Perspectivas

“Una literatura no puede prescindir de la historia del país que la ha producido”

03/03/2023

Presentación del volumen Conferencias americanas. Autores de los Estados Unidos por escritores venezolanos, compilado por Karl Krispin, en la librería Buscón del Trasnocho Cultural el 01/03/2023.

Me honra mucho que mi entrañable amigo, el escritor y novelista Karl Krispin, me haya escogido para ser el presentador de este libro, y la razón de ello es muy sencilla: la gente por lo general me conoce como escritor y, en la mayor parte de los casos, inmerecidamente como historiador. Pero en realidad una de las cosas que más me enorgullece de mi trayectoria es el hecho de haberme graduado inicialmente en Letras por la Universidad Central de Venezuela y haberlo hecho en la mención de “Literatura Inglesa y Norteamericana”. Aparte de ello, esos dichosos años en la UCV me depararon la oportunidad de ser preparador precisamente de la Cátedra de Literatura Inglesa y Norteamericana dirigida por uno de los autores que tuvo a su cargo una de las conferencias que figuran recogidas en este volumen, como lo es el poeta Alejandro Oliveros. De modo que esa simple y sencilla razón explica mi familiaridad y, hasta cierto punto, fluida relación con la literatura norteamericana, por el hecho de haberme graduado en esa mención y de haber sido preparador de esa cátedra en tiempos ya remotos.

Lo que el Consejo Venezolano Americano está haciendo actualmente desmiente lo que uno llegó a pensar –y tal vez con razón– en medio de la reciente Pandemia: que ya no había futuro o, dicho de otro modo, que ya nada podría remedar lo que antes era posible. Por eso quisiera que mis primeras palabras se vean dirigidas a destacar el empeño con que la actual Junta Directiva del CVA ha sido capaz de retomar, contra todos los vientos, una programación robusta dirigida a poner de relieve lo más perdurable de la cultura estadounidense.

Van dos ejemplos de ello: el primero es el libro que hoy presentamos, resultado de un ciclo de conferencias en torno a escritores estadounidenses que fue concebido y dirigido por Krispin entre junio del año 2021 y marzo del año 2022; el segundo es el recorrido en ocho sesiones, actualmente en curso, en torno a la vida y obra de alrededor de casi una treintena de artistas plásticos estadounidenses, a cargo de la profesora Myriam Berrizbeitia Aristeguieta, el cual nos ha permitido acercarnos con mirada fresca a los afanes creativos de Mark Rothko, Roy Liechtenstein, Georgia O´Keeffe, Jackson Pollock, James Whistler y Edward Hopper, por sólo citar a algunos de ellos de manera arbitraria y caprichosa.

Miradas diversas sobre la literatura estadounidense no han faltado en nuestro país; pero son miradas que suelen proceder, más allá de toda la solvencia y calidad del caso, de los cuarteles académicos, es decir, cuyo foco ha estado fundamentalmente puesto en lo que es capaz de ofrecer la crítica literaria especializada.

Pongo, como ejemplo de ello, las valiosas contribuciones hechas por Gustavo Díaz Solís desde la propia Universidad Central de Venezuela y quien, por si fuera poco, vertió al español la obra de dos poetas estadunidenses como Walt Whitman y Robert Frost.  Sin embargo, este libro que hoy presentamos, el cual lleva por título Conferencias americanas, es otra cosa. Se trata de miradas diversas pero, sobre todo, de miradas ofrecidas por escritores (pese a que, de suyo, el propio Díaz Solís fuera un extraordinario cultivador del género del cuento). Pero, en todo caso, lo que quisiera resaltar, en líneas generales, es que aquí no son críticos profesionales quienes nos hablan sino, más bien, practicantes directos del oficio literario.  O, como hubo de señalarlo con mucha pertinencia el conferencista Hernán Zamora, aquí se habla desde la condición de lector de cada uno de los convocados.

Tal vez con la sola excepción de Ralph Waldo Emerson, el resto de los autores tratados en este volumen impreso con la calidad con que suele hacerlo Oscar Todtmann Editores comparte el mínimo común denominador de ser los representantes de esa modernidad estadounidense del siglo XX que tanta influencia hubo de cobrar fuera de los propios Estados Unidos. Esto que me permito señalar comprende, desde luego, a dos exponentes de la llamada Literatura Negra o policial, los cuales figuran incluidos también en este volumen, como lo son Raymond Chandler y Samuel Dashiell Hammett.

Raymond Chandler (1888-1959) y Saul Bellow (1915–2005).

Además, este último es un dato que hace precisamente que el ciclo dirigido por Krispin entre los años 2021 y 2022 se emparente con el que comanda en la actualidad la profesora Berrizbeitia porque, por igual, es dable advertir con facilidad la impronta que muchos de esos artistas plásticos acabaron dejando fuera de los propios Estados Unidos.

En este sentido, podría decirse que los Estados Unidos va a inaugurar y hacer suyas una serie de corrientes novedosas en arte y literatura que, a su vez, no sólo revelan la mayoridad y autonomía alcanzadas por ambas durante el siglo XX sino que, al tiempo de convertirse en “estéticas exportables”, serán capaces de sentar las pautas en torno a nuevos cánones que, a partir de entonces, habrían de hacerse particularmente visibles en la literatura y en las artes de otras latitudes. Con esto quiero decir que difícilmente podría entenderse la presencia de Juan Rulfo o de Gabriel García Márquez en la literatura hispanoamericana sin antes pensar en William Faulkner. Por otra parte, sin los policiales estadounidenses no podría explicarse tampoco parte de la obra del argentino Adolfo Bioy Casares. Tampoco se entendería, en lo que a las artes plásticas se refiere, la obra del chileno Roberto Matta sin antes tener presente a los artistas clave del Expresionismo Abstracto en los Estados Unidos.

Esa literatura y esas artes forman parte, pues, de lo que comúnmente –y para bien y para mal– llamamos el “Siglo Americano”. Y que no quede duda al respecto: la estadounidense será, en extensa medida, la espina vertebral de la narrativa más característica de la segunda mitad del siglo XX o, dicho de otro modo, que esa literatura habrá de ser la marcadora e implantadora de nuevos estilos de contar.  Ello por no hablar siquiera de la poesía producida en los Estados Unidos, la cual Alejandro Oliveros quiso definir de la siguiente manera: “La poesía más importante, escrita durante el siglo XX, en todo occidente, fue la escrita en los Estados Unidos”.

Luego de leer este libro de cabo a rabo, me di cuenta de algo en lo cual no había reparado luego de haber seguido por la Internet estas conferencias organizadas por Krispin, cada una de manera separada. Me refiero a la capacidad que tienen, ya decantadas y reunidas en un solo volumen, de dialogar entre sí. Dicho de otro modo: llama poderosamente la atención la forma como estos autores dialogan con asombrosa frecuencia entre ellos, sin que nadie se haya puesto de acuerdo de antemano.

Podría respaldar lo que digo de la siguiente manera: Carsten Todtmann, quien se dedica a la obra de Raymond Chandler, dialoga con Camilo Pino quien aborda a su vez a Dashiell Hammett; José Tomás Angola, quien trata a Ernest Hemingway, dialoga directamente con Oliveros, quien hace otro tanto con la obra de William Faulkner; Armando Coll, quien se hace cargo de Truman Capote dialoga con Mondolfi, quien se ocupa de John Steinbeck, especialmente a propósito de una característica de la literatura estadounidense que ambos se permiten poner simultáneamente de relieve: me refiero a que se trata de una literatura hecha de geografías diversas y de cargas identitarias muy particulares. En este sentido, por cierto, no hablo de la tradicional y comúnmente aceptada visión de que los Estados Unidos se dividen en norte y sur; en realidad, si uno revisa el libro de Colin Woodard, titulado American Nations (y cuya lectura recomiendo ampliamente), uno puede darse cuenta, al hablar de esas cargas identitarias, que los Estados Unidos son en realidad once países en uno, cada cual con orígenes históricos muy particulares.

A propósito de esta característica agrego otras, comenzando por una a la cual alude el propio Coll pero que tampoco escapa a la atención de José Tomás Angola. Hablo, en resumidas cuentas, de lo que significa que muchos de estos escritores hayan procedido, o participaran alguna vez, del mundo del periodismo. Después de todo, como se hace cargo de enfatizarlo Armando Coll, el periodismo moderno, tal cual lo entendemos, lo empiezan a hacer estos creadores de la literatura norteamericana.

Truman Capote (1924-1984) y Ernest Hemingway (1899-1961).

Aparte de esa estrecha vinculación que uno tiende a observar entre el periodismo y la ficción literaria agrego otras dos características que me parece que también distinguen de manera muy particular a la literatura estadounidense. Por un lado, la familiaridad que supuso, para muchos de estos autores, una retroalimentación con recursos y técnicas provenientes del cine que enriqueció sus métodos narrativos. El hecho de que la cinematografía se desarrollara en los Estados Unidos como la gran industria que fue hace que ninguna otra literatura llegara a incorporar tan tempranamente, como hecho novedoso, la técnica cinematográfica, como hubo de hacerlo la literatura estadounidense a partir de la década de 1930.

Por el otro existe un dato, u otra característica, que suele pasar comúnmente inadvertida en el caso de esta literatura. Y es que se trata, para decirlo de manera rápida, de una literatura marcadamente individualista. En el caso de la literatura estadounidense no existe, pues, lo que podría llamarse un “espíritu de grupo”, ni se registra la existencia de movimientos colectivos. En este sentido, el escritor estadounidense no es gregario: Steinbeck es Steinbeck, como Faulkner es Faulkner. No existe, en este caso, una estética compartida o búsquedas compartidas como generación, pese a las coincidencias que pudieran haberse llegado a registrar entre algunos de ellos. Alguien capaz de hablar con mayor propiedad que yo a este respecto se permitió dejar apuntado lo siguiente alguna vez: “En los Estados Unidos, como en Inglaterra, los grupos y los cenáculos literarios son menos importantes que el individuo”.

Un detalle interesante que tiene este libro (sin que ello fuera resultado de ningún designio) es que, al fin y al cabo, termina predominando en estas páginas el género narrativo. Descontando al ensayista Ralph Waldo Emerson (a cargo de Mario Morales) o el caso de Charles Bukowski (a quien Hernán Zamora aborda en la doble vertiente de su obra poética y narrativa), el resto son todos autores de novelas o, bien, de colecciones de relatos, o de ambos a la vez. Los poetas prácticamente no figuran en ninguna parte de este volumen con excepción, como he dicho, de Bukowski.

Al mismo tiempo, resulta curioso observar que ninguno de los conferencistas congregados en este volumen se haya adentrado en los territorios de la dramaturgia para explorar, por ejemplo, la obra de Edward Albee o de Tennessee Williams, todo ello si partimos de suponer que el teatro estadounidense también ha llegado a exhibir un peso específico a partir del siglo XX.

Justamente estos pequeños detalles a los cuales vengo aludiendo llevan a otra cosa que igualmente me interesa destacar, y es la cantidad de autores que, por la razón que fuere, quedaron al margen de este recorrido. Me limito a nombrar tan solo a los que figuran aludidos por los propios conferencistas: Walt Whitman; Mark Twain; Robert Frost; Paul Auster; Edgar Allan Poe, Henry James; Jack Kerouac; Herman Melville; Robert Pen Warren; Theodore Dreiser; Scott FitzGerald; Upton Sinclair; Ezra Pound; Sherwood Anderson; John Dos Passos; Tom Wolfe; Philip Roth, Raymond Carver y T.S. Eliot (quien es visto, y no visto al mismo tiempo, como estadounidense).

También pesa, y lo anoto como una sana observación de mi parte, que en estos tiempos de diversidad no figure dentro del elenco ninguna voz femenina, dos de las cuales figuran mencionadas por algunos de estos conferencistas: Emily Dickinson y Edith Warton.

Aclaro, por si acaso fuera preciso hacerlo, que nada de esto es responsabilidad de Krispin como promotor de tales conferencias, o como editor final del volumen. Siempre podría poner en mayúsculas, y en descargo suyo, el hecho de que Krispin sea a tal grado cultor de la libertad que, en ningún momento, pretendió trazarles a los conferencistas una ruta de antemano sino que sencillamente dejó que la escogencia de los autores a ser tratados fuera un asunto que respondiese a las preferencias personales de cada quien.

Ahora bien, como a fin de cuentas, no hay mal que por bien no venga, según reza el sabio refrán, esto que dejo apuntado se convierte en el pretexto perfecto a fin de arrancarle a la Junta Directiva del CVA el compromiso de que el siempre afanoso e infatigable Karl Krispin se haga cargo de organizar y promover un segundo ciclo de Escritores Americanos. Porque así como El Quijote terminó reclamando una segunda parte, luego de que saliera a campo traviesa un Quijote apócrifo que terminó desatando las iras de Cervantes, tal vez esta invitación que me permito formular nos depare la dicha de contar en algún momento con un segundo tomo de “Conferencias Americanas” tan cuidadosamente editado y rico en contenido como el que, en estos momentos, tenemos entre manos.

Quisiera finalizar recurriendo a una frase que Mario Morales pone a circular en su conferencia sobre Ralph Waldo Emerson y que es, justamente, la conferencia con la cual abre este volumen. La frase en cuestión corre más o menos de la siguiente manera: “Estados Unidos va más allá de las franquicias comerciales y de las canciones aceleradas”.

Esto guarda exacta relación con el hecho que quise dejar mencionado en el sentido de que esta literatura que hoy se presenta, interpretada por diez escritores venezolanos, no sólo forma parte de la esencia misma del ADN estadounidense sino que, en la mayor parte de los casos, implicó una ruptura con el orden literario existente para erigirse en signo de nuevos estilos y búsquedas a nivel universal.

El mejor testimonio de ello es precisamente la lectura de este libro que hoy nos ofrece el Centro Venezolano Americano.


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