Perspectivas

Una odisea afroespacial

24/06/2021

Fotografía por Cristina de Middel

Cumplía apenas una semana de nacimiento Zambia –después de haber sido colonia británica y llevar el nombre de Rhodesia del Norte hasta el 24 de octubre de 1964– cuando apareció un reportaje en la revista Time sobre la naciente república nombrada así en honor a su río Zambezi. El último párrafo de ese artículo se le dedicaba a un maestro escolar de ciencias, Edward Mukuka Nkoloso, creador de la Academia Nacional de Ciencia, Investigación del Espacio y Filosofía de Zambia, quien aseguraba que estaba en marcha en suelo africano un proyecto para ganar la carrera espacial a soviéticos y estadounidenses. Los astronautas africanos («afronautas», como se les llamaría más tarde) viajarían primero a la Luna y luego conquistarían Marte.

El profesor Nkoloso

Doce jóvenes y entusiastas voluntarios acompañaban al Profesor Nkoloso en este proyecto para viajar al espacio exterior. Entre ellos una joven de dieciséis años, Matha Mwamba, designada como la primera mujer en poner un pie sobre la superficie marciana y clavar allí la bandera de Zambia. Ah, y había también una decena de gatos involucrados en el programa espacial, pues eran necesarios por dos razones: al ser lanzados desde las alturas enseñaban a los humanos las técnicas de aterrizaje así como a desafiar la gravedad marciana, y por otra parte, al amartizar la nave «Cíclope 1» en Marte (nombrada así en honor al fiel perro de Nkoloso, que sería uno de los tripulantes en el viaje a la Luna), se abriría rápidamente una escotilla, se lanzaría a los gatos al exterior y se evaluaría atentamente desde el interior del cohete si los felinos sobrevivían en las condiciones extraterrestres. Si los gatos lo lograban, pues los humanos con mayores razones también. Entre los voluntarios había también un misionero cristiano cuya encomienda era la de evangelizar a los marcianos, pero de una manera sutil, poco invasiva, eso sí, que los africanos de imposiciones ya estaban bastante hartos.

Edward Mukuka Nkoloso pidió a la UNESCO financiamiento por siete millones de libras esterlinas. Asimismo acudió al apoyo económico de los gobiernos de la Unión Soviética y de Estados Unidos (pues Zambia asumía una postura de neutralidad positiva en el contexto de la Guerra Fría). Pero la ayuda económica nunca llegó. Así como tampoco el permiso presidencial para lanzar, por medio de una catapulta, al cohete «Cíclope 1» –un estrecho cilindro de aluminio provisto con una abertura del tamaño de un huevo para permitir la ventilación– evento que tendría lugar en el Estadio Nacional de Lusaka, con capacidad para unos treinta y cinco mil espectadores, durante el primer aniversario de la independencia de Zambia el 24 de octubre de 1965. Sin embargo, el primer mandatario, Kenneth David Kaunda, buen amigo de Nkoloso, maestro de escuela igual que él y excompañero de lucha por la libertad de la nación, se vio en la penosa obligación de comunicarle a su viejo colega que el permiso no le sería otorgado porque significaba un peligro para la asistencia al estadio y para la capital de Zambia en general.

Barriles de Nkoloso

Para colmo, la joven afronauta Matha Mwamba acabó embarazada al involucrarse sentimentalmente con otro de los entusiastas voluntarios, asunto que provocó que sus padres exigieran que fuera devuelta inmediatamente a su casa. Otros voluntarios se hicieron francamente menos entusiastas y desertaron del campamento sin previo aviso, y hasta hubo casos en los que optaron por unirse a un grupo de canto y danza tribal. Lo cierto es que las técnicas de entrenamiento del profe Nkoloso tampoco ayudaron mucho. Estamos hablando de asuntos como meter a los jóvenes en barriles metálicos y hacerlos rodar por empinados barrancos (así se acostumbraban a las inclemencias del viaje en el cohete, al alunizaje y al amartizaje), o balancearlos en altísimos columpios cuyas cuerdas eran cortadas por Nkoloso en su punto de máxima altura para que practicaran lo que habían aprendido de los gatos; o bien eran obligados a caminar exclusivamente y durante horas sobre las manos (una técnica mucho mejor que la de caminar sobre los pies en el contexto marciano).

Edward Mukuka Nkoloso causó mucha gracia a lo ancho de este mundo: lo llamaron demente, chiflado y delirante, pero también despertó la curiosidad que causan los visionarios excéntricos. E incluso encendió las alarmas de los organismos de inteligencia soviéticos y estadounidenses, pues dentro de los “disparates” que se lograban conocer, por medio del espionaje sobre las acciones de la Academia Nacional de Ciencia, Investigación del Espacio y Filosofía de Zambia, había algunos indicios que evidenciaban que eran menos disparatados y delirantes de lo que se creía. Resulta que en aquellos tiempos un importante ingeniero aeroespacial del proyecto Soyuz había logrado fugarse de la Unión Soviética y todo parecía indicar que se hallaba escondido en Zambia asesorando al profesor Nkoloso. El chiste, para algunos, por lo visto no tenía tanta gracia.

Fotograma de la pelicula Afronautas (2014) de la cineasta ghanesa Frances Bodomo

Mukuka Nkoloso, a pesar de haber sido víctima de burlas y ridiculizaciones por sus contemporáneos, acabó enterrado con honores presidenciales en 1989. Hoy es considerado por muchos artistas en los campos de la literatura, la música, el cine, la fotografía, las artes plásticas y performáticas como referente y visionario. Sí, ahí había un provocador, un vanguardista, alguien que ejercía el libre y olvidado derecho a soñar con el espacio, sobre todo desde sociedades donde se da por sentado que el espacio y la ciencia ficción quedan muy lejos desde todo punto de vista. De manera que muchos jóvenes y creadores se sintieron inspirados por Nkoloso y ayudaron a darle forma a un movimiento que no deja de arrojar desde variados ámbitos gemas extrañas y fascinantes: el «afrofuturismo». Sí, algo que se relaciona estrechamente con esa sociedad hiperevolucionada llamada Wakanda, cuna del superhéroe africano Black Panther (1966), de Marvel Comics.

Fotografía por Cristina de Middel

En los mismos tiempos en que Nkoloso diseñaba su «Cíclope 1» y lanzaba sus afronautas metidos en barriles por barrancos, un músico afroamericano de jazz asumía el nombre de Sun Ra, vestía con ropas de faraón, hacía aterrizar en sus presentaciones naves espaciales de cartón con forma de pirámides y aseguraba venir de Saturno con la misión de salvar al mundo por medio de la música. En el imaginario de Sun Ra se proclamaba (y reclamaba) la naturalidad con la que en los tiempos precoloniales las tribus africanas y las civilizaciones aborígenes americanas lidiaban con el espacio, con las supuestas visitas de los extraterrestres, con la tecnología de punta y su propia construcción del futuro. Herederos de esta tradición musical afrofuturista de Sun Ra resultan John Coltrane, Miles Davis y Alice Coltrane. Más adelante, en los años setenta, el pionero del funk, George Clinton, consideró su música como el «hogar de los hermanos extraterrestres». Y no podemos olvidar que a finales de los ochenta y durante la década de los noventa el techno de Detroit y Chicago perfiló el sonido de la música del futuro, una música (como su nombre lo indica) filtrada por la tecnología, una propuesta cuyos máximos representantes fueron ejecutantes y compositores afroamericanos en la que algunos de ellos aseguraban ser indivisibles, inseparables e indistinguibles de las máquinas con las que elaboraban su música. En otras palabras, más que afroamericanos eran afrocyborgs. Tampoco podemos dejar de mencionar aquí al neo-soul de Erykah Badu, una artista que acude, tanto en su música como en su propuesta estética, a las raíces de la música soul tradicional pero para mezclarla con la electrónica y con temas abiertamente afrofuturistas.

Fotografía por Cristina de Middel

En 2012, inspirada por la historia de Nkoloso, así como por los videos que se encuentran en la web de su programa espacial zambiano (sí, eso está en YouTube, por si les interesa indagar) y por los bocetos que dejó en su libreta personal el profesor visionario, la alicantina Cristina de Middel materializó un hermoso proyecto fotográfico llamado «Afronautas». Algo similar hizo la cineasta ghanesa Nuotama Frances Bodomo en su cortometraje Afronauts (2014). Ese mismo espíritu lo encontramos en los llamados «Astronautas del Congo», los músicos de la banda Mbongwana Star (algo así como «La estrella del cambio profundo») quienes con su propuesta «From Kinshasa to the moon» hacen un híbrido fascinante y fresco entre los ritmos étnicos y la ciencia ficción. Como si fueran cosas que siempre hubieran ido de la mano.

Fotografía por Cristina de Middel

No podemos olvidar lo que hizo el sudafricano Neil Blomkamp con su fabulosa película District 9, quizás de las obras más importantes del género. En este filme revolucionario en tantos aspectos una nave alienígena flota sobre Johannesburgo; sus tripulantes –peyorativamente llamados “langostinos”– son encerrados en guetos bajo condiciones paupérrimas. Una metáfora del apartheid sudafricano en clave de ciencia ficción donde los ciudadanos de segunda categoría resultan ahora los alienígenas: criaturas discriminadas y explotadas por humanos que desean apoderarse de su tecnología y, sobre todo, de sus armas, las cuales funcionan con el ADN de los “langostinos”. Entre los langostinos hay uno especialmente inteligente, realmente brillante, capaz de reconstruir el módulo de mando de la nave y de ese modo regresar a su planeta con la promesa de volver luego a la Tierra (cosa que aún estamos esperando, pues lamentablemente Blomkamp fue fichado por Hollywood y con el dinero y la presión de las grandes productoras perdió en gran medida su halo de magia). Dato demoledor de District 9: la mirada colonialista es tan arrolladora, irrespetuosa y limitada ante lo diferente –ante el otro–, que el brillante alienígena con aspecto de langostino es bautizado por los terrícolas como “Christopher Johnson” y a su hijo (tan inteligente o más que su padre y bastante más que todos los hombres que salen en la película) simplemente como «Baby Alien”.

Fotografía por Cristina de Middel

Sun Ra, el jazzista venido de Saturno, decía algo que luego fue retomado por el escritor y cineasta británico-ghanés Kodwo Eshun: la ciencia ficción tiene como tema recurrente el de la invasión de alienígenas que se apoderan de nuestro planeta, nos abducen, nos aniquilan, nos esclavizan, nos llevan a su mundo donde nos imponen su cultura y nos obligan a renegar de la nuestra. Ese es el tema de la ciencia ficción, pero es también –y sobre todo– la historia de África. En palabras de Kodwo Eshun, la trata de esclavos «significa que todos hemos estado viviendo en una nación alienígena desde el siglo XVIII».

Si alguien ha vivido ese horror en carne propia, en este mundo y sin necesidad de salir al espacio exterior, son los esclavos africanos. Es lógico, incluso sano y necesario, que se den licencia para soñar con su propio futuro y que procuren –desde la imaginación o las artes– concebir otros espacios, otros mundos y otros destinos.

Pues no, no estaba tan loco Nkoloso.


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