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Víctor Maldonado: Poner la ciudad a disposición de todos

Fotografías de Mauricio López

21/02/2018

Es de Catia, allá nació y tuvo su primer empleo formal, en la Jefatura Civil de la parroquia Sucre en 1982. Conoce bien la calle Colombia y sus alrededores, hito fundamental del comercio caraqueño. Es politólogo, graduado en 1986 en la UCV, y en los 90 hizo una maestría en Desarrollo Organizacional en la UCAB, universidad donde actualmente es profesor e imparte Ética profesional y Sociología de la industria y de la empresa a los industriólogos y Teoría social e Introducción a la administración de empresas, entre otras materias, en la maestría de donde egresó.

Llegó a la Cámara de Caracas en el 2004, donde es director ejecutivo. Antes estuvo cerca de un lustro dentro de Fedeindustria, institución a la que estuvo vinculado durante 20 años dirigiendo un programa de formación. Diseñó y fue gerente general del Fondo de Garantía Recíproca para la Pequeña y Mediana Industria. Además, fue personal de carrera administrativa durante 10 años.

—La sociedad contemporánea y las ciudades no se concibe sin comercio. En buena medida, son su razón de ser, aunque eso ha evolucionado y hay comercios intangibles. Se comercia y eso no lo vemos en la ciudad. ¿Cómo ha sido su evolución en Caracas?

—Caracas es una ciudad comercial, como todas las capitales, donde la vocación era tener la sede corporativa de los grandes negocios. El comerciante de Caracas organizado en esta cámara, que ya tiene 125 años, tuvo siempre un interés ante un Estado que ha sido demasiado caudillesco a lo largo del tiempo. Estamos hablando del siglo XIX, del siglo XX y de lo que ha pasado del XXI. El empresario siempre se organizó para defender sus espacios de mercado y sus derechos de propiedad.

—O sea, la pelea es vieja.

—La pelea es de siempre. El Estado venezolano ha sido siempre fuerte y arbitrario, además de competidor desleal por su manejo de la renta petrolera. Antes lo era por el café y el cacao, y aún antes por las tierras. El Estado siempre ha sido un gran depredador para el país. La historia de Venezuela y de la ciudad hay que leerla, uno está acostumbrado a la historia de presidentes que llegan y que se van, golpes de Estado, mucha inestabilidad política y mucha represión ciudadana.

Lo sorprendente es que en el transcurso de todo ese desequilibrio uno de los elementos de estabilidad que mantuvieron el sentido de república fueron precisamente los comerciantes. Mientras la vida política era inestable, un comerciante se trajo el telégrafo y lo montó, otro importó el primer carro y quizás hasta se lo vendió al presidente. Otro comerciante o un grupo de comerciantes se dedicaron a la importación y a la exportación.

—No fue el Estado.

—No fue el Estado. Los primeros negocios eran de esos generales. Ferreterías con abarrotes de alimentos. Era un canal que le incorporaba al país modernidad y el sentido de los tiempos en cada momento que tocó vivir. Caracas siempre ha sido una ciudad más comercial que manufacturera. Después del siglo XX, la manufactura quedó al margen, se descentralizó. Recuerda que después del primer mandato de Carlos Andrés Pérez se intentó el proceso de descentralización económica, se sacó buena parte de las industrias manufactureras de Caracas, industrias que, por cierto, se perdieron. Cada ciudad tiene una vocación especial que desde la planificación económica no se puede decretar.

—¿Qué tipo de industrias se perdieron?

—Las metalmecánicas. Cuando de niño vivía en Catia, había fundiciones pequeñas en Gato Negro. Salieron todas las que resultaran contaminantes y se dejó a Caracas con la industria liviana textil y la del calzado, que al final también se perdió. Ese tipo de apuestas no se resuelven así. Las ciudades tienen su vocación, metabolizan sus actividades económicas. Algunas se relocalizan, pero no por decreto, sino por otros incentivos: tierra barata o suministro de energía. Nada de eso se planteó en ese momento. Y quedaron los comercios. Una ciudad sin comercios es una ciudad muerta.

Estamos viendo en este momento que en otros países hay tendencias que pudieran revolcar el comercio, tal y como lo conocemos, y transformarlo en un comercio digital de grandes almacenes.

—Almacenes ocultos.

—Es el gran desafío que Amazon está planteándole al mundo. Una venta por internet que te llega a tu casa. Los dueños de Amazon fueron los primeros que se imaginaron que para llevar sus productos a las casas no se necesitan personas, sino drones. Y al final hay suficiente tecnología de información y telecomunicación como para que la nevera vaya registrando los faltantes y la empresa te vaya reponiendo progresivamente lo que te falta.

Ahora, una ciudad sin comercios es como una ciudad sin vida. Está el comercio de insumo de alimentos, o de abastecimiento electrónico, pero el comercio también es distracción, ocio, capricho si tú quieres. Es todo lo que el ser humano hace cuando practica su libertad. Si al salir de esta entrevista quisiéramos celebrar, no vamos a esperar a que Amazon nos mande la cerveza con un dron. Tiene que haber algún negocio lo suficientemente atractivo como para tomarnos una cerveza y comernos una pizza. O para comprarle plastilina al niño que la pide a las 10 de la noche porque la necesita para el día siguiente.

Las ciudades grandes han venido aprendiendo -cuando hay seguridad ciudadana, estabilidad en las políticas, Estado de Derecho y abundancia institucional- que no debe cesar la oferta de bienes y servicios. Nosotros vivimos en Caracas un momento luminoso en el que grandes empresas de retail se comprometieron a estar abiertos 24 horas. Tú ibas a cualquier hora de la noche y podías conseguir lo que necesitaras.

—Hablas de “abundancia institucional”, que quizás es una manera de decir “mucho Estado”. ¿Hasta dónde tiene sentido el comercio como actividad libre y hasta dónde la presencia del Estado? Por momentos, podría parecer que el Estado no es necesario.

—Cuando hablo de abundancia institucional, hablo de instituciones como normas y pactos sociales que sirven para resolver problemas. Mientras más abundancia institucional haya en una ciudad, menos problemas sin resolver tienes. Cuando me refiero a proveedor de abundancia institucional, hablo de un gobierno proveedor de justicia y Estado de Derecho, de reglas de juego. Alguien tiene que velar por que las reglas se cumplan.

—¿Cuáles reglas del juego necesita el empresario?

—El empresario necesita un Estado que garantice la seguridad ciudadana. Otra regla es la provisión, en términos competitivos y diversos, de servicios públicos, que antes eran agua, electricidad, pero que ahora son internet, entre otros. El Estado que nos conviene es el que marca muchas canchas, el que no se entromete, no compite deslealmente, pero garantiza, por ejemplo, que estés hasta las dos de la mañana en las calles, como podría estar cualquier ciudadano en Santiago de Chile, Medellín o Bogotá. Y consigues transporte, las calles están iluminadas y la policía está resguardando.

El Estado debería ser el garante de que el ciudadano viva sin miedo y pueda construir sus proyectos de vida con felicidad, optimismo y esperanza. No es que el Estado desaparece, pero tampoco es que el Estado tenga areperas y fábricas procesadoras de plátanos.

—Pero está bien que el Estado estimule una visión de desarrollo social, que haya gente que se organice para montar una arepera.

—Que fomente, claro, mientras más competencia haya, mejor. El Estado debe ser promotor de la libre competencia y el vigilante cercano de cualquier monopolio. Todo monopolio es malo porque envilece la vida de la ciudad. Imagínate una ciudad con una sola línea de supermercados, sería una tragedia. El restaurante de enfrente ha existido toda la vida, antes era un almorzadero, ahora se llama Picasso. Su dueño nos trajo el café: él se está reinventando. ¿Por qué? Porque su modelo de negocio anterior no sirve en la hiperinflación. Entonces, él tiene que prestar más atención, generar el menú más atractivo y barato. Si esto fuera un monopolio y éste fuese el único café que hubiese, pues lo tendrías que buscar y te lo darían en vaso de plástico.

No es que no haya Estado, sino que éste se dedique a lo suyo para que el mercado tenga posibilidad. En este momento, como el Estado no se dedica a lo suyo y quiere sustituir al mercado, entonces tenemos esta inmensa tragedia de hiperinflación, de una escasez que no logra resolverse, del colapso del signo monetario. Estamos en una ciudad donde colectivos, y la autoridad misma, pretenden saquear a los comercios cotidianamente a través de múltiples mecanismos. En Catia es casi normal que lleguen los colectivos, tomen una carnicería, vendan la carne al precio que les dé la gana, y se vayan sin pagarle al carnicero.

Estamos en una ciudad de caos, donde cada grupo que tiene o pretende tener fuerza arma su horda destructiva, por aquella terrible profecía de Hobbes: donde no hay ley, hay una condición de naturaleza donde “la vida es solitaria, pobre, breve y brutal”. Lo que corresponde al comercio, desde el punto de vista del ciudadano, es ser una especie de dique, por diverso, por competitivo y por darle a la ciudad, además, la única posibilidad de tener empleo. Una ciudad como Caracas, que tiene como 4,5 millones de habitantes, debería reproducir 80 mil nuevos empleos anuales para acompañar el crecimiento de la ciudad.

—¿Cómo vamos con eso?

—Muy mal. No sólo no se están produciendo, sino que creo que la distopía de la ciudad muerta se ha querido imponer en Libertador, donde cada vez hay menos comercios, que además no pueden poner su aviso al frente porque está prohibido.

—¿Cómo va el cierre de comercios en Caracas?

—Nosotros hicimos una encuesta el año pasado. En el 2016, cerraron en Venezuela unos 30 mil comercios y se perdieron unos 700 mil empleos. Probablemente, Caracas, que contaba con unos 80 mil comercios hace 15 años, no llegue a 30 mil en este momento. Los más pequeñitos han cerrado, los muy grandes se han disminuido, el empleo que antes ofrecían ya no lo pueden garantizar. Las vitrinas más robustas son las de los comercios en centros comerciales, pero uno ve cómo hay centros comerciales donde ya hay oficinas y salones vacíos. Uno camina por Caracas y nota el derrumbe de la actividad comercial. Pero no sólo eso, sino que además es una actividad comercial con horario restringido.

—Desapareció la noche.

—Eso significa una ciudad engatillada a un tercio de su capacidad de producción. Se supone que en un día de tres turnos, un restaurante, por ejemplo, podría estar trabajando desde las 12 del día hasta las 4 de la mañana, pero ahora trabaja desde las 12 del día y a las 6 o 7 de la noche está cerrando. Una de las conspiraciones terribles contra el comercio fue la prohibición de dar propinas. Antes se pasaban las propinas por el punto de cuenta y, de repente, el gobierno dijo: “eso es salario”. Entonces se acabaron las propinas y envilecieron el salario de los que prestaban el servicio directamente. En cualquier ciudad del mundo un mesonero quiere prestar el mejor servicio. En los Estados Unidos te pueden dar entre 18 y 19 por ciento de propina. Depende de cómo hayas hecho tu trabajo. Aquí no ha habido esa delimitación y ni siquiera puedes dar propina en medio de este colapso monetario.

El otro problema que tenemos, que ha obligado al cierre de empresas, es que los pequeños negocios tienen una bancarización precaria, a veces no tienen puntos de venta. Y con la escasez de dinero no pueden operar. Estamos hablando de una ciudad que tiene un ejército importante de cuentapropistas: taxistas, jardineros, señoras de servicio, a los que no les puedes pagar. Están matando la vida de la ciudad y, de seguir por este camino, ésta será una ciudad vaciada.

—En Caracas van cerrando comercios, pero existen negocios tradicionales que se niegan a morir. Otros comienzan a aparecer, a pesar de la crisis. Todos coexisten en una ciudad que muere temprano en la noche, al punto de que algunas parecen “zonas zombi”. La gente se mueve por la calle con mucha cautela, y de repente aparece un café hermoso como de ciudad de primer mundo. ¿Cómo se entiende eso en la lógica en la que estamos?

—Para no caer en falsas ilusiones, primero uno tiene que advertir si esa es la tendencia principal o es la tendencia marginal. En el caso de Caracas, la tendencia principal, el vector fuerza, es al cierre. Ahora, una ciudad es muchas cosas, y el emprendimiento es imbatible. La burguesía es una clase inmortal. Si hay algo que históricamente ha demostrado la burguesía, como referente histórico, es que le va mejor cuando todo está muy mal. Y yo estoy seguro de que, en esta circunstancia tan difícil, hay emprendedores que lo intentan. Por una cosa absolutamente clara, si tu abres ahora un café y dices: “el café cuesta un dólar”, tendrás más resiliencia allí que en aquel antiguo café que no puede procesar eso y que está atado a una moneda que colapsó.

La salud del emprendimiento dependerá del sentido de realidad del emprendedor, de su capacidad de adaptación y, por supuesto, de lo que ofrezca. Esto no le va a gustar a nadie, pero el gran negocio en Caracas es el “bachaquerismo”, que yo no juzgo. En ciudades abatidas por una crisis económica como la nuestra, y con regímenes de control tan bastos y viles, los mercados negros florecen. A la gente no le gusta porque confunden causas con efectos, pero para mí el “bachaquero” es alguien que encontró un nicho de oportunidad y lo está explotando.

—En todo caso, lo que demuestra esa situación y ese florecimiento es el absurdo de todo el sistema de controles.

—Todo sistema de control genera distorsiones y por eso los sistemas de control no sirven para controlar los precios, como no sirven para controlar el consumo de drogas. Esa no es la forma, porque los mercados negros son resilientes y siempre habrá alguien que asuma el riesgo. Uno no aspira a que la desviación sea la norma, uno aspira a que el país y la ciudad vuelvan a la normalidad, que los que hoy se dedican al bachaquerismo tengan empresas formales, de otro tipo. Así como los contrabandistas de licor, durante la ley seca en EE. UU., terminaron fundando destilerías formales, estos terminarán siendo nuevos comerciantes, nuevos supermercados.

—¿En la historia hay casos de cómo se pasó de una situación de altísima informalidad a una de comercio institucionalizado?

—La más impactante es la de la posguerra alemana. Alemania perdió la guerra y fue tasajeada en cuatro sectores que se repartieron entre Inglaterra, EE. UU., Francia y la Unión Soviética. Cada tajo tenía sus propias normas, pero era un desastre. Habían heredado el régimen intervencionista nazi, al que se le sumó el régimen de intervención de la ocupación militar. Toda Alemania era desempleo y mercado negro. Había inflación por la pérdida de la moneda alemana que no tenía reserva. En la parte americana, no por virtud americana, sino por azar, estaban Konrad Adenauer y su ministro de finanzas, Ludwig Erhard, quienes, aprovechando un vacío legal de los que hacían la norma -militares norteamericanos-, se arriesgaron un fin de semana a liberar todos los precios y a hacer una conversión monetaria del marco respecto al dólar. Con un decreto, o dos, de un fin de semana, lograron estabilizar los precios y que surgieran los productos. Se acabaron los mercados negros.

Con esto quiero decir que la mejor solución para desaparecer los efectos de intervencionismos procaces, como los que estamos viviendo, es eliminarlos. Rápidamente se reconstituye la economía. Porque la burguesía es una clase inmortal, porque el emprendimiento es súper resiliente, porque vivimos de esto. Aquí hay 30 millones de venezolanos, algunos dicen que 25 porque se fueron 5, y los que estamos aquí tenemos que sobrevivir buscando una actividad productiva que será tan fluida como lo permita el Gobierno. Si el Gobierno se repliega, esa actividad productiva sale y empieza a fluir la actividad económica.

—En el discurso oficial la palabra comercio se evade, se sustituye por la idea de “espacios socioproductivos”. ¿Es posible que una organización social que genere una forma de emprendimiento coexista con ese mercado tradicional del comercio?

—El mercado da para todo, es un orden social de competencia, donde lo importante es que ofrezca reglas claras, coherentes y estables para todos. El que participa dentro de ellas sabe que debe ser competitivo, prestar calidad de servicio, que no puede trampear al consumidor. En ese sentido, no hay ni exclusiones ni ventajismos, por lo tanto todo puede caber. Lo que está claro es que la experiencia de tratar de imponerlo con subsidio del Estado forma parte de la utopía. Hay algo que es inmanente al capitalismo y a la empresa: el riesgo que trae consigo el ser propietario. Eres propietario porque arriesgas. Tienes la tenebrosa imagen de los Bicentenarios o de las areperas socialistas, no porque comer arepa sea malo, sino porque si no hay sentido de propiedad, por alguna razón fracasa.

Caracas ha sido vitrina de muchos esfuerzos comunitarios que han partido de la buena fe, pero todos muy fracasados, desde la construcción de Mechita Vivas de los 80, con el Gobierno de Luis Herrera, hasta las areperas socialistas. Ninguno tuvo raigambre porque fallan en la condición de afán de lucro y rentabilidad que es el incentivo fundamental de cualquier negocio. Después fracasan porque no definen claramente y no practican muy bien la organización del trabajo formalmente libre. Y en tercer lugar porque no diferencian los bienes de la empresa de los bienes de cada uno de los participantes.

La discusión de fondo es: si tienes un país que ha fracasado secularmente en sus esfuerzos educativos, con una deserción escolar que te saca a los varones, sobre todo, de la educación formal muy tempranamente, si la mitad de la población que deberías educar se va antes del 6to. grado, si solo una porción muy pequeña tiene una educación de calidad universitaria, ¿qué crees que pueda hacer la gente cuando tiene que trabajar? Tiene que dedicarse al comercio sencillo. Yo no le tengo asco a eso, si la ciudad necesita 50 mil restaurantes para captar la mano de obra de mesoneros y cajeros, bienvenidos sean.

—Bienvenidos.

—Sería una ciudad maravillosa, con una oferta gastronómica espectacular, porque además se va aprendiendo en el camino. Hace unos 20 años, cuando algunos investigadores se dedicaron a estudiar el tema de la pobreza, esa fue una falsa conclusión, cuando plantearon que con este nivel educativo esta generación estaba perdida. No es verdad, ninguna generación se pierde si se dedican a lo que pueden dedicarse. Eso genera un producto y un tipo de sociedad que no es malo.

Si se dedica a la peluquería, es porque no hay peluquería sin clientes y porque eso es lo que sabe. Tú no puedes pretender que en un espacio socioproductivo haya un ingeniero que esté haciendo el próximo cohete para ir hasta la luna.

—La corroboración de lo que ha sucedido es justamente que en ese espacio socioproductivo está el comercio más básico: panaderías, fruterías, peluquerías.

—El problema no es el nombre que se le dé, tampoco dónde está ubicado, el problema es que para tú emprender necesitas libertad, respeto por la propiedad, necesitas competencia, porque es un incentivo para el cual los seres humanos somos requeridos, y necesitas seguridad. Necesitas poder abrir a las 6 de la mañana y que puedas cerrar a las 8 de la noche sin que te maten. También necesitas que no venga un policía a chantajearte, sino a cuidarte. Se necesita una nueva relación social en donde estoy seguro que florece.

—Dentro de las ciudades, el comercio puede ser un gran atractor y revitalizador de la vida urbana. Pero a veces esa misma reactivación termina por expulsar a los más vulnerables de esas zonas de la ciudad. Es lo que se conoce como gentrificación. ¿En Caracas hay zonas donde esté ocurriendo esto? En el centro de la ciudad están apareciendo unos comercios muy bonitos, pero el que habita allí no puede pagar el café en ese lugar ni comerse el golfiado.

—Siempre hay un segmento del comercio que no es para la población que vive en esas ciudades, así como hay hoteles cinco estrellas por los que pasamos por delante todos los días y en los que nunca nos hospedamos. Ahora, esas brechas se van acortando en la misma medida en que esa sociedad vaya acumulando prosperidad, y para acumular prosperidad, de lo que se trata de nuevo es permitir que el circuito virtuoso del comercio opere. A veces no hay que asustarse por la primera etapa. La primera etapa de Corea del Sur, que se convirtió en gran exportadora de electrónicos, significó para los coreanos no tener televisores disponibles para ellos. Fue una política de Estado. Después de muchos años de crecimiento, los coreanos tienen una gran capacidad de consumo. Lo que quiero decir es que no vale la pena sacar conclusiones anticipadas.

—Muchísima gente termina desplazada de la ciudad y de sus beneficios hacia periferias con una calidad de vida inferior, porque la lógica del mercado que se impone es implacable. El alquiler que pagabas se va incrementando porque la zona se “revalorizó” hasta que te tienes que ir. A lo que voy: el Estado debe velar por la libertad, pero también tomar previsiones para que no se imponga una visión que termine por expulsar a los que no pueden pagar esa vida.

—Yo creo que ese es en parte el rol del Estado. Las sociedades deben pactar unos mínimos y unos máximos y buscar soluciones al respecto. Todas las sociedades van a tener discusiones respecto de sus propias condiciones de bienestar. Lo que sí está claro para los liberales es que eso tiene que ser un pacto porque alguien debe pagarlo. Hay tres premisas: la primera es que la suerte de los menos favorecidos no es necesariamente culpa de los más favorecidos; la segunda es que el Estado debe brindar un conjunto de garantías a los derechos humanos elementales como libertad, propiedad y vida, vida entendida contemporáneamente, no el simple hecho de respirar, y en tercer lugar, la sociedad tiene que definir sus prioridades y cómo resolverlas. No tiene mucho sentido una potencia encriptada que se gaste 50% del dinero en avioncitos y tenemos a la gente perdiendo competitividad, depauperada.

La mejor inversión es la educación. Allí hay una magnífica oportunidad a larguísimo plazo para que los venezolanos, independientemente de su condición social, de su suerte y de su fortuna, tengan por lo menos 10 años de escolaridad. Eso es lo primero. Que se vea al sector privado como un activo social porque genera empleo, innovación, riqueza acumulada, impuestos que se pueden distribuir. La tercera es que la gente tenga derecho a no morirse por enfermedades. Eso se debe y se puede pactar.

—¿Un pacto centrado en la solidaridad?

—Cada día me gusta menos, por contaminación, la palabra solidaridad. Me gusta más la palabra cooperación. Ser rico no significa carecer de alma. De hecho, si uno camina en las ciudades del primer mundo, se va entendiendo que muchos espacios han sido legados por alguien que tiene, o alguna vez tuvo, una fortuna. Yo creo en la cooperación y la filantropía como acto de decisión moral personalísima. No creo que nadie me tenga que imponer por decreto lo que yo deba dar y a quién deba dárselo.

Para los padres modestos, y yo vengo de una familia modesta, es esencial, por razones incluso de orgullo paterno, decidir pagar la escuela de sus hijos. En la familia donde yo nací, mi papá me dio libros, universidad. No podía dar más nada, yo le pedía una montaña de libros y él iba y se endeudaba. ¿Qué pasaría si tú garantizaras esa libertad de los papás? En un país nórdico, creo que Suecia, el Estado da cupones para pagar la escuela de los hijos y la gente escoge la que mejor le parezca. No te obligan a la escuela pública, tampoco a la escuela privada. Tú decides la escuela y el Estado te da un subsidio directo a ti, no a la escuela. Entonces las escuelas compiten con calidad para que decidas ir a por ellos y hay unas más caras que otras. Eso es un gran pacto de la sociedad con muchísimo grado de libertad.

—La Cámara de Caracas está en la bisagra entre la vieja ciudad y la ciudad moderna (Quebrada Honda). Antes era un lugar al borde de la ciudad tradicional.

—La Cámara estaba en una casa de La Pastora que después se vendió. Se compró este terreno y se construyó este edificio en los 50.

—Están en la entrada a La Candelaria, una de las zonas de la ciudad donde el comercio siempre ha sido intenso. De pronto aparece un gran centro comercial, el Sambil que si hubiese entrado en vigor, probablemente habría deprimido buena parte del comercio tradicional alrededor. En Caracas pasamos de un centro comercial permeable, transitable, a uno que se encerró y se convirtió en caja negra, y ese Sambil es un poco eso. ¿Qué reflexión haces sobre este fenómeno?

—Yo pienso que los centros comerciales son las nuevas plazas de la ciudad, para bien o para mal. Uno puede tener críticas arquitectónicas, urbanísticas, pero los caraqueños y sus centros comerciales tienen una relación muy intensa. A mí me sorprende todos los días cuando paso por la calle Élice de Chacao, ese río de gente que va para el Sambil. Entonces me reconcilio con esa realidad. Tal vez porque los otros espacios públicos se perdieron. Caracas es una ciudad que sufre de muchos desbalances, que teme en sus plazas, pero no teme en los centros comerciales. El centro comercial se convirtió en la oferta urbana de todo aquello de lo que los caraqueños carecen en el resto de la ciudad.

—Ese desbalance existe, pero sabemos que decir que el centro comercial es una plaza es un eufemismo. La plaza es pública, el centro comercial no lo es. No puedes darte un beso apasionado ni tomar fotos porque un vigilante te lo prohibirá. Si no les gusta lo que estás haciendo, te pedirán que te vayas. No es un espacio público, sino un sucedáneo de este, que de alguna manera termina debilitando al verdadero espacio público.

—Claro, justamente porque vivimos en desbalance. Yo pienso que los centros comerciales proliferaron cuando nosotros, por alguna razón o por muchas, teníamos la ciudad abandonada. Eso tiene que hacernos reflexionar por varias vías. Los centros comerciales llegaron para quedarse, probablemente uno pueda hacer una crítica sociológica y urbanística y seguramente se perfeccionarán. Creo que una ciudad con seguridad, iluminada, con plazas, es una ciudad donde los centros comerciales no compiten. Si vas a Barcelona y caminas, encuentras tiendas por todas las calles. Allá viven en apartamentos chiquitos, pero no necesitan mucho más porque la ciudad está ahí, disponible.

—La vida está afuera, en la calle.

—Vives afuera y duermes arriba. Vas a tomar el café al frente. La ciudad está a disposición. Yo creo que nuestro gran desafío en Caracas es poner la ciudad a disposición del ciudadano para que éste se apropie de ella. Para eso hacen falta pocas cosas: transporte, seguridad, iluminación y una oferta atractiva de comercios y servicios. Puede ser un simple café, no “la cafetería”. Una plaza en donde efectivamente puedas construir historias de amor y de despecho. Creo que los centros comerciales tienen sobre sus hombros el peso de todo lo que carece la ciudad y se convirtió en sucedáneo. Es la nueva plaza, pero una plaza constreñida, efectivamente privatizada, excesivamente normatizada, pero es que no tenemos más nada.

Volviendo al tema de La Candelaria: si los centros comerciales son astringentes del comercio autónomo, yo me atrevo a decir, nos guste o no, que es una tendencia que se ha dado en muchas ciudades porque los centros comerciales concentran. Yo lamento mucho que, una vez que se tomó la decisión de construir ese centro comercial, eso haya quedado como una gran ruina. Y si me preguntas para qué sirve, te diré que sólo para comercio. Por eso es que no le han podido dar ninguna otra utilidad y aspiro a que algún día esté lleno de comercios.

Lo más trágico es que el gobierno no lo tomó para salvar los comercios de La Candelaria, porque en el camino igual perdimos La Candelaria. Todos estamos viviendo una ruina, pero creo que donde hay semillas buenas todo vuelve a nacer, porque la memoria histórica se vuelve a plantear. Aunque suene insólito, la gente de La Candelaria quería su centro comercial.

—Buscando adentro la seguridad que está ausente afuera.

—El desafío, el déficit, nos toca la puerta por todos lados. Ésta es una ciudad que no tiene policías de noche, más bien los policías somos los caraqueños, y somos una maravilla porque sin policías vivimos en paz. Claro que hay mucha violencia y nos hemos ajustado hacia el encierro. Allí el Estado tiene que hacerse presente para tener una ciudad segura e iluminada con comercios extendidos hasta la noche. Esta ciudad tiene que dejar de dormir temprano, tiene que volver a sonreír, poder salir a caminar e ir hasta donde sea, sin miedo.

—¿Qué porcentaje del comercio de Caracas es para los peatones y qué porcentaje es para los que se mueven en vehículo?

—Por lo menos el 60% del comercio venezolano es a puerta de calle, a pie.

—Es la mayoría. Sin embargo, se ha impuesto en la ciudad la versión del comerciante que dice que si no tiene enfrente tres o cuatro puestos de estacionamiento, que terminan multiplicándose abusivamente tomando las aceras, entonces su comercio no funciona. Convertir calles en bulevares o ampliar aceras los pone en conflicto cuando la mayoría del comercio se beneficiaría muchísimo de la movilidad peatonal. ¿Esto se ha planteado hacia adentro del gremio de los comerciantes o hay mucha resistencia todavía?

—Sonará como un cliché, pero nosotros tenemos un inmenso amor por la ciudad, un inmenso compromiso. En los discursos de la Cámara de Caracas la ciudad está presente. No queremos que el comercio sea un obstáculo para una ciudad bella y vivible. Creo que hay que luchar contra una cultura de la gasolina barata, de ir a la panadería en carro estando a una cuadra.

—Pero la mayoría de los caraqueños caminan.

—Y ahora están caminando más porque no tienen carro. Los grandes paseos eran la avenida España, los bulevares de Catia y Sabana Grande. Donde permites a los venezolanos caminar, por ahí van por rumas. Los comerciantes saben, por experiencia, que la gente va al comercio de calidad. No importa si tienen que montarse en cuatro metros, seis trenes y cincuenta caballos. Los comercios de San Jacinto, en el centro de Caracas, son comercios necesariamente de a pie. Tú tienes que llegar en transporte público, no hay estacionamiento, no es cómodo llegar en carro, pero son comercios muy vitales. La gente va porque sabe que ahí consigue lo que necesita a buenos precios. Hay que superar la sociedad de la trasgresión, que a mí me molesta muchísimo. Una trasgresión es apropiarte de una acera, privatizarla, ¡la acera es pública! Una trasgresión es el “valetparkismo”.

—¿Quién le pone límites a las transgresiones?

—La ciudad, como espacio de gobierno, tiene mucho por hacer. Esta es una ciudad muy loca, con cinco municipios totalmente dispares: un municipio es la mitad de la ciudad y otros son micro-municipios. Hay que reordenar la ciudad con otros criterios. Permitir que alguien en la ciudad, que debería ser la Alcaldía Metropolitana o su equivalente, tome cartas en el asunto a favor de una actividad comercial sin trasgresión. La última vez que fui a Bogotá quedé feliz por una experiencia y por otra parte muy frustrado. El gobierno de la ciudad decretó 48 horas de comercio abierto, una gran fiesta, durante unas eliminatorias de fútbol.

Sí se puede tener los comercios abiertos a las tres de la mañana, de ropa, restaurantes, y se puede lograr orden en los comercios. Las cámaras siempre están dispuestas a mejorar. Las cámaras de comercio han sido vitales en el aseo urbano, la forma de recoger y sacar la basura en su momento. Ahora eso no es posible, es impredecible. Es en las ciudades vivibles y hermosas donde el comercio funciona mejor. Tú pasas por un restaurante donde el valet parking está abarrotado y te vas. Tienen que ser otras las soluciones, hay que superar la cultura de la trasgresión.

—¿Tiene sentido, o será posible, pactar que cierto tipo de comercio que más bien se abra hacia las periferias, donde menos estorba a esa vida caminable, de lo cercano?

—Ese es el sentido de los centros comerciales en los EE. UU. Aquí los tenemos atravesados. Yo tengo la idea de que el cinturón de comercio de Caracas está bien distribuido. Tenemos comercios desde el Junquito hasta Petare. Desde el norte hasta el sureste hay comercios bien distribuidos. Yo no siento que haya especiales vacíos. Yo siento que la ciudad puede planificar sus propios consensos para los que quieran usar el carro, centros comerciales en la periferia. Esta ciudad en realidad termina en Araira, hay gente que vive allí y trabaja en Caracas o que vive en Vargas y trabaja en San Antonio de Los Altos.

Un amigo empresario que había vivido en Paris me decía que en París no hay un edificio residencial que no tenga un comercio abajo, eso es lo que le da la vida a la calle. Le temen a los espacios solitarios porque no pasa nadie. Creo que a Caracas le hacen falta más comercios, no menos. Eso significa que en adelante la ciudad debería generar sus propios incentivos para localizar comercios en lugares accesibles que sean rentables y cómodos para que la gente vaya a trabajar. Y creo que, con pocas medidas y pocos incentivos, la ciudad empiezaría a florecer, con otro sentido de orden.

Por ejemplo, el parque del Oeste tiene que ser accesible a todos, el parque del Este tiene que volver a su luminosidad y su seguridad. El Ávila tiene que volver a ser el capital social y ecológico de todos los caraqueños, sin peligro. Hay que despertar a la ciudad. Hay consensos implícitos valiosos, como que en El Ávila no puede haber casas. Y así hay que seguir, construyendo consensos para que la ciudad despierte y conviva entre sus necesidades económicas y sus expectativas de buena vida.

—En Brasil existe el Servicio Social Do Comercio (SESC) que es un programa de responsabilidad social de los comerciantes brasileros, al que los ciudadanos se afilian, que aparte de los servicios que ofrece, han desarrollado un montón de espacios maravillosos en sus ciudades. Hay casos emblemáticos como la Fábrica Da Pompéia, en Sao Paulo, diseñado por Lina Bo Bardi. ¿Con qué contamos los caraqueños por parte de los comerciantes?

—No hay empresa que no haga algo. Desde empresas que cuidan pedazos de grama y de parque, hasta programas de mucha envergadura como los que puede tener Polar, que son científicos, tecnológicos, atención a los niños, guarderías. Hay empresarios pequeños que se dedicaron al tema de la adopción porque los mismos dueños pasaron por un trauma de adopción, en fin. Lo que no hay es la integración para el “cacareo”, para que se sienta. Creo que este país, en el momento que intente restablecer sus condiciones de normalidad, no le va a quedar más remedio que voltear hacia el sector empresarial y pedirle mucha colaboración.

—Lo importante de los SESC es que constituyen vitrinas urbanas. No es un tema de responsabilidad social que cuando sales a la calle no lo percibes. Aquí a veces ves la gramita con un cartel del responsable de su cuidado. Aquellos son espacios donde la gente confluye y se convierten en hitos, con la potencia de un centro comercial, pero en vez son espacios deportivos, culturales, asistenciales para diversas edades. Aquí no existe un espacio así. Nuestra vida urbana requiere de muchas vitrinas y muchos hitos capaces de concentrar y distribuir al mismo tiempo bienestar.

—No tenemos algo así. Está el festival Caracas en contratiempo, que es iniciativa de un empresario, de Guataca Producciones, de Ernesto Rangel. El Estado fuerte siempre ha conspirado y provoca miedo. Vivimos una cultura del miedo. Esta Cámara fue parte del Comité de Planificación de Políticas Públicas del Distrito Metropolitano de Caracas. Eso era un gallinero. No tenemos la constitucionalidad como para generar los espacios que nos permitan pensar en Caracas sin que medie una minoría aplastante que quiera imponer su proyecto. Hemos olvidado cómo se construyen los consensos.

En este momento no tenemos iniciativas así, pero eso no significa que no las podamos pensar. Hay buenas ideas sobre Caracas, para mi gusto muy sesgadas hacia lo urbanístico, digamos edificios. Pero creo que son buenos puntos de partida para mejorar rápidamente nuestra ciudad, para dar un mensaje de esperanza, de que aquí se puede vivir, se puede disfrutar, de que hay espacios donde confluimos sin polaridad.

—Imagínate que se provee lo básico: seguridad, iluminación, transporte y un marco de respeto a esa libertad que has mencionado. Si quisiéramos lanzar ese mensaje desde la Cámara, ¿por dónde empezarías, dónde se hace ese gesto que hace que florezca la esperanza?

—A mí me parece que hay espacios maravillosos: el parque del Oeste, la Universidad Central de Venezuela, el Estadio Olímpico y su plaza aérea, la Concha Acústica de Bello Monte, el parque del Este. Cerrar la autopista, que se ha cerrado para otras cosas, cerrar la Cota Mil. La Cámara todos los noviembres concentra a 500 estudiantes, les explicamos que la empresa privada aquí construye oportunidades y no se ha ido. Les decimos que no todo el mundo se va a ir, que nosotros no nos vamos a ir, que hemos resistido muchas cosas en 125 años.

—¿Qué pensarías tú en la redoma de Petare, donde existe un comercio tradicional y ese otro que arropa todo el espacio?

—Respecto a Petare, y respecto al otro polo, Pérez Bonalde, no veo por qué tiene que ser tan caótico. Alguien debe tener el conocimiento que yo no tengo, urbanístico, arquitectónico, sociológico, para hacer que esto sea más chévere para todo el mundo, sin borrarlo. Petare es un punto terminal, igual que la calle Colombia en Catia. Yo no podría borrar la calle Colombia porque vería la mitad de mis colegios cerrados, no puedo cerrar mi historia. Cómo hacerlo más vivible es un tema de ponernos de acuerdo.

Nadie vende plátanos en la calle a las dos de la tarde, con pleno sol, si no es por necesidad. Y esa necesidad del sector informal de la economía tiene que ver con que no hay suficiente empleo de calidad para todos. No tengo nada en contra del sector informal, pero me hace sentir mal que esa gente, para ser productiva, tenga que sufrir. Si hubiese abundancia de empleo, capaz de captar una parte del sector informal de nuestra economía, esa presión en la calle se atenúa, y podríamos construir espacios públicos más lindos, más vivibles. En la redoma de Petare creo que se han cometido errores urbanísticos, como el elevado, eso ha sido una acumulación de improvisaciones, de soluciones provisionales que se quedan.

—Que no integran.

—De hecho ahí está el río Guaire desconectado. Yo creo que no podemos darnos por vencidos. Siento que Petare, la calle Colombia, Quinta Crespo tienen un gran potencial. Una vez visité la empresa Garlin, la de la granadina, y me pareció sorprendente. Ellos están en Quinta Crespo con unas máquinas de 200 años. Yo le decía al amigo Garlin: “esto en algún momento va a ser objeto de visitas guiadas en Quinta Crespo”. No hay lugar que no tenga una belleza especial en Caracas. Lo que pasa es que muchos están en condición de abandono. Pero si evitas el caos y provocas consensos de orden social en Caracas, tienes una ciudad bellísima, hasta en sus extremos.

Si tú generas condiciones económicas mejores, el buhonero desaparece, se integra a otra cosa, lo cual me parece muy bien. Los arquitectos pueden poner un poquito de orden. Los terminales de todos los autobuses de Caracas no pueden estar aquí. Vamos a desconcentrar la llegada de los autobuses. Vamos a trancar esto para hacer un gran bulevar y que los vehículos pasen por debajo, hacer túneles.

—¿Te imaginas la redoma de Petare como una gran plaza comercial a cielo abierto?

—Claro, el día que pongas el bulevar será otro el problema. Generas allí un incentivo. ¿Cuántos túneles así no se han hecho? Porque la vialidad por arriba es fea. Por abajo hay un tren, los otros se inventaron el funicular. Hay soluciones, pero hay que meterle el pecho para integrarlas. Nosotros somos carentes de consenso. Yo he oído a alcaldes que dicen si no pueden realizar algo en su período no les sirve.

—¿Estamos carentes de consenso porque siempre hemos creído que nos podemos imponer al otro?

—Yo creo que hemos vivido una época muy mala, desde el punto de vista de la política, de la época del derrumbe de una opción, del desencanto, pero no siempre tiene que ser así. También hay que darle a la ciudad su propia velocidad, su propia capacidad de metabolizar. Tú tienes que decir: “en 10 años la redoma de Petare será el lugar más atractivo de Caracas”, entonces empiezas el primer día y terminas el año diez y el otro que venga después de ti, aunque sea tu enemigo jurado, lo va a mantener porque la ciudad está apropiada de ese proyecto. Como pasó con el metro, lo hicimos.

Creo que nuestros partidos, que son aluvionales, deberían transformarse en partidos más estables, con proyectos, con capacidad, porque este es el momento. Lo que ha dañado la ciudad es el momento depredador que hemos vivido. Es terrible, unos contra otros. Pero no siempre tiene que ser así, tenemos que volver a los grandes proyectos y a los grandes consensos. “El Ávila no se toca”, ojalá logremos que “en la esquina no van a abalear a nadie”.

¿Por qué nosotros no podemos tener, para la gente de a pie, un sistema de transporte público con clase mundial? Y el autobús es sólo la punta del iceberg de un sistema. Hay que construir con consenso. Nosotros pasamos del burro al tren, del tren al carro, y en cada momento fue: “¿qué hacemos con el burro?”,“¿qué hacemos con el tren y con el señor que maneja el tren?”. En cada momento lo importante es que la ganancia de la sociedad sea superior a la pérdida individual.


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