Una tarde con Victoria

14/01/2023

Victoria de Stéfano. Fotografía de Manuel Sardá

Así como la presencia de tantos otros invitados a lo largo de la FLOC 2022, la visita de Victoria de Stefano fue parte del júbilo de lectores, amigos y familiares de todas las edades por esos días. Yo nunca la había visto en persona y su sola presencia causó un efecto de ternura y profunda admiración en mí: una mujer alta, dotada de una inteligencia que le era natural -pero que había cultivado con celo y cuidado- y que ella, en una humildad que resultaba conmovedora, supo filtrar en una oración de bienvenida: gracias por leerme, me dijo.

Esa no solo fue la primera vez que la vi, también fue la última. Pero previo al encuentro que nos reuniría esa tarde, dediqué buena parte de mis días a leer y releerla porque ella, su obra y la presentación de su última novela –Vamos, venimos-, eran parte de la parrilla de actividades de la feria del libro. Por eso el júbilo de esos días, desde ahí surgió la necesidad apresurada de profesores y estudiantes por hacer fila al final de esa presentación para que ella firmara sus copias y pudieran intercambiar un par de palabras.

Al finalizar esa tarde pude entender a cabalidad la importancia de su legado: Victoria transita el paso dormido de la escritura como un estado inerte de reposo, pero es su mirada atenta a los detalles, al paso mismo de la vida, la que va tejiendo el hilo narrativo de su obra, pues, como ya lo diría Antonio López Ortega “su hechura como novelista es solitaria, a contracoriente de la tradición venezolana, y sus influencias parecen más librescas que deudoras del corpus literario de su país de adopción¨. De esta forma, en la narrativa de Stefano nos encontramos con referentes que han explorado el libre fluir de la consciencia, y que le dan paso al yo irracional que pertenece al ¨mundo de la creación¨, elemento que se permite ir más allá de su novelística y que también observamos en sus diarios, uno de sus trabajos más íntimos, como si toda su obra -me permito- ya no nos diera pistas del imaginario creativo de la autora y de la complejidad de sus historias.

Victoria pasó 50 de sus 82 años de vida escribiendo. Un hecho maravilloso que explica cómo la cotidianidad terminó por trasnformarse en otro de sus recursos maestros, en una pulsión constante de la palabra que narra la vida de sus personajes, al igual que ocurre con otros elementos como la contemplación y la nostalgia alrededor de sus historias y de una escritura fluida que se ha vertido en diarios, varias novelas y, cómo no decirlo, dentro de aulas de clases. Prueba de ello es la adopción de una lengua foránea que terminaría por convertir en todo su objeto de estudio y de creación, pues Victoria emigra a Venezuela siendo apenas una niña y trayendo consigo una lengua distinta a la nuestra: el italiano.

Así, cada arribo a esta novela – Vamos, venimos –y a la obra misma de Victoria, ha sido un viaje profundo, sensible y memorístico, como ella misma lo enuncia. La posibilidad de sumergimos en su narrativa nos invita a volver la mirada hacia dentro, al punto cero de sus personajes, bien estén representados por espacios fisicos o psicológicos, y de dejarnos conmover por la destreza y profundidad de su poética.

La novela presentada durante la séptima edición de la FLOC es prueba de ello y nos presenta rastros de otros elementos que hemos observado antes en su escritura: todos edificaciones del tránsito, de la marcha, del movimiento sinuoso del cuerpo físico de sus personajes; pero también de la memoria que evoca, cómo no, el viaje psíquico de los mismos. Destacamos entonces La noche llama a la noche, su primera novela publicada en 1985; El lugar del escritor (1992), Cabo de vida (1993), Historias de la marcha a pie (1997), Lluvia (2002) y La refiguración del viaje (2005); entre otros títulos que comparten los elementos anteriormente mencionados.

Su paso por la Universidad Católica -siendo esta además su última presentación pública- en dos oportunidades (una para la presentación de su libro, y la otra durante el homenaje a Eugenio Montejo en el que recitó un poema del maestro) nos deja un sabor agridulce: por un lado el despedir a una de las escritoras más importantes de varias generaciones, pues la obra de Victoria ha trascendido el tiempo y su manera de llegar al público lector; por el otro, haber compartido un espacio que busca promover y difundir la cultura con esa misma escritora de ritmo pausado, noble, cuya atención a los detalles que practicaba en su vida también se traducía en su obra, y que nos hace entender la profundidad de su escritura. 

Parece, entonces, el curso natural de una autora que escribió durante décadas y que forjó el rigor literario de incontables escritores. En retrospectiva, haberle otorgado la Orden Andrés Bello justamente en el aniversario del prócer ilustre también resulta simbólico, y aunque no sabremos a cabalidad cuál fue la impresión final que ella tuvo de toda la experiencia, la vimos sonreír. Fue una mujer lúcida que nos obsequió -seguramente sin saberlo- uno de los días más cálidos que se han vivido en la breve historia de la Feria del Libro del Oeste de Caracas, y fue así como nos supimos -a pesar de la pérdida y del duelo ajeno- afortunados de vivir a Victoria de Stefano por un día, en donde luego de semanas de lluvia, y por esa tarde de noviembre, salió el sol.


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