COVID-19

Una paradoja objetivamente subjetiva

02/05/2020

Intervención de Menena Cottin a partir del cuadro «The Listening Room» (1952), de Rene Magritte


Hoy todos vivimos una
cuarentena indefinida

 

Y cuando digo todos, me refiero a la humanidad entera del planeta tierra. Todos, menos los que ya murieron a causa del virus, porque para ellos la cuarentena no fue indefinida sino tuvo un fin. El resto, los que todavía estamos vivos, continuamos existiendo en una paradoja, oscilando entre dos extremos que siendo diametralmente opuestos, han adquirido un sentido
absurdamente lógico

 

Muchas interrogantes se generan en esta situación acerca de un virus

inmensamente pequeño

que pudiera parecer

asombrosamente insignificante

pero en realidad es

imperceptiblemente agresivo

y

escandalosamente silencioso.

Esta situación nos ha llevado a una

reclusión voluntaria

en nuestras casas,

libremente impuesta

por gobiernos y entes de la salud quienes han sido

sutilmente enfáticos

en afirmar que hay que ser

arriesgadamente precavido

al salir a compra comida, porque el virus se contagia en un tiempo

infinitamente corto

por lo que hay que ser

exageradamente discreto.

Las relaciones sociales han sido

aceleradamente reducidas

y el contacto entre familiares está

sumamente disminuido.

Un abrazo a un metro y medio de distancia llega a ser

tímidamente atrevido.

Un beso volado se vuelve

despiadadamente tierno.

Un cumpleaños en la pantalla es

tristemente feliz.

La celebración lejana se siente

naturalmente artificial

y el trozo de torta virtual nos resulta

dulcemente amargo.

Hay que aprender a ser

apasionadamente indiferentes

y

dramáticamente divertidos

aunque sea

sospechosamente evidente

que nuestros ojos se vuelven

claramente turbios, 

y nuestro corazón

violentamente tranquilo

trate de convencernos de que será

desapercibidamente asombroso

cuando el virus desaparezca.
Y el tiempo, que es

decididamente impreciso,

demostrará que el poder del virus es

objetivamente subjetivo

y su fin

sospechosamente evidente.

Entonces el muerto será el virus.
Todos los demás estaremos vivos. Y

seguramente inseguros

abriremos las puertas, los brazos,
las fronteras. Y el

inestable equilibrio

volverá a reinar en nuestras vidas

intranquilamente seguras.


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