Intervención de Menena Cottin a partir del cuadro «The Listening Room» (1952), de Rene Magritte
Hoy todos vivimos una
cuarentena indefinida
Y cuando digo todos, me refiero a la humanidad entera del planeta tierra. Todos, menos los que ya murieron a causa del virus, porque para ellos la cuarentena no fue indefinida sino tuvo un fin. El resto, los que todavía estamos vivos, continuamos existiendo en una paradoja, oscilando entre dos extremos que siendo diametralmente opuestos, han adquirido un sentido
absurdamente lógico
Muchas interrogantes se generan en esta situación acerca de un virus
inmensamente pequeño
que pudiera parecer
asombrosamente insignificante
pero en realidad es
imperceptiblemente agresivo
y
escandalosamente silencioso.
Esta situación nos ha llevado a una
reclusión voluntaria
en nuestras casas,
libremente impuesta
por gobiernos y entes de la salud quienes han sido
sutilmente enfáticos
en afirmar que hay que ser
arriesgadamente precavido
al salir a compra comida, porque el virus se contagia en un tiempo
infinitamente corto
por lo que hay que ser
exageradamente discreto.
Las relaciones sociales han sido
aceleradamente reducidas
y el contacto entre familiares está
sumamente disminuido.
Un abrazo a un metro y medio de distancia llega a ser
tímidamente atrevido.
Un beso volado se vuelve
despiadadamente tierno.
Un cumpleaños en la pantalla es
tristemente feliz.
La celebración lejana se siente
naturalmente artificial
y el trozo de torta virtual nos resulta
dulcemente amargo.
Hay que aprender a ser
apasionadamente indiferentes
y
dramáticamente divertidos
aunque sea
sospechosamente evidente
que nuestros ojos se vuelven
claramente turbios,
y nuestro corazón
violentamente tranquilo
trate de convencernos de que será
desapercibidamente asombroso
cuando el virus desaparezca.
Y el tiempo, que es
decididamente impreciso,
demostrará que el poder del virus es
objetivamente subjetivo
y su fin
sospechosamente evidente.
Entonces el muerto será el virus.
Todos los demás estaremos vivos. Y
seguramente inseguros
abriremos las puertas, los brazos,
las fronteras. Y el
inestable equilibrio
volverá a reinar en nuestras vidas
intranquilamente seguras.