Perspectivas

2.500 años de la Batalla de las Termópilas

15/08/2020

Monumento a Leónidas en las Termópilas

Tal flor de varones de la tierra persa
se ha puesto en camino. Todo el Asia,
que antaño les criara, gime por ellos
con grande nostalgia.

Esquilo, Los persas

 

Según la tradición, el pasado martes 11 de agosto se cumplieron dos milenios y medio de la Batalla de las Termópilas, una de las más famosas de la historia, cuando se enfrentaron el poderoso ejército persa de Jerjes I y una pequeña coalición griega al mando de Leónidas y sus trescientos espartanos. Lo ocurrido es más que conocido y lo narra principalmente Heródoto en el libro VII de sus Historias, aunque otros como Ctesias, autor de una Persiká (Historia de Persia), y más tarde Plutarco y Diodoro Sículo, en su Biblioteca Histórica, también refirieron el hecho.

Diez años después de la derrota de Darío en Maratón, los persas estaban listos para vengarse de los griegos, y en especial de los atenienses. Para eso enviaron, esta vez por tierra, un poderoso ejército conformado por unos 250.000 soldados (aunque Heródoto dice que eran más de dos millones y medio, y el poeta Simónides que eran cuatro), así como una gran flota de apoyo. Esta vez no cometerían el error de intentar una invasión marina. Para ello, la infantería tuvo que hacer un gran rodeo por el norte, cruzando el Helesponto, actual estrecho de los Dardanelos, y llegando a Grecia a través de Tracia y Macedonia. Los griegos conocían estos movimientos y se pusieron de acuerdo (los griegos a veces consiguen ponerse de acuerdo) en una estrategia común: tratarían de retrasar lo máximo posible el avance de los invasores en el paso de las Termópilas, mientras preparaban la resistencia final en el istmo de Corinto. Ello significaba que debían sacrificar la ciudad de Atenas, como efectivamente ocurrió. Para ello, los atenienses evacuaron a sus mujeres y sus hijos a la ciudad de Trecén, al otro lado del golfo Sarónico en el Peloponeso (Herodoto VIII 40).

El paso de las Termópilas era un abrupto desfiladero que se formaba al recortarse el monte Eta contra el mar en el Golfo Milíaco en Tesalia, en la Grecia Central, lo que dejaba apenas un estrecho paso. El lugar, que en griego significa “las puertas calientes” (thermós, “caliente” + pylai, “puertas”), toma su nombre de unas fuentes de aguas termales que allí brotan. El desfiladero, de unos doce metros en su parte más angosta, tenía una importancia estratégica especial, debido a que era paso obligatorio para todo aquél que se desplazara de norte a sur de la Grecia continental y viceversa. Hoy, los sedimentos del río Esperqueo han creado una llanura aluvial que ha hecho que el mar se haya retirado hasta kilómetro y medio, por donde pasa la autopista A-1 que lleva de Atenas a Tesalónica.

Al conocer la proximidad y el tamaño del ejército de Jerjes, el general ateniense Temístocles propuso un plan: mientras las fuerzas terrestres bloqueaban el paso de las Termópilas, navíos aliados harían lo propio en el estrecho de Artemisio, paso obligatorio entre la Grecia continental y la isla de Eubea. Cuando la noticia de la invasión llegó a Esparta, entonces potencia militar hegemónica entre los griegos, los espartanos se encontraban sumidos en la celebración de las fiestas Carneas en honor a Apolo. Además se celebraban los Juegos Olímpicos en honor a Zeus, por lo que cualquier actividad militar hubiera sido doblemente sacrílega. Sin embargo, el rey espartano Leónidas I comprendió la gravedad de la situación y se dispuso a partir, llevándose consigo a trescientos de los mejores jinetes de la Guardia Real. Como conocía el peligro al que se exponía (ya un oráculo se lo había advertido), escogió a los jinetes que ya tuvieran hijos. Cuenta la leyenda que, al despedirlo, la reina Gorgo le pidió lo que se le pedía a todos los guerreros espartanos: que volviera “con su escudo o sobre él”.

Camino a las Termópilas, la pequeña fuerza espartana fue sumando aliados de las distintas ciudades a su paso, lo que hizo un contingente de unos siete mil hoplitas, número en todo caso muy inferior a las fuerzas persas. Al llegar, Leónidas decidió escampar en la parte más estrecha del desfiladero y esperar a los invasores. Estos finalmente fueron avistados a comienzos de agosto. Gracias a Herodoto, los pormenores del enfrentamiento son conocidos: el primer día Jerjes envió un emisario a negociar con Leónidas. Éste ofrecía a los griegos el título de “amigos del pueblo persa” si deponían la lucha, prometiéndoles los terrenos más fértiles del imperio. Los griegos obviamente se negaron. Plutarco cuenta que, cuando el emisario solicitó de nuevo que depusieran las armas, Leónidas le respondió con su célebre frase: molôn labê, “ven y tómalas”.

El choque, pues, era inevitable. Heródoto dice que la batalla se interrumpió por cuatro días debido a una torrencial lluvia, pero también porque Jerjes estaba convencido de que los griegos se retirarían al ver la aplastante superioridad de su ejército (VII 210). Como eso no sucedió, al quinto día envió una aplastante fuerza de choque que fue fácilmente desbaratada por los espartanos. Éstos en cambio, cuenta Ctesias, apenas reportaron tres bajas. Entonces Jerjes envió el poderoso regimiento de “Los Inmortales”, un cuerpo de élite formado por 10.000 soldados que tampoco logró el esperado quiebre de la posición espartana (VII 211). Al sexto día, un perplejo Jerjes intentó la misma estrategia con los mismos resultados. Entonces apareció en sus carpas un tesalio de nombre Efialtes, quien, a cambio de recompensa, ofreció a los persas mostrarles un atajo a través de las montañas, por el que les sería posible rodear el desfiladero y atacar a los espartanos por la retaguardia (VII 213). Lo demás es conocido. Leónidas, los trescientos y sus aliados fueron masacrados, y la traición de Efialtes nunca fue olvidada.

Hoy, un modestísimo monumento junto a unos manantiales de aguas termales recuerda a los viajeros el sacrificio de Leónidas y los trescientos en el mismo lugar donde, el 24 de abril de 1941, las líneas aliadas cedieron ante el embate de la Wehrmacht. Todavía los historiadores modernos discuten sobre el valor de la acción de las Termópilas. Para unos, la estrategia fue un fracaso, pues solo consiguió retardar a los persas unos pocos días antes de que pudieran alcanzar su objetivo: tomar Atenas. Para otros en cambio, el sacrificio de los espartanos consiguió elevar la moral de los griegos, y demostró cuánto se puede potenciar la efectividad de una defensa con una correcta elección del emplazamiento y la superioridad de las armas, aun cuando sea mayor el número de los atacantes. Arguyen además que sin las Termópilas no hubiese habido Salamina, y sin Salamina no existiera Europa, o al menos como hoy la conocemos. Para los que no sabemos nada de estrategia ni de arte militar, el que estemos hablando de esta batalla y del sacrificio de unos pocos, dos mil quinientos años después, nos dice mucho acerca del poder de las palabras y el valor de la memoria.


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