libres del nuevo mundo por un colombiano (Caracas, 1865), Jesucristo y la incredulidad. Obras escritas para responder a la “Vida de Jesús” de Mr. Ernesto Renán (Caracas, 1866), Cervantes y la crítica (Caracas, 1877), La batalla de Carabobo (Caracas, 1888), Memorias del General Urdaneta. Adiciones ilustrativas y algunas otras apuntamientos relativos a su vida pública (Caracas, 1888), Catecismo de historia (Roma, 1892), La Convención de Ocaña; la dictadura de Bolívar (Caracas, 1900).

En este sentido, por espada tuvo una pluma y por campo de batalla las páginas de los libros. Si bien en aquellas batallas Amenodoro Urdaneta no obtuvo los galardones y las charreteras del emblemático progenitor, sobresalió en un siglo donde las montoneras y los caudillos se enseñoreaban.

Urdaneta se tipifica como liberal-federalista, junto con hombres como Ezequiel Zamora, Antonio Guzmán Blanco y Juan Crisóstomo Falcón. Él tiene la firme convicción y el deseo de un gobierno descentralizado que superara la idea de un caudillo único, situación que no ocurriría al finalizar la Guerra Larga; aquella decepcionante realidad terminaría por alejarlo de la vida política.

Al mismo tiempo estamos en presencia de un férreo conservador de los principios religiosos. Siendo totalmente contrario a los pensadores científicos liberales del siglo XIX, como lo fuese Rafael Villavicencio o el mismo francés Ernesto Renán a quien dedica duras críticas en varios opúsculos. Fue detractor de aquellas tesis que se superponían a las ya planteadas por la iglesia católica en lo concerniente a la creación humana o a la existencia de Dios. Numerosa es la lista de trabajos de corte religioso que llegó a elaborar, incluso el Papa León XIII lo nombraría Caballero de la Orden Pío IX.

De modo pues que fue un conservador en el plano religioso, pero a su vez un liberal en el aspecto político, aunque esta característica será la menos resaltante en él: la estampa del caudillo civilizador quizás no terminó por ser la representación de federalismo que Urdaneta deseaba para el país. El escenario de la Guerra Federal sería el único espacio donde Amenodoro Urdaneta se desarrollaría como político, teniendo una notable pero muy fugaz actuación.

Al concluir la guerra y durante el año 1864 estuvo de forma provisional como Presidente del estado Apure; además de asistir a la Asamblea Federal del mismo año como uno de los diputados firmantes de la Constitución en representación del estado Guárico. Esos acontecimientos marcaron la corta historia política de Urdaneta. Mucho más dilatado sería su desarrollo como escritor, periodista e historiador.

Sus primeras actuaciones en el mundo periodístico se dieron como redactor del semanario La Unión del Zulia en 1863. Posteriormente funda el diario marabino El Comercio, además de Ángel Guardián, semanario de corte religioso donde cumplió labores como redactor. A todo ello se adhieren sus colaboraciones en El Cojo Ilustrado.

En sus aproximaciones a la ciencia de Clío, centra en gran medida su atención en la figura de Simón Bolívar. En la obra La Convención de Ocaña; la dictadura de Bolívar, realiza un compendio de los acontecimientos que marcaron el fracaso de la Convención. La llamada literatura histórica con luces de epopeya tiene en Amenodoro Urdaneta uno de sus principales promotores; en ella los próceres de la independencia son dibujados con altas virtudes y acciones deslumbrantes, tal como ocurre cuando escribe sobre el general José Antonio Páez.

En este sentido, la obra La batalla de Carabobo; canto a la memoria del general Páez, presenta al «León de Payara» como el artífice principal de la victoria de Carabobo en 1821. Por su parte, los realistas son presentados por Urdaneta como ciegos destructores de la república, quienes desconocen el deseo de libertad americana.

José Antonio Páez es descrito tal y como lo hiciera el artista venezolano del siglo XIX Martín Tovar y Tovar, quien en su obra Batalla de Carabobo, pinta un enérgico Páez quien dirige la Primera División con un ímpetu que no posee otro en la mencionada pieza pictórica. En su relato, Urdaneta eleva con rasgos épicos al general Páez calificándolo con títulos tales como «glorioso vencedor, inmortal caudillo o libertador de un mundo».

Los tiempos de Urdaneta fueron de turbulencia política, social y económica, pero donde asimismo la presencia de hombres de letras fue de gran valía. Ese esfuerzo y dedicación para el desarrollo de una república tuvo su recompensa al ser nombrado miembro correspondiente a la Real Academia de la Lengua el 7 de junio de 1882, un año más tarde de la Academia Venezolana de la Lengua y, posteriormente, miembro fundador de la Academia Nacional de la Historia en 1888, donde ocuparía el sillón I. Su dilatada carrera concluye el 3 de enero de 1905 en Caracas, a los 76 años.


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