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Bachelet: “Me duele profundamente lo que pasa en Venezuela“

Fotografía de Guillermo Suárez | Especial para Cofavic

23/06/2019

“Usted puede ser la luz en tanta oscuridad” era el mensaje escrito a pulso en una de las pancartas que se alzaron a su llegada. Lo transmitieron las víctimas y sus familiares, quienes aguardaban por Michelle Bachelet en silencio, pero con mucha expectativa.

Caía la tarde y esperaban reunirse con la expresidenta de Chile que ahora es la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. En medio de su corta visita oficial a Venezuela, decenas de familiares y defensores de derechos humanos se dispersaban en la plaza del Samán en la Universidad Metropolitana. Desde las 3 de la tarde, el lugar se fue llenando de a poco.

La espera terminó cuando el reloj marcó las 5:25 pm. “¡Justicia, justicia, justicia, justicia!”, fue el clamor colectivo que resonó apenas Bachelet se bajó de la camioneta, custodiada por funcionarios de seguridad, acompañada por el equipo técnico y otros miembros de la oficina en Caracas.

La rodearon y recorrieron parte de la plaza junto a ella. Mientras la vocera de la ONU avanzaba, miraba entre las más de 100 personas que se acercaron a recibirla y mostrarle en segundos las exigencias que reflejaban sus cartulinas. Entró por el pasillo central del edificio, mientras los familiares de víctimas de ejecuciones extrajudiciales de distintos estados del país, acompañados por Cofavic, se organizaron para esperarla en el auditorio. Allí sostendrían la reunión privada, que iniciaría uno de los siete encuentros pautados en su agenda para escuchar a afectados, familiares y representantes de las organizaciones de derechos humanos.

A las 5:40 de la tarde Bachelet ya estaba sentada frente a una mesa, para atender las historias de asesinatos, torturas, detenciones arbitrarias y desapariciones que han ocurrido en los últimos años en Venezuela, y que cumplen un mismo patrón: el uso desproporcionado de la fuerza y los disparos de armas letales por parte de funcionarios policiales y en algunos casos de grupos de civiles armados.

Al llegar les contó que su objetivo era obtener resultados concretos de esta visita. Anunció que había logrado que dos miembros de su equipo se quedaran para profundizar el trabajo en Venezuela. Narró, como a quien le asiste el entusiasmo, que en sus primeras 24 horas de visita en Venezuela había logrado adelantar los oficios para instalar una sede local de la Oficina del Alto Comisionado que atienda de manera más profunda y oportuna la situación de Venezuela. Esto lo confirmaría luego en las reuniones siguientes con las organizaciones de derechos humanos y sería parte de las noticias que ofreció en su balance de cierre, antes de tomar el avión rumbo a Ginebra.

En el paraninfo de la Unimet, Bachelet mostró sus palabras de solidaridad a los familiares y a las víctimas ante el patrón de ejecuciones extrajudiciales cometidas, principalmente, por una de las alas policiales de Venezuela, que se ha agrupado en las denominadas Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), organismo que una de las víctimas definió como un “un cuerpo de exterminio”.

Fotografía de Guillermo Suárez | Especial para Cofavic

“Lo sabemos, lo hemos escrito en distintos reportes y estamos con ustedes”, les manifestó Bachelet, con su voz suave pero firme. Les dijo que estaba ahí para escucharlos y profundizar en las historias, muchas de ellas ya conocidas por ella y por su equipo, porque por más de 10 meses han estado preparando un informe sobre las violaciones de derechos humanos en Venezuela, la cuales publicarán en las próximas semanas.

Con su cartera en el suelo y al lado de sus piernas, tomó la posición de quien escucha.  Agarró un papel y un lapicero. De vez en cuando apretaba sus manos frente al rostro con los codos sobre la mesa y, junto a tres miembros de su equipo, observaba muy atenta.

Un hombre de 34 años recorrió 468 kilómetros desde Carora, la segunda ciudad del estado Lara, para llegar al encuentro. Tomó el micrófono y respiró profundo antes de comenzar su testimonio de duelo. Luego de acudir durante cinco meses a las instancias nacionales de justicia, estaba en ese instante en diagonal a Michelle Bachelet para contarle que su hermano había sido asesinado, presuntamente por las FAES, en una de las manifestaciones pacíficas del pasado 23 de enero.

Según los registros de Cofavic, su hermano era un zapatero de 29 años y fue asesinado por funcionarios que llegaron a su casa encapuchados y que decían que “cumplían órdenes del ejecutivo”, pero no presentaron ni orden judicial ni de allanamiento. La documentación que lleva esta organización detalla que al muchacho lo apuntaron mientras lo acusaban de haber enviado audios de una protesta que había ocurrido en esa ciudad el día anterior. Al entrar a la vivienda, los funcionarios amenazaron a sus padres y a su esposa; a los niños que se encontraban ahí los encerraron con otros policías y los apuntaron con armas largas para que dejaran de llorar.

Cinco meses después, su hermano ha asumido la voz de su denuncia. Vestido de jean y camisa larga viajó a Caracas y, con la voz quebrada, entre respiros cortos, reconstruyó la escena del asesinato. En ese instante, la alta comisionada lo interrumpió. Soltó su lapicero, se levantó de la silla y caminó hasta abrazar al señor de Carora. Lo apretó y lo acompañó en el llanto. El silencio se hizo más profundo, y luego, con lágrimas en los ojos, volvió a su puesto mientras el larense se tocaba el pecho para describir a dónde le llegaron dos disparos a su hermano.

“Las víctimas tenemos derechos”, se leía en la pancarta de otro joven del estado Lara también presente en la sala. Le contó a Bachelet cómo había sobrevivido a una masacre que ocurrió en esta misma entidad. “No podemos seguir con esta matazón”, le relató a la visitante de la ONU, mientras le pedía que intercediera para que “eliminen” los cuerpos de seguridad que atentan contra la vida de personas de escasos recursos y localidades populares, sin discriminar si son agricultores o incluso niños.

“Vivimos con miedo”, se atrevió a decir una madre que también le contó que los niños de su barrio corren y se esconden aterrados “cuando escuchan una sirena”.

Fotografía de Guillermo Suárez | Especial para Cofavic

Relatos como estos se esconden en las vivencias de las víctimas y sus familiares, que han sufrido en medio de las 9.530 ejecuciones extrajudiciales que ocurrieron en Venezuela entre 2012 y 2018, según los datos de Cofavic, una de las organizaciones de derechos humanos de mayor trayectoria en Venezuela. Su equipo de abogados ha documentado que la mayoría de las víctimas son jóvenes de sectores populares.

La reunión tuvo espacio para reconstruir escenas de detenciones arbitrarias, acciones de torturas y procedimientos judiciales como los que han construido el expediente en contra del periodista Luis Carlos Díaz, quien en tres minutos también le contó su historia a la alta comisionada.

Dos horas después Bachelet seguía en la Unimet, en otro auditorio. Cerraba otra sesión en la cual 29 representantes de organizaciones de derechos humanos tomaron la palabra y, en píldoras, resumieron largas violaciones y patrones por escasez de medicinas, deficiencias en la atención hospitalaria, restricciones a los derechos de las mujeres por la escasez de anticonceptivos o aumento de los índices de mortalidad materna. También le contaron cómo la infancia ha estado afectada por el hambre, la deserción escolar y los retardos cognitivos que surgen como secuelas de la desnutrición. Escuchó testimonios de personas que viven con VIH y deficiencias auditivas, los patrones de la represión, las prohibiciones al derecho a la protesta pacífica y las contracciones a la libertad de expresión y los derechos digitales.

“Me duele profundamente lo que pasa en Venezuela”. “Me parte el corazón lo que sufre la gente”. Fueron palabras que, con un acento pausado y entonación chilena, manifestó conmovida Michelle Bachelet luego de escuchar los testimonios de la crisis que se extiende en Venezuela.

Eran las 8 de la noche del 20 de junio. Ella seguía sentada y con la sala repleta. Su jornada de trabajo era larga y aún la esperaban otros grupos de víctimas y familiares de presos políticos para contarle sus historias.  

Antes de tomar su vuelo de partida, al día siguiente, la alta comisionada ofreció una rueda de prensa. Ahí le contó a los periodistas que en su corta visita tuvo la oportunidad de escuchar “las voces de los manifestantes que luchan por la protección de sus derechos, y las de aquellos que buscan reparación por el daño que han sufrido”.

Desde Maiquetía insistió en que las historias que recogió son “desgarradoras y muestran la desconfianza que tienen en las autoridades estatales”. La máxima autoridad en Derechos Humanos de la ONU se fue de Venezuela con el compromiso de “continuar transmitiendo estas demandas y abogar por la justicia y la reparación para ellos, sean quienes sean los perpetradores. Soy consciente de que hay miles de otras víctimas y sus familias con las cuales no tuve la posibilidad de encontrarme, pero déjenme decirles algo: Su lucha por la justicia es importante, no solo por lo que ustedes han sufrido, sino por lo que significa para todos los venezolanos”. 

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Este relato lo escribo como observadora y no como periodista. Conté con el apoyo de Cofavic, IPYS Venezuela y Civilis Derechos Humanos.


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